Capítulo 28
Aiko se aburría soberanamente.
Aún no era tiempo de regresar a sus estudios, aunque esta vez los seguiría en la Tōkyō teikoku daigaku, la Universidad Imperial de Tokio. No supo como es que Ran le consiguió una plaza ahí y además postulando en el último momento. Era considerada como la universidad más prestigiosa de Japón y una de las más prestigiosas del mundo, con un gran número de eruditos exalumnos que incluían a diecisiete primeros ministros, dieciocho premios Nobel, cuatro premios Pritzker y cinco astronautas. La chica estaba realmente abrumada, pero emocionada.
Su campus estaba en la facultad de Kashiwa en la prefectura de Chiba y muy cerca del centro de la ciudad. Ran había conseguido un apartamento provisional, a medio camino, entre sus empresas y la institución donde ella iría a estudiar en breve, visto que la mansión había quedado completamente destrozada.
Al principio, la chica pensó que la iba a seguir reteniendo en casa, obligatoriamente. Pero no fue así. Le asignó a algunos hombres para protegerla siempre, un chófer, le dio algunas tarjetas de crédito para sus gastos y al final le hizo entrega del documento de matriculación. Fue la única vez que ella le dirigió un “gracias”, musitado por lo bajo y con la mirada seria.
Con el pasar de los días los dos se acostumbraron a una rutina, que hasta cierto punto resultó cómoda y tranquilizadora. No se hablaban, tenían cada uno su propia habitación y las interacciones entre ellos eran mínimas. Él salía temprano al trabajo, volvía a la hora de comer, se marchaba y volvía a cenar y a dormir religiosamente, cada día. Ese tiempo, ella lo ocupaba en hacerse con información sobre sus clases y sus profesores, los materiales que necesitaba y cosas así. También visitaba a sus padres a menudo.
Apenas tenía contacto con otras personas, pues sus antiguas amistades estaban dispersas y de cualquier modo, había perdido el contacto hacía mucho y. Sus amigas de ahora estaban en España y se sorprendieron al saber que estaba en Japón y que se había casado.
—¡Ni siquiera avisaste, maldita Watanabe! —le gritó por teléfono su amiga Lidia. Se hicieron una videollamada en grupo, pues todas las chicas con las que compartió en los últimos tres años querían saber de ella y cotillear sobre su espectacular casorio que solo pudieron ver en fotos.
—No hubieras podido venir a Japón —le contestó riendo. Ella sabía que sus amigas no eran precisamente adineradas y con los gastos de la uni tenían más que suficiente. Sí que le hubiera gustado tenerlas presentes en condiciones normales. En su verdadera boda, no en el teatro que fue.
—Pero nos hubieras puesto en videollamada como ahora —decía Mari Luz y las demás afirmaban con la cabeza.
—¿Te casaste por la iglesia? —dijo una.
—Hay un rito japonés para casarse, ¿verdad? —comentó otra.
—Manda fotos, manda fotos —pedían todas.
La verdad es que no sabía siquiera si había fotos del evento. Ella no se ocupó de nada y no iba a preguntarle a su marido, pero las tranquilizó diciendo que sí que lo haría. Se sintió bien el hablar con ellas, como si se aligerara un poco de toda la presión que sentía en esta nueva vida en la que se encontraba totalmente perdida. Para nada era lo que había soñado al casarse algún día con Ran.
No tenía claro si lo que el hombre había hecho con ella, era perdonable o no. Una parte de su mente decía que sí, que ya era su marido, que eso no iba a cambiar nunca porque el divorcio ni siquiera era una opción. ¿Y entonces que le quedaba para el resto de su vida? ¿Vivir enfrentada con el hombre con quien la compartiría? Sabía que eso no era viable.
Por otro lado, su confianza y su amor por él estaban profundamente dañados. No se sentía capaz de actuar normal con una persona que le había quitado su libertad y actuado como un macho alfa. Como si ella no fuera una adulta capaz de tomar decisiones o de opinar. Para Aiko, eso era tan dañino como si le hubiera hecho cualquier otra cosa. Así que ¿qué podía hacer? ¿Perdonarlo y ya? No se sentía capaz de hacerlo.
Esa dualidad la estaba matando. Y no sabía con quién podía hablar de esto y que le diera una opinión sensata. Ella misma, desde su estado emocional en exceso, no estaba en condiciones de tomar una buena decisión. Deseó tener más cerca a Rous y Alexa y poder compartir con ellas dos sus pesares.
Y como si las hubiera invocado mágicamente, las dos mujeres entraron en tromba en el saloncito donde trapicheaba con el laptop y gritaron su nombre.
—Aiko —hablaron las dos a un tiempo.
Aunque las dos hermanas físicamente eran muy distintas, había en ellas un aire particularmente familiar que se agudizaba cuando las oías hablar. A veces parecían mellizas, siendo que Rous era mayor que Alex. La pequeña se levantó y en dos saltos se colgó de las mujeres, gritando como una niña. Realmente las estaba necesitando.
—Alex, Rous, ¡qué alegría tenerlas! —decía emocionada.
—A mí también me alegra verte. En tu boda casi que no pudimos hablar y ya sabes… —dijo Rous y rodó los ojos cómicamente. Pero Watanabe no entendió la referencia y miró a las dos, interrogante.
—¿Qué? Ese día no estaba allí, realmente… no fui muy consciente de nada —replicó.
—Bueno, lo de Raúl y la pelagatos que casi lo mata —habló Alex, esta vez.
—¿Qué? ¿Eso cuando fue? —Aiko se horrorizó. Verdaderamente, estuvo fuera de este plano si no fue capaz de enterarse del escándalo. La verdad es que nadie le dijo nada sobre eso porque la veían tan ausente que no se atrevieron, ni sus padres, ni Ran.
—Tuve que enseñarle una lección —señaló Rous, ufana. Y le contó todo con pelos y señales.
Aiko no salía de su asombro.
—Chicas, de verdad que si un día me meto en problemas, ya sé a quién llamar —se reía—. Menudas dos.
—El caso es que estamos de vuelta porque nos han llamado de un juzgado de aquí. Esa maldita mujer nos denunció…