Yelena Hardy Archivo 1865

CAPITULO 2: LA INTERROGANTE

El motor del auto se detuvo suavemente al fondo de un garaje subterráneo abandonado, en las afueras de Las Vegas. El aire estaba frío, cargado de silencio y polvo.

Yelena apagó las luces y se quedó unos segundos sentada, mirando las dos carpetas sobre el asiento del copiloto.

Archivo 1865.
Archivo 1990.

Las colocó sobre el capó del auto, encendió la linterna de su táctica y respiró hondo. No era la primera vez que robaba documentos clasificados. Pero esta vez no lo hacía por un cliente.

Esta vez lo hacía por ella.

Abrió primero la carpeta más vieja. ARCHIVO 1865.

Dentro encontró páginas mecanografiadas con tinta corrida, bocetos anatómicos, diagramas de cuerpos humanos intervenidos. En el centro, una fotografía desgastada: soldados de la Guerra Civil posando rígidos frente a una bandera.

Uno de ellos tenía una cicatriz vertical en el ojo izquierdo. Bajo su imagen, garabateado a mano, un nombre:

Sebastián Pullman.

Yelena frunció el ceño.

No lo reconocía, pero algo en ese rostro... en su mirada… le resultaba inquietantemente familiar. Había escuchado ese apellido antes. En documentos viejos. En archivos que el “Jefe” no quería que ella revisara.

> “¿Quién eres tú…?” —susurró.

Pasó las hojas rápidamente hasta que una frase captó su atención:

> “El sujeto Pullman muestra signos de regeneración celular no naturales. Su envejecimiento se ha detenido. Se autoriza aislamiento y manipulación emocional para evitar fugas.”

Dejó el documento sobre el capó, atónita.

¿Ese hombre seguía vivo? ¿Su jefe sabía de esto?

Cerró la carpeta. Se sentía demasiado cercana a algo que aún no entendía.

Abrió la segunda.

ARCHIVO 1990.

Una hoja la esperaba, encabezada por un nombre que le heló el alma:

AUTOR: CORONEL JHONATAN HARDY

> “El experimento Ultra Humano ha mutado. Están usando niños. Mi hija está en riesgo. La extraje del complejo, pero no estoy seguro de que sea suficiente. Si esto cae en las manos equivocadas, me buscarán. Yelena… si alguna vez lees esto, perdóname. Lo hice para protegerte.”

Sintió que el mundo se desmoronaba debajo de sus pies. Su mano tembló. El frío no venía de la nieve, sino de una verdad demasiado cercana.

—Papá… —murmuró, con la voz quebrada.

Toda su vida, le habían dicho que su padre murió en un accidente militar. Que no dejó rastros. Pero aquí estaba, en tinta y papel, advirtiéndola desde el pasado.

> ¿Fue realmente el “Jefe” quien la crió desde entonces? ¿O solo alguien que tomó el control cuando su padre desapareció?

De pronto, la tableta táctica que usaba para escanear los documentos vibró con una advertencia:

SEÑAL INTERCEPTADA – FUENTE EXTERNA DETECTADA.

—Mierda… —susurró, guardando ambas carpetas de inmediato.

Apagó las luces del lugar. Tomó su arma.

Pasos comenzaron a sonar desde el nivel superior. Firmes. Metódicos. No eran los de un patrullero cualquiera.

Una voz grave resonó entre el eco del concreto.

—Bonita forma de dejar huella, Hardy.

Emergió una figura desde la oscuridad: armadura negra, visor carmesí. Sobre su hombro, el logo de una calavera estilizada. Lo conocía.

Deadshoot.

—¿Tú? —dijo, con el arma apuntando, sin disparar aún.

—No trabajo para tu jefe, si eso te preocupa —respondió Michael, sin levantar las manos—. Solo sigo las señales del viejo experimento. El que tu padre ayudó a crear… y luego intentó destruir.

Yelena se tensó.

—¿Qué sabes de él?

—Más de lo que quieres oír. Pero no estoy aquí para contarte cuentos. Estoy aquí porque tú abriste una caja que debiste haber dejado cerrada.

Disparó sin más. Yelena esquivó, disparando de vuelta mientras rodaba detrás de un pilar. Era rápido. Preciso. Sabía anticiparse. Como si hubiera entrenado igual que ella.

El combate fue breve, brutal. Yelena lanzó una granada de humo y aprovechó para escabullirse por una salida lateral. Subió al auto secundario. Su respiración era rápida, su mente girando a mil por hora.

Encendió el motor.

Miró las carpetas en el asiento del copiloto. Ya no eran solo evidencia.

Eran su historia.
Su pasado.
Y quizá… su verdadera misión.

Y por primera vez, no iba a cumplir una orden.

Esta vez, iba a romperlas todas.




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