Esa noche, el emperador, más que nunca, se percató de la inmensa soledad que rodeaba su palacio, tanto física como emocionalmente. Las paredes le parecieron demasiado altas y frías, como gran parte del lugar perdido entre las sombras. Toda la alegría que la corte alguna vez había derrochado se había esfumado de la noche a la mañana. Pero ya habían pasado varios meses, y no sabía cuántos más le esperarían.
Aunque no era capaz de admitirlo, Yoongi se había decepcionado con la aparición de Taehyung. Lo único que este había hecho era actuar como un vendaval, arrasando todo a su paso para luego dejarlo sin nada. Esa noche, más que otras, Yoongi deseó la compañía de alguien más. Sin embargo, en su propia soledad, no había nadie, además de Taehyung, que se le viniera a la mente. Hacía mucho tiempo que su mundo se había reducido a una sola persona, y ahora ni siquiera la tenía.
Las palabras de Taehyung también se le habían quedado atravesadas, como una daga entre la carne. No es que nunca hubiera pasado por su mente la idea, pero decirlo era más fácil que hacerlo. Ciertamente necesitaría una hazaña y un gran milagro para que el reino volviera a confiar en él. Llevar el timón de aquel pesado barco se estaba volviendo cada vez más complicado. No había día en que no rezara para que las cosas no perdieran aún más el control.
Como si su deseo hubiera sido escuchado, sus ojos tuvieron la sorpresa y el alivio de encontrarse con alguien en quien podía confiar, al menos en ese momento. Justo a esa hora en la que era tan vulnerable, podía permitirse ceder ante su propio orgullo.
—Majestad... —los ojos de Namjoon delataban su sorpresa—. ¿Qué hace por aquí a estas horas? Y sin acompañante...
—Me he vuelto un poco noctámbulo estos días. No sería justo para mí obligar a un acompañante a seguirme —su voz intentaba sonar serena, como una súplica silenciosa porque las cosas no terminaran allí—. ¿Tampoco logra concebir el sueño?
—Me ha atrapado... Los paseos nocturnos han sido más frecuentes estos días.
—Parece que ha tenido la mente bastante inquieta. ¿Qué tal un partido de go?
Namjoon se sorprendió aún más ante la repentina propuesta de su sobrino, pero se aseguró de que su expresión no lo delatara.
—Me parece bien.
Aunque no lo dijera en voz alta, Namjoon también había pasado muchas noches en vela pensando en cómo podía hacer algo, ayudar de algún modo a mejorar la situación antes de que las cosas se salieran de control y, en el peor de los casos, mataran a su sobrino para bajarlo del poder. Hablar con él había sido una opción que no descartaba, pero tampoco ocupaba los primeros lugares en su lista. Pese a ser arriesgado, tenía el presentimiento de que sería una batalla perdida. Sin embargo, ahora parecía que la oportunidad se le había presentado como un milagro.
El joven emperador entró en la habitación invadido por recuerdos que pronto lo inundaron. Habían pasado ya muchos años desde que la distancia lo había alejado de su tío, y aquel espacio donde pasó tantas horas aprendiendo y estudiando vivía solo en sus recuerdos. Ahora, parecía no haber cambiado demasiado.
Namjoon tomó su lugar de siempre en la mesita baja, y Yoongi, con nostalgia, lo siguió, acomodándose frente a él. Rápidamente, Namjoon despejó el tablero, separando las piedras blancas de las negras mientras miraba de reojo a su sobrino.
—¿El negro como siempre, majestad?
Con una sonrisita, Yoongi asintió. Todo parecía lejanamente familiar, como si el presente intentara habitar ese espacio pasado al cual ya no pertenecía.
Namjoon separó las piedras con tranquila parsimonia, acercando las negras a su sobrino, quien cuidadosamente las reacomodó antes de comenzar el juego. Siendo el color negro, tuvo que empezar primero, colocando la piedra en la esquina superior del tablero. Esta vez, fue Namjoon quien sonrió con melancolía al percatarse de que el joven emperador no había cambiado su táctica desde hacía tanto tiempo. Meticuloso, meditó su siguiente movimiento antes de colocar la piedrita blanca en el extremo opuesto de la piedrita de Yoongi, justo al frente, separada por una hilera arriba.
Tras un par de jugadas en silencio, Namjoon decidió detenerse en su turno, intentando animar un poco aquel ambiente sosegado.
—¿Qué tal un trago para animar la partida? —sugirió, mirando fijamente a su sobrino a los oscuros ojos.
Yoongi vaciló en responder, negando con la cabeza antes que con palabras.
—No, gracias, no bebo —se limitó a decir.
—Ah, ya veo, comprendo. Es por su seguridad... ¿verdad?
Yoongi sostuvo su mirada con una expresión indescifrable. Se había quedado estático porque sentía que, si gesticulaba, aquella máscara que había estado sosteniendo durante tanto tiempo podría romperse en cualquier segundo. El ambiente se había puesto tenso, incómodo ante la idea de ser rivales no solo de juego, sino también en la vida real, ocultando puñales tras sus espaldas para clavárselos cuando el otro menos lo esperara.
La sola idea le hacía querer vomitar. Jamás había pasado por su cabeza la idea de matar a su tío, y algo de culpa lo invadía al imaginar que su tío pensara todo lo contrario. No podía imaginárselo traicionándolo y mucho menos asesinándolo, incluso si eso lo pusiera en la línea directa para ocupar su lugar en el trono.
—No, está bien, vamos a beber —la voz le salió con dificultad de la garganta, intentando que no le temblara mientras pronunciaba cada palabra.
Namjoon asintió con una pequeña sonrisa que tranquilizó ligeramente los nervios del rubio y, sin perder tiempo, se levantó para tomar una de las botellas que tenía guardadas en uno de sus muebles. Colocó ambas copitas de cerámica sobre la mesa y las sirvió, ofreciendo una al menor, quien, para no demostrar desconfianza, la tomó rápidamente entre sus dedos. Ambos se miraron fijamente, elevando las copas a modo de brindis, y se llevaron el contenido a la boca, bebiéndolo de un trago.