Capítulo 32
—¡Raúl! ¡Raúl!
El guapo españolito levantó la cabeza, sorprendido por los gritos inconfundiblemente lanzados en su idioma que lo llamaban. Sus dos hermanas, tras los cristales de su oficina, lo saludaban emocionadísimas, saltando, agitando los brazos como gitanas por bulerías y dando un espectáculo digno de ellas dos. Raúl no sabía si esconderse o alegrarse. Lo cierto es que esas dos locas mujeres eran sus dos amores favoritos. Sonriendo se incorporó de la silla y fue a por ellas, abrazándolas en el aire, una en cada brazo.
Ciertamente, el muchacho había crecido y ellas dos, a pesar de ser sus hermanas mayores, no eran más que dos pequeños rabanitos a su lado. Mimosas lo besuquearon y poco les importó la mirada escandalizada de todos los trabajadores de aquella zona que, desde luego, jamás habían visto una cosa así. El afecto en público no está bien visto entre el pueblo nipón, así sea entre hermanos.
—Pensé que no vendrían a verme. Tantos días aquí y ni una llamada —les reprochó él. Pero las chicas sabían que era una burla. Era lo mismo que le decían a él cuando estaba en España y pasaba un mes sin contestarles un WhatsApp siquiera.
—No lo mereces —replicó Rous, ácida, dándole un pescozón en broma.
—Vamos a la cafetería —las invitó.
Ellas le siguieron obedientemente y saludaron con la cabeza a todo aquel que encontraron en el camino. Estaban las dos impresionadas por el lujoso edificio en el que se ubicaban las empresas de Ran. Realmente se había vuelto un poderoso hombre de negocios en esos años, con tres corporaciones gigantes a su cargo y no tenía nada que envidiar a sus maridos.
Al pasar, por el despacho acristalado de Ran lo saldaron de lejos, viéndole ocupado. Como le veían en su casa a diario, no tenían pretensiones de hablar con él allí también. Raúl las hizo sentar cerca de una zona acristalada desde donde veían practicante la mitad de Tokio, La vista era espectacular, como toda aquella bendita ciudad. Una supermetrópolis, decía el hermano menor, y se le veía realmente a gusto en aquel entorno.
—¿Finalmente habrá juicio o será posible llegar a un acuerdo económico? —preguntó. Alexa puso una mirada reflexiva.
—Su abogado está queriendo jugar fuerte. Se está negando a cualquier propuesta que entregamos, pero creo saber que la intención detrás de su resistencia es simplemente sacar más dinero.
—Sabe quienes somos —apostilló Rous.
—Y eso no es bueno —dijo Raúl. Estaba muy preocupado por sus hermanas y se sentía verdaderamente responsable por todo lo sucedido. Era su loca exnovia la que había causado esto. Pero lo iban a pagar sus hermanas—. ¿Le han dicho que voy a demandarla por daños y perjuicios? Ya tengo los partes médicos preparados que describen el tamaño de la herida y la conmoción que sufrí.
—Sí. Esa es la razón por la que no se atreve a más. Pienso que nos conviene no esperar más y poner la denuncia ya, Raúl. Que sepa que vamos en serio con esto.
—Entiendo. Hikari me conoce y sabe que a pesar de todo no querría perjudicarla. Pero si se trata de defender a mi familia, no me conoce. —Alexa extendió la mano sobre la mesa y lo acarició. Se daba cuenta de cuan culpable se sentía su hermanito y quería dejarle claro que él en realidad era la víctima de la desquiciada aquella.
—Déjalo en nuestras manos. Lo único que vamos a perder es un poco de dinero, pero sinceramente, valió la pena —dijo Alex y su hermana Rous afirmó estando de acuerdo.
Pasaron media hora allí hablando y riendo. Prometieron volver a verse para cenar con él y Raúl también aceptó pasar a verlas en la casa de su jefe. Las chicas al parecer iban a alargar la estancia un buen tiempo, pues los maridos de ambas las convencieron de que todo iba bien en casa y con los niños y fueron muy comprensivos con sus esposas. Tanto, que ellas incluso sospecharon de ellos. Les pareció extraña tanta amabilidad cuando, en otros viajes que habían hecho, no paraban de llamarlas de vuelta porque no eran capaces de estar más de dos días solos con los niños. Y porque las echaban de menos, también. Sus esposos solían ser demandantes y un poco posesivos, pero repentinamente no las necesitaban en casa.
—Alex, ¿será que ponemos un detective a seguirlos?
—Hermanita, ¿tú crees necesario…? —dijo la muchacha escandalizada.
—Te digo que algo me suena mal —decía Rous por lo bajo. No quería ni decir cosas en alto, no fuera que convocara los siete males.
—¿Pero qué podría ser? No veo a ninguno de ellos engañándonos, de verdad que no puedo ni pensar en eso.
—Ni yo lo suponía hasta que nos llamaron. Los dos al mismo tiempo y los dos para insistir en lo mismo, que todo va bien, que los niños perfectos, que nos quedemos disfrutando el tiempo que necesitemos.
—Es raro, Rous —decía Alexa, ahora asustada, temiendo lo peor.
—Te lo digo… ¡Ojo de loca, nunca se equivoca! Llama a González.
—¿Qué González?
—¿No conocías un investigador llamado así?
—González es el médico de cabecera de los niños —le aclaró.
—Pues Padrón.
—Padrón es el mecánico ¿De dónde sacas esos nombres? —se rio.
—Todos los detectives privados se llaman así. Lo he visto en las series de la tele.
Su hermana estaba verdaderamente loca a veces, pensó Alexa. La tomó del brazo y la condujo por las calles a mirar tiendas, mientras reía y la convencía de esperar a llegar a la casa para buscar un detective. Los que ella conocía trabajaban para Aron y no iba a poner a investigar a su esposo con su propio servicio de espionaje. Desde luego, Rous era muy lista, pero no servía para esto. Lo que sí se le daba bien era pegar, reflexionó muerta de risa.
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—¿Tú no dices que llevas tres empresas al mismo tiempo? —preguntó Azaki.
—¡Eso digo yo! —gritó Aron, cabreado—. ¡Porque no parece que tengas nada que hacer!
—Dijeron que me iban a ayudar —moqueó Ran como un niño pequeño malcriado. Si no fuera porque los necesitaba los mandaba al carajo a los dos.