Elizabeth
Mi gato de color blanco ronroneaba alrededor de mi, en espera de acaricias.
Me lo había encontrado en una caja de cartón un día lluvioso. Estaba mojado, y lloraba buscando una salida.
Lo había llamado Anubis. Era precioso, y además muy cariñoso. No entendía como podían haberlo abandonado con apenas un mes que tenía cuando lo encontré.
Lo acaricie minutos antes de levantarme con pereza. Me tocaba en el bar el turno de tarde junto a Diane y a su hermano. Tenía que darme prisa si quería llegar a tiempo.
Diane era una amiga que tenía mi misma edad, diecinueve años. Una morena bastante tierna y muy cariñosa, pero también muy graciosa. Junto a su hermano Adam, era dueña del bar donde trabajaba.
Cuando salí del orfanato a mis dieciocho años, quise irme de esa ciudad. Y vine a parar a California.
Mis padres habían muerto en un accidente de coche cuando era muy pequeña. Y no tenía más familia que quisiera saber de mi.
Así que decidieron llevarme a ese infierno.
Me puse mis tan usados pantalones apretados negros con una camiseta blanca básica. Ese era más o menos el uniforme que habíamos improvisado Diane y yo.
Por último mis Nike negras con el signo en blanco.
Después de mirar si Anubis tenía comida y agua, salí corriendo esperando coger el bus a tiempo.
No estudiaba, no tenía tiempo para eso. Tenía que mantener el apartamento aunque fuera una mierda, y también tenía que pagar el agua y la luz como una persona normal.
Aveces le rogaba a Diane para que me dejara hacer todos los turnos posibles. El dinero no me llegaba a finales de mes, y eso era un problema.
El casero había intentado varias veces echarme simplemente porque no llegaba a pagarle a tiempo.
Afortunadamente, siempre lo arreglaba dándole un poquitín más de dinero.
Sonreí al ver el cartel neón de mi trabajo. Amdyle era un bar conocido por toda la ciudad por sus mesas de billar. Teníamos un reproductor de música que todo el mundo podía manipular, pudiendo poner la canción que quisiera.
Era un local bastante importante en California. Y se ligaba, tenía que reconocerlo.
Entré por la puerta aunque en ella estaba el cártel que poníamos cuando estaba cerrado. Esta emitió un sonido de una campana y Diane se asomó para saber quién había interrumpido su charla telefónica.
— ¡Después hablamos, Adam! Elizabeth acaba de llegar — le informó a su hermano por el móvil. Lo señaló y me sacó la lengua. Eso quería decir que Adam se estaba enrollando más de la cuenta. — ¡No seas pesado! ¡Si! ¡Si! Eli y yo cerraremos el bar, tranquilo.
Me acerqué a ella y sonreí al ver como rodeaba sus ojos, exhausta de su hermano.
— Me está pidiendo que te pase el teléfono — me avisó queriendo mandar a Adam a la mierda. Se amaban, eran los hermanos inseparables de California. Así se llamaban ellos mismos, pero Adam era demasiado sobreprotector — ¡Eli no quiere hablar contigo, tarugo! ¡Deja de hincharme las pelotas, coño!
Y si, Diane era muy mal hablada. Con los clientes era un trozo de pan, pero con su hermano podía convertirse en la hija de Satanás.
Cuando al fin pudo cortar la llamada, bufó enojada. Su hermano había agotado su paciencia, y se notaba a kilómetros.
Adoraba a Adam porque se preocupaba por mi como si fuese su hermana, pero cuando se ponía pesado no había nadie que le parara los pies. Hasta que no se cansaba, claro.
— Elizabeth hoy me quedaré atrás de la barra — Diane empezó a dar órdenes mientras lavaba los últimos vasos que quedaban. — Tu atenderás las mesas. Hoy estamos nosotras dos solas, Adam no va a poder venir hoy.
— No te preocupes Diane, sabemos que podemos encargarnos nosotras de sobra — presumí, con una sonrisa en mi rostro. Esta sonrió y me señaló la puerta. Quité el cartel que decía cerrado y se lo di .— Guárdame la chaqueta ahí dentro, por favor.
Después de dársela, cogí un paño y comencé a limpiar las mesas. Pronto empezaría a venir la gente y no me daría tiempo a hacer mucho más.
La campana sonó avisando que alguien estaba entrando, me baje del taburete y fui hasta la mesa donde habían entrado tres chicos.
No es la primera vez que venían. Solían venir todas las tardes a jugar una partida de billar y a tomarse varias cervezas.
— ¿Qué desean? — pregunté con una sonrisa, como siempre hacia. Estos me miraron al instante poniéndome incómoda.-
— Siempre nos preguntas lo mismo, guapa —dijo el moreno con los ojos azulados — Y siempre te respondo lo mismo: a tí.
Es cierto. Todas las tardes me decía lo mismo. Sus amigos se reían y después sin decir más, se ponían a jugar al billar esperando las tres cervezas que siempre les ponía.
Me sorprendí al escuchar la voz del moreno con los labios carnosos. Tenía los ojos marrones, pero su mirada era dura, y era sumamente hermoso.
— Seth, si intentas ligar con ella pierdes el tiempo — su voz era ronca y grave, y tenía algo que me hacía estremecer — Una de dos, o ella es lesbiana o tú no sabes ligar — me guiñó el ojo y se mordió sus labios.— ¿Cómo te llamas, guapa? ¿Por qué mi amigo no te interesa? ¿Es verdad que eres lesbiana?
— Elizabeth — respondí con la voz más gélida posible. Eran amigos de Adam, siempre se solía sentar con ellos a hablar un rato. Hoy como no estaba, me tocaba a mí hacerme cargo de esta mesa.— Y si soy o no lesbiana, no es de tu incumbencia — los fulminé con la mirada. Odiaba que me hicieran perder el tiempo así. — ¿Me vais a decir lo que queréis pedir? Tengo más clientes, no tengo porque perder el tiempo con vosotros.
El que no había abierto todavía la boca, sonrió. Estaba apoyado en el palo del billar esperando a sus amigos para empezar a jugar. Dejó el taco apoyado en la mesa de billar se acercó a mí.
— No se para que nos preguntas si siempre pedimos lo mismo, nena — habló muy cerca de mi. Lo miré a los ojos y estos me miraban con diversión. Mis mejillas comenzaron a ponerse calientes y rojas, lo notaba y él también. Comenzó a reír cuando vio el resultado.— Unas cervezas — al mirar que no me movía, que estaba fija en el sitio este frunció el ceño. — Estás tardando, nena.
Mordiéndome el labio inferior de la rabia, me di la vuelta para ir a coger sus cervezas. Pero antes de alejarme más, me di la vuelta y lo enfrenté.
— No me llames nena, maldito gilipollas — gruñí lo suficiente alto como para que me escuchara. Este sonrió y susurró un nena haciendo que me subieran más los colores — Imbécil.
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Editado: 13.06.2018