Yatrkia: El Nacimiento de un Villano

Capítulo V – El Rostro del Mundo

La primera noche en la superficie fue una agonía que rozaba lo sublime. Había pasado demasiado tiempo en los túneles, donde el aire era polvo y el techo una lápida que me pesaba sobre la cabeza. Allí abajo, los sonidos eran un eco de sufrimiento: cadenas arrastradas, picos golpeando roca, gritos sofocados. Aquí arriba, cada ruido era distinto, pero igualmente salvaje. El viento arrastraba un murmullo de hojas que se mecían como oleadas de cuchillas. Los insectos tejían un coro agudo, constante, como si se rieran de mi debilidad. Y en la distancia, el aullido de una bestia —profundo, cavernoso— me recordó que la libertad era solo otra forma de condena.

Mis pasos eran torpes. Caminaba sin dirección, los pies hundidos en barro y raíces. La luna, pálida y enorme, vigilaba mi andar como un ojo implacable. Cada tanto, me detenía para arrastrar aire por mis pulmones, un aire fresco que sabía a hierro y humedad, que me cortaba la garganta como cuchillas heladas. Había olvidado lo que era respirar así. Y, sin embargo, esa pureza no me trajo alivio. Solo me hizo consciente del vacío en mi estómago. Hambre. Un hambre brutal, corrosiva, que retumbaba en mis entrañas como un tambor de guerra.

Miré mis manos, aún manchadas con la sangre reseca de los esclavos que había matado. Manchas negras bajo la luz de la luna, tatuajes grotescos de mi decisión. Mis uñas estaban astilladas y mis dedos rígidos, pero entre ellos aún latía aquel poder extraño, esa corrupción que se agitaba como una víbora dormida. Era débil, inestable, pero estaba allí. No necesitaba entenderlo todavía. Bastaba con saber que me pertenecía.

Seguí caminando durante horas, guiado solo por el instinto. El bosque se alzó como un muro interminable: troncos retorcidos que parecían columnas, ramas enmarañadas que rozaban mi piel como garras. El suelo estaba cubierto de hojas húmedas que se pegaban a mis pies descalzos, ocultando raíces que me hacían tropezar una y otra vez. Cada caída me arrancaba un gruñido, pero me levantaba siempre, como un animal herido que no acepta rendirse.

El amanecer llegó lento, sangrando desde el horizonte. Primero fue un resplandor anaranjado entre las copas, luego un sol tímido que se asomaba entre las nubes desgarradas. Por primera vez vi el mundo bañado en luz: los verdes eran demasiado vivos, casi hirientes a mis ojos acostumbrados a la penumbra. El cielo era vasto, un océano imposible que me recordaba lo pequeño que era. Y sin embargo, en lugar de temor, sentí ira. ¿Por qué este mundo se desplegaba tan ancho y tan libre mientras yo había sido reducido a un insecto en la oscuridad? ¿Por qué se me había negado esto durante tanto tiempo?

La respuesta era clara: porque el mundo mismo estaba hecho para devorar a los débiles. Y ahora yo no era débil.

Mi cuerpo, sin embargo, no compartía mi convicción. Cada músculo dolía, la garganta estaba seca, y la desesperación del hambre me obligó a buscar entre los arbustos raíces blandas o frutos pequeños. Encontré algunos, de sabor amargo, casi venenoso, que me hicieron vomitar al instante. Me limpié la boca con el dorso de la mano y seguí. No podía seguir así mucho más.

Fue entonces cuando lo escuché: un tintineo metálico, suave pero constante. Como campanas pequeñas sacudidas por el viento. Me detuve, los sentidos tensos, y agudicé el oído. No era el bosque. Era algo más… humano.

Me moví hacia el sonido, arrastrando los pies, ocultándome entre la maleza. El sol ya estaba alto cuando los vi: un grupo de cinco hombres que caminaban por un sendero de tierra, llevando consigo dos carros tirados por mulas. Vestían ropas toscas, de lana y cuero, con espadas cortas colgando de sus cinturas. Mercaderes, tal vez, o cazadores. Hombres libres. Sus rostros estaban curtidos por el viento, la piel áspera de quienes conocen la intemperie, y sus voces resonaban con un tono relajado que solo puede permitirse quien no teme morir.

Me quedé observándolos desde la espesura. El hambre me obligaba a verlos no como hombres, sino como alimento. Carne caliente, sangre corriendo bajo la piel. Imaginé hundir los dientes en sus gargantas, desgarrar sus vísceras, arrancar sus gritos. Pero también los vi como herramientas. Ellos sabían dónde estaba, conocían caminos, pueblos, ciudades. Yo apenas había nacido a este mundo y ya era un extraño. Para conquistarlo, necesitaba comprenderlo primero.

Uno de ellos se separó un poco del grupo y orinó contra un árbol, tarareando una melodía. Yo podría haberlo matado en silencio allí mismo. Una emboscada rápida, un corte en la garganta, y su cuerpo caería al barro sin un ruido. Pero me contuve. No era el momento. Necesitaba algo más que un cadáver. Necesitaba información.

Esperé hasta que se detuvieron junto a un claro para descansar. Las mulas bebían de un arroyo cercano mientras los hombres sacaban pan duro y carne seca de sus alforjas. El olor de la comida me golpeó como una lanza en el vientre. Mis dientes se apretaron con tanta fuerza que sentí un sabor metálico en la lengua. Era insoportable. Tenía que actuar.

Salí de entre los árboles, tambaleándome como un espectro, el cuerpo cubierto de barro y sangre reseca. Los hombres se levantaron de golpe, sorprendidos. Uno de ellos desenvainó la espada, pero no avanzó. Me miraban con una mezcla de repulsión y compasión. Yo debía parecerles un despojo, un niño perdido, un mendigo escapado del infierno.

—¡Eh! —dijo uno, acercándose con cautela—. ¿Qué demonios…? ¿De dónde sales, muchacho?

No respondí. Mi garganta estaba seca, mi mente calculando. Otro sacó un odre de agua y lo agitó frente a mí.

—Tranquilo, no te haremos daño. Bebe. Pareces a punto de caer.

Me acerqué despacio, tambaleante. Dejé que vieran debilidad en mis pasos, que pensaran que estaba indefenso. Tomé el odre con manos temblorosas y bebí con ansias, el agua escurriéndose por mi barbilla, bajando como fuego frío hasta mi estómago. Ellos sonrieron, relajados. Sus guardias internos bajaron. Creyeron que era solo un chico hambriento, perdido. Pobres imbéciles.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.