Capítulo 20
Ran subió al avión seguido de todo su séquito. Se le veía hermoso y poderoso con su abrigo y sus gafas de sol, mientras el viento despeinaba su larga cabellera negra. El sol de la tarde caía. Todo había salido a pedir de boca y en este momento su prioridad era retornar al país del sol naciente. Con su linda cerecita, desde luego.
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Aiko despertó en un ambiente extraño para ella. Ya no estaba atada y aunque se sentía desorientada, notaba que el ambiente no era hostil, como sería de esperar. De hecho, estaba tumbada en una cama, abrigada, con una camisa larga y cómoda de seda. Si había sido secuestrada, era el rapto más delicado de la historia, pensó en medio de su neblina mental.
Intentó no moverse mucho por si alguien la observaba. No quería delatarse antes de tiempo y hacerles saber a sus captores que estaba despierta y dispuesta a la lucha o la huida en cuanto tuviera oportunidad. Sin embargo, allí no había nadie. Abrió los ojos, recorrió la habitación y se asombró del lujo que la rodeaba en ese momento.
Definitivamente, estaba sola.
Se levantó despacio y sujetándose de donde pudo. Se asomó a un gran ventanal que ocupaba la pared exterior de la habitación y fue ahí que cayó en cuenta de que estaba de vuelta en su país. Todo lo que podía ver desde allí era puramente el estilo japonés en cuanto a la forma de las construcciones y el paisajismo, si bien la habitación era más del estilo occidental.
La puerta se abrió y dejó pasar a una mujer mayor que llevaba una bandeja entre las manos. El olor a comida despertó su apetito y su estómago rugió con tal fuerza que la señora rio, contenta.
—Le traigo algo de comer. El señor llegará pronto, me han dicho —habló la anciana—. Yo soy la señora Sachiko, su ama de llaves.
—¿Señor? ¿Qué señor? —Aiko volvió a sentir el miedo invadirla. ¿Quién demonios la había raptado?
No tuvo que esperar mucho para averiguarlo porque el “señor” entró por la puerta sonriendo alegremente, como si fuera de lo más normal la situación. Aiko abrió los ojos como platos. ¿Él?
—¿Fuiste tú? —preguntó furiosa.
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Raúl llevaba ya casi un mes saliendo con la dulce Hikari y cada vez más feliz con ella. Cierto que la muchacha era especialmente caprichosa. Le hacía pedidos constantes para que le comprara esto o aquello o lo de más allá, pero a él realmente no le importaba complacerla. Tenía suficiente dinero para eso y en realidad el chico era muy frugal y apenas gastaba en nada. Ahora tenía en quién hacerlo. Si con eso la veía feliz, le bastaba.
La chica se consideraba muy afortunada por tener al novio más atento del mundo. Ese español le gustaba y que la complaciera en todo la tenía por las nubes. Ninguna relación antes de esa le había funcionado tan bien. Él era maleable y hacía todo lo que le pedía. Lo siguiente que planeaba era cambiarse de apartamento a uno mejor en el centro de la ciudad y por supuesto su novio se haría cargo de eso también. Estaba harta de su piso estrecho, al que llegaban los ruidos de la calle y los olores de los bares de alrededor, aun teniendo todo cerrado.
Pasaba frío en invierno y calor en verano y aunque tenía un trabajo más o menos bien remunerado, nunca era suficiente en una ciudad tan cara como Tokio. Además, se veía obligada a enviar dinero a sus padres y también tenía una imagen que mantener, así que casi todo lo gastaba en ropa y no le quedaba tanto para calefacción o comida. Una chica debía tener sus prioridades, pensaba.
—¡Hikari! —le gritó el chico que la esperaba en el lugar de siempre. Hoy la llevaría de compras y estaba emocionada solo de pensar en todo lo que recibiría como muestra de amor y devoción por parte de Raúl.
Su nombre le resultaba difícil de pronunciar al principio. Era exótico, como él. La única cosa que no soportaba de ese chico es que no era japonés. Hubiera sido perfecto en ese caso. A veces notaba las miradas de desaprobación cuando caminaban juntos y en esos casos procuraba separase de él con alguna excusa y soltar su mano. Se ocupaba en mirar algún escaparate o cualquier otra cosa de ese estilo.
No creía que el hombre lo notara siquiera, tan embobado estaba con ella y tan seguro de que estaba completamente enamorada como él. Casi le da un infarto cuando Raúl se confesó. Nunca esperó que fuera tan enamoradizo y apasionado, pues en el trabajo se mostraba siempre reservado y no hablaba apenas con nadie. Pero su carácter en lo personal era bastante diferente. Incluso agradable, diría ella. Lástima que no le correspondía en sus sentimientos, aunque le daba a entender que sí.
No sentía remordimientos en absoluto. Después de todo, él ya era mayor como para dejarse enredar por cualquiera que se le acercara. Ella sería su novia hasta que consiguiera su objetivo. Y desde luego, el objetivo no era él.
Raúl, feliz de verla una vez más, la abrazó, sonriendo.
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Mientras tanto, en España, el presidente Masaharu estaba sumido en sus pensamientos en su oficina. Una llamada interrumpió su reflexión, y al mirar la pantalla de su teléfono, vio el nombre de su esposa, parpadeando. Su corazón dio un vuelco mientras respondía a la llamada.
—¿Se sabe algo? —preguntó ansioso. La niña Aiko había desaparecido y no sabían de ella. SE preguntaba como podría enfrentar la mirada de sus padres si a su pequeña nuera le hubiera sucedido lo peor.
—Cariño, ¿cómo estás? —dijo la voz cariñosa de la señora Makoto al otro lado de la línea.
—De los nervios, mujer ¿Cómo voy a estar?¿Sabes algo de Ran?
—Por eso te llamo. Está con él. Me dijo que ya nos contará todo cuando nos veamos en la boda.
—¿La boda? ¿Qué boda? —El señor Masaharu no sabía de qué hablaba su mujer.
—La de tu hijo con la chica Watanabe. Ya tienen la fecha. En un mes estamos allí —gritó la mujer emocionada.
—¿Pero así? ¿Ella está de acuerdo? —dijo. El hombre no sabía si alegrarse o preocuparse. Era todo muy confuso, pensó.