Irene
En todo el horario de trabajo solo pensaba en Estela, sabía dentro de mi que algo le pasaba y estaba dispuesta a verificarlo.
El sonido de la caja registradora de mi compañera me despertó de mis pensamientos. Volví a mirar al frente, un hombre alto y barbudo esperaba que le atendiera, por suerte estaba de buen humor porque no se quejo de mi mala atención. Registre todo sus productos en la caja registradora para luego empacarlos en las bolsas de papel, le di su cambio junto con su factura y con una sonrisa me despedí de él.
—Irene, hoy estas en las nubes. Problemas en el paraíso.—me habló Adela mi compañera de trabajo.
—La vida no sería vida sino tuviéramos problemas, sabes que tenerlos nos da un balance perfecto para nuestra estabilidad emocional.
—No se porque estas aquí Irene. Yo creo que te iría mejor como psicóloga que de cajera de un simple supermercado, tienes una paciencia para escuchar y dar consejos a las personas.
Le sonreí a Adela.
Mi amiga había acertado en lo de ser Psicóloga, cuando aún estaba en el instituto decidí estudiar Psicología, pero no pude entrar a la universidad porque tenía que a cargo mío, una hermosa bebé.
¿Arrepentida de no haber estudiado?
No lo estoy. Pensándolo bien nunca tuve la necesidad de querer detener el tiempo y retroceder años atrás para no cometer errores.
Hasta ahora he pensado en positivo y nunca vi que mis hijos fueran un obstáculo para llegar a ser alguien importante, de tener una profesión. Al contrario ellos fueron el motor principal para que pudiera seguir de pie. Sin ellos yo no sería la Irene que soy ahora, ellos complementan mi vida y sin ellos tendría un vacío enorme que no podría llenar con otros sentimientos.
Hoy de nuevo haré horas extras, una de mis compañeras salió de emergencia, así que solo la cubriré un par de horas más.
El tiempo pasa rápido y sin darme cuenta estoy marcando mi hora de salida, son casi la cinco y media de la tarde. Mi turno en el supermercado acabó.
Algo de dinero extra siempre es bienvenido a mi billetera. Eran casi siete años que trabajaba en el supermercado, en un principio empecé limpiando pasillos y cambiando productos en los estantes los vencidos por nuevos. Poco a poco aprendí a escondidas a utilizar la caja registradora para poder ascender a cajera porque el pago era mejor que las del personal de limpieza. Aún principio el jefe no estaba tan convencido de que sea la persona adecuada para el puesto porque no tenía experiencia, tampoco estudios que me respalden. Por suerte tuve la mejor maestra Vicky.
Vicky fue una de las antiguas cajeras en el supermercado, antes de jubilarse me recomendó ante el jefe para que ocupará su lugar, le dijo que yo era la mejor opción entre todas las postulantes. Aquella mujer a pesar de su edad siempre mostro positiva tenía una sonrisa sincera que te daba confianza. Nunca la olvidaré, como tampoco olvidaré aquellas diversas pelucas que se ponía en el trabajo, mostrándonos aires de juventud por los pasillos del supermercado, fue un gusto haber conocido a alguien tan original como ella.
En un principio no fue fácil dejar a mis hijos en casa aún eran pequeños, pero no había de otra Félix nos había abandonado, y no había dinero para cubrir nuestras necesidades. Así que no tuve otra opción, me armarme de valor para buscar un trabajo. En ese tiempo de desesperación, me di cuenta que fui una tonta por no ser lo suficiente independiente dentro de mi matrimonio, que no debí dejar que mi estabilidad económica solo dependiera de él, de Félix.
Félix trabajaba mucho para que no nos faltará nada en casa, pero todo ese tiempo invertido en el trabajo lo alejo de nosotros y se perdió completamente la niñez de nuestros hijos.
Yo le reclamaba una y otra vez su ausencia, pero fue envano, Félix siempre solucionaba los problemas con silencio. En poco tiempo note que su amor a nosotros desapareció. No solamente era frío e impaciente conmigo, si no también lo era con nuestros hijos.
Poco a poco nuestros labios dejaron de tocarse, y cambiamos nuestros besos por los insultos más fuertes que nosotros, que al final terminaron en posarse en nuestros labios para no irse más. Sus abrazos dejaron de rodear mi cuerpo, en cambio de eso, se acostumbraron a hacer gestos en el aire mostrando su enojo. Su cuerpo dejo de brindarme calor en nuestra cama, de a poco cambio mi calidez por más sábanas separadas y mas tarde optó por comprar otra cama.
La palabra te amo se había evaporado entre nosotros y con más ganas la palabra te odio echo raíz dentro de nuestra relación. Nuestro matrimonio se hundía día tras día en un fango, al que tenia miedo salir.
¿Porqué las heridas de su abandono seguían abiertas y ardían tanto?
Era culpa de los recuerdos.
Aún recordaba su abandono, aún recordaba ese día como si fuera ayer.
Aquel día encontré la marca de un labial en el cuello de su camisa. Le reclame porque lo tenía ahí y la escusa por parte de Félix, fue que su compañera de trabajo se había tropezado con él, que al tratar de sujetarla, sin querer ella apoyo su rostro en su camisa. La furia se apoderó de mi, no logré reconocerme. Enloquecí por completo. Por suerte ese día nuestros hijos no se encontraban en casa. Empecé a arrojar todo lo que veía a mi paso, en una de esas sujete un adorno de la pequeña mesa de noche y se lo arroje a Félix, estaba molesta por todo, sobre todo estaba molesta con él porque ya no era el mismo. Abrí los ojos, lo primero que vi fueron las gotas de sangre que caía una tras otra al piso, levanté la mirada había lastimado a Félix, el adorno que había arrojado lo golpeo en la ceja abriendo en ella una herida. Intente acercarme a él para auxiliar lo, pero el se alejo de mi, dio media vuelta y salió de nuestra habitación sin decir nada. Lo seguí por detrás disculpándome, Félix igual siguió adelante, sujeto su chaleco del perchero y camino directo a la puerta de la calle. Se detuvo un instante de espaldas sujetando la puerta media abierta, me dijo que necesitaba tiempo, que nuestro matrimonio no era lo que realmente quería para él y cerró la puerta.
Editado: 13.10.2023