Capítulo 39
Bajo la luz tenue de las velas, Ran y Aiko compartían una cena romántica en el rincón más íntimo del restaurante. La suave música de fondo se mezclaba con las miradas cómplices que se daban entre los dos. Aiko, con un vestido de color champán, sujeto al cuello por tiras de cristales y la espalda descubierta, aparecía como una de las mujeres más hermosas de aquel sitio, según su esposo. Solo la sonrisa de ella iluminaba todo el local.
Y es que tenía motivos para sonreír, de sobra. Desde su vuelta de Hokkaido, todo entre ellos se daba de manera natural, incluso mejor que antes de casarse. Ahora convivían todo el tiempo, cosa que nunca pasó antes por la distancia. La chica seguía echando en falta a sus amigos de España y algo de su libertad, pero su nueva vida, no estaba tan mal y la compensaba. Por un lado, tenía a su marido, que la adoraba y se lo hacía ver de mil maneras, y por otro, había empezado su andadura en la nueva universidad.
Estaba impresionada con la manera en que se desarrollaban sus estudios. Realmente esta institución, tan conocida, era otro nivel académico, y le exigía mucho más a todos los niveles, pero era algo reconfortante. La hacía sentir muy orgullosa de sí misma y realizada, por estar a la altura del emblemático lugar. Estaba recibiendo una capacitación que rozaba la excelencia. Esto le contaba a Ran mientras cenaban.
Él, caballeroso, le servía con destreza, y entre bocado y bocado, escuchándola atento. Estaba interesado de verdad en todo lo que le contaba y en verla progresar. Cada tanto, intercambiaban palabras susurradas y caricias furtivas. Los ojos de Aiko brillaban en consonancia con los de su esposo.
—Esta noche es perfecta, Ran. Gracias por traerme aquí.
—La perfección está a tu lado, Aiko. Te mereces esto y mucho más.
El chef los sorprendió con platos exquisitos, y cada sorbo de vino sabía a celebración. Al salir del restaurante, como dos novios se cogieron de la mano. No se dieron cuenta de que eran observados desde una mesa a cierta distancia. Dos pares de ojos, con diferentes intenciones, los siguieron al salir.
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Raúl abrió los ojos y se llenó de una confusión paralizante. La habitación era desconocida, y a su lado, un cuerpo de mujer dormía plácidamente, ajena a todo y pegada a él. El pulso latía en las sienes del chico mientras intentaba recordar cómo había llegado hasta allí.
Con sigilo, Raúl se vistió rápidamente, tratando de no perturbar el pesado sueño de Tara. Sí, era ella, la toca culos, la que estuvo durmiendo desnuda a su lado. Cada prenda que se ponía le recordaba la noche pasada, y todo le dolía al rozarlo. Se miró el cuerpo lleno de marcas de dientes, moratones y chupones y, aunque tenía vagos recuerdos, algunas escenas muy muy perversas, llegaban como flashes. ¿Esa mujer y él…? ¿De verdad hicieron todo eso? Se hubiera sentido culpable si no fuera porque el que recibió una vapuleada sexual fue él, y no al revés. Casi se sentía ultrajado.
—Dios… esta mujer es… una rueda de fuego —murmuró por lo bajo y al llegar a la puerta, miró la habitación una última vez.
Tara roncaba como un camionero y algo de baba le caía, por un lado. La escena era de todo menos romántica, pero incluso así le causó algo de ternura mirarla. Cerró con cuidado, evitando cualquier sonido que pudiera delatar su partida.
El pasillo del edificio parecía infinito mientras caminaba hacia la salida. Afuera, el aire fresco de la mañana golpeó su rostro, pero no lograba disipar la neblina en su mente. Raúl se preguntaba cómo había llegado a esto. Al parecer la enana tenía sus armas de mujer, se dijo. Tendría que estar muy atento, porque esto, desde luego, no se volvería a repetir.
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Aiko, corría por los pasillos, apresurada. Llegaba un poco tarde a la siguiente clase y no quería que el profesor se molestara y la dejara fuera o algo parecido. Cargaba la mochila a un lado mientras guardaba los cuadernos de la materia anterior. Levantó la cabeza y el susto fue morrocotudo. Allí, en la entrada de su aula, se encontraba nada más y nada menos que Kaito Yamada. La chica desaceleró el paso mirándolo y dudando de si acercarse o no. Si estaba allí buscándola, se dijo, la iba a encontrar definitivamente. No era ella alguien que se dejara intimidar todo el tiempo y esta vez estaba preparada.
Sin embargo, sus suposiciones no eran necesarias. El hombre se encontraba allí realmente como invitado a una ponencia. Al pasar a su lado, apenas la miró y sacudió la cabeza en un escueto saludo. Ella entró y fue a sentarse lejos de las primeras filas. Entonces el señor Nakamura, profesor nominal del área, presentó a Yamada y comunicó el motivo de su presencia. Como experto en derecho internacional, que era lo que iba a tratar. Aiko después de un rato, se tranquilizó. Era posible que el hombre realmente estuviera allí solo por casualidad y no tuviera nada que ver con ella. Después de todo en España también había ejercido su profesión como educador.
Eso sí, al salir y, a pesar de sus esfuerzos por esquivarlo, Kaito se acercó a ella y la interceptó, con una sonrisa amigable. Algunos alumnos de la clase se quedaron mirando curiosos la interacción.
—Aiko, qué sorpresa encontrarte aquí. —saludó Kaito con su característica confianza.
—Hola, Kaito. Sí, es una sorpresa. —respondió, intentando mantener cierta distancia.
El hombre, como siempre, se mostraba cordial, aunque no dejaba de tener un aura intimidante, incluso sin proponérselo mucho. Ella se separó intentando despedirse, pero las intenciones del profesor eran otras.
—He estado pensando mucho desde la última vez que nos vimos. Quizás podríamos ser amigos, ¿no crees? No tiene por qué ser incómodo. —propuso, con una expresión sincera.
Aiko, cautelosa, consideró sus palabras. No creía que Kaito tuviera malas intenciones, pero la idea de explicarle esta amistad a Ran podría ser complicada. Con una sonrisa educada, respondió: