Estábamos caminando a la orilla del malecón, se podía ver el mar de donde nos encontrábamos y la brisa chocaba contra mi rostro y me alegraba sentirlo, volteé a mirarlo por milésima vez y solo podía apreciar el ancho de su espalda, y llegué a la conclusión que ese hombre era muy sexy.
Al darme cuenta del rumbo de mis pensamientos negué y me di unos toquecitos en la punta de la nariz.
–¿Hace cuánto vives por aquí? – volteó a mirar el mar – Disculpa si te he hecho caminar, pero me gusta hacerlo cuando tengo una buena compañía – me miró.
Volteé mi vista al horizonte para que no notara el rubor sobre mis mejillas.
–He vivido lo suficiente por aquí para saber que no es lo primero que un turista quisiera conocer – recalqué la palabra turista y eso lo hizo soltar una leve risa – Al menos no al principio de su paseo.
–Me has atrapado. – se cruzó de brazos – No soy un turista, estoy aquí por negocios. – suspiró – Sígueme.
Seguíamos caminando, pero esta vez a una velocidad pausada, cruzamos un pequeño puente y al caminar un poco más nos chocamos con mesas al aire libre de una pequeña plazuela, Alex volteó a sonreírme e indicó que me sentara en una de ellas.
–Espera aquí, ya regreso.
Se fue hacia el pequeño quiosco de color blanco en una esquina del parque, para hacer el pedido, al menos es lo que quiero pensar ya que ni siquiera me preguntó lo que quería. Me pierdo en la vista majestuosa que hay al frente de mí, se podía ver la panamericana y al otro lado el mar, y en medio de ese un restaurante muy lujoso, que casi nadie se podía dar el lujo de entrar; suspiré, el solo pensar que algún día podría ir e invitarles a mis padres en ese lujoso lugar.
–Volví – levanté mi rostro y me sonrió – Espero no te incomode, pero me vi en el atrevimiento de hacer la orden por ti.
–No te preocupes – le sonrío – Confiaré en tu elección.
No sabía que decir, ni como actuar, estaba tan nerviosa y no dejaba de chocar mis uñas contra la mesa, pero no podía soportar estar callada, no era lo mío y tenía que buscar un tema de conversación antes de que entre en un colapso por los nervios y lo que se me vino a la mente es lo que me estuve preguntando desde que acepté.
–¿Por qué no dan tus datos personales o al menos tu número a la persona que…
–Porque yo no lo quiero así, soy un hombre de negocios por lo que me conlleva a ser muy cuidadoso con mi identidad.
–No tiene sentido – le recrimino – Si eres tan cuidadoso, entonces… –simulo pensar – ¿Por qué haces que una estudiante de universidad sea tu guía por una ciudad que ya conoces?
Traen el pedido e interrumpen su respuesta, lo primero que noto es la peculiaridad del vaso donde viene la bebida, estaba en una botella de vidrio con un lazo rojo en el cuello de esta, la cañita era de color rojo y blanco acompañado de un pancakes en forma de corazón con relleno de frutas frescas y Nutella, a él le pusieron lo mismo con la única diferencia que él tenía una torta de pollo y al ver su plato mi boca se hizo agua, tenía una debilidad por las comidas saladas.
Cuando el mesero se había marchado Alex me sonrió y me invitó a darle un bocado a mi comida.
–Sé que no es un desayuno prometedor, pero hay que tener el estómago lleno.
Sonreí ante sus palabras, si él suspira que lo que estaba desayunando en estos momentos era un festín para mi paladar.
–No me respondiste – hablé después de probar mi batido.
–Es una pregunta que no tiene respuesta.
–Si la tiene – fruncí mi ceño – Solo que no lo quieres decir porque te avergüenza.
Intenté chincharlo, pero solo provocó que se riera, me metí una fresa con nutella a la boca y eso hizo que me mirara fijamente, su intensa mirada hizo que bajara la mía y siguiera comiendo en silencio, después de un rato trajeron un plato con huevos revueltos, unas tostadas y tocino al costado, era una presentación exquisita que no quería que se lo comiesen para no perder la presentación.
–Eso es para ti, asegúrate de comerlo todo – sacó su teléfono – Has comido mucho dulce y un poco de sal te sentará bien.
–No soy una niña – murmuré.
–No lo eres, pero te comportas como una – habló sin quitarle la vista a su teléfono.
Comí con mala gana hasta no dejar nada en mi plato, enojarme me abría el apetito demasiado y este era un gran ejemplo, acerqué el batido y puse la cañita entre mis labios sin dejar de mirarlo; frunció el ceño y se acomodó en una postura recta en la silla.
Alzó su mirada y yo no quite la mía, sus ojos se achinaron mostrando una sonrisa.
Me incomodaba que estuviera más concentrado en su teléfono, pero no podía decirle nada.
–Disculpa.
–No te disculpes por algo que no tiene importancia – alcé mis hombros.
–No es eso, si hay importancia porque no quiero malograr el desayuno.
–Muy tarde tu reacción.
Intentó guardar su teléfono, pero este comenzó a sonar, indicando que había una llamada entrante. Me dedicó una sonrisa de disculpa, pero esta se desaparece al momento que ve el nombre de la persona que le está llamando.
–¿Terminaste? – pregunta, intentado cambiar la expresión de su rostro, pero le es imposible hacerlo.
–Si, estuvo delicioso – trato de aligerar el ambiente.
–Es hora de irnos.
Regresamos al auto y no dice nada, el silencio me impacienta y la lengua me pica por hablar, intento entretenerme en mi teléfono, pero nada funciona, nada me distrae y termino haciendo lo que dije que no haría.
–No puedo estar en silencio – se ríe. – ¿A dónde vamos?
–Me estaba preguntando cuanto duraría el silencio. – volteo a mirarlo – Quiero que me acompañes a una reunión con unos socios, solo serán cinco minutos.
–No vengo vestida para la ocasión.
–Tampoco yo, pero créeme que eso no será necesario.
Pisa el acelerador y el viaje se torna cómodo, hablando cosas mínimas y con algunos chites por su parte; nos estacionamos en una zona privada, al parecer era una mansión y había muchos autos de últimos modelos y mi camioneta a su lado era una chatarrería pasada de moda, pero no me avergonzaba, fue un regalo de mis padres y lo apreciaba demasiado.