¿y, si fracaso?

Una acción decisiva

Me aterra el futuro impredecible. 

Estoy en un punto de mi vida, donde tengo que tomar algún camino, el de la izquierda o el de la derecha, y no sé qué hacer. 

 

He decidido abandonar por un tiempo lo que quiero. 

He decidido irme por el camino “seguro”. 

No se puede vivir de lo que amas, no se puede vivir del arte. Escuché por ahí que no es una carrera seria. 

No escucho a mi corazón, sino más bien a mi mente. Es por eso que hice el examen de admisión a la universidad para estudiar pedagogía, “esa sí es una carrera seria”. 

A pesar de no ser la carrera que quiero ejercer, me encuentro muy ansiosa por saber si seré admitida o no. No quiero decepcionar a nadie. 

 

Siento que los demás esperan de mí más de lo que yo les puedo dar, temo no cumplir con sus expectativas. 

Los demás piensan que sí lo voy a pasar porque soy “inteligente”, cosa que no creo que sea cierta. 

Realice mi examen junto con treinta y una personas, tendríamos que haber sido cuarenta personas, pero ocho se ausentaron. ¿Se habrán rendido? Me encontraba sentada junto a la puerta. Era la antepenúltima,la número treinta y nueve. En el aula se podía sentir la tensión a cada minuto que pasaba. El examen daría comienzo a las ocho de la mañana y entre más se acercaba la hora. Mi corazón latía con más fuerza y rapidez, muchos pensamientos me invadieron, y miles de escenarios donde fracasaba, y unos cuantos donde truinfaba, pasaban por mi cabeza. En ese momento era un torbellino de emociones. 

Cuando el reloj marcó las ocho en punto, el examen comenzó. A cada uno nos entregaron un cuadernillo, el cual íbamos a resolver por partes, y una hoja de respuestas. 

El tiempo comenzó a correr, el examen duraría 4 horas. 

Al abrir aquel cuadernillo y comenzar a contestar las primeras preguntas, un ataque de ansiedad decidió asomarse, pero no lo dejó pasar. 

Solo éramos mi conocimiento, mi lápiz grafito, mi borrador y zacapuntas contra todo. Sin embargo, mi borrador se cansó de esa lucha y se calló de mi pupitre a unos cincuenta centímetros lejos de mí, y no podía levantarme a recojerlo, ya que no estaba permitido levantarse de su lugar una vez comenzado el examen.

 

Esa parte que me encontraba resolviendo era la de español y tenía 50 minutos para hacerlo. El tiempo corría tan rápido que me era imposible percibirlo. Al rato, el supervisor nos anunció que solo quedaban 5 minutos para terminar esa parte. Al escucharlo, observé mi hoja de respuestas y me faltaban como diez preguntas que responder. Me puse muy nerviosa ante la situación, así que aplique la del tin marin de dos pingüin, esperando que a lo menos asertara una. Peor era dejar los espacios vacíos, pensé. Y de ese mismo modo resolví la parte de redacción, matemática, e inglés. La mayor parte del tiempo no estaba consciente de lo que hacía, me sentía como si estuviera en automático, lo único que recuerdo son los pensamientos que tuve en dicho momento. Me comparé con mis compañeros de al lado y siendo sincera me sentí tonta y miserable, me sentí tan pequeña e insignificante, observaba cómo ellos respondían rápidamente todo y a mí me costaba mucho, no entendía por qué me sucedía eso, en ese momento era un desastre total. 

 

De un momento a otro el examen acabó, lo cual me hizo sentir con un peso menos. Al salir del aula, mis piernas estaban débiles y se me dificultó un poco bajar las escaleras. Al salir del edificio, me detuve a observar la multitud de personas a mi alrededor; eran demasiadas. Salí de prisa de ese lugar, quería huir de ahí, no me sentía cómoda. 

Al llegar a casa, fui interrogada y traté de contestar de la mejor manera posible, manteniéndome optimista frente a ellos. Cuando por dentro estaba destrozada, intenté mantenerme fuerte; sin embargo , fracasó. Aguantar tanto me hizo hacer algo que realmente odio: llorar en frente de personas. 

 

Un martes por el mediodía me encontraba en terapia con mi psicóloga, la cual, obviamente, me preguntó: ¿cómo te sentiste durante el examen? A lo cual respondí: bien, y comencé a dar detalles de lo vivido; sin embargo, llegó un momento en el cual un nudo se formó en mi garganta. Las palabras se retenían en mi boca, y cuando menos acordé, las lágrimas comenzaron a salir tan rápidamente como si hulleran de algo. Intenté calmarme pero no podía. Lo único que pasaba por mi mente era la idea de huir de ahí, de salir corriendo. Al cabo de unos minutos logré calmarme. 

Acabo la sesión y yo no podía; con la vergüenza que sentía, me arrepentí de todo. Odio sentirme tan débil y minúscula. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 




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