Yo soy William Browne

Primera cita

No miento con lo que dije antes, pero la historia de la ida al cine sin la silla de ruedas fue meses después del día en que nos conocimos, antes de eso hicimos un montón de cosas memorables.

Como por ejemplo la primera cita, no sé si llamarlo cita, bueno, Miranda dijo cita.

Efectivamente fui ese sábado a su casa, en la tarde, su mamá que aún se acordaba de mi, me recibió muy bien, tanto que daba miedo, pero no en el sentido de que daba miedo su trato, daba miedo en el sentido de que parecía como si no vinieran muy seguido a visitar a Miranda.

En fin, ese día fue genial. Aprendí muchísimo de su forma de encarar al mundo y nuevamente rectifiqué la admiración que sentía hacia ella desde el primer momento, por como alguien con su discapacidad se traga el mundo sin berrinches, creo que sentí vergüenza de mi mismo, no se si ese sea la palabra correcta, pero sentí un algo que me hizo apenarme porque aún con su problema, era feliz, a diferencia mía, que sin problemas tan grandes como eso, no lo era, pero acá también se aplica lo que dije en alguna parte de los capítulos anteriores, cada uno es un mundo a parte (o más o menos así era).

Algo loquísimo pasó aquella vez, y es que estábamos sentados conversando cuando la luz del sol nos daba directamente, entonces ella propuso irnos al patio trasero de una manera que no entendí al principio, pero lo loco fue que esa vez fue la primera en la que, estando conmigo, no quería usar su silla, en cambio me pidió que la cargara.

–Bueno y básicamente esa es toda la historia –dijo.

Acababa de contarme una historia de cuando fueron de viaje a otra ciudad y lo caótico que fue.

–Will, quiero acostarme.

–Eh, pues sí yo creo que ya se me pasó la hora, debes estar cansada –contesté. Y es que lo entendí como una señal de que ya tenía que irme, pero no era así.

–No me refiero a eso, es decir, no te obligo a que te quedes claro, pero me refería a que quería acostarme en el césped, el sol nos está dando y atrás de casa siempre es un buen lugar a esta hora del día. Mamá me ayuda con ello…

–Bueno voy por ella y…

–No –dijo riéndose–. Tú Will, ayúdame tú.

Solo en ese momento entendí lo que quería decirme, en verdad que era lerdo.

Entonces la ayudé, tenía mucha vergüenza pero no había de otra, la alcé fuertemente y ella se sujetó de mi cuello, fui a dejarla en un lugar del patio mínimamente vacía de plantas y cuando la quise bajar ella no se soltó.

Tardé en entender, casi le pregunté si no le gustaba ese lugar, pero entendí finalmente lo que quería decirme, entonces me recosté a su lado, y nos quedamos miramos las nubes y sus formas, muchas sin sentido, pero otras con ligeras formas de animales deformes.

Hablamos un montón más, de muchas cosas. Ella tenía muchísimas cosas que contar como si las estuviera guardando en su memoria para sacarlas todas en un momento oportuno, y creo que ese fue el momento, porque de principio a fin, y lo digo literalmente, en ningún momento se quedo sin algo que contar.

Cuando llegó el momento de irme, nuevamente la alcé, pero esa vez me sentía tranquilo, en confianza, quería llevarla a su silla que la dejamos en frente, yendo por el costado de la casa, pero me dijo que no hacía falta, asique pasamos por dentro de la casa y de paso me despedí de su mamá, no creí que sentiría vergüenza de ello hasta que me vio cargándola, pero supongo que era una "vergüenza sana", llegando al frente la dejé en su silla y me acompañó hasta el portón.

Y entonces, ya en frente, me dijo algo que superaría toda la magia que sentí en el día, ella…, y les juro que me emociona recordárlo mientras lo escribo. Ella me dijo: “Gracias por ser mi nuevo amigo, hace mucho nadie venía a visitarme y… me alegraste como no tienes idea”

Yo no le dije nada especial más que un “gracias a ti también Miranda”.

"Willian por qué no le dijiste nada más", siempre suena eso en mi mente, por más que fue algo pasajero, algo que enmendé, esos son momentos que no se repiten, y una enmienda cubre el hecho, pero el hecho en sí es único, se hace una vez y no se cambia, pero en ese instante no me salían las palabras, porque yo, que no me consideraba capaz, o importante para alguien, sin nadie (al menos ajeno a la familia) que me necesite, en ese entonces sentí que el ser como soy y nada más, hizo feliz a alguien. Por dentro estaba sintiendo un montón de cosas, las palabras bien dichas hacen tan feliz a alguien.

Al seguir mi camino, inevitablemente me puse a llorar, finalmente sentí que mi vida tenía esperanzas de mejorar, ella lo mejoró, y sentí que otra sombra abandonaba mi cuerpo.




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