¿Por qué?
¿Por qué me pasan estas cosas?
- ¿Se puede saber por qué estabas corriendo por todo el vecindario a las diez de la noche, descalza y en pijama? - mi madre fruncía el ceño a medida que hablaba. Parecía más confundida que enojada justo ahora - ¿Te volviste loca o qué? - tragué grueso, intentando controlar el nerviosismo, si ella lo notaba, entonces no creería nada de lo que diga para justificar aquello, aunque fuese la pura verdad - ¿Blues? Voy a contar hasta tres.
Ay, señora Galicia...
Usted...
- Uno. Dos.
Me metió en un buen lío.
Diez minutos atrás:
Mamá llegó con las manos vacías. No me trajo ni un chicle. Cada vez que pasaba la noche fuera de casa yo esperaba muy ilusionada a que trajera algo consigo para mí, especificamente comida. Pero no fue el caso.
Lo primero que hizo al entrar fue ir corriendo al baño. Al parecer no le había caído bien algo que comió en el auto mientras volvía a casa. Quizás Camilo le echó algo a la comida para que mamá se sintiese mal y así ganar puntos llevándola al hospital o hasta a su propia casa.
Pero que manipulador. Bueno, al final no le salió el plan. Mamá tiene bastante experiencia controlando su caca debido a su colon irritable. Si Camilo fuese inteligente habría tenido esto en cuenta.
En fin. Ya paró de llover. El frío aún no se había ido, pero sí las visitas indeseadas. Apenas amainó la tormenta, pedí un taxi para Kristopher y lo mandé a su casa con moño incluido.
Él también parecía estar apurado por irse. Apenas cargó su celular, el cual se había apagado ayer, hizo una llamada a la tal <Alisson>. Por lo que oí, ella no estaba muy contenta de que él haya pasado la noche fuera de casa. Me sorprendí mucho puesto que jamás pensé que Kristopher Cipriano tuviese una novia, y mucho menos que vivía con dicha novia. Nunca oí a nadie de la escuela comentándolo, lo que significa que es un secreto, o a él simplemente le gusta mantener su vida privada <privada>. Vivir con la pareja a los dieciocho años es un alto nivel de compromiso (o irresponsabilidad) que no creí que él tuviese.
Uno nunca termina de conocer a la gente. Qué cosas.
De todas formas, quién lo viera. Jmm.
- Ahhh. Soy libre al fin.
Miré a mi madre. Ya se había cambiado la ropa y parecía mucho más relajada. Bueno, ¿Cómo no? Aguantar las ganas de ir al baño pone tenso a cualquiera.
- ¿Por qué Mimi no vino hoy? - pregunté.
- Le llamé en la madrugada para decirle que se tome el día - explicó mamá sacudiendo una mano para restarle importancia - No sabía a qué hora pararía la tormenta, así que me pareció mejor que se quedara en casa. Conociéndola, habría venido caminando bajo la lluvia con tal de llegar a horario.
Pues menos mal, no habría sabido cómo explicar al ser humano <hombre> durmiendo en uno de los cuartos de visitas. ¿Cómo lo habría sacado de casa sin que Mimi lo notase?
- Ya veo... - asentí - Sí, fue lo mejor.
El sonido del timbre interrumpió el silencio que comenzaba a abrirse paso en la habitación. Hice el ademán de levantarme para abrir, pero mamá me hizo señas diciendo que ella se encargaba. Suele comportarse así cuando tocan la puerta “tan tarde" (son las siete p.m) y no quiere que yo abra. Debe temer que llegue alguien y me secuestre de la nada. Quién sabe.
Me encogí de hombros, tirándome nuevamente en el sofá.
- ¡Hola! ¡Anastasia, te ves más joven cada vez, caray! - oí la voz de la señora Galicia. Que raro. ¿A qué habrá venido? - ¡Dime ya mismo cuál es tu secreto!
Nuestra vecina de al lado no solía visitarnos a menudo, mejor dicho, nunca nos visitaba. Mi madre no disfruta mucho de su compañía, dice que la señora Galicia habla demasiado y para colmo de nada interesante. También dice que es una metiche, chismosa y robamaridos de clóset.
No la tiene en muy buen concepto que digamos.
- ¿Qué necesita? - oí a mamá.
Solté una risita.
El tono que uso era un “dígame lo que vaya a decir y se va, muchas gracias".
- Ah... ¿Podría pasar un momento? ¡Hace demasiado frío aquí afuera!
La imagen mental de mí madre haciendo ese gesto que hace cuando está fastidiada cruzó por mi cabeza arrebatándome una risa. Cuando oí los pasos dirigiéndose hacia mí uno segundos después, me senté rápidamente.
- ¡Blues! ¡Niña! ¿Cómo estás? ¡Hace mucho no vas a visitarme! - dijo la señora Galicia apenas me vió. Sonreí.
Me pregunto por qué parece que grita cada vez que habla.
- ¿Cómo está? - dije cordialmente, levantándome de mi lugar mientras le ofrecía sentarse a ella.
- No sabía que mi hija le hiciera visitas - comentó mi madre con fingida sonrisa.
- Oh, ¡Pero si somos íntimas! - afirmó la mayor dándome una palmada en la pierna. Me alejé de ella disimuladamente, situándome junto a mamá.
- Ah, ¿Sí? - inquirió mi progenitora taladrándome con los ojos.
- Probé nuevas recetas y no quería desperdiciar nada, madre, así que le dí un poco a la señora Galicia - expliqué con calma. La susodicha asintió enérgicamente.
- ¡Blues hace postres deliciosos!
Eso me subió un poco más el ego.
Lo sé.
- Lo sé - dijo mamá - En fin, ¿Qué la trae por aquí?
- Oh, cierto. ¡Vine a despedirme! - informó.
- ¿Despedirse? - pregunté.
- ¡Sí! Mi hermana me invitó a pasar una temporada con su familia, ¡En Francia! - contó orgullosa.
- ¿Francia? - salté - ¿Se irá a Francia?
- ¡Un largo, largo tiempo, sí!
¿Qué? Pero, ¿Y mi fuente de información? La única que tengo en este momento, por cierto.
- ¿Tanto? - cuestioné asustada.
- ¡Ay, me halagas! ¿No quieres que me vaya, verdad? ¡Yo también voy a extrañarte, Blues! ¡Justo por eso vine personalmente a despedirme! ¡Sabía que iba a afectarte mucho la noticia!
Me afecta. Sí que lo hace. La señora Galicia es probablemente la única persona que tiene una especie de conexión con el vendedor. La única que conozco y sé que la tiene. Nunca acabó de decirme todo lo que sabe sobre él y yo no le he hecho todas las preguntas que quiero hacerle.