Watanabe Chan

Tenemos un plan

Capítulo 45

Raúl empezaba a extrañar la presencia de su ex amante. Comenzó primero a preguntarse cómo es que se había marchado así sin más, sin explicaciones y sin decir nada a nadie. No entendía el porqué, pues ella podía haber renunciado a su puesto y quedarse en Tokio. Una ciudad como esa, sobre poblada con más de treinta y siete millones de personas, no era como para que se encontraran en cada esquina. Tampoco entendía como es que de pronto se encontraba pensando en ella más de la cuenta.

No lo iba a reconocer, pero sus encuentros casi diarios se habían convertido en parte de su vida, casi una necesidad. Lo que tenía con ella, no lo había conocido antes con otras mujeres, ni en su primera vez, ni desde luego con su fallida relación con Hikari. Se encontró soñando con ella en unas cuantas ocasiones de forma tan vivida que al despertar aún tenía el sabor de ella en la boca. Pensó que se estaba volviendo loco. Él no la amaba. Ni siquiera le tenía aprecio, realmente. ¿Entonces a que venía esta necesidad de tener su cuerpo?

Mientras cavilaba en este asunto sintió una náusea, subir por su esófago y convertirse en un vómito amargo que casi llenó su boca. Se vio impelido a salir corriendo al baño más cercano. Y allí permaneció, inclinado sobre la loza blanca, dejando hasta la primera papilla. Su malestar estomacal se debía a unos huevos que había comido por la mañana y que le supieron raros, se dijo. Debía tener cuidado con la salmonelosis, pues ponerse enfermo ahora tal y como estaban las cosas en la empresa no era buena idea.

Se levantó como pudo, y con el rostro ceniciento se fue de nuevo a su mesa. No iba a ser un buen día para él.

................

 

Aiko estaba sentada en un rincón de la habitación. Estaba tranquila, pues ya había tomado la decisión que le convenía en este momento. La puerta se abrió, y un guardaespaldas entró con un teléfono en la mano. Se lo extendió, esperando claramente a que lo tomara.

—El jefe la llama —le explicó, ante la muda pregunta en la expresión de la chica.

Ella dudó un momento. No sabía qué quería su esposo y tampoco tenía claro si deseaba saberlo. El hombre se quedó frente a ella sin bajar la mano. Obviamente, no se iba a marchar hasta que ella respondiera. Lo cogió y lo miró esperando a que saliera para tener algo de intimidad.

—¿Qué quieres? —soltó a bocajarro. No estaba para amabilidades. Al otro lado se hizo un silencio momentáneo. Ella resopló, a punto de colgar, pero él pareció entenderlo y contestó.

—Necesito que escuches lo que tengo que decir.

—¿Se te quedó algún insulto en el tintero? Te los puedes ahorrar. Me quedó todo muy claro.

—Aiko… para con esto, no quiero discutir. Sabes que no era mi intención… —Se calló un momento, buscando las palabras apropiadas—. Primero que todo, quiero que sepas que... que lamento lo que ha pasado. No debería haber reaccionado de esa manera. Estoy… No estoy bien, no tengo forma de explicar lo que me pasó, yo nunca antes…

—Nunca antes, pero siempre hay una primera vez —dijo con sarcasmo.

Ran suspiró, tratando de mantener la calma.

—Por favor. Solo escúchame —le pidió con dureza.

—¿Tengo otra opción acaso? Aquí estoy de nuevo encerrada y custodiada por tus perros. Hablar rápido porque oírte en este momento me repugna. —Aiko no tenía ya intención de perdonarlo y no iba a darle tregua.

—No puedo dejarte ir de momento. Y no estarás mal atendida. Sabes que cualquier cosa que pidas la tendrás.

Aiko no daba crédito a lo que oía. ¿Estaría atendida? ¿Como si fuera una mascota? No se puedo contener en sus palabras a pesar de que sabía bien que no la beneficiaba enfrentarse a él.

—Ah, claro, un encierro de lujo. ¿Qué más puedo pedir en la vida?

—Es más complicado de lo que piensas. Estoy atravesando un momento difícil, y sé que eso no justifica mis acciones, pero quiero que entiendas que no dejé de amarte.

—¿Amor es esto para ti? ¿Es eso todo lo que puedes decir? Quedate con tú forma de amar y a mí dejame tranquila. Es lo único que deseo—su voz sonaba escéptica y decepcionada.

Ran se acercó a una ventana de su despacho y miró hacia afuera. Debía convencerla para que estuviera en paz mientras él se ocupaba de algunas cosas. Después de eso hablarían con calma y se disculparía de todas las formas posibles. Haría lo que ella quisiera, pensó. Pero necesitaba ganar tiempo y que ella no se marchara antes de darle la oportunidad.

—Escúchame, Aiko. Tengo un viaje de negocios. Solo serán unos días. Quiero que me esperes, por favor. A la vuelta hablaremos de todo esto.

—No puedo seguir esperando, Ran. Ya he tomado una decisión. Quiero el divorcio y es definitivo. Déjame libre para irme. Ya… es tarde —se le quebró la voz al decir eso y aunque se odiaba por verse tan vulnerable ante él, no pudo evitarlo.

Ran apretó el teléfono con fuerza, frustrado.

—No tomes decisiones precipitadas, Aiko. Necesito tiempo para solucionar mis problemas. No quiero que todo termine así.

—Oh, claro, tus problemas. Me imagino que son más importantes que los míos —replicó con sarcasmo. Lo escuchó suspirar, resignado. Los dos tenían claro que merecía sus palabras.

—Solo espera, por favor. No quiero perderte —habló con un dejo de desesperación.

—No tengo más remedio que esperarte. Te recuerdo que estoy encerrada. Vuelvo a pedirte por las buenas que me... que me dejes ir.

Ran mantuvo la llamada con un jadeo profundo. Aiko se quedó allí, sosteniendo el teléfono. El silencio se alargó y ella aún conservó la esperanza de que, el que era hasta ahora su marido, recapacitara y la dejara marchar. Parecía que lo estaba pensando, pues no contestó nada durante un buen rato.

—No puedo —le dijo al final.

Watanabe colgó.

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Raúl estaba en su apartamento. Era su día de descanso y no pensaba hacer nada más que tirarse en el sofá y ver una película. Llevaban varias semanas sufriendo un verdadero calvario en su empresa, debido a la falta de dirección del dueño. Lo que normalmente era un trabajo de lunes a viernes, con un horario establecido, se había convertido en una labor sin fin, con multitud de problemas que le tocaba resolver a él. De alguna manera, debido a su relación personal con Ran y por sus capacidades y conocimientos, había empezado a asumir un montón de labores ajenas a su principal desempeño. Los asistentes recurrían a él constantemente y no sabía cómo ni por qué, pero casi estaba ejerciendo de vicepresidente.




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