Watanabe Chan

Algo se rompió

Capítulo 21

Ran sintió un nudo en la garganta mientras escuchaba la voz enfadada de su hermano. No sabía como decirle que temía haber metido la pata esta vez hasta el fondo y más allá. Le contó todo sin guardarse nada. Como ideó lo que creyó, el plan perfecto para salvaguardar a Aiko y ponerla fuera del alcance de sus enemigos, fueran quienes fueran. 

Por supuesto, no le dijo nada a ella, en parte para que todo fuera más real y en parte para que ella no se negara a colaborar. Era la manera perfecta de cumplir con sus intenciones. Protegerla, traerla a Japón y casarse de una vez. Jugada redonda, pensó y le planteó el plan a su jefe de seguridad que dudó un poco al decirle que Aiko no debía saber nada. Pero al fin y al cabo era la novia de su jefe y él sabría lo que hacía con ella. 

Así que los guardaespaldas empezaron a vigilarla desde lejos, permitiendo que todos creyeran que no estaba protegida. Por eso el tal Katsume se le pudo acercar impunemente. Luego fue cuestión de esperar y estar preparados para atrapar al tipo y además hacer creer a todos que la cerecita había sido raptada. 

Si no se equivocaban, alguien la estaba vigilando constantemente, igual que al propio Ran. Las noticias de su secuestro llegarían a quienes tenían malas intenciones con ellos. Luego se enterarían de que ella estaba con su prometido y ya casada. Sería mucho más difícil acceder a la pequeña o intentar hacerle daño a ninguno de los dos. Y además, toda esa maniobra les daba tiempo a seguir averiguando quién era la mente detrás de todo. De momento ya tenían a uno de los peones y le harían hablar. 

Con lo único que no contó Ran en todo el asunto fue con el odio de su novia. Apenas escuchó su explicación, le dio una bofetada, merecida, y se encerró en aquella habitación sin dirigirle la palabra nuevamente. Por más que él intentaba decirle que todo era para protegerla, no consiguió nada. No le abría la puerta y si lo veía en alguna parte de la casa lo ignoraba completamente. 

Ran terminó por entrar a la habitación usando una llave de repuesto para forzarla a perdonarlo, pero Aiko permaneció en absoluto silencio y si trataba de acercarse o tocarla lo apartaba de un manotazo. Lo peor era cómo lo miraba, con tanto odio y desprecio que él sentía, que en el pecho se le clavaban puñales. 

Hizo el relato para su hermano y esperó a que el otro dijera algo, pero lo único que se escuchaba era un silencio decepcionado, así que habló primero.

—Azaki, yo…

—¡Por Dios, Ran! Tú eres un buen hombre, lo sé. Uno que comete errores, como todos. Pero a veces eres verdaderamente estúpido. No puedo creer que le hayas hecho eso después de decirte que fueras prudente y respetaras sus decisiones. El amor es importante, pero también lo es la comunicación y la confianza —le espetó de manera poco amable—. No es uno decidiendo por dos, tal como has hecho infinidad de veces con Aiko. 

—No es así, yo…

—Es así tal cual te estoy diciendo. Me temo que infravaloras a tu novia y no la estás respetando. Bastante es que se vio obligada a este compromiso y a pesar de eso eligió amarte. Has traicionado su confianza y su amor. Ahora quisiera saber como piensas recuperar eso y créeme, por experiencia, que esta vez no será nada fácil. La has jodido bien. —Casi podía ver a su hermano ponerse la mano en la cara, desesperado por sus acciones.

Ran asintió, sintiéndose un miserable y dando la razón a su hermano, aunque él no podía verlo. Sus palabras calaron hondo. Se había metido en un gran problema con su niña amada y esta vez no sabía si iba a poder salir. 

—Aiko no me habla ¿Qué hago?

—Siento decirte, hermano, que esta vez no te vale hacerte el muerto

................

 

—Señora, ¿podría decirme donde está el teléfono? —Aiko se había cansado ya del estúpido de su novio y de este maldito encierro.

Se dirigió a la cocina a buscar al ama de llaves y preguntarle por el teléfono de la casa, ya que llevaba un rato dando vueltas y no veía ninguno. Supuso que podría estar allí o en el despacho. Estaba decidida a llamar a sus padres para que la recogieran y luego ya pensaría que hacer con su vida. Lo que no iba a hacer desde luego es quedarse un día más en ese apestoso sitio. Ni siquiera sabía en donde estaba. 

—No tenemos teléfono, señora —le contestó la anciana. 

Aiko la miró enfadada. No con la mujer, sino con la situación. Estaba a punto de explotar.

—¿Me quiere decir que no hay manera de comunicarse con el exterior? —LA señora asintió— ¿Y cómo hacen la compra de víveres y otras cosas?

—Voy yo personalmente con el personal de servicio, señora

Ahora la niña sonreía. Era mejor aún que llamar para que la recogieran. Se iría ella directamente a casa de sus padres y una vez allí, daría las explicaciones necesarias. El asunto era alejarse de ese hombre de inmediato. Salió a buscar al chofer o un coche en el que desplazarse, pero no contaba con que en la puerta de entrada había varios custodios y la bloquearon al tratar de salir.

—¿Qué hacen? —preguntó—. Apártense de mi camino inmediatamente. 

Aiko se puso altiva frente a los guaruras, y viendo la situación desde fuera, en realidad era graciosa. Tratar de imponerse a hombres de aquella envergadura y de más de un metro ochenta, con su cuerpo de alambre y su metro cincuenta, era… bueno… los hombres no quisieron reírse porque era la señora de la casa después de todo y su futuro esposo no permitiría algo como eso.

—Me temo que no tiene permiso para salir, señora —le dijo el que parecía el jefe, amablemente.

—Me temo que usted no comprende que voy a salir de aquí, señor, y usted no puede detenerme —le lanzó con fuego en la mirada. 

Eso pensaba ella. En realidad, parecía un chihuahua cabreado. Temblaba toda ella, debido al enfado y con las orejas y los cachetes rojos, pero más allá de eso, no inspiraba nada parecido al temor en aquellos hombres, que ahora la miraban divertidos. La chica no aguantó más. Invento empujar al que estaba frente a ella, inútilmente. Como no consiguió nada, trato de pasar, por un lado, pero solo con el cuerpo y sin tocarla, el hombre la bloqueaba una y otra vez, mientras que suavemente la conduce de nuevo al vestíbulo. Y por más que la cerecita intentó salir, no tuvo manera. 




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