Wild life (free the animal #1)

Capítulo 22.

Capítulo 22.

Su desesperación es latente, está esperando que apoye su declaración o que la rechace. No puedo hablar, no me sale.

Sólo quiero actuar.

Desabrocho los botones de su pantalón como señal.

—Dime qué es lo que quieres —Empuja sus caderas hacia mí y la presión y necesidad de tenerle dentro de mí es superior—. Cariño...

—Fóllame.

Le estoy rogando, no pienso dos veces lo que digo porque es lo que quiero.

Y, si soy honesta conmigo misma, la verdad es que no me importaría hacerlo durante toda la vida si me va a deleitar con esa mirada de ojos color lago y ese cuerpo tan bien trabajado y que tanto me gusta.

Sonríe y en un hábil movimiento me quita el jersey, teniendo algo de cuidado en no romperlo.

—Hoy necesito que gimas.

—¿Algún fetiche en especial? —ronroneo y me bajo del mármol para llegar con mayor facilidad a su polla—. Porque yo aquí tengo algo con lo que quiero jugar.

Empiezo a tocarle, de arriba hacia abajo.

Creo que no se esperaba eso y mucho menos que recordara que me gustaba hablar sucio. O tal vez sí, Nash Callegher era una caja de sorpresas.

—Desde luego que los baños son nuestro fetiche favorito —Pasea su boca por mi cuello, dejando simples besos y provocando que se me erice toda la piel—, Me encantaría comerte, pero no lo voy a hacer aquí.

Entendía su punto, demasiado sucio para hacer algún tipo de sexo oral.

Además, a mí no me gustaba ser exhibicionista, pero con él era una excepción que me permitiría las veces que hicieran falta.

—Culpa tuya —Le intento provocar mientras dejo que me dé la vuelta y me incline sobre el frío mármol—, tienes afán por meterme la polla en sitios públicos.

—Qué le voy a hacer —Desabrocha el botón de mi vaquero con maestría y deja una palmada sonora en mi nalga izquierda—, me gusta exhibirte por todos lados.

Sucio y caliente.

Me encanta cuándo me habla así, me encanta cuándo me toca de la manera más obscena del mundo y desde luego que me encanta cuándo me domina en el momento de follar.

Mis pantalones caen hasta los tobillos y cierro los ojos. ¡Por Buda!, qué ganitas le tengo.

Inclino mi trasero y miro desde el espejo lo que está haciendo.

Madre mía.

Estoy sin palabras cuando me mira con una sonrisa ladeada y le veo masturbarse. No puedo ver su longitud desde este ángulo, pero sus movimientos son reveladores y yo me llevo una mano hacia abajo para acariciarme el clítoris.

Es la imagen más erótica que he visto en la vida. Le excita el sólo verme.

Con una mano frena mis movimientos y acaricia toda mi zona para comprobar la humedad. Un sonido gutural nace de su garganta. Amo que sea capaz de gemir, gruñir y expresar lo mucho que mi cuerpo le provoca.

Siento lástima por todas las mujeres que deben conformarse con un amante silencioso.

—¿Llevas condón?

Vaya pregunta más estúpida, por supuesto que lo lleva, es Nash Callegher y es previsor.

Baja mi tanga hasta la mitad de mis piernas y pasa su brazo por mi cintura para tenerme en una buena posición.

—¿Lista?

—Compruébalo tú mismo, campeón.

Estoy empapada y ambos lo sabemos.

Mis palabras le motivan y, mirándonos a los ojos a través del espejo, entra en mí.

Cierro los ojos por inercia, al principio duele un poco. No me acostumbro a que una polla tan grande esté dentro de mí.

Se queda quieto, permitiendo que me acostumbre, hasta dejar que el escozor del principio desaparezca.

Muevo mi trasero hacia atrás, instándole para que empiece con sus expertos movimientos y así hace, sólo que sus dedos también trepan por mi clítoris, obligándome a recibir todo el placer que él esté dispuesto a darme.

Mantiene la mayor parte del tiempo la cabeza enterrada en mi nuca y cabellera, no queriendo que le vea. No le doy mayor importancia y abro un poco más las piernas para recibirlo mejor.

Esto es el éxtasis y él es mi droga.

***

Llegamos a mi casa y encontramos a Alicia haciendo algo de comer, le grito en español que estamos aquí y ella sale corriendo a saludar con un cucharón en las manos y un delantal con una flamenca en medio.

—¡Sissi, prueba esto! —Me lo mete en la boca antes de que me dé tiempo a saludarla—. ¿Está rico?

Sí, la verdad es que está delicioso y se lo hago saber.

Alicia y su buena mano en la cocina eran una gran ventaja y un punto a favor para ir a vivir con ella. Siempre estaba probando nuevas recetas y copiando las de su padre. Lógico, pues era chef en un restaurante del barrio de Salamanca en Madrid. Uno de los barrios más pijos y caros de la ciudad, todo había que decirlo.

—¡Qué cara de recién follada me llevas! —Eso lo dice en inglés y alzando la voz haciendo que Nash lo escuche—. ¡Y a ti qué te ha pasado! —Se refiere al aspecto de él.

Si te fijabas en él, era lógico preguntar: llevaba el pelo grasiento y sudado recogido en un moño improvisado, tenía rasguños por la cara y el labio inferior herido. Sus nudillos estaban llenos de sangre y se podían observar algunos moretones por algunas zonas de su cuerpo que no estaban cubiertas.

—¿Puedo darme una ducha? —Se quita la coleta y sacude la cabeza.

—¡Puedes y debes, grandullón! —Le indica dónde está—, te lo has ganado por la cara de felicidad que Sissi lleva.

—¡Alicia! —le riño cuando Nash desaparece dentro de la casa.

—No te quejes tanto —habla en español—, sólo estaba felicitándole.

—No hace falta que lo jures. —Es mi respuesta.

—Bueno, Anne y yo vamos a ir a dar una vuelta, ¿queréis venir?

—Tal vez luego, antes tenemos que encargarnos de... otra cosa.

—¡¿Vais a por la segunda ronda?! —chilla y alza ambas cejas en modo de insinuación—. Por cierto, qué ha pasado hoy en la universidad, dicen que Nash y otro tío se pelearon y por sus pintas puedo ver que los rumores son ciertos...




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