Wild life (free the animal #1)

Capítulo 19.

Capítulo 19.

Camino a través de los pasillos de la universidad. Odiaba el horario de los lunes de este semestre, tenía varios huecos libres antes de la última clase del día. Me gustaban las asignaturas, el problema era la distribución de ellas.

El itinerario me obligaba a pasar más tiempo del que me gustaría en el maldito centro.

Ando un tanto absorta en mis pensamientos y contesto un par de mensajes, entre ellos uno del grupo de WhatsApp que tenemos.

Busco respuestas a los engranajes sueltos de mi cabeza mientras me debato en si escribirle o no cuando su olor me llega a lo más hondo de mis pulmones: lavanda, bosque y naturaleza.

Es un olor común, pero era su olor, su peculiaridad. Algo extraño de describir, tan espléndido, tan suyo, tan nuestro que me afectaba incluso para querer llorar.

Desde que habíamos follado, no había contestado a mis llamadas, ni a mis mensajes, ni a nada que tuviera que ver conmigo a excepción de respuestas cortas de “sí”, “no”, “estoy ocupado”, “hablamos en otro momento”.

Gilipollas.

Algo rondaba por esa preciosa cabecita suya y no estaba contando conmigo. No sé qué es lo que teníamos, pero desde luego que yo no iba a aceptar que él fuera quien hacía y deshacía en esta especie de relación y yo acallaba y aceptaba.

Si quería gobernar sobre mí, iba bien jodido, en todo caso, ya me encargaría yo de comprarle una muñeca hinchable y que le dieran por culo.

Su aroma me llega de frente, no de atrás, no me está siguiendo, me está esperando. Ya iba siendo hora.

Sé dónde está, su olor me guía hacia él.

Me estremezco cuando oigo un choque de taquillas, como si un cuerpo hubiera sido estampado contra ellas.

Con sigilo camino hacia él. Estaba segura de que Nash no estaba recibiendo una golpiza, él era capaz de matar. Era más fuerte que un humano, ni siquiera era humano, al menos no del todo.

Tampoco entiendo por qué me acerco hacia él con discreción, estoy segura de que ya me ha detectado.

—¡Si te vuelvo a ver siguiéndola te juro que te mataré! —Es su voz y estoy segura de que está amenazando a alguien—. ¡No te quiero cerca, no quiero ni que la mires, ni que le sonrías! —Un quejido, alguien ha recibido un buen golpe—. Sabemos quién eres y el lugar al que perteneces…, volved al sitio que se os dio, aquí no tenéis cabida los infieles.

No entiendo nada.

No consigo ver a quién advierte, los cuerpos de Nathan y Timothy Coleman me cohíben de saberlo.

Otro choque contra las taquillas.

Nathan tiene una media sonrisa en su cara, su brazo derecho está apoyado en el hombro de Timothy. Parece que ya vuelven a ser colegas.

Con un poco de descaro me planto en medio, colándome en medio de la pelea. ¿Qué cojones pasa ahora?

—¡¿Qué estás haciendo?! —Me encaro a él—. ¡¿Qué estáis haciendo?! —Mi voz suena con absoluto reproche.

No están sólo ellos 3. También está Galel, Ethan (el hermano pequeño de Nathan), Aaron y un par más de los que no sé su nombre.

Son más de 6 contra uno.

No me gusta la violencia, no me gusta la gente agresiva. No me transmiten confianza. Y aquí tiene pinta que el bardo lo han empezado ellos.

Me cruzo de brazos, entrando en todos los campos de visión y espero alguna reacción.

—¡Qué no la mires! —Nash está fuera de sí y vuelve a golpearle.

Cojo la camiseta de Nash y no sé si ve decepción en mi mirada cuando nuestros ojos se encuentran o si ve algo más. Pero se relaja lo suficiente como para que el chico que se me hace desconocido alce la mano para devolverle un golpe a Nash.

Timothy lo evita y con el puño le atesta un buen gancho en el estómago a quien quiera que sea el desconocido.

—Se acabó la diversión. —La voz de Nathan siempre va a causarme escalofríos, es demasiado demandante.

Imbécil.

Todos me miran ahora, soy el centro de atención.

Entre tanto, un rugido es desprendido con furia. ¡Vaya! Mi perro se ha enfadado.

Decido ignorar lo que ocurre, yo me voy de aquí. Deshago el camino, ya no quiero estar cerca de él ni de su olor. ¡Qué le jodan!

—¿Puedes parar de ignorarme y escucharme como la adulta que se supone que eres? —La pregunta nace de sus labios tras intentar alcanzarme un par de veces.

—¡No! —exclamo desdeñando que alguien pueda oírme y hacer un numerito—. ¡Déjame tranquila!

Y digo que intenta alcanzarme porque cada vez que intenta atraparme rechazo su agarre, desechando la molestia que surge cada vez que me niego a mí misma su toque.

—¡Bien! —vocea y varias personas se dan la vuelta para mirarnos—. ¡Me cansé, Silvana!

En menos de cinco segundos mi cuerpo deja de tocar el suelo para estar en su hombro. Enfurruñada sigo desatendiendo sus llamados e intento hacerme más pesada, soy como un peso muerto.




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