X Siempre Mamá

Mamá

 

 

Irene

 

 

—¡Ya llegué!...

Me sorprendo al ver qué aún las luces de la casa seguían apagadas.

 —¡Chicos!... ¡Mamá está aquí!... ¡Compre pizza para cenar!... —me saque el abrigo que tenía puesto, y lo colgué en la entrada como siempre. Con la mirada empecé a buscar respuesta a mi llamado por toda la casa.

—¡Disculpen el tiempo paso rápido y no me dio tiempo de hacer la cena... hoy fingiremos que es fin de semana traje una pizza repleta de queso!... ¡¿Hola?!...

Las manecillas del reloj me decían que eran las ocho de la noche. Y el silencio, que mis hijos no se encuentran en casa.

Es difícil tratar de mantener a dos adolescentes en casa, cuando no tienen en todo el día la supervisión de un adulto. Y la única adulta al cargo de ellos trabaja ocho horas al día en un supermercado y las demás cuatro horas restantes las divide en pequeños turnos de limpieza en pisos y oficinas antes de volver a casa.

Metí la pizza en la cocina. Después caminé directo al baño, me acerqué al lavabo, abrí el grifo y dejé que el agua siguiera su rumbo. Dejé caer un poco de agua en mis manos para poder mojar mi rostro. Frente al espejo observé con detalle las ojeras que hace tiempo me acompañaban, que curiosamente hacían juego con el color de mis ojos, ambas marrones. Cerré el grifo. Deshice el pequeño moño que sujetaba mi cabello corto y rizado lo deje caer sobre mis hombros. Mi cabello no había crecido nada desde la última vez que me hice algunos arreglos en ella. Aquel día la estilista no me realizó el corte que quería. Cómo siempre, me conforme “con lo intento”. Así que no tuve el valor necesario de pedirle un reembolso por lo extraño que quedó mi cabello. Durante un par de meses atrás, llegué a tener una rara obsesión por colocarme una gorra todos los días, y solo me la quitaba solo para dormir, por ese tiempo me sentí cómo aquellas estrellas de cine que tratan de ser desapercibidas de los paparazzi, fue gracioso verme así. Seque mi rostro con la pequeña toalla que Estela bordó en tercer grado.

El cansancio lentamente se apoderó de mi cuerpo, tenía sueño pero me negaba a dormir hasta no ver a Estela y Tomás en casa.

Sujeto el móvil de mi bolso y marcó el número de contacto de Estela mi hija mayor. Suena el timbre pero no contesta. Lo intento cinco veces más y la respuesta es la misma una operadora diciendo que deje un mensaje.

Me doy por vencida y empiezo a marcar el número de Tomás mi hijo menor. Pero él lo tiene apagada.

Las ganas de comer se esfumaron, no es grato comer acompañada de la soledad así que decido esperarlos sentada en el sofá, mientras veo la televisión. Otra vez el cansancio se apodera de mi cuerpo y son mis párpados los que pierden ante él y en solo segundos Morfeo hace de las suyas, trasladándome a su mundo.

No sé cuánto tiempo me quedé dormida hasta que el fuerte golpe de la puerta cerrándose me despertó.

Asustada los busqué, fui rápidamente a la puerta de la entrada. Sonreí, sentí un gran alivió al ver a Estela ya en casa, pero a la vez estaba molesta por su irresponsabilidad.

—¡Señorita!. Estás no son las horas de llegar a casa—le recalcó, me fijó el reloj de la pared ya casi eran las once de la noche—¡Estela me escuchaste!

Estela tenía el rostro agachado, su mirada perdida en medio de los botones de su abrigo, que trataba de quitarse. Lo colgó en el perchero y me mira. Algo en ella había cambiado, la tristeza nuevamente estaba presente en su hermoso rostro. Lo había notado algunos días atrás ese repentino cambio de humor, su cabello largo no se dejaba ver últimamente como antes, ella lo escondía en un moño despeinado. Sus hermosos ojos verdes ya no tenía ese brillo que siempre lo tuvo desde que nació.

Noto su cansancio, y la veo un poco pálida. Aún así tenia que hacer lo correcto y hacer lo que una madre debe de hacer. Llamarle la atención.

—Te recuerdo que muy pronto cumpliré dieciocho años, seré una adulta ante la sociedad, hasta ahora se muy bien lo que hago. No es necesario que me regañes. No te basta con verme llegar a este lugar todos los días, a este lugar que lamentablemente debo llamar hogar. Estoy cumpliendo el rol de hija que quieres. ¡Estás feliz!

Su mirada fría hacia mi lanzó a mi corazón unas dagas silenciosas, llenas con indiferencia, que enseguida empezaron doler. Lo acepto, yo tenía la culpa por estos momentos incómodos, entre mis hijos y yo, en los últimos años los había abandonado por el trabajo, mi tiempo solo estaba puesto en eso, en trabajar y casi siempre no me hacía un pequeño campo necesario para escucharlos.

Puse como prioridad pagar las deudas, los servicios, el instituto y sobre todo la deuda de nuestra casa. No me di cuenta que los estaba perdiendo. Mi hija me odiaba por la vida que le estaba dando. Una vida demasiado miserable y solitaria.

Estela se acercó a mi tan cerca que sentía su respiración agitada.

—Si realmente te preocuparas por nosotros, no hubieras dejado que él se marchará. ¡No hubieras destruido esta familia!

Empezó a gritar y en pocos segundos se quedó atónita, trague las palabras que pensaba decirle. No tenía el valor de contradecirla.

 ¿Porqué?

 ¿En verdad era la culpable de la infelicidad de mi familia?

—¡Cállate Estela! —la voz de Tomás se escucho detrás de ella, cerró la puerta y se puso enfrente de ambas—aún lo defiendes después de habernos abandonado. Mamá no tiene la culpa de que él se marchara, de que sea un maldito cobarde, deja de pensar en ti, que eres la única que tiene problemas. No la juzgues, porque no eres nadie para tratarla así. ¡Me escuchaste!

Estela se acomodo más cerca de Tomás los dos estaban demasiado cerca retándose con la mirada.

—Y… ¿qué harás?. Me golpearas para descargar la furia que tienes guardado— Estela le toco la frente a Tomás queriendo provocar una pelea —Aunque tu cuerpo esté creciendo y a la vista parezcas un hombre, sabes muy buen que hay un niño con muchos miedos e inseguridades que se esconde detrás de esa estúpida rudeza. ¡Patético!




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