Laboratorio subterráneo – Instalaciones Proyecto U
El humo seguía colgando en el aire como una niebla tóxica. El calor de los casquillos recién disparados quemaba contra las botas de Yelena mientras su respiración se mezclaba con el olor acre de pólvora.
Un ruido metálico, seco, anunció la llegada de otro escuadrón desde el ducto superior. Eran ocho. Moviéndose como un solo organismo, sincronizados, rifles de pulso listos para disparar.
—¡Flanco izquierdo! —gritó Jhonatan, lanzando tres ráfagas que iluminaron el pasillo.
Yelena rodó por el suelo, disparando con precisión a dos enemigos que intentaban rodearlos. Sus movimientos eran rápidos, calculados… pero su mente iba más rápido aún, analizando la escena.
—No quieren matarnos —dijo entre disparos—. Nos están conteniendo.
—O lo que quede de nosotros —respondió Jhonatan, sin dejar de disparar.
Una explosión controlada sacudió el pasillo contiguo. El techo crujió como si fuera a colapsar. Yelena, aprovechando la distracción, abrió su mochila y liberó un dron táctico que se elevó con un zumbido agudo. La proyección tridimensional del complejo apareció sobre su brazo.
—Túnel de mantenimiento, ala oeste. Sale al exterior —informó, sin apartar la vista.
Jhonatan asintió y sacó un pequeño detonador.
—Que tengan algo en qué pensar.
Presionó el botón. Tres detonaciones retumbaron en la entrada principal, lanzando una lluvia de escombros.
—¡Ahora! —ordenó.
Ambos se lanzaron por la puerta lateral, envueltos en humo y polvo.
Sala de control móvil – Camión blindado de Pullman, exterior del complejo
En la penumbra de la sala de mando, el “Protocolo Y-19” parpadeaba en rojo en la pantalla. Michael observaba la información con gesto impenetrable.
Un técnico se acercó, nervioso.
—Rastreador genético de Yelena activo. Tenemos su ubicación.
Michael cerró el monitor con un clic.
—No hace falta seguirla.
El técnico frunció el ceño.
—¿No? ¿Qué hacemos entonces?
Michael avanzó hacia la salida.
—Decirle a Pullman que se prepare para recibirla.
—¿A ella?
Michael se detuvo, sin volverse.
—A los dos. Ella no vendrá sola.
Bosque nevado – Afueras de Denver, 40 minutos después
El aire helado mordía la piel. Yelena y Jhonatan se refugiaban bajo una formación rocosa, junto a una fogata improvisada cuyo humo se mezclaba con la niebla. Las armas, limpias. Las heridas, vendadas.
Yelena hojeaba una libreta con sello gubernamental. Páginas llenas de informes, diagramas… y una en particular, marcada en rojo:
> Y-19: Código genético inestable. Paciente presenta integración total del orbe negro. Estado: no replicable. Potencial destructivo: extremo.
Alzó la vista, clavando la mirada en su padre.
—¿Qué es el Protocolo Y-19, papá?
Jhonatan se tensó. Su silencio pesó más que cualquier respuesta inmediata.
—Tú —dijo por fin—. Tú eres el Protocolo Y-19.
El mundo pareció vaciarse de sonido.
—¿Qué?
—Eras el experimento final. El orbe negro fue diseñado para integrarse a un único organismo… y ese organismo fuiste tú. Desde antes de nacer.
—¿Y eso qué significa?
—Significa que si Pullman activa el Núcleo en Houston y tú estás cerca… el orbe liberará toda su energía. No solo destruirá la ciudad. Podría reiniciar el patrón genético humano.
Yelena se puso de pie de golpe, los ojos llenos de furia.
—¿Me estás diciendo que soy una bomba?
—No —replicó Jhonatan, levantándose también—. Eres la llave. Y Pullman ya tiene la cerradura.
Un silencio cortante se instaló entre ellos.
—Tenemos que llegar a Houston antes que él —dijo ella.
—No irán solos —interrumpió una tercera voz.
Ambos giraron, armas listas.
Entre los árboles apareció Michael, con las manos en alto, sin armas.
—Tranquilos. No vengo a pelear. Vengo a cambiar de bando.
Jhonatan apretó la mandíbula.
—¿Por qué deberíamos creerte?
Michael miró directamente a Yelena.
—Porque en 48 horas, Pullman sacrificará medio millón de personas. Y tú serás el medio.
—¿Y tú?
—Yo fui el arma anterior. El prototipo fallido. Si no detengo esto… seré solo otro monstruo más en su cadena.
Houston – Instalaciones del Núcleo
En una sala subterránea, el orbe negro flotaba dentro de un campo de energía. Cables lo unían a un reactor que pulsaba en tonos cian, enviando destellos rítmicos por la estancia.
En lo alto, desde una plataforma de cristal, Sebastián Pullman observaba como si contemplara una obra maestra.
—Inicien la cuenta regresiva —ordenó en un susurro.
T–36 HORAS
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Editado: 10.08.2025