Yisus: El Caso De La Mansión Blackwood.

Capítulo 20: Los Herederos Estelares.

El silencio se apoderó del refugio después de las palabras de mi hijo. Todos miramos hacia arriba, como si pudiéramos ver a través de los metros de tierra y roca que nos separaban del cielo. Yisus—mi hijo que ahora parecía mayor que yo—permanecía con los ojos cerrados, como si estuviera escuchando una melodía que solo él podía oír.

"—¿Quiénes vienen?—" pregunté, acercándome a él con cautela.

Abrió los ojos, y por un momento vi no a mi hijo, sino a alguien—o algo—mucho más antiguo. "—Los hijos de las estrellas—respondió—. Los que sembraron la semilla de Mcina—."

Clara cayó de rodillas, no por debilidad, sino por reconocimiento. "—Los creadores—susurró—. Ellos son reales—."

Mientras ayudaba a Clara a levantarse, Alexander activó los monitores de superficie. Las imágenes nos mostraron una flota de naves que parecían hechas de luz solidificada, descendiendo sobre la mansión Blackwood como ángeles de un apocalipsis tecnológico.

"—Dios mío—murmuró Elara—. Mcina no era humana—."

Yisus asintió lentamente. "—Era una hibridación—explicó—. La primera exitosa entre su especie y la nuestra—."

La revelación nos dejó sin aliento. Toda la tecnología, los inventos, la modificación genética—todo provenía de una civilización avanzada que había estado observándonos desde hace siglos.

"—¿Por qué?—pregunté—. ¿Por qué elegirnos?—"

"—No fue elección—respondió Yisus—. Fue herencia—."

Nos explicó que la civilización de Mcina estaba muriendo—una raza antigua que había agotado su capacidad de evolucionar. Vinieron a la Tierra no como conquistadores, sino como refugiados genéticos, buscando fusionar su esencia con la nuestra para sobrevivir.

"—Mcina fue su mayor éxito—continuó Yisus—. Y su mayor fracaso—."

Elara tomó la mano de nuestro hijo—ahora un hombre—con ternura. "—¿Por qué fracaso?—"

"—Porque amó demasiado a la humanidad—dijo una voz detrás de nosotros—. Y nos traicionó—."

Giramos para encontrar a Vance en la entrada, pero no era el Vance que recordábamos. Su forma humana se desvanecía, revelando una figura de luz pura con ojos que contenían galaxias enteras.

"—Eras uno de ellos—susurró Clara—. Todo el tiempo—."

Vance—o lo que fuera—asintió. "—El vigilante—dijo—. Enviado para asegurar que el experimento siguiera su curso—."

Pero Mcina se había rebelado. En lugar de preparar a la humanidad para la asimilación, nos había dado las herramientas para elegir nuestro propio destino—la octava llave, la semilla genética, todo diseñado para que pudiéramos defendernos.

"—Por eso querías la semilla—entendí—. Para completar la misión original—."

Vance extendió una mano luminosa. "—No tiene que ser doloroso—dijo—. Pueden unirse a nosotros voluntariamente—."

Fue entonces cuando los herederos estelares se materializaron en nuestro refugio—no como invasores, sino como espectros de luz que resonaban con una tristeza milenaria.

Uno de ellos se dirigió a Yisus. "—Hijo de la promesa—dijo—. Tienes la sangre de los fundadores—. Ayúdanos a encontrar un camino diferente—."

Mi hijo miró primero a Vance, luego a los recién llegados, y finalmente a nosotros—su familia humana.

"—Mcina les dio una elección—dijo Yisus—. Ahora yo se las devuelvo—."

Con un gesto, proyectó hologramas de la Tierra—no de su belleza, sino de su resistencia: niños riendo, amaneceres sobre ciudades devastadas, gente común haciendo cosas extraordinarias.

"—Esto es lo que Mcina amó—dijo—. Esto es lo que vale la pena salvar—."

Los herederos estelares parecieron conmoverse. Sus formas luminosas fluctuaron, mostrando por primera vez incertidumbre.

"—No podemos volver atrás—dijo uno—. Nuestro mundo está muerto—."

"—Entonces quédense—ofreció Elara—. Pero como iguales, no como amos—."

La propuesta era audaz—una coexistencia pacífica entre dos especies que podrían complementarse perfectamente.

Pero Vance no estaba de acuerdo. "—¡Traición!—gritó—. ¡Los humanos son imperfectos! ¡Son caóticos!—"

"—Por eso son perfectos—respondió uno de los herederos—. Nosotros perdimos nuestro caos—. Perdimos nuestra capacidad de sorprendernos—."

Mientras este diálogo cósmico ocurría, noté que Yisus palidecía. El uso de sus nuevos poderos lo estaba debilitando rápidamente.

"—El precio—susurró—. Mcina lo sabía—."

Corrí hacia él mientras comenzaba a colapsar. Al tocarlo, sentí una descarga—una visión de miles de futuros posibles, todos dependiendo de la decisión que tomaríamos en ese momento.

En la visión, vi que Vance tenía razón en una cosa—la coexistencia sería difícil. Pero también vi que valía la pena intentarlo.

Los herederos estelares se acercaron a Yisus. "—Podemos estabilizarlo—dijo uno—. Pero requerirá que uno de nosotros se funda con él—."

Sin hesitation, me interpuse. "—Tómeme a mí—. Yo soy su padre—."

Pero fue Clara quien dio un paso al frente. "—No—dijo—. Debe ser yo—. Llevo la sangre de Mcina—. La conexión será más estable—."

Antes de que pudiéramos detenerla, Clara se fundió con uno de los seres de luz—un acto de sacrificio que nos dejó mudos de asombro.

Cuando la luz se disipó, Yisus estaba estable—y Clara había cambiado para siempre. Ahora brillaba con una suave luz interior, y sus ojos mostraban la sabiduría de dos especies.

"—El puente—susurró—. Así me llamarán—."

Con Clara como enlace, los herederos estelares aceptaron la propuesta de coexistencia. Pero el peligro no había terminado.

Vance, al ver su misión fracasar, decidió que si no podía tener la Tierra, nadie la tendría. Activó un dispositivo que comenzó a destrozar la realidad misma—un fracaso deliberado del viaje en el tiempo que amenazaba con deshacer el tejido del universo.

"—¡El Cronos!—gritó Alexander—. ¡Está usando el Cronos para destruirlo todo!—"

Yisus, con sus nuevos poderes, intentó contener la catástrofe, pero la energía era demasiado grande. "—¡Necesitamos las otras llaves!—gritó—. ¡Las siete llaves restantes!—"




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