Las bestias de cabeza incandescente siguieron la marcha, Marloc miro dentro de la carreta, encontrando a los pequeños durmiendo.
—Después de todo son solo niños — musitó el hombre retirándose las pieles de su rostro, sin temor de que alguna cosa intentará comerlo.
El camino estaba despejado, la tierra árida iba cambiando a una suave y cubierta de hierbas, el camino era más fácil de notar en esa naturaleza, pero el cielo estaba pintando de un gris, los arboles tenían un tono rojizo, incluso sus hojas lucían con ese color.
—Un sátiro eh — musitó al entrar al bosque.
El frío aumentaba conforme se adentraba, las bestias que tiraban de la carreta parecían inmunes al frío, Marloc estaba atento a toda señal del famoso sátiro, se sentía capaz de manejarlo y en última instancia usar la espada.
—No, no creo que deba matarlo — se replanteaba su estrategia — seguramente tendrá una gran información, talvez comparable a la de Hetros.
En el fondo se arrepentía de haber matado a su captor sin sacarle información, se notaba que debía ser un sabio.
—De nada me servirá arrepentirme, solo debo concentrarme en lo que tengo delante de mío — asumía el hombre.
Extraños ruidos procedían de su alrededor, ramas rompiéndose, pasos sobre las hojas, inclusive escuchaba como algo baboso se arrastraba por los arboles, el constante aleteo de criaturas acechantes le comenzaba a parecer natural, la noche poco a poco engullía al bosque carmesí y los seres que acarreaban se notaban cansados.
—Mierda, esa cosa no debió alimentarlos — otra vez notó que se dejó llevar por sus impulsos.
La carreta se detuvo, amarró cerca a los seres de cabeza llameante, estos comenzaron a escarbar el piso, sacando extrañas alimañas largas con pinchos.
—Este lugar no para de repugnarme — decía mientras buscaba ramas para hacer la fogata.
Luego de un rato encendió el fuego con su experiencia de scout, dejando al fuego unos grandes trozos de carne, tras el aroma que liberaron unos pesados pasos sonaron de la carreta, unas peludas figuras se situaron detrás de Marloc, sintiendo el campaneo en su cabeza miro atrás siendo capaz de ver a los dos infantes.
—Grragias señorr — hablo uno de ellos de una manera extraña, pero infantil.
—No tienen que darlas — respondió mecánicamente.
—¡Diablos los olvide! Estaba tan concentrado en ver al sátiro — pensaba con molestias, recordando lo que eran capaces de hacer si eran incitados.
—Vamos siéntense, la comida está al fuego — se vio obligado a decir sin un tono amable.
Los pequeños lo hicieron, tomaron lugar a un lado de Marloc y tomaron un trozo cada uno, el humano iba a comer hasta que notó como ellos devoraban su pieza, por temor a tener el mismo fin que la mujer reptil corto su carne a la mitad y se las dio a los peludos, ellos se asombraron del gesto pues nunca lo recibieron más allá de sus padres.
—¿Tienen un nombre? — hizo la pregunta al no saber cómo dirigirse a ellos sin degradados u ofenderlos, ellos tan solo se contentaban al ser tratados por lo que eran, seres vivos.
—Soy Gilp — se apresuro a presentarse uno de ellos, este se notaba de hablar correctamente.
—Y yo Rrapan — dijo el otro contento con la boca llena.
—¿De dónde son? En mi estancia en la villa no vi a ninguno como ustedes — sentía dudas de ese mundo y pensaba averiguar todo lo posible.
—Somos del norte, más allá de los dientes de plata señor, nuestra familia fue asesinada por el sequito del monarca — explicaba el hermano de buen habla.
—¿Su familia no simpatizaba con el rey?
—Si, pero un día sin más llegaron sus sirvientes sin intenciones de hablar, solo derramar sangre — decía aterrado como si las sombras de ese día pudieran dañarlo.
—Luego nos tomarron gomo exglavos, fuimos gomprrados porr esa mujerr, dejándonos sin gomer y azotándonos gon frrecuencia — continuó su hermano al ver cómo los recuerdos aún le afectaban.
—¿No tienen a dónde ir? — temía la respuesta, sentía su vulnerabilidad y no la quería.
—No, no tenemos a nadie — Gilp quebró en llanto.
—Este mundo también los ha tratado como simples piezas sin valor — se puso de pie con una contagiosa fuerza — ¿No están furiosos? ¿No quieren hacer sufrir a todos esos bastardos? ¡Por qué yo sí! ¡Haré que laman mi pie, solo para patearles la boca!
Los jóvenes fácilmente impresionables se vieron asombrados por su deseo.
—¡Si! ¡Si! ¡Si! — exclamó Rapan, su hermano saltaba a su lado de la emoción.
—Talvez fui muy vivas — se dijo Marloc.
—¿Gomo debemos llamaglo? — la pregunta los hizo calmar en espera a la respuesta.
—Señor Bell, con eso bastará — respondió sin darle importancia.
—Descansen, mañana saldremos del bosque carmesí — les señaló, pero su advertencia los dejo sin habla.
Poco tiempo después Marloc Bell se quedó despierto viendo las llamas de la fogata, no podía evitar recordar su infancia de scout, acampando y conviviendo con sus amigos, sus breves recuerdo se vieron interrumpidas por Gilp quien no podía conciliar el sueño se sentó a un lado del señor Bells.
—¿Una noche difícil? — le sonrió con simpatía.
—Suelo recordar cierta noche — musitó nada orgulloso.
—¿Ocurrió algo doloroso? — no pudo evitar sentirse preocupado.
—No, fue cuando viajábamos con esa mujer — musitó con pena — una noche ella me regresaba a las cadenas luego de mi castigo por no obedecerla y mi hermano estaba enfermo, de hecho tuvo un ataque, eso hizo que me diera la oportunidad de escapar, ya no tenía ninguna atadura, era libre de escapar, pero entonces lo recordé y no pude dejarlo.
—Eso es muy noble de tu parte — mencionó realmente sorprendido — no debes sentirte de esa forma, es normal tener algún desliz, más importante tu te quedaste a su lado.
Su respuesta le dio una sonrisa llena de alivio.
—Gracias.
—Descansa, mañana saldremos del bosque carmesí — movió un leño con un palo.