Que humillante. No puedo creer que justo me hayan ganado las malditas lágrimas frente al patán más grande del universo. Seré su comidilla durante años, él y sus amiguitos tendrán mucho para burlarse.
Me quedé un minuto entero simplemente con la cara pegada a su pecho. Me oyó llorar, sí. Pero <verme> es otra cuestión. Me sequé los ojos, o mejor dicho, me pasé las manos húmedas por el rostro para limpiar las lágrimas. Kristopher no me soltaba, y ya me había empapado toda la ropa.
Un momento. ¿No se suponía que ya se había ido?
- ¿Por qué sigues aquí? - ataqué, empujándolo con una mano - Estás todo mojado...
- Si me hubieras abierto la puerta hace treinta minutos la historia sería otra - repuso con molestia.
- ¿En serio te quedaste dos horas ahí esperando a que alguien te abriese la puerta? - repliqué.
- No alguien. <Tú> - respondió.
- ¿Y si no hubiese venido?
- Pues aquí estás.
- No por ti.
- ¿Y por qué entonces?
- Pues porque... - ¿“Oí pasos de fantasmas en los pasillos"? Dios. No voy a decir eso. Ya suficientes humillaciones - ¿Qué te importa? Vete a tu casa - dije, dando un paso atrás para cerrar la puerta. Él me sujetó del brazo.
- ¿En serio me vas a dejar aquí afuera? - gritó para hacerse oír por encima de la lluvia.
- ¡Ve a tu casa, por Dios!
- No tengo auto, Mogüel - repuso.
- ¿Y qué? Tienes un par de piernas jóvenes y sanas.
- ¿Hablas en serio? - señaló la calle la cual se iluminaba cada tanto con un trueno. Daba la impresión de que los árboles y los arbustos de los patios saldrían volando en cualquier momento. El viento era tan fuerte que sentía como empujaba incluso mi propio cuerpo.
Así que así se ve una tormenta.
- No es mi culpa. Te dije que iba a llover - me encogí de hombros, empujando la madera - Ten bonita noche. Adiós.
Antes de poder cerrarla por completo, el metió la punta de su pie, impidiendo que la puerta se moviese un milímetro más.
- No me jodas, Mogüel. ¿“Bonita noche"? ¿Me vas a dejar aquí afuera otra vez?
- ¡Vete y ya!
- ¿No ves la tormenta que está cayendo, tonta? - gritó con desespero.
- ¡Te pasa por imbécil!
- Si no te hubieses puesto histérica en primer lugar, esto no estaría pasando.
- ¿Estás diciendo que es mi culpa que te hayas mojado?
- ¡Exactamente eso digo!
- ¡¿Por qué no te fuiste hace dos horas cuando te lo pedí?! ¡Tu eres el idiota que se quedó bajo la lluvia! - empujé la puerta - ¡Quita tu enorme pata, Pie Grande!
De un tirón, él abrió la puerta y en un parpadeo ya estaba adentro.
- ¿¿Qué haces?? ¿Te das cuenta de que cómetes un delito?
- Tengo frío - castañeó, acto seguido, me ignoró por completo, tanteando las paredes hasta dar con el interruptor de la luz.
- ¿Qué pasa contigo? ¿Eres especial o qué? ¡Largo de aquí!
- Me iré cuando deje de llover - puntualizó.
- ¿Qué? Por supuesto que no. La lluvia seguirá hasta mañana - informé.
- ¿Hasta mañana?
- Sí. Lo dijeron en las noticias - respondí - Así que vete. Te presto una sombrilla. Porque soy buena gente.
- ¿Crees que una sombrilla me va a cubrir de eso? - alzó la cortina, señalando el exterior oscuro.
- Por mi que te parta un rayo. Yo cumplo con darte la sombrilla.
- Te toca aguantarme hasta mañana - dijo.
- Acabas de allanar una casa. Sabes que puedo llamar a la policía, ¿Cierto?
- Si lo haces, le voy a decir a la bibliotecaria de la escuela que los libros que has sacado los últimos dos años, misteriosamente no se volvieron a ver en los estantes - amenazó.
- ¿Cómo es que sabes-? E-es decir, no sé de qué hablas.
- Ajá. “El ladrón de cuerpos", “Cero absoluto, “Escrito en el agua", “Robin Hood"... - enumeró.
- Pero qué- ¿Llevas un registro de los libros que saco de la biblioteca? ¿¿Qué tan desocupado puedes estar para llegar a ese punto??
- ¿Con cuántos días de servicio social crees que te van a castigar? No fueron uno, ni dos. La lista sigue y sigue.
Apreté los labios. Maldito desgraciado. Me había tomado mucho tiempo recolectar todos esos para llenar los estantes de mi biblioteca. No soy una ladrona, lo juro. Es solo que esos libros tienen algo especial, y ni siquiera están nuevos. Las páginas están amarillas y las solapas gastadas, pero transmiten tanta historia.
La primera vez que saqué un libro de la biblioteca de la escuela no tenía intención alguna de quedarmelo. Simplemente pasó demasiado tiempo y ya me dió vergüenza devolverlo.
- Vete a la mierda.
Le dí la espalda, adentrándome en uno de los pasillos.
- ¿Dónde voy a dormir? - preguntó Kristopher siguiendome el paso. El sonido de sus pisadas resonaba por todo el pasillo. Estaba empapado de pie a cabeza y dejaba un rastro de agua por donde caminaba. Pensé en decirle que se quedara quieto en la sala en lo que yo volvía, pero la verdad, lo último que quería era estar sola. Las luces del resto de la casa seguían apagadas y yo aún me recuperaba del casi paro cardíaco que tuve cuando pensé que había <algo> más aquí. Me volví.
- Quítate la ropa.
Su cara pasó de la incredulidad a la sorpresa para luego caer en la picardía.
- Qué directa.
Fruncí el entrecejo, poniendo los ojos en blanco.
- ¿Qué?
- ¿No crees que estamos yendo muy rápido? - dijo, cubriéndose el pecho con ambas manos.
- Tch. No seas asqueroso. Necesito tu ropa, la pondré en la secadora - aclaré - Pervertido... - refunfuñé, viendo como negaba con la cabeza mientras se disponía a sacarse los pantalones. Le di la espalda - Date prisa que yo también tengo frío.
- ¿Por qué te das vuelta? - inquirió - No me molesta que mires. Todo esto es tuyo, al fin y al cabo.
Hice el sonido de una arcada.
- Cállate la boca o me harás vomitar todo lo que comí hoy.
- Sigue fingiendo que no te gusto, Mogüel - canturreó - Tengo toda la paciencia del mundo.