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—Oscar, ¿¡realmente no vendrás!? —me gritó Marco por cuarta vez.
—No —respondí—. Hay quienes nos preocupamos por mantener el ponderado. —enfaticé.
—Amigo, vive un poco más. Sólo los losers se perderán el partido, como Tonny. —Se burló.
—No insistas, no cambiaré de opinión. —Estaba cansado. Sólo quería que me dejara en paz y tomar el autobús a casa. ¡Cada minuto en semana de finales era importante!
Para alegría mía, Marco pareció resignarse y se fue negando con la cabeza en mi dirección.
Al llegar a casa, almorcé lo más rápido que pude evitando atorar con cada bocado.
Y luego, fue momento de empezar.
Algo no andaba bien. Nunca me había pasado esto.
Llevaba más de dos horas leyendo, haciendo resúmenes, explicándome los conceptos y ejemplificando todo. Sin embargo, cada vez que hacía un repaso a lo ya revisado, mi mente no proporcionaba nada. ¡Qué demonios! ¡No había logrado pasar del primer capítulo del temario! ¡Y tenía siete más por delante!
Salí a la cocina. Quizá después de un pequeño refrigerio volvería a entrar en forma.
No fue así.
Pasaron otras dos horas y nada mejoró. Al contrario, empecé a sentirme estresado y frustrado. Afuera ya había empezado a oscurecer. ¡Joder! ¡Estaba contra el tiempo!
Mi teléfono vibró. Lo ignoré. Volvió a vibrar un par de veces más.
De mal humor lo tomé para apagarlo, pero me detuve al ver las notificaciones.
Eran de Marco. ¡Qué rayos! ¡Me había etiquetado en varias fotos! “Lo que te estas perdiendo” Escribió en la última de ellas.
Apagué el teléfono.
Ellos estaban en el partido de mi equipo favorito. Y sí, siendo sincero, quería ir. Pero mis estudios eran primero.
Prefería quemar mis neuronas toda una tarde y obtener una nota fruto de mi esfuerzo a comprar el examen. No haría trampa.
Porque era por eso que ellos podían estar tranquilos divirtiéndose el día antes a un examen final. Habían logrado que el asistente del profesor les pasara la prueba.
¡Ellos pasarían y obtendrían una nota perfecta en el examen sin el mínimo esfuerzo! ¡Y yo, que estaba luchando por darlo todo e invirtiendo mi tiempo, con suerte y aprobaría! ¡No era justo!
Estaba molesto.
Sabía que estas cosas solían suceder. Mis primos habían compartido sus experiencias universitarias conmigo. Pero nunca antes lo había tomado personal, como ahora.
La idea de alertar al profesor llegó a mi mente. Sin embargo, la descarté de inmediato, no sería un soplón.
Por lo menos, ya había identificado el ‘problema’. El pensamiento de ‘injusticia’ en mi mente había estado nublando mi concentración.
Suspiré. Tenía que seguir estudiando.
Al día siguiente, contra todo pronóstico, resultó ser un gran día para mí.
El examen terminó antes de lo esperado.
El profesor había tomado la palabra para explicarnos e informar que sólo dos habían aprobado.
No podríamos haberlo imaginado.
Se resumió en nuestra decisión de hacer trampa o no.
Si me preguntas, fue la mejor manera de evaluar lo aprendido en el curso de ética.
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