Watanabe Chan

Casualidad o destino

Capítulo 37

—¡Ran, habla de una vez! —exclamó Aron desde el otro lado de la línea. Su voz alteradísima retumbando en el auricular.

Llevaba dos días intentando hablar con su mujer y no había forma humana. El teléfono aparecía desconectado y en las pocas ocasiones en que dio señal, su llamada fue cortada bruscamente. Lo mismo pasaba con Azaki.

—Hola, Aron. ¿Qué sucede? —respondió Ran con tono despreocupado, sintiéndose relajado después de la luna de miel. Estaba de vuelta justo en ese momento con su esposa y no había atendido al móvil en los días que se tomó para reconciliarse y disfrutar de la vida y el amor.

—¿Dónde diablos están nuestras mujeres? Alexa no responde el teléfono y estoy empezando a preocuparme. ¿Se las tragó un Pokémon gigante o algo así? ¿Godzilla? —preguntó Azaki, su hermano, con sarcasmo.

—Tranquilos, caballeros. No hay necesidad de entrar en pánico. Mis habilidades de brujo están a prueba, denme un minuto nada más. —Se colocó los dedos índice en las sienes, puso expresión de concentración máxima y con cara rara vaticinó—. Están en Tailandia, bien resguardadas de los monstruos de bolsillo. —Ran soltó una carcajada, imaginándose la escena.

—¿Tailandia? —exclamó Aron—. ¿En serio? ¿Por qué no se quedaron en tu casa?

—¿Qué hacen allí y tú como sabes eso? —preguntó Azaki de una. Obviamente, casualidad no era. 

—Ah, aparte de por mis dotes mágicas, es que llamaron a Aiko y escuché parte de a conversación. Hay una cosa que deben entender sobre las mujeres y que acabo de descubrir hoy. Son seres con una habilidad sobresaliente para planificar venganzas exóticas. —Ran bromeó, recordando la conversación que había tenido alcanzado a oír antes de que su esposa se apartara un poco, haciéndole gestos para que se mantuviera en silencio.

—¿Venganza? —preguntó Azaki, intrigado.

—Sí, venganza. ¿Recuerdas cómo conspiraron conmigo para que se quedaran más tiempo en Tokio y así facilitarme la tarea de reconquistar a Aiko? Bueno, parece que se enteraron y no estaban muy contentas con eso. Así que decidieron irse de fiesta y llenar ese vacío que te deja el saber que tu esposo no confía en ti. También piensan inundar las redes sociales con pruebas de sus hazañas, así que pueden seguir en directo todo el evento. —Ran compartió la situación con un tono cómplice.

—¡Eso suena a una venganza épica! —exclamó Aron, consternado. Se empezó a preparar mentalmente para lo que se le venía encima. Le iba a caer al del pulpo, pensó—. Pero, ¿por qué a ese país?

—Porque allí se puede disfrutar de la playa, comida exquisita, paisajes únicos y, por supuesto, las fiestas nocturnas más locas que puedas imaginar. Eso incluye rodearse de unos cuantos chicos de mirada dulce, cara de ángel y cuerpos de dioses, según han dicho. —Ran quiso reír ante la imagen mental de las esposas en modo conquistadoras. Pero lo pensó mejor viendo la expresión furibunda de su hermano que, hasta ahora, era el más callado. 

—Esto es todo tu maldita culpa —le dijo—. No sé por qué te hice caso con lo de meternos por medio en tus sustos amorosos. ¿Qué piensas hacer para remediar esto?

—Hermano, te compadezco. Los apoyo total y plenamente, a los dos. Se ha desatado la furia del poder femenino. Eso es más poderoso que la ira de Dios, el diluvio universal de Noé y las siete plagas juntas —soltó una risa contagiosa—. Quisiera ayudar, pero esto se me escapa de las manos. 

Ran ya no podía contener más las lágrimas de risa. Él sabía que su cuñada y la hermana eran de armas tomar, pues conocía prácticamente todas las situaciones en las que se habían visto envueltas, en ocasiones, malas situaciones, pero la mayoría de las veces pasaban por cosas que serían contadas luego en el ámbito familiar como anécdotas. Ahora, en esta, se superaron, pensó. Y eso que su mujer no lo dejó escuchar todo. 

Se sentía un poco culpable con su hermano y su amigo, pero la realidad era que no tenía ni pajolera idea de que podría hacer, o como podría ayudarlos. Después de todo, ellos se metieron en el berenjenal solitos. Él nunca dijo que no fueran sinceros. Solo les pidió que las retuvieran en Tokio un poco más de tiempo. Los muy ladinos lo tomaron como algo que debían ocultar a toda costa e intentaron manipularlas. Ahora pagarían las consecuencias.

—No puedo creer que te laves las manos, Pilatos —dijo Aron, indignado de verdad. 

—Bueno, no se puede ganar siempre. Solo espero que cuando vuelvan, lo hagan sin todos los amigos tailandeses que van a conocer. —Ran rio de nuevo. Estaba tratando de controlarse para no echar sal en la herida, pero no podía detenerse. Imaginó a las mujeres regresando con una escolta de admiradores y a estos dos a punto de darles un parraqué.

—¡Claramente, contigo no podemos contar! Luego no te quejes cuando te veas en una de estas. A mí no me llames —advirtió Aron y cortó la comunicación, no sin antes citar a Azaki en el aeropuerto en menos de una hora. Se iba a buscar a su esposa y a traerla de los pelos si fura necesario. No iba a dejarla con ningún ejemplar del sudeste asiático haciéndole ojitos. 

Ran no pudo despedir la llamada y siguió con un ataque de risa, incontrolable. Cuando Watanabe se asomó al salón, aún pudo verlo retorciéndose en el sillón y sujetándose la barriga. Más tarde le contó a su esposa la conversación y ella también se rio. Amaba mucho a sus amigas y sus esposos, pero ciertamente siempre andaban con estos vaivenes.  Rodó los ojos y se abrazó al marido. Esperarían acontecimientos, mientras seguían inmersos en su burbujita de perfecto amor.

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A Raúl la vida le iría perfectamente bien si no fuera por la maldita enana. Esa mujer lo tiene en jaque. Lo vuelve a asaltar en cada oportunidad que se le presenta, con el mayor descaro, al punto de que lo tiene neurótico, mirando hacia los lados cada vez que sale de su oficina. Y es que en todas las ocasiones en las que se ha cruzado con ella por los pasillos debe estar atento, pues ella no duda en disponer de sus posaderas, dándole nalgadas, más o menos fuertes, con apretón y manoseo final en toda circunstancia y lugar. Tara se ha convertido en una pequeña acosadora, y si bien antes jamás la vio, ahora la tropieza en cualquier esquina de la corporación. No sabe como actuar ante esta situación, puesto que le parece ridículo presentar una queja en recursos humanos. ¿Qué podría decir? ¿Que la denunciaba por tocarle el culo?




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