Wild life (free the animal #1)

Capítulo 20.

Capítulo 20.

26 de enero, 2017.

Acababa de salir de las duchas. Tras firmar el contrato y disfrutar como monitora de un grupo de niños ¿lobo?, me dispongo a irme a casa.

Ayer fue la última vez que noté a Nash Callegher, no me había dejado a la completa intemperie puesto que siempre había alguien cerca de mí, ya fuera Galel, Aaron o incluso Ethan (el hermano pequeño de Nathan).

Pero hoy su olor estaba en paradero desconocido.

Me molestaba eso.

Sí, había decidido hacerle la ley del hielo porque quería que me hablara cara a cara, no mediante sueños o mensajes.

Cara a cara.

Él lo evitaba.

¿Qué si me afectaba? Sí. ¿Qué si mi orgullo era mayor al dolor? No exactamente.

Pero yo le había dejado las cosas claras. No había otra opción. Si quería algo de mí, no podía ser bajo su manipulación en mis sueños o por mensaje. Tenía que ser cara a cara.

Me follaba, me ignoraba, me contaba cosas extrañas que ni yo entendía y desaparecía. Ni en su mundo ni en el mío eso tenía lógica. Es que no.

Me despido de los que quedan por la academia y empiezo mi camino hacia la parada del autobús. Prefería ir en uno antes que caminando o cogiendo un Cabify.

Me molesta estar pendiente de él, pero que le hago, si soy una simple humana.

Nash Callegher era como un huracán, no era consecuente con sus actos. No era justo y tampoco quería serlo. Pero me tocaba bastante las narices su actitud tirana y de mandamás.

Nash debería entender que no se puede entrar en la vida de una persona sólo para abandonarla tiempo después, era egoísta. Y estaba mal.

No me había dado excusas, tampoco explicaciones. Controlaba mis movimientos, pero no se quedaba a mí lado. No soportaba su temperamento de mierda.

Se había ido (aun manteniendo su vigilancia en mí), sin explicaciones, sin excusas, sin despedirse.

Lo que sentía por Nash Callegher era algo sobrenatural, tal vez peligroso, más allá de lo que yo misma podía permitirme o quería.

Inhalo y su olor me llega de cerca. ¿Qué cojones hace?

Sé que está a una distancia prudente, casi no puedo detectarlo. Quizás es mi imaginación jugándome una mala pasada, pero algo dentro de mí sabe que no estoy equivocada, él está cerca.

Bien, vamos a molestar un poco al perro.

Hace bastante frío y no es que vaya tan abrigada, el plan inicial era irme a casa, no desviarme un jueves de enero a cualquier lugar sin un punto fijo.

No tengo rumbo, pero sí que le tengo siguiéndome, estoy segura de ello cuando el olor a lavanda, bosque y naturaleza se encuentra presente en plena ciudad.

¿Tanto le cuesta acercarse a mí?

Muerdo una de mis uñas, pronto tendré que ir a arreglármelas y escucho un gruñido juraría que dentro de mi cabeza.

Pongo los ojos en blanco. Vamos, Kupfer, acércate.

Estoy bastante nerviosa y por primera vez la abstinencia al tabaco me aprieta fuerte. Tengo 3 inconvenientes:

1. No llevo tabaco.

2. Llevaba desde que mi padre se había ido —más o menos— sin hacerlo. Además, retomar el baile había sido una buena opción y eso que había perdido bastante fondo físico. ¿Valía la pena dejar todo el esfuerzo atrás? No.

3. Nash Callegher.

Nash odiaba el olor y todo lo relacionado con el tabaco; quería llamar su atención, pero no provocar mi muerte o la suya. Y, conociendo su actitud protectora, que mi padre le había pedido que me ayudara a dejarlo y que antes muerto que verme con un cigarro en la boca, que me acercara a un grupo de gente a pedir un cigarro, podía ser algo mortal.

Sigo caminando sin una dirección concreta, yendo hacia la nada y con la seguridad de que su olor me sigue en ésta fría noche.

Un tumulto de gente empieza a aparecer en mi campo de visión, era jueves y a pesar de todo la noche y la ciudad parecían estar más vivas que nunca. O tal vez, yo era muy consciente de todo ahora.

Su exigente voz me ordena que dé media vuelta.

Hago caso omiso y continúo mi caminata.

Silvana… —Miro hacia los lados, buscándolo y no lo encuentro.

Juraría que su voz está en mi cabeza.

Desdeño sus órdenes y sigo con mi misión: si quiere algo, que se presente él mismo en persona.

Me voy acercando cada vez más a la zona donde llega el alboroto de gente. La curiosidad mató al gato y ahora mismo, yo, quiero perder una vida.

Fijo mi vista hacia los lados: jóvenes bebiendo en la calle, prostitutas en las esquinas, peleas, gritos, personas creando bronca por diversión.

Desde luego esta zona de la ciudad no la conocía y podría decir que me aterra un poco.

Su persistente voz exigiéndome que dé media vuelta lo único que consigue es que saque más valor para meterme en problemas. ¡Algo que a mí me apasiona! No lo digo yo, lo dicen la madre que me parió y mi mejor amiga, Alicia Navarro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.