Irene
Hoy me levanté mas temprano que de costumbre. No pude dormir pensado en lo que había pasado horas antes por la discusión que tuve con Estela. En silencio dentro de la cama, me pregunté una y otra vez si de verdad mi hija me odiaba y como podía remediar aquel mal entendido que había entre ambas. Estela ya no tenía cinco o diez años como antes para dar las pases con unas galletas de disculpas. Finalmente decidí ser yo la que daría el primer paso entre ambas, la valiente en admitir que cometió errores, el principal de todos el de no haber compartido más tiempo con ellos a pesar de tenerlos cerca de mi. Era hora de empezar a sincerarnos, de abrir el candado grueso que había dentro de nuestros corazones.
Para mí, el mejor momento y el más apropiado para empezar a charlar como familia, era el desayuno.
Saque mi viejo recetario del cajón de la alacena, busque entre esas hojas una receta, que nos encantaba a los tres. Le di una rápida leída para saber si me faltaba algún ingrediente. Por suerte tenía todo con todos los ingredientes en la alacena. Fui al perchero para alzar mi mandil. Prendí la estufa y recree de nuevo mi invención de años atrás.
En pocos minutos prepare el desayuno, coloque los platos en la mesa y empecé a decorar dentro de ellas, la decoración era simple, consistía en armar un rostro feliz, con huevos fritos que eran los ojos, un pedazo de tocino la boca y la nariz era un pedazo de queso en forma de triángulo. Y no podían faltar las orejas que eran dos trozos de pan recién hechos. Acompañado de un licuado vitamínico a un costado. Un desayuno que a Tomás también le fascinaba.
Escuché unas pisadas deslizarse por las gradas, la primera en asomarse a la cocina fue Estela.
—¡Buenos días cariño!—la observé, pero ella me ignoró fingiendo no haber me escuchado, se acercó a la mesa —¡Happy!. Te acuerdas de nuestro desayuno divertido.
Estela me miró con el ceño fruncido.
—Mamá ya no soy una niña, ya crecí y un simple desayuno no arreglará lo que pasó —recogió su mochila que estaba en la silla y se fue —hoy llegare un poco tarde tengo tarea en grupo, no te preocupes estaré en casa de Susana.
—Te espero para cenar...
Cerro la puerta, y no contestó a mi pregunta, agaché la vista hacia el platillo que amablemente me sonreía.
—¡Happy!—alce la vista, los hermosos ojos verdes de Tomás me observaban —Que bien hoy iré feliz y lleno al instituto.
—¡Hola cariño!. ¿Desayunaras conmigo?
—Claro mamá —se acercó a mí y me dio un fuerte abrazo por detrás de mi espalda —No todos los días te tengo solo para mi— seguido me dio un tierno beso en la mejilla y me ayudo a sentar. Él enseguida se sentó, colocándose al frente mío y empezó a comer.
—Cariño —Tomás levanto la mirada —sabes perfectamente que puedes contar conmigo para lo que sea.
Tomás últimamente se estaba comportando de una mera extraña y había noches que veía que no podía conciliar el sueño, estaba preocupado. Y no sabía porqué, el evadía cada pregunta que le hacía al respecto y solo afirmó con la cabeza lo que a mis preguntas, sujete su mano que estaba en la mesa y la apreté con fuerza.
—Y sabes perfectamente que siempre te amaré y amaré a tu hermana.
—Lo se mamá, también se que quieres a la pesada de Estela —Sonríe —¿Mamá?. Es hora decirle la verdad Estela. Que es adoptada y que la encontraste dentro del contenedor de basura, que por eso no se parece en nada a ti y a mí.
Tomás empezó a reír con la boca llena. Por primera vez no pude acompañarlo con su broma. Lo mire seria.
—Cariño. Cuídala —le volví apretar la mano —Prométeme que siempre cuidarás a tu hermana.
—Mamá— está vez el me sujeto de ambas manos —No me lo tienes que pedir. Yo soy el hombre de esta casa y mi deber es cuidar de ambas — besó mis manos —Y no lo haré porque sea una obligación, siempre las cuidare por que las amo.
Unas lágrimas rebeldes empezaron a salir de mis ojos.
—Tomás recuerda que estoy orgullosa de ti. Mi pequeño hombre en que momento haz crecido tan rápido, en que momento te volviste más alto y fuerte que yo —me seque las lágrimas y respire hondo—Tomás escúchame bien, pase lo que pase siempre estaré a lado de ustedes dos.
Tomás me miró extraño, algo lo incomodaba.
—Mamá, te estás despidiendo de mi. ¿A dónde irás?
Mis palabras de alguna manera sonaban como un adiós, uno muy escondido entre letras. En verdad estaba siendo sincera, le estaba hablando a Tomás desde el corazón, hoy tenía la necesidad enorme de recordarle lo importantes que ellos son en mi vida.
Inspire una gran bocanada de aire.
—No cariño, no me estoy despidiendo son las hormonas sentimentales de mamá que hoy se levantaron de esta manera, vamos termina tú desayuno que llegaras tarde al instituto.
Hay días en que necesitamos decir lo que sentimos, expresar nuestros sentimientos al máximo. Y también hay días en que necesitamos descargar toda esa angustia que llevamos por dentro, decir todo aquello que nos incómoda o nos da miedo. Pero por alguna razón la falta de valentía con la que no contamos, no dejan salir a la luz la mayoría de las veces esas palabras que en su momento necesitabas decir y dejas como siempre que se queden ahí atoradas en la punta de la lengua. Somos seres humanos con el don del habla y lamentablemente no sabemos utilizar ese don. El ser humano también se complica en su manera de expresarse con sus sentimientos, muchas veces no logramos hacer nos entender lo que realmente sentimos en verdad, y erróneamente expresamos lo contrario hacia los demás.
Editado: 13.10.2023