Capítulo 49
Azaki era un poco más bajo que Ran, aunque más fornido y de complexión más fuerte. Con sus dos brazos y de un solo golpe se desprendió del agarre del otro y le propinó una cachetada con la mano abierta que dejó a todos boquiabiertos.
Jamás había perdido los nervios a ese extremo con su hermanito, al que amaba profundamente y nunca le había pegado. Azaki era siempre de talante afable y tranquilo, y tenía esa flema típica del japonés que apenas expresaba emociones y mucho menos emociones de alta intensidad en medio de un conflicto. Incluso Ran abrió los ojos desmedidamente, como si no pudiera creer que su hermano mayor le acababa de propinar un bofetón que le marcó la cara.
—¡Vete de aquí! No, Aiko no está aquí y por supuesto que la vamos a ayudar a estar lejos de ti. No te la mereces. Ni te mereces a ninguno de nosotros. No vuelvas a aparecerte ante mí hasta que no recapacites o realmente diré que ya no eres mi hermano.
Las palabras, más que el doloroso guantazo, golpearon al hombre que reculó y dio varios pasos atrás con la conciencia perdida. Los ojos se le enrojecieron y cayó al suelo de rodillas frente a Azaki, volviendo a ser por un momento el chiquillo de siempre, tierno y sensible, risueño y amable, que se crio con él. El mayor hizo una seña a los guardias para que no lo tocaran cuando constató que querían ayudarlo a levantar y ante la duda de todos, el jefe de seguridad fue el que detuvo el movimiento, dejando a la familia encargarse, en aquel momento grave e íntimo.
Ran se inclinó arrodillado, apoyando los nudillos sobre el suelo, codos en alto y con la frente pegada a la alfombra, en una reverencia que quería indicar su vergüenza y su necesidad de redención.
—Kokorokara owabi moshiagemasu, Onii chan, «sinceras disculpas de corazón, hermano mayor» —pronunció en un tono formal en japonés.
Así quedaron por mucho tiempo. Azaki, cabeza principal del clan Masaharu recibiendo la pleitesía debida de su hermano menor y Ran inclinado en la reverencia más profunda como muestra de respeto a la jerarquía. Por primera vez se veía a Azaki Masaharu como el señor de su clan, que era, en toda su nobleza y altivez.
Todos miraban la escena, impresionados, y los guardias, siguiendo a su jefe, se inclinaron sobre el suelo, usando una postura que los dejaba más abajo aún que Ran.
Por mucho que el CEO rara vez usara su estatus dentro de la familia, eso no significaba que no fuera consciente de su poder. Su hermano también lo sabía y todos los que los rodeaban. El respeto a la jerarquía les era inculcado desde pequeños y no era una cuestión menor en la cultura. Ahora, el patriarca, había reclamado su derecho a ser honrado por ellos, como el jefe de jefes.
Su esposita, sentada detrás de él, lo miraba con estrellitas, fulgiendo con un brillo muy intenso en sus lindos ojitos negros.
“Cuando lleguemos a casa le como la cara. ¡No! ¡Mejor me lo como todo!”, pensó la muy ladina.
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Mientras tanto, en otra parte muy lejana de la ciudad, una mujer pequeña y de aspecto común tenía la intención de embarcar en un avión del aeropuerto de Haneda, con otros cientos de pasajeros. Su destino solo era conocido por ella misma y por el amigo que la ayudó y que fue el artífice de todo el plan de escape, incluida la trampa puesta para despistar a Ran.
El aeropuerto bullía de actividad mientras Aiko, oculta bajo un sombrero de ala ancha y unas gafas de sol, caminaba junto a Kaito, aunque eran muchos los que los cuidaban manteniendo la distancia, y que observaban discretamente desde las sombras.
Horas antes, mientras las hermanas y otra mujer parecida en constitución a Watanabe hacían creer al equipo de seguridad de Ran, según la información filtrada, que se dirigían al encuentro con Azaki y Aron, en Narita, a una buena distancia de Tokio, Kaito había llevado a la chica por otro camino, dando tiempo a organizarle un pasaporte con una identidad distinta, un aspecto distinto y un vuelo a Grecia como primer punto de partida, aunque no sería el destino final.
Había sido una buena jugada, pensaron todos. Los esposos de las mujeres tuvieron que cambiar el plan de vuelo en el aire, pues inicialmente se dirigían al aeropuerto de Haneda, en pleno centro de Tokio. Kaito los convenció de dirigirse al segundo aeropuerto más importante de la capital, para sacar a Ran del centro y así manejarse con el plan de huida de la pequeña Aiko de mejor manera.
Ahora la niña estaba a punto de subir a un avión y marcharse lejos de su esposo y la locura que lo atacaba, al punto de dar miedo incluso a su pequeña mujer. Ella no iba a decir a nadie a donde iría después de Grecia, para mantener a salvo a todos, pues no sabía lo que podía hacer Ran, en su actual estado. No quería ser responsable de ninguna desgracia más. A partir de ahí, solo contaría con sus propias fuerzas y las que le daba su amado garbanzo. Tenía los ojos llorosos, pero no se iba a derrumbar en este momento. Kaito le seguía dando instrucciones.
—Recuerda, Aiko, mantén la cabeza baja y no hables más de lo necesario. Todo saldrá bien —susurró Kaito mientras le entregaba un pasaporte falso y los boletos de avión, junto con un sobre con una buena cantidad de dólares que después podría cambiar. No convenía que usara sus cuentas. Si necesitara más, ya le habían dicho tanto sus amigas como el propio Yamada que le enviarían todo lo que pidiera.
Aiko asintió nerviosa, sintiendo la tensión acumulada en sus hombros. Respiró hondo y avanzaron hacia el control de seguridad. Aunque sabía que Kaito había ideado un plan de despiste brillante, la ansiedad la carcomía. Nadie podía enterarse de su destino.
Kaito seguía de cerca, con un ojo siempre en Aiko, la evolución de la fila de turistas que se formaba frente a la puerta de embarque. Evitaban mirar hacia los lados para no levantar sospechas. La información que proporcionaba el panel de luces superior indicaba que el vuelo a Grecia saldría en menos de una hora.