Watanabe Chan

Alcahuetes

Capítulo 30

—Shhhh —le indicó él— mantente callada, no vengo a hacerte daño.

Ella no pudo contestar, solo temblaba sin creerle lo de que no le haría daño después de todo lo que hizo en la mansión meses atrás. Ahora sentía ser tan descuidada. Había pensado que ya estaba fuera de peligro, no estuvo atenta y por fin propició una situación como esta. Si hubiera venido acompañada, Kaito no habría tenido ocasión de retenerla. 

—Promete que no vas a gritar. Solo quería verte, hablar contigo —susurró en su oído. Él estaba demasiado cerca para su gusto y notó que le olió el pelo y casi deja un beso en su cuello, pero ella se removió.

—Sé que te doy miedo. Me gustaría volver a aquellos momentos que pasábamos juntos, charlando de todo un poco…

—¿Aquellos tiempos en los que olvidaste decirme que eras un mafioso y que querías matarme, te refieres? —se soltó de su mano para poder contestarle como se merecía, a pesar de que seguía pegado a su espalda. 

Le tenía miedo, sí, pero no iba a estarse quieta sin más. Además, sabía que en breve su guardia vendría a buscarla. Ya estaba tardando demasiado. 

—No iba a matarte. Quizá al principio, sí, pero… pasaron cosas —le dijo con la mirada oscura. Sujetó un mechón de su pelo y Aiko lo apartó de nuevo.

—Ah, sí. Te enamoraste de mí —le dijo, irónica. Ahora fue él quien se sorprendió y casi diría que se le veía avergonzado.

—No podía decirte la verdad. Pero no iba a matarte. No podía. Quizá solo a tu padre y mi venganza se hubiera completado. —Ella le miró horrorizada—. Pero ya no puede ser. No puedo enfrentarme a los clanes más poderosos solo por eso. Los míos no me dejarían. Así que aquí estamos ¿Cuándo dejarás a tu esposo de papel? —sonrió torcido.

—¡No voy a hacer eso! Y aunque fuera el caso, no sería para ir con alguien como tú —dijo con desprecio.

—¿Te parezco poca cosa, princesa?

—No. Me pareces alguien en quien no podría confiar nunca —le espetó. Kaito se puso la mano en el corazón como haciendo una gracia. Pero en realidad en su mirada se notaba que le había afectado.

—¡Touche, princesa! —La empujó delante de él hasta acorralarla contra los lavamanos, pero ya no la retenía con fuerza. La miró a través del espejo con seriedad—. Yo no soy tu esposo. Las cosas se dieron así por los motivos que ya sabes. A ti te dolería perder a tu papá y a mí me dolió perder al mío por su causa. Ya no puedo hacer nada al respecto porque ganaste la protección de gente más poderosa que yo, pero aunque no lo creas, eso ha resultado ser un alivio. 

—No entiendo… no conseguiste vengarte.

—No lo conseguí, pero no perdí el honor por eso. Y sobre todo, no te perdí a ti. —le dijo, quedo. 

—Nunca me tuviste, Kaito… —ella expresó lo que pensaba, ya sin miedo—. No entiendo que quieres de mí. ¿Por qué has venido a buscarme?

—Porque quería que supieras que estoy loco por ti. Siempre lo estuve. Debí hacerlo mejor contigo en España. Pero sabía que estabas enamorada de ese estúpido y que no vendrías conmigo por las buenas. 

—¡Me drogaste para llevarme contigo! —le echó en cara, reflejando el disgusto que eso le producía.

—No fui yo. —negó con firmeza—. Fue uno de tus compañeros y créeme que después de eso tuvo que lamentarlo. Solo quería salvarte sacándote de allí. No iba a hacerte nada malo. Solo pretendía…

—¿Y por eso me besaste a la fuerza? —interrumpió—. ¿O eso también lo vas a negar?

—No dejabas de pelear, Aiko, y tratabas de soltarte sin saber que volverías a quedar en peligro. Quería que te estuvieras quieta y... —hizo un alto decidiendo sincerarse o no— ...y es cierto, deseaba besarte, no me culpes por ser tan tentadora para mí.

Aiko ya no supo qué decir. No sabía si creerle o no, pero sus ojos y sus gestos parecían sinceros. Claro que estuvo meses mintiéndole y quizá era un experto en eso. Comprendió que él no iba a dañarla, no había razón para temer. O al menos no para temer por su vida. 

El peligro era otro y de otra índole muy distinta. Al parecer tenía a un mafioso enamorado y decidido. ¿Pero decidido a qué? 

................

 

—¿Se puede saber que quieres, por el amor de dios? Eres peor que una novia tóxica —dijo Azaki a través de la cámara.

—Eso digo yo, niñito. ¿No puedes estar sin nosotros? —el jocoso Aron, le hablaba desde otra parte del cristal frontal del laptop de Ran, donde se podía ver a los dos hombres, cada uno en una mitad de la pantalla.

No tenía otra manera de hablar con ellos y la cosa era urgente. Así que los llamó a los dos al mismo tiempo, en videoconferencia, para simular una reunión como aquellas que tuvieron cuando estaban juntos, en las que Ran recibía valiosos consejos e instrucciones sobre la vida en pareja. Ahora, ya casado, necesitaba guía para su vida marital.

—Tu siempre tan gracioso, Aron. No sé como tu mujer te aguanta, lo juro —le soltó, mosqueado.

—Porque le doy, le doy, le doy y vuelvo a darle —canturreaba Aron, intuyendo la situación que tenía su antiguo rival con la pequeña japonesa que tenía por esposa. Ran se enfadó un poco más y empezó a arrepentirse de la llamada—. Vamos, hombre, no te enfades. Estoy bromeando —se reía el CEO.

—Está claro que la falta de sexo te tiene de malas —se burlaba su hermano mayor también. Ran por su parte ya tenía cara de niño enfurruñado.

—Esto es muy serio. Necesito dos cosas de ustedes dos, cuando dejen de hacer el bobo —atacó. Los otros no solo no se ofendieron, sino que reían cada vez más—. Entiendo que ustedes desde que durmieron juntos en el hotel el día de mi boda, están especialmente… —hizo una pausa dramática y entrecomilló con los dedos— “unidos”. Pero ahora necesito concentración.

Ese recordatorio no hizo gracia ni a Aron, ni a Azaki, que se lanzaron una mirada furtiva como preguntándose si algo fuera de lo normal había pasado aquella noche. No recordaban nada, pero despertaron abrazados, el japonés recostado sobre el pecho del otro, que le pasaba el brazo por encima amorosamente. 




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