Watanabe Chan

Soy un buen chico, ¿no?

Capítulo 42

Horas más tarde, el tren bala Kodama avanzaba por las vías, llevando a una mujer somnolienta a un nuevo destino. Tara iba con los ojos cerrados. En la penumbra de su asiento, dejó que la tristeza se mezclara con las lágrimas y saliera todo junto a borbotones, ya sin contenerse.

El viaje llevaría seis horas aproximadamente desde Tokio hasta Osaka, ciudad que eligió como destino final porque, sentada en la gran estación de Shinagawa, reflexionando sobre qué hacer, leyó accidentalmente un artículo de la revista Recruit, que decía en una encuesta que los japoneses la consideraban como una de las ciudades más deseables para vivir. Así que tomó una de las líneas de Tokaido Shinkansen, que conectaba ambas ciudades.

Con cada kilómetro que se alejaba, sentía que se desprendía de algo que ya fue. La amargura se reflejaba en el rictus de su cara y se preguntó cómo fue capaz de invertir tanto tiempo en un hombre que nunca le dio nada más allá de su cuerpo y unos momentos de atención interesada. No volvería a cometer un error como ese jamás en su vida. Ella ahora era la prioridad. Ella y su pequeño. Acarició con ternura su barriguita, una pequeña fuente de calor que la acompañaría en una nueva vida.

Mientras tanto, Raúl, sin saber la marcha de Tara, recibió el consejo de Alexa y le agradeció antes de terminar la llamada. La solución estaba clara: contacto cero. Se golpeó la mano con el aparato todavía cavilando en lo que dijo su hermana. El chico no sabía que Tara, ya no era un problema para él y ajeno a la partida de la mujer que era nada y menos en su vida, se preparaba mentalmente para una conversación que le molestaba tener, pero que era necesaria y urgente.

“Esta vez, me mantendré firme. He terminado con ella para siempre”, pensó convencido.
Olvidó que para siempre, es demasiado tiempo, en cualquier vida.

................

 

En la penumbra del salón, Aiko decidió abordar la conversación que tenía pendiente con su esposo. Ya no podía alargarlo más, reflexionó la pequeña mujer. Así que atacada por el nerviosismo, iba y venía por la sala apretando las manos y sudando. En cuanto su marido llegó, salió a su encuentro, cariñosa y diligente. Lo ayudó con su chaqueta y puso las zapatillas de andar por casa cerca de sus pies. La inquietud se reflejaba en sus ojos mientras llevaba a Ran al salón. Se sentó frente a él, que la observaba atentamente y finalmente habló.

—Ran, hay algo que necesito contarte. —Aiko dejó escapar un suspiro, preparándose para compartir su falta.

Ran, asintió, anhelando que fuera lo que él esperaba y así fue. Aiko le confesó acerca de su amistad con Kaito Yamada. La niña lo miraba, esperando en cualquier momento una mala reacción de su parte, porque conocía lo fogoso e impulsivo que era su amado. Tenía miedo a lo que le dijera, pues a veces había sido hiriente con ella en el pasado.

Antes de que su esposo pudiera procesar completamente la información, Ran dio un giro inesperado a la conversación. Con una expresión seria, le mencionó sobre el incidente en la empresa, donde una mujer la besó sin su consentimiento. Un silencio que se cortaba llenó la habitación. Aiko parpadeó dejando esa información vibrando en el aire y esta vez fue el hombre quien tuvo miedo a lo que ella hiciera.

—Ran, ¿cómo pudiste no contarme esto antes? —Aiko frunció el ceño, mientras él trataba de encontrar las palabras adecuadas—. Mientras yo he estado pasando las de Caín para contarte lo de Kaito, a pesar de que entre ese hombre y yo nunca ha habido ni habrá nada, tú… tú… ¿Has estado besando a otras mueres por ahí?

Ella lucía espectacularmente seria y sus ojos habían tomado un cariz frío como el ártico. Y ahí estaba el esposo, sintiendo todo el peso de su error, esforzándose por explicarse y volviendo a pensar que la había jodido nuevamente. La expresión de Ran era penosa mientras hablaba con la voz entrecortada. Pero antes de que pudiera continuar, Aiko estalló en risas para sorpresa de él.

Una mezcla de enfado y alivio se dibujó en su cara mientras veía a su esposa riendo tirada en el suelo del salón, roja como un tomate y a punto de perder la respiración.

—¡Te lo has creído, Ran! —Aiko se levantó, secándose las lágrimas de risa—. Si hubieras podido ver tu cara. Quiero que sepas que yo ya sabía lo de ese beso —Ran la miro ojiplático—. Un día fui a visitarte y coincidí con ella en el ascensor. Iba contándole a una compañera con todo el descaro como había intentado besarte y como la habías empujado lejos. Además, sé que la amenazaste con el despido inmediato, así que le comentó a la otra que no podía perder su empleo por eso. Que obviamente a ti no te interesaban las mujeres —se rio.

O sea, que debido a su fidelidad a su esposa, era considerado un hombre de dudosa orientación sexual. Le estaba diciendo eso. Ran se mostró ofendido y más aún cuando la escuchó reír de esa manera.

—No tiene gracia, Aiko —soltó él.

—Sí, sí la tiene. Te lo mereces por no haberme contado lo que esa víbora te hizo. ¿Cómo se le ocurre besar a mi maridito? —dijo e hizo un gesto de asco—. Espero que te hayas lavado la boca con jabón, esposo.

—Eres una maldita, cerecita mía. Ven aquí que te voy a besar con esta boca contaminada —se reía Ran.

Ella salió huyendo y él la perseguía, tratando de besarla con los labios en pompa. Eso hacía que su mujer riera más aún. Los gritos y las risas hicieron que muchos de los empleados del servicio se asomaran a curiosear y a mirar la linda pareja que hacían. Desde que se habían reconciliado, todos en la casa estaban en paz y se alegraban sinceramente por los amos.

Un rato más tarde, el marido sonrió aliviado. Estaba tan feliz por como iba su matrimonio que no se lo creía. Por una vez, fue capaz de confiar en ella totalmente y Aiko correspondió a esa confianza. No solo le contó todo lo que había pasado con Kaito desde el encuentro en el baño del centro comercial, sino que no tomo en cuenta que se callara lo de aquella mujer acosadora.




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