Your face

Episodio 2

 

 

Este día ha sido agotador. Me dormí a las 3:51 am y mi alarma sonó exactamente a las 4:10 am. Tengo cierta tendencia al masoquismo. No padezco ningún trastorno de sueño, simplemente hago cosas cuando se supone que debo estar dormida. Mi adicción a los cómics comenzaba a volverse perjudicial.

Llegué a la escuela a eso de las 6:13 de la mañana y, oh, me recibió una desagradable sorpresa; la hora de entrada había cambiado a las 8:00. Maldije a todos los que pudieron haberme advertido y a mi misma puesto que de no haber faltado el día anterior me habría ahorrado el disgusto, también habría agregado dos horas más a mi muy limitado tiempo para dormir.

Aunque no fue tan malo. Me sorprendió encontrarme con un compañero de clases que había tenido la misma equivocación de no estar al tanto de los horarios. Se sintió bonito la verdad.

No hicimos otra cosa además de estar sentados hablando sobre nada especialmente interesante e ir de aquí para allá para matar el tiempo. Y así, transcurrió una hora y luego otra; a las 8:15 empezaron a llegar los demás, me sentí aliviada porque ya comenzaba a estar muy incómoda. No sé a qué se debe, pero me resulta insoportable compartir más de cierto tiempo a solas con una persona con la cual no tengo la confianza suficiente como para burlarme de ella.

Recuerdo que una vez le dije a alguien “Lento de mie*da" usando, según yo, un tono de voz bromista. Pero él claramente no lo captó, su semblante se puso serio y no volvió a dirigirme la palabra. La historia de toda mi vida.

Hablando de cosas incómodas, últimamente me siento amenazada. No, <<acosada>> es el término adecuado.

Hay un individuo extraño que me encuentro casi todos los días de camino a mi casa, a eso de las 12:45 pm. Al principio le dí la misma importancia que a aquella moneda extraviada bajo mi cama, pero a la tercera semana me sentí acechada. Se paraba en una esquina y no me quitaba los ojos de encima, lo peor es que el camino que tomo para llegar a casa me hace imposible esquivarlo, así que no tengo otra opción que pasar enfrente de él y fingir que no lo veo. Sentía sus ojos recorrer mi cuerpo de una manera perturbadora. Unas cuantas veces eché mano a mi buena educación diciendo “Buenas tardes" al pasar pero las respuestas a eso fueron miradas lascivas acompañadas de un “Buenas" dicho en un tono asquerosamente sugerente.

Deseché pronto la idea de ser cortés.

Cómo resultado, ahora me desvío disimuladamente al otro lado de la calle, lo más lejos posible de ese hombre. Si no podía evitar su presencia entonces evitaría su mirada, colandome tras los arbustos y autos estacionados a orillas de la acera. 

Suspiré. Me duele la cabeza y el sol no pone de su parte brillando como lo hace.

- Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, s-

¡PUM!

Seis pasos, comencé a contarlos mientras observaba el movimiento de las hojas sobre mi cabeza. Mala idea. Aún no había terminado de pronunciar el siete cuando caí de trompicón en el suelo. Ahora estaba yo ahí, a cuatro patas cual perro. Si no hubiera reaccionado a tiempo para interponer mis manos entre el piso y mi cara, habría tenido una bonita rinoplastia gratis.

Algo se me atravesó, no recuerdo que haya un bache en ese puente. Entonces, ¿Qué fue lo que-?

 

-¡¡Ay, niña de Dios!! Pero, ¡Cómo vas a caerte así!

 

Lo siento, intentaré caerme de manera diferente la próxima vez.

Alcé la cabeza, encontrándome con un rostro alarmado. Ya puedo declararme oficialmente humillada. Me caí de la forma más estúpida y alguien fue testigo de ello.

 

- Jesús. ¡Levántate del suelo! - su voz era firme y autoritaria, pero estaba cargada de una amabilidad casi empalagosa. Se agachó con dificultad, extendiendo una arrugada mano hacia mi - Ven aquí. Fue una caída fuerte, no te golpeaste la cabeza, ¿O sí?

- Me parece que no...

 

Solté una pequeña risa, pensando que habría preferido golpearme la cabeza, ésta no podría estar peor. En cambio, el ardor en mis palmas era algo que, en definitiva, querría haber evitado.

 

- Gracias - sonreí, negando educadamente la mano que se me ofrecía. La señora apenas y había podido inclinarse a ayudarme, andaba con un bastón (el objeto desconocido con el que tropecé) y sus piernas tenían un temblor <<casi>> imperceptible. ¿Cómo podría ayudarme a levantar? Al final acabaríamos dos personas en el suelo en vez de una.

Hizo un mohín, revoleando los ojos antes de sujetar mi mano sin permiso y levantarme de un jalón.

La miré boquiabierta, sin saber qué decir; no quería ser grosera, pero ella pareció leer mi mente puesto que soltó, en tono irónicamente burlón:

 

- Lo que tengo de debilidad en el cuerpo, lo tienes tu de coordinación en los pies - Auch.

 

Abrí la boca ofendida, pero no pude replicar a eso.

 

- Gracias - musité al cabo de unos segundos, sacudiendo la tierra que se me había pegado a los raspones de las manos.

- ¡¡Dios Santo!! - gritó ella de pronto - ¡¡Tus rodillas, muchacha!!

 

¿Mis rodillas? Alcé un poco la pierna para mirar. Los hinojos estaban ensangrentados, expuestos y con una que otra hoja seca pegada a la piel.

 

-Ay no. ¡Se me rompió la sudadera! 

- Pero, ¿Qué sandeces estás diciendo mocosa? - reprendió la mayor - ¡Tus rodillas! ¡Tus rodillas!

- No se preocupe. Se ve peor de lo que es.

- ¡Cómo no me voy a preocupar si veo tu carne claramente! - graznó.

- La sangre es muy escandalosa - repuse yo, recibiendo una mirada horrorizada.

- ¿No sientes dolor acaso?

 

Me encogí de hombros.

 

-La adrenalina, supongo.

 

Cuyo efecto ya estaba pasando por cierto. Empezaba a doler de manera horrorosa. Volví a mirar las heridas.

 

- Está destrozada... - gemí con pesadumbre. Con todo lo que me esforcé ahorrando.

- Jesús redentor - exhaló la mujer - Estás escurriendo sangre, ¿Y te preocupa tu sudadera? - señaló, poniendo los brazos en jarra.




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