Carretera interestatal 25 – En ruta a Houston — T–30 horas
La autopista se extendía como una cicatriz negra bajo un cielo de plomo. El viento arrastraba polvo sobre el asfalto, y la camioneta robada devoraba kilómetros con el rugido cansado de su motor.
Dentro, el aire era tan denso como el humo tras un tiroteo. El traqueteo de la carrocería marcaba un ritmo incómodo.
Yelena, al volante, mantenía la mirada fija en el horizonte. Sus manos tensas sobre el timón parecían soldadas al cuero gastado. Jhonatan, en el asiento del copiloto, repasaba un mapa militar digital en una tableta agrietada. Detrás, Michael observaba en silencio… hasta que habló.
—Tienes su misma forma de conducir —comentó, con una media sonrisa hacia Jhonatan.
—Si quieres conservar los dientes, cállate —respondió Yelena, sin apartar la vista.
Michael arqueó una ceja, divertido.
—Al menos hablaste. Progreso.
Jhonatan no compartía la gracia.
—¿Por qué estás aquí, Michael? ¿Por redención? ¿Por culpa?
Michael negó, con una calma que parecía calculada.
—Por estrategia. Pullman está a punto de activar el Núcleo. Y, aunque me odien, saben que soy el único que conoce su diseño por dentro.
Jhonatan bufó.
—También conoces sus métodos. Y su lista de traiciones.
Michael lo sostuvo con la mirada.
—Y precisamente por eso estoy aquí. Sé lo que es ser tratado como una herramienta… como lo hizo con ella.
Yelena frunció el ceño, sin dejar de mirar la carretera.
—¿Qué más sabes de mí que yo no sepa?
Hubo un instante en que Michael bajó la guardia.
—Fuiste la pieza final. Desde tu nacimiento, te criaron sin que lo supieras para albergar el núcleo genético del Proyecto U. El orbe negro no es solo energía… es un fragmento biológico. Y tu ADN es su detonador.
—¿Y si se activa? —preguntó Yelena, casi sin voz.
—Reescribe la biología. En teoría, podría rediseñar la especie humana. En la práctica… podría borrar toda forma de vida que no sea compatible contigo.
El silencio llenó la camioneta.
—Por eso Pullman te quiere cerca del Núcleo —añadió—. Sin ti, el protocolo es inútil.
Jhonatan apretó los dientes.
—¿Y tú ayudaste a diseñar esto?
Michael asintió, sin orgullo.
—Sí. Y también creé la única forma de detenerlo: un cortador genético de onda inversa. Está en el servidor del Núcleo, pero para acceder… necesitamos llegar al centro de comando. Y solo Yelena puede abrirlo.
—¿Por qué solo yo? —preguntó ella.
—Porque solo tú llevas el código maestro en la sangre.
Motel abandonado – Afueras de Amarillo — Parada táctica
La noche había caído, espesa y fría. La habitación estaba a medio derruir, con paredes descascaradas y un techo que filtraba el viento. El trío improvisó un cuartel: Jhonatan montaba un fusil personalizado, Michael repasaba planos satelitales y Yelena… simplemente pensaba.
Jhonatan dejó el arma a un lado y se acercó.
—No tienes que hacerlo sola.
Ella lo miró, con una mezcla de cansancio y determinación.
—¿Y qué otra opción hay? Me hicieron para esto. Soy una llave… no una hija.
Jhonatan se arrodilló frente a ella.
—Puede que te hayan creado como arma. Pero yo te crié como persona. Pase lo que pase, eres mi hija. Eso no te lo quita nadie.
Yelena bajó la mirada. Algo dentro de ella se aflojó, como un nudo que llevaba años apretando. Y esa grieta… no era debilidad, sino verdad.
—Vamos a terminarlo —dijo al fin—. Pero lo haremos juntos.
Interior del Núcleo – Houston
La sala subterránea parecía el corazón de una máquina viva. El orbe negro flotaba suspendido dentro de un campo de energía que destellaba en pulsos cian, conectando con un reactor que vibraba como si tuviera pulso propio.
Sebastián Pullman estaba allí, envuelto en un traje híbrido entre armadura táctica y conectores biomecánicos que lo enlazaban al sistema. A sus espaldas, decenas de técnicos introducían comandos en paneles donde el código mutaba como un organismo digital.
Una científica se acercó, nerviosa.
—Señor… la señal genética se aproxima. El protocolo Y-19 se está activando de forma espontánea. Ella viene hacia aquí.
Pullman sonrió, tranquilo, como quien observa un plan desarrollarse solo.
—Que venga. Lo que no sabe… es que la llave ya no controla la cerradura.
Su mirada se endureció.
—La cerradura… la controla a ella.
En la pantalla principal, la cuenta regresiva parpadeó:
T–18 HORAS