Wild life (free the animal #1)

Capítulo 24.

Capítulo 24.

Me transporta como si fuera un peso pluma y en el fondo estoy agradecida de no tener que caminar. Aunque su actitud es horrible, la delicadeza con la que me trata me encanta. Me encantaría poder esconder mi cara en su cuello y quedarme dormida mientras me carga e inhalo su olor, su fragancia, su esencia. Pero no puedo.

Estoy dolida.

Quiero huir.

Abre la puerta de la que reconozco como la cabaña. No me deja en el suelo hasta que se asegura que la entrada está cerrada y sin posibilidad de estar abierta.

—¿Tienes hambre? Tengo sopita y salchichas…

Asiento.

No iba a decir que no a la comida, necesitaba coger fuerzas.

—Siéntate —Me toma por la cintura manteniéndome cerca de él—. No voy a alejarme, ni se te ocurra pedírmelo.

—Por favor…

Me sentía débil y cada vez más agotada y, al mismo tiempo, muy necesitada de él. Por alguna razón, hasta yo misma notaba cómo algo había cambiado entre los dos, una nueva necesidad de su toque en mi piel me estaba empezando a cabrear.

Le necesitaba de la manera más carnal que podía imaginarme y me detestaba por eso mismo.

Y el no poder aclarar mis ideas y mi cabeza y el miedo que me daba notar esa necesidad hacia él conseguían, curiosamente, que necesitara huir.

—No agotes mi paciencia.

Pone en un cuenco algo de caldo casero y enciende el microondas.

Sus ojos brillan, ahora mismo no sé diferenciar a Nash Callegher de la bestia que hay en él.

—Deja que me vaya —Alza su mirada y me escruta con atención—. No quiero estar aquí…

El cuello empieza a picarme y sin evitarlo lo rasco.

—Sé lo que necesitas —Deja el plato frente a mí y me ofrece una cuchara. Nuestras manos se rozan y siento una necesidad de él enfermiza—. Te he marcado.

—Sé que lo has hecho. —Froto con más fuerza.

—Necesitas que te alivie… —Se pone detrás de mí y besa mi nuca.

Pone sus brazos alrededor de mí y respira cerca de mi oído.

—¿Qué?

Doy un sorbo al caldo y reconozco que está riquísimo.

—Necesitas que te folle, Sissi.

—No voy a mantener relaciones contigo, Nash. —declaro.

—Puedo mitigar el dolor un tiempo, pero no para siempre —Su voz es demasiado firme, necesita mantener su autocontrol—. Será inevitable y tú y yo conectamos muy bien cuando follamos.

Eso era lo que me conectaba de la manera más humana a él: el sexo.

Lo acababa de decir.

—De momento me sirve si puedes hacer que se calme.

—¿Por qué? —Sus ojos muestran un dolor que por un momento llego a plantearme que es sincero y que no entiende mi necesidad de mantener espacio—. ¿Por qué nos haces esto?

—Me has marcado sin mi permiso…

—Sabes bien que yo no quería hacerlo, no en contra de tu voluntad.

—¿No había más opción?

—Dejarte morir.

Una punzada de miedo se clava en mi pecho y por alguna razón sé que a él también.

Vuelvo a rascarme con ímpetu y cierro un poco los ojos.

—¿Puedo tocarte? —pregunta con consternación.

—¿Vas a suavizar el picor?

Asiente y me gira. Su lengua pasa por mi cuello y dejo de sentir el escozor.

2¡Por Buda qué alivio!

Me echo hacia atrás y vuelvo a girarme, dándole la espalda.

—¿Hay algo más que te duela? —Se interesa.

Su ronca voz ahora suena más suave que nunca, sus pecas están iluminadas, sus ojos brillan con cierta preocupación y su labio inferior tiembla como si fuera un niño asustado.

Nash me miraba con su habitual carita de perdonavidas y el sentirme tan débil por lo que acababa de sufrir, me hacía, curiosamente, mantenerme más fuerte que nunca.

—La espalda, me molesta-a —confieso—. Era un dolor insoportable, pero ha desaparecido.

—Todo ha acabado —Recoge mi cara entre sus manos y besa la punta de mi nariz—, todo el dolor se ha ido, Sissi.

—Ojalá.

Niego en repetidas ocasiones y permitiéndome llorar delante de él.

Odiaba llorar delante de las personas porque siempre había intentado evitar conectar con el sufrimiento delante de la gente.

No tuve traumas infantiles y siempre recibí el amor de mis padres, pero tenía la huida como método para afrontar los problemas y cuando se trataba de enfrentarme a algo tan inevitable como lo era el torbellino llamado Nash Callegher, la presión de no poder con ello y el estrujamiento que notaba en el pecho cada vez que discutía con él, sólo me llevaban a ahogarme en silencio y derrumbarme, cada día, un poco más.




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