- El almuerzo está servido.
- No tengo hambre - dije, girando la cabeza a un lado.
- Mmm - la mayor chasqueó la lengua - Qué lástima entonces, porque la pasta me quedó deliciosa.
¿Pasta? Giré el cuello medio milímetro.
No, no te dejes sonsacar. Puedo hacer pasta yo misma más tarde, cuando Mimi se haya ido. Me reacomodé en sillón, dándole la espalda por completo.
- Sí. Ni modo - acoté encogiéndome de hombros.
La oí suspirar de forma exagerada.
- Y hace tanto que no preparaba camarones... - casi la pude ver negar con la cabeza.
- ¿C-camarones? - me volví.
Mimi asintió con fingida pesadumbre.
- Así es. Hice también esa salsa especial que tanto le gusta a tu madre. Nunca va a quedarme como a ella, pero no está nada mal para ser una imitación.
La boca se me hizo agua. En mi mente se dibujó lentamente la imagen resplandeciente de un plato lleno con una montaña enorme de espagueti con camarones, hasta ví mi propia mano vertiendo la salsa encima.
Me levanté, pasando junto a la mayor con la cabeza en alto. La comida es un asunto aparte, podemos posponer la actitud de “aún estoy enojada contigo" hasta después del almuerzo. Sí. Justo eso iba a hacer.
°°°°
Cristine me había llamado. Me sorprendía el hecho de que no hubiese venido a verme desde aquel fatídico día, aunque tengo la ligera sospecha de que su nieto tiene mucho que ver en eso.
•“Hablé con mi abuela y te aseguro que algo así no se va a repetir"•
¿Qué habrá querido decir exactamente? Cristine no había tenido la culpa de lo que pasó. Mi estúpida memoria de pez era la única responsable. Ni él ni su abuela tenían algo de lo que disculparse conmigo. Seguramente ese chico ni estaba enterado del desayuno al que Cristine me había invitado, era muy sospechoso que hubiese venido a buscarme tan temprano.
Y, a juzgar por lo que me dijo Cristine hace un rato cuando hablé con ella por teléfono, mi teoría era acertada.
Hace diez minutos:
- ¡Muchacha! - aparté el celular de mi oído - Benediht me contó, ¿¿Estás bien??
¿Le contó qué cosa?
- ¿Cómo estás, Cristine? - saludé - ¿A qué te refieres exactamente?
- ¡Qué te golpeaste la cabeza! - exclamó escandalizada. Ay Dios. No es para tanto.
- No fue la gran cosa. Cómo cuando te golpeas con un cajón por no fijarte, dolió al principio, pero ya me siento muy bien, Cristine - tranquilicé - Gracias por preocuparte.
- ¡Pero si me dijo que hasta tienes la frente vendada!
- Es solo un parche para cubrir el raspón.
- ¡¿Raspón?! - gritó aterrorizada.
Me rasqué la ceja. ¿Para qué hablé?
- Es minúsculo. Apenas y se nota, uso el parche porque aún está algo morado alrededor - expliqué con paciencia - Pero no me duele para nada. Es solo estético.
- Ya veo... - soltó el aire - Es un alivio que no haya pasado a mayores. ¿Cómo fue que te lastimaste así?
Si te contara...
Suspiré.
- Estaba limpiando los cajones, se me cayó el paño y cuando me agaché a recogerlo me golpeé con la mesa - mentí. ¿Debería preocuparme esta habilidad para inventar cosas tan rápido? Parecía una mitómana. Ya he contado historias diferentes a cuatro personas de cómo me lastimé la frente y solo había dicho la verdadera a una de ellas.
Considerate especial esta vez, Kristopher.
- ¡Jesús! Te pasa por andar en las nubes, muchacha de Dios - regañó.
- Es cierto - reí.
- Cambiando de tema, Benediht también me comentó otra cosa - dijo con tono pícaro.
- ¿Qué cosa?
- ¡Te invitó a una cita!
- ¿¿Cita?? - dijimos dos personas al unísono.
- Abuela, ¿¿Qué sandeces estás diciéndole ahora?? - oí la voz amortiguada del muchacho.
- ¿Por qué oyes detrás de las puertas, jovencito? - regañó la mayor.
- Hablas sobre mí, tengo todo el derecho de escuchar - argumentó él - ¿Qué estás inventando esta vez?
- No invento nada - graznó la mujer - Solo hablaba con Blues sobre su cita.
- No es una cita - aclaró él. Muchas gracias. Oí pasos firmes cuyo sonido se hacía cada vez más claro - Dame ese celular, abuela. Eres un peligro.
- Respeta, estoy en una llamada telefónica.
- Diciendo cosas que no son - alzó la voz - Sobre <mi>, abuela. Dámelo ahora mismo.
- Fíjate bien cómo le estás hablando a tu pobre e indefensa, abuelita, Benediht Coupland.
- Pfff - podía ver a Cristine señalándole con el dedo índice y su ceño fruncido mientras ponía la expresión más dolida del universo.
- Dame eso - exigió, oí pasos rápidos y una exclamación por parte de la anciana - ¿Hola?
- Hola - reí.
- Dios - exhaló - Oíste todo eso, ¿Cierto?
- Síp.
- Que vergüenza...
- No te preocupes, también peleaba seguido con mi abuela - solté una carcajada - Ustedes dos parecen ser muy cercanos.
- A veces me saca de quicio - admitió.
- ¡Oye! ¡Sigo aquí, muchacho grosero!
- Así son - carcajeé.
- Perdón por lo de la “cita" y todos los comentarios incómodos que llegó a decirte.
- Está bien.
- N-no es una cita - aclaró rápidamente.
- Lo sé - reí - Tranquilo, nada de lo que diga tu abuela va hacerme creer que estás interesado en mí. Lo prometo - aseguré.
- No es tan así... Yo-
- ¡El desayuno sigue en pie! - gritó la mayor en el fondo - Esta vez él sí quiere, muchacha - celebró la mujer. Un “uuuuuuu" de lo más agudo hizo acto de presencia. Sin poder evitarlo, una estruendosa carcajada escapó de mi garganta.
- ¡Abuela! - reprendió el contrario - ¡Ya para de bailar de esa manera! ¡No es una-! B-Blues, debo colgar.
Hice un sonido de afirmación, tratando de respirar. La risa no me dejaba aire para mediar algo coherente.
En el presente:
Si Cristine conociese mi verdadero carácter no se empeñaría tanto en emparentar conmigo. Pobre Benjamín. Mi madre nunca ha sido intensa conmigo en las relaciones románticas, siempre decía que estaba orgullosa de que yo fuera exigente y que el indicado llegaría tarde o temprano.