Resoplé malhumorada, observando el pequeño embase blanco con naranja.
- Pero qué cobarde - refunfuñé. ¿Por qué un hombre, que es biológicamente más fuerte y grande (muy injusto eso por parte de la naturaleza, por cierto) huiría de una chica con la mitad de su peso que no superaba el metro cincuenta y cuatro? ¿Tengo cara de psicópata? ¿Por qué echó a correr? ¿Acaso pensó que me vengaría por todas las veces que me hizo levantar de mi cama para ir a abrir la puerta a absolutamente nadie? Ganas no me faltaban, pero esa no era mi intención principal. Lo único que quería (antes) era saber qué coño era lo que buscaba. La bromita de tocar las puertas para luego salir corriendo se la dejamos a los niños de diez u once años. ¿Tendrá algún retraso o algo así? Porque no se me ocurre otra cosa.
Luego de correr trás él por un par de minutos, lo perdí cuando saltó una verja. De ahí para allá estaba muy oscuro y ni siquiera contaba como parte del vecindario. Tal vez ese era su plan desde un principio, llevarme a un lugar solitario y obscuro donde nadie me oyera gritar para así hacerme quién sabe qué cosas espantosas. Con esa idea en mente, en silencio di media vuelta y caminé tranquilamente hacia mi casa, no tengo muchas ganas de convertirme en uno de esos casos de homicidio que siempre ve mi madre.
En el camino, pateando todas las hojas que se me atravesaban, me encontré con una sorpresa. Al vendedor-corredor fantasma se le cayó uno de sus productos. Un yogurt sabor melocotón estaba tirado a orillas del pasto del frente de la casa por la que yo iba pasando. Estaba sellado y su fecha de caducidad era lo suficientemente lejana para considerarlo comestible todavía. ¿Cómo sabía que era suyo? Pues estoy segura de haber visto que sostenía algo en la mano justo antes de que saliera corriendo. Lo ví. Durante ese momento en el que se paralizó, pude fijarme en algunas cosas. Pero ninguna demasiado útil. Ya sabía cuál era su color de piel y cabello y, hasta ahora, eso no me había servido para nada. Y ahora su vestimenta tampoco era un detalle muy distintivo que digamos. ¿Cuánta gente no tiene un suéter azúl marino y jeans negros? Yo misma conocía a varios.
Traje el yogurt a casa como una especie de premio de consolación. Y para alivianar mi rabia. ¿Cómo se había atrevido a huir? Por su culpa, me había quedado afuera. Ni loca tocaba la puerta. Si mamá se enteraba que su hijita estaba fuera sin permiso, corriendo tras un completo extraño que bien podría ser un asesino serial y en semejantes fachas, me habría crucificado. Sin dudar.
Tuve que ingeniármelas y trepar por el árbol que estaba justo enfrente de la ventana de mi habitación. No fue una experiencia bonita, debo recalcar. Me llevó al menos siete intentos, varios raspones y gran parte de mi preciosa dignidad. La imagen mental de mí aferrada al tronco no era adorable como la de un perezoso, sino más parecida a la de una garrapata. También tuve que contener las enormes ganas de escupir los pulmones por la boca al sentir “cositas" caminando por todo mi cuerpo.
Agradecí a la yo del pasado por haber abierto la ventana, de otra forma tendría que ir despidiéndome de la vida. Al llegar, me senté en el marco y de un salto penoso entré a mi habitación. Arrojé el yogurt con fuerza contra una pared, sintiendo un enorme sentimiento de ira pura hacia el culpable de todo aquello. Una de mis pijamas favoritas se había manchado con tierra y la cosa verde del tronco, estaba sudada, con los pies más negros que el hueco de tu ane y con el estómago hecho un remolino. Toda esa actividad física tan extrema justo después de haber comido tanto estaba teniendo sus consecuencias. Pero no vomité, eso hubiese sido el cierre de oro para esta noche de porquería.
- Entonces, oficialmente, es una casería - proclamé, apretando el embase en mi mano - Te voy a atrapar, imbécil.
°°°°
- ¿Por qué me ves de ese modo, Blú-Blú?
- ¿Mm? - dirigí mi atención a la mayor.
- ¿Estás enojada conmigo? - preguntó con expresión lastimera.
- ¿Enojada?
- Llevas mirándome fijamente con el ceño fruncido desde hace rato...
- Ah... Lo siento, Mimi. Estaba pensando en otra cosa - aclaré, tomando un sorbo del líquido en mi manos. Arrugué la cara, ya estaba caliente.
- ¿Tuviste una mala noche? - preguntó la mayor, extendiendo la mano para que le diera el vaso.
- Ni te imaginas - murmuré para mis adentros, entregándole el recipiente.
- Pobre de mi niña. ¿Te estuvo doliendo la cabeza?
- No. Perseguía a un animal, pero se me escapó.
- ¿Un animal? - se alarmó - No me digas que hay ratas, Blú-Blú - miró alrededor como si algún roedor le fuese a brincar encima en cualquier momento.
- Era una mosca. Siempre hace bzzzz bzzzzzzzz a mi alrededor - dije despacio, reproduciendo en mi mente el sonido de tres golpes suaves contra la madera - Anoche intenté echarla, pero me causó demasiados problemas. Así que solo queda una opción, Mimi.
- ¿Cuál? - cuestionó la mayor, sin acabar de entender muy bien qué era exactamente lo que estaba diciendo.
- Voy a atraparla. Y la voy a aplastar con mis propias manos. Así dejará de molestar. Para siempre.
- Ay, muchacha - suspiró ella, dándome una palmada en el brazo - ¿Qué dices? No puedes matar una mosca con las manos. Eso no es muy higiénico, cielo.
Suspiré, disponiéndome a salir de la cocina.
- Blú-Blú.
Me volví, viendo a Mimi extender hacia mí un vaso de vidrio lleno hasta el tope con líquido naranja. Lo tomé, estaba frío.
- Gracias.
- Te prepararé el desayuno en un parpadeo. Quizá eso te ponga de mejor humor, Blú-Blú.
- Gracias, Mimi.
Voy a estar de mejor humor el día que haga que ese vendedorsito coma pasto y yogurt caducado.
°°°°
Después de comer, tuve que tomar limón con bicarbonato porque mi estómago no daba tregua. Dolía y seguía inflamado de la noche anterior. Sí me alivió mucho, la inflamación ya casi había bajado por completo y el dolor desapareció. Remedios caseros de abuelas, siempre funcionan.