Yatrkia: El Nacimiento de un Villano

Capítulo IV – El Silencio de la Superficie

El túnel se derrumbaba detrás de mí cuando me arrastré por la grieta. La piedra me desgarraba la piel de los brazos y el pecho, cada movimiento era una tortura, pero no me detenía. El aire se volvía más fresco, más ligero. Podía oler la humedad de la tierra, el musgo, y algo que no había sentido en tanto tiempo que casi lo había olvidado: viento.

Empujé con todas mis fuerzas y mi cuerpo emergió a través de la abertura, cayendo de rodillas en el barro. Y allí estaba: el cielo.

Oscuro, cubierto de nubes, pero vasto. Una extensión infinita que me aplastaba con su inmensidad. La luna apenas asomaba entre los pliegues de la tormenta, bañando el bosque cercano en un resplandor frío y metálico. Los árboles se mecían, las ramas crujían como huesos, y el mundo entero respiraba con una vida que el túnel nunca tuvo.

Por un instante, pensé que aquello era hermoso. Luego lo entendí: no era belleza, era vulnerabilidad. La superficie estaba expuesta. A diferencia del encierro subterráneo, aquí todo podía ser reclamado, todo podía ser poseído.

Escuché ruido detrás de mí. La grieta escupió a otros tres esclavos, temblorosos, cubiertos de polvo, con los ojos enrojecidos por el humo. Me miraron como si fuera algo más que humano. No sé si vieron en mí a un monstruo, a un asesino o a un salvador. Quizás las tres cosas.

Uno de ellos cayó de rodillas.

—Gracias… —balbuceó, su voz quebrada—. Si no fuera por ti, todos estaríamos muertos… Tú… tú nos guiaste hacia afuera.

Otro extendió una mano, como buscando apoyo, confianza. Como si creyera que juntos podríamos huir, empezar de nuevo.

Yo los miré. Y en sus palabras entendí el peligro. Testigos. Bocas que podían hablar. Ojos que habían visto lo que hice al monstruo. El túnel podía derrumbarse, la anciana podía desaparecer en el olvido, pero esos tres… ellos llevaban mi secreto en sus gargantas. Y tarde o temprano, lo escupirían.

No podía permitirlo.

Me puse de pie lentamente. Ellos pensaron que iba a ayudarlos. Vi el brillo de esperanza en sus rostros sucios. Y entonces sonreí. Una sonrisa que no contenía nada humano.

—No necesitan agradecerme.

—¿Q-qué? —titubeó uno, alzando la cabeza.

Mi mano ya sostenía una roca afilada. La misma con la que había cavado mi salida. La misma que ahora sería mi sentencia sobre ellos.

El primero ni siquiera gritó. Le hundí la piedra en la garganta, y su sangre salió disparada en un chorro caliente que me bañó la cara. Cayó al barro, pataleando como un cerdo degollado. Los otros dos se quedaron helados, sin comprender, hasta que fue demasiado tarde.

El segundo corrió. O lo intentó. Lo alcancé en tres pasos y lo tiré de espaldas al suelo. Su mirada suplicante me perforó, pero no cambió nada. Le partí el cráneo contra una roca hasta que dejó de moverse, hasta que sus ojos quedaron vidriosos y vacíos.

El último cayó de rodillas, llorando, suplicando.

—¡Por favor! ¡No lo diré! ¡No lo diré! ¡Déjame vivir!

Por un momento lo observé, con su rostro bañado en lágrimas y mocos, un ser reducido a puro miedo. Y entendí que me estaba pidiendo algo imposible: clemencia. Algo que yo ya no poseía.

Lo tomé del cabello y le hundí la piedra en la sien. Su cuerpo se desplomó como un saco vacío.

El silencio regresó. Solo el bosque y yo. Solo mi respiración agitada y el palpitar de mi poder en el pecho, vibrando como un tambor de guerra. Me senté sobre el cadáver más cercano y respiré el aire frío de la noche. Por primera vez, no había cadenas, ni gritos, ni guardias. Solo muerte… y yo.

La superficie estaba abierta ante mí. Inmensa, inexplorada. Y yo era la sombra que la recorrería.

Me levanté. El barro, la sangre y la ceniza me cubrían, pero en mis pasos había firmeza. Ya no era un esclavo. Ya no era un estudiante perdido en un mundo extraño. Ahora era otra cosa. Algo que crecía con cada vida arrancada, con cada secreto enterrado en silencio.

Y mientras la luna me observaba desde lo alto, juré en voz baja, con una certeza que me atravesaba como hierro candente:

—El mundo aprenderá a temer mi nombre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.