Capítulo 6
¿Y cómo sabían esto tan claramente los padres de Ran?.
Pues porque eran japoneses y su consuegro estaba usando el haragei, que es la forma en que en su cultura se tratan todos lo asuntos, especialmente los más graves, usando esa manera de hablar en la que la clave es insinuar, más que afirmar, evitando así el ofender al otro interlocutor. Es la necesidad japonesa de mantener la armonía social (wa) y no perder las formas ante el otro (tatemae).
Los japoneses no dicen que no. Dicen alguna frase vaga del estilo “‘se intentará” o “ya veremos” mientras giran ligeramente la cabeza mientras murmura algo (‘maaa’, ‘hum’, ‘sōka…’). Eso es haragei, la habilidad de decirte que ‘no’ sin decírtelo claramente, con la intención de transmitirlo de otra manera. Y tu capacidad de entenderlo sin mediar palabra.
Y el haragei llevado a una ruptura de un compromiso, siguiendo la misma línea era justo a la manera en la que el señor Watanabe Yasu había comenzado su diálogo. Devaluando a la novia con comentarios como “es una inútil, no está a la altura, su familia es superior” y probablemente seguiría diciendo cosas como “no es lo bastante buena para el novio, no es suficiente para la familia Masaharu, las circunstancias externas hacen que ahora no puedan estar juntos”, etc.
Los que entendieron esto fueron los asiáticos allí presentes, porque para la manera de ver el mundo de los occidentales allí presentes, es inconcebible esta forma de comunicación que suele ser incómoda y sospechosa. ¿Qué estará pensando esta persona en realidad? ¿Qué esconde?.
En las culturas con orígenes griegos se valora la retórica como herramienta, mientras que los japoneses transmiten a través del silencio, los gestos y las expresiones faciales una serie de emociones y sentimientos que sienten que no pueden decirse en palabras. En Oriente, se valora más el silencio porque la idea de base es que quien habla muy bien, te puede engañar, mientras que la persona que no habla demasiado es más pura y sincera.
Y además hacen uso de lo que se llamaría mentiras blancas para ser políticamente correctos, en aras del bien común.
El hecho de que están rompiendo relaciones con la familia de Ran queda confirmado cuando les devuelven los regalos y equivalentes que los Masaharu habían aportado al compromiso. El señor Watanabe en nombre de su hija y su familia va pidiendo disculpas y haciendo inclinaciones de cabeza, pero con tremenda cara de odio por haber hecho sufrir a su querida hijita. La esposa al lado le pone la misma cara. En ese caso les ha podido más el amor que le tienen a Aiko que el inexpresivo gesto que se supone hay que mantener cumpliendo con la costumbre del haragei.
—No acepto —salta Ran.
Todos en la sala quedan ojipláticos. Sus padres le contienen sujetando su brazo y diciéndole con la mirada que no es esa la forma en que podrá solucionar esto. Aquí o se hace a la japonesa o no habrá arreglo posible. Pero Ran no quiere nada de eso, no quiere hacer nada a la manera japonesa porque él se educó en Europa y no tiene esta habilidad. Ni quiere tenerla.
—No es posible no aceptar, joven Masaharu —replica el señor Yasu.
—Pero es que yo quiero respetar el compromiso y no quiero terminar por un terrible malentendido.
Y se lanza a explicar, para horror de su familia, como sucedió todo, apelando a la comprensión de sus suegros. Con lo que lucharon por ese omiai, con la deuda moral que tienen por haber levantado la empresa de la familia entre su hermano y él, con los años que ha durado ese compromiso, simplemente no pueden terminarlo y ya, piensa el chico. Trata de convencerlos de todas las maneras, pero los Watanabe no le creen en cuanto a lo que hacía esa mujer desnuda en su despacho y ni mucho menos piensan cambiar de opinión.
Ran está desesperado. Su hermano lo mira para detenerlo antes de que el asunto empeore y toda la familia Sánchez lo mira con pena. No se va a poder.
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Mientras esto sucede en la sala principal de la casa, donde habitualmente se recibe a los invitados, Aiko en su habitación tiene prácticamente todo preparado. Pensaba no estar ahí cuando la reunión se diera, pero no pudo comunicarse con Rous y ella era parte fundamental de su plan de marcharse. Lo que no sabía es que no se había podido comunicar con la mujer porque ella estaba de camino a Japón cuando intentó contactarla. Y eso había sido doce horas de vuelo, más llegar al hotel, el ajetreo de los niños, y la famosa cena en familia con el bochinche del siglo incluido. Su teléfono, descargado hacía días, había sido su última prioridad.
Aiko igualmente deja casi todo listo. Le quedaba conocer el resultado del encuentro con los Masaharu y despedir a sus padres hasta que se vuelvan a encontrar. Los nervios por lo que está aconteciendo en la planta baja de la Minka la tienen caminando sin ton ni son de un lado a otros. Aún mira el teléfono esperando que Rous le conteste, pues le dejó un mensaje urgiéndola a llamarla cuanto antes, pero sigue sin comunicarse. Intenta tranquilizarse un poco, pues de todos modos ya está hecho todo.
Sabe que lo de romper este omiai, es como lo nunca visto en una señorita de su entorno, pero es que ella ya no es la misma chica que fue. Ya no quiere ser como era. Y aunque en el fondo se siente culpable y mala hija por exponer a su familia a algo que en su país puede ser considerado poco honorable, en un momento dado eligió su felicidad por encima del qué dirán. Esto se lo explicó a sus padres unos días antes y verdaderamente entendieron y aceptaron por el amor que le tenían.
Ahora todo cambiará en su vida y no puede mentir. Está aterrorizada. Por eso no quiere irse sin que su amiga la ayude. No deja de ser una niña que apenas conoce el mundo y que nunca ha salido de su país. Así que lo que está a punto de hacer es un salto cuántico para ella. Un tremendo salto de fe.
“Todo saldrá bien Aiko, ya lo verás”. Se dice estas palabras a sí misma para quedarse en paz. Total, ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Que Ran se niegue a romper el compromiso y la obligue a casarse?, se carcajea. Eso no va a pasar.