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Temo por lo que vaya a ocurrir mañana.
No puedo simplemente cerrar los ojos y esperar por un plácido sueño que, sé con certeza, nunca llegará.
No es la primera vez que paso por esto, pero eso no hace que sea más fácil de llevar. ¿Por qué todos piensan lo contrario? ¿Saben que siento sus ojos en mí? ¿Saben que siempre los escucho cuando soy el tema de conversación? No son sutiles, deben saberlo.
No es suficiente, nunca lo es. Todo, lo que hasta hace unas horas era conocimiento sólido, empieza a desmoronarse. Para cuando salga el sol no quedará nada. Siempre es lo mismo. No es algo que quiera, pero tampoco lo puedo evitar.
Se los diré, por supuesto. Y ellos, superficialmente me escucharán. Me animarán a su modo. Dirán que no debería dudar de mí, que todo estará bien. Protestaré, pero sólo terminarán diciéndome “Tranquila. Tú puedes.”
Pero… ¿puedo? ¿Qué es lo que realmente puedo hacer? Es claro que no es lo que quiero.
Todo parece resumirse a una competencia. Y soy la última en la carretera. Es asfixiante, pero es la verdad.
La verdad con la que he crecido. La que ha sido introducida sin ceremonias como mi meta por alcanzar. Y puede que lo sea, se ha vuelto cierto.
¿Universidad? Sí, suena bien. Suena correcto. Pero no es mi sueño.
No hay magia en la idea de ello. No hay colores. Es incierto. Y lo que es peor, no soy capaz de hacerlo.
Me apago con cada intento. Me pierdo conforme pasa el tiempo. Y estoy tan cansada.
¿Cuándo terminará todo esto?
Puedo oír los pasos de mi madre subiendo la escalera. Ya es ‘hoy’.
Escucho el familiar golpe de la puerta y, de nuevo, estoy frente a mi eterno verdugo: Expectativas.
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