Capítulo 38
Aron y Azaki van durante todo el vuelo conectados en Instagram mirando las fotos. Se muerden los puños de la rabia. Allí están ellas, todas diosas poderosas, en bikinis diminutos y reveladores, sujetando bebidas exóticas de colores y riendo en lo que parece una fiesta gigante en la playa. Pero no es la única escena. Se las ve de noche y de día en ropa sugerente, perfectamente arregladas y maquilladas, siempre acompañadas por una gran cantidad de hombres de edades diferentes que las rodean. El denominador común es que van con los torsos al aire de día y de noche, y que esos cuerpos gritan a ojos vista que están hechos para el pecado.
Aron sin querer se puso comparar su incipiente tripita cervecera, fruto de pasar tanto tiempo sentado y no entrenarse como antes, por falta de tiempo y de ganas, muchas veces. Llegaba casi siempre agotado a casa y tenía más ganas de disfrutar de su familia que de ponerse a levantar pesas o correr en la cinta andadora.
Azaki, no se comparaba físicamente porque seguía bastante en forma, no solo por su genética asiática, sino por su disciplina a la hora de ejercitarse cada día, dándole igual si llovía, que si nevaba. Pero eso no lo eximia de sentirse afectado al ver a su pequeña Rous mirando embelesada a algunos de aquellos cuerpos atléticos, marcados y duros. ¿Cómo era capaz esa maldita enana descarada? No se iba a salvar de su castigo, pues si bien Azaki era de talante más clamado que Aron, también tenía una determinación más férrea.
En el recinto cerrado del avión sonaron algunas señales que indicaban que era hora de abrocharse el cinturón para un aterrizaje seguro. El aparato empezó a descender suavemente. Habían llegado a su destino. Poco sabían las dos prófugas que los esposos se desplazaron a la isla con el fin de ir a recogerlas. Se les iba a acabar o bueno.
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Alexa y Rous estaban hartas, pero hartas ya. Nada había salido como ellas imaginaron, idealizando las vacaciones en el paraíso Tailandés, pero la realidad era bien distinta. Por supuesto, todas las fotos que subían a internet eran fruto de un buen montón de filtros y sonrisas falsas que pintaban otra cosa, sobre todo de cara a sus maridos. Nada que ver.
Para empezar el día que llegaron apenas bajaron de un taxi para alcanzar el hotel, un motorista que hasta ese momento había pasado inadvertido para ellas, pegó un jalón al bolso de Rousita y por poco se lleva la prenda y el brazo de la chica. Reaccionó rápidamente y también su hermana que la sujetó y el tipo no consiguió el objetivo, pero sí que las arrastró a ambas hasta el suelo y terminaron con rodillas y manos llenas de raspones. Y por supuesto visita obligada al médico del hotel que le hizo unas hermosas curitas.
Estaban indignadas, pero decidieron no permitir que el percance les aguara la fiesta. Y vaya fiestas, sí. El primer día de estancia hicieron un poco de turismo y se ocuparon de descansar del viaje. La segunda noche de estancia se desplazaron hasta uno de los clubes más famosos de Bangkok. Arregladas y divinas como ellas sabían, con su acostumbrada ropa lujosa que lamentablemente desentonó totalmente en el ambiente chill de club. Se vieron rodeadas de una gran cantidad de chiquillos y chiquillas, jovencitos que saltaban como posesos envueltos por la música que sonaba rompiendo los tímpanos.
—¡Rous, este lugar está lleno de adolescentes! ¿Dónde están los hombres guapos que prometían?
—Probablemente en una isla remota riéndose de nosotras.
Decidieron integrarse un poco y fueron a la pista a darlo todo, y parecía que lo habían conseguido, pues pronto un corrillo los rodeaba jaleándolas con sus movimientos, más bien setenteros. Salieron de allí horas más tarde, con los pies destrozados por los pisotones de aquellas hordas de jóvenes descontrolados, pero contentas. La noche había sido un éxito total y rotundo, según ellas.
A los pocos días se enteraron de que se había hecho viral en todo el país, y estuvieron paseando orgullosas como pavos reales, hasta que un traductor en el hotel les hizo ver que los textos que acompañaban los numerosos videos, decían cosas como “quiero llegar a la edad de estas dos ancianas con esa energía”, “sin miedo al éxito, ja ja ja”, “¿cuándo llegas a cierta edad ya no te importa hacer el ridículo?”.
Se sintieron mayores y ridículas. Estuvieron dos días saliendo a la playa, completamente tapadas, con sombreros de ala ancha y gafas enormes de color negro. No fueron estas las únicas desventuras de nuestras protagonistas.
—¿Recuerdas cuando creíamos que bailar descalzas en la playa era sexy?
—Sí, ahora sé que solo es doloroso y antihigiénico.
Eso lo aprendieron en una mega fiesta en la playa, donde otro montón de pubertos sin camisa las asediaron, tratando de toquetearlas. Y aunque deseaban encontrar hombres atractivos para retratarse junto a ellos, la realidad les dio lecciones bastante incómodas.
—¡Oye, MILF, sonríe para la foto! —gritó un desconocido, haciendo reír a todo el grupo que lo acompañaba. La cosa empeoró cuando alguien las reconoció como las del video de TikTok.
—¡Oye imbécil! ¡MILF será tu señora madre! —gritaba Rous, con el puño en alto, intentando plantar un límite. Alexa la arrastró antes de que se metieran en más problemas, porque eran muchos y mejor no enfrentarlos.
Intentaron disfrutar de sus bebidas exóticas, recostadas elegantemente en unas tumbonas y bajo las sombrillas de paja. Los camareros las servían allí mismo, tan solo haciendo una seña.
—Rous, ¿es normal vomitar colores después de un cóctel tropical?
—Alexa, creo que nos dieron algo que ni los locales beben.
Tras el día en la playa, el sol tailandés no las perdonó, y la noche las encontró curándose las ampollas en la piel de la espalda, los muslos y la cara.
—Esto es una quemadura, no un bronceado. ¡Ponme la cremita, hermana! —decía la una.
—Y luego tú a mí —contestaba la otra.