Septiembre 16, Martes
Ese día, ese día tuvimos una gran discusión con Liss. Jamás habíamos tenido una así, pero ese día logró que me desquitara.
Rodeé la mesa y le jalé del brazo hacia afuera, noté por reflejo a Maxon viniendo detrás de nosotras. Ella no decía nada, sólo iba con una sonrisa.
Cuando estuvimos suficientemente apartadas, le empuje.
Ella levanto una ceja.
— ¿Cuál es tu problema, Lissandre? —vacile.
— ¿Mi problema con qué? —ironizo.
Meneé la cabeza y Maxon estaba a unos pasos de nosotras.
—Siempre debes llamar la atención, ¿no?—la mire—. Siempre debes resaltar...
— ¿Qué dices, Cass? ¿Estás bien?—se río en confusión.
Intento tocarme y le bofeteé la mano.
—Estoy bien, la que no lo está, eres tú.
— ¿Por qué te pones así? —dijo en tono molesto.
—Les dijiste a todos sobre los chicos nuevos...—susurré.
Ella abrió la boca y meneó la cabeza hacia los lados.
— ¿Y?
—Estoy cansada de ti, Liss, siempre he sido tu sombra callada, te burlas de todos y no evitas eso—me crucé de brazos.
—Te has puesto así por unos chicos que ni siquiera conoces...
—No importa eso—apreté los dientes—. Se suponía que no debíamos decirle a nadie.
—Lo sabrían tarde o temprano.
—Ese no es el punto, eres una egoísta, sólo piensas en ti. No te importa a quien lastimas en tu camino hacia el llamado de atención—levante las cejas.
—Te vas arrepentir de lo que dices, Cassandra—me apunto con el dedo.
— ¿Tú crees? Buena suerte en la oficina de la Sra. Ross—me di vuelta y me alejé de ella.
Maxon me miro serio y confuso. Dio un vistazo hacia Liss y suspiro ignorándola.
Al entrar de regreso en la cafetería, mire hacia la esquina dónde solían estar los chicos de intercambio. No estaban ahí.
Exhalé y camine hacia el pasillo, hacia mi locker. Max iba detrás de mí. Me detuve a mitad de camino y me giré hacia él.
—Tranquilo, puedes ir con ella.
Él bajo la cabeza y se acercó.
—Na, tuviste razón en todo lo que le dijiste—asintió.
Las manos me sudaban. Sonó el timbre.
—Ve, yo te alcanzó enseguida—aclaré.
— ¿Sure?—sonrío.
Asentí con los pulgares hacia arriba.
—Bien—me golpeó el hombro y se alejó.
Subí las escaleras hasta la segunda planta, dónde estaba la oficina de la Directora. Su trayecto era por un pasillo frío, parecía oscuro aunque tuviera una fila de bombillas en cada lado.
Me acerque a la puerta, esta se abrió y de ahí dentro, salieron los cinco chicos. Me quede quieta, dura, helada.
Ellos me miraron de reojo a excepción del chico castaño, quien parecía molesto.
Meneé la cabeza y entre a la oficina.
La señora Ross levanto la vista. Era de unos cuarenta y tantos, cabello negro en una coleta bien ajustada, vestía traje y llevaba lentes tal como su hija. Parecía preocupada.
— ¿Señorita Harper? —se acomodó— ¿Puedo ayudarla en algo?
—Sí, yo...—las palabras no salían—. Yo, quiero...—me moje los labios.
Ella frunció el ceño. Sentí un mareo seguido de una punzada al costado. Recordé que no había desayunado bien.
—Los...—la mire y trague grueso—. Lo siento—me largué de ahí tan rápido como pude.
Aceleré el paso, y justo antes que los chicos bajaran las escaleras, alcé la voz.
— ¡Oigan! —me detuve en cuanto voltearon.
Verlos de cerca, me acelero el corazón. Todos tenían ojos claros, menos la chica de cabello violeta que los llevaba marrones. No tenían puestas las capuchas, su tez era mucho más pálida que la mía. Sus miradas eran frías, inferiores, como si a la vez intentaran ser valientes pero tenían miedo.
—Hola—dije sin aliento—. Me llamo Cassandra, pero pueden... pueden decirme Cass o Cassie—moví mis manos para luego meterlas en mis bolsillos. Ellos no decían una palabra, estaban serios—. En fin, quiero pedir disculpas...
Uno de los chicos, de cabello rubio que parecía mayor —era el más alto—, arqueó una ceja.
— ¿Por qué? —su voz era gruesa y rasposa.
Me sorprendió que dijera algo, por lo que abrí los ojos muy grandes.
—Po...porque los juzgaron...—me encogí de hombros con un leve meneo de cabeza.
El chico me miro con discreción de arriba abajo.
—Gracias—hizo un gesto y se marchó con los demás por detrás.
—De na...—mi voz se perdió.
Antes que terminara la hora de clases, me marché. Di una vuelta por el pueblo antes de llegar a casa, seguro mamá haría preguntas si llegaba temprano. Lloviznaba pero muy leve, apenas se sentía. Las calles estaban semi transitadas. La mayoría, trabajaba a las afueras. Aquí no había mucho.
Eran pasadas las seis, cuando llegue a mi casa. Levante la vista y lo que vi, me jodio el día.
— ¡Por Dios, mamá! —grite y corrí hasta la casa— ¿¡Qué carajos haces ahí!?—grité.
Estaba en el techo. Que día más jodido.
— ¡Estoy intentando arreglar la señal...! —me aclaró prendida de la antena que nos proveía servicio de internet.
— ¿Qué mierda...? —me froté la cara— ¡Vas a caer, bájate!
— ¡El wifi no anda, y necesito usarlo!
Vacile con una sonrisa sarcástica.
— ¡El wifi nunca anda! —recalqué—. Si estuvieras más tiempo en casa, lo sabrías—me susurré.
Ella me ignoro y siguió ahí arriba. Zarandeaba la antena de aquí allá.
—Dios...—suspire.
Me lleve las manos a la cintura achicando los ojos para observar lo que hacía. Jamás podría arreglar el internet.
—Cassie, ¿todo bien?—me giré.
—Ah, señor Adam, ¿le presto la escalera a mi mamá otra vez?—él era nuestro vecino de enfrente.
—No, yo no le preste mi escalera a tu mamá—se acercó— ¿Por qué?
Sonreí y señale con mi pulgar hacia arriba.
—Por eso.
Él copio mi postura y negó con la cabeza.
—Voy por mi escalera.
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Editado: 20.11.2021