- ¿Quieres matarme o qué?
- Pero qué... ¿Cuándo...? ¿¿Cuando volviste?? - entrecerré los ojos, mi vista comenzaba a acostumbrarse a la oscuridad.
- ¿Eso es lo primero que vas a decirme? - inquirió levantándose del suelo con dificultad. Así que eso fue lo que se cayó - Hace tres años que no ves a tu hermano mayor. Ven aquí y dame un-
Le arrojé uno de mis zapatos, atinándole en la frente. Su cabeza se echó hacia atrás.
- ¡¿Por qué te metes a la casa sin avisar y con las luces apagadas?! ¡¡Casi me da un infarto!!
- Se supone que era una sorpresa... - gimió, otra vez, desde el suelo.
Tanteé la pared buscando el interruptor. Al encender las luces, un pastel encima de la mesita frente al sofá y unos globos mal pegados decoraban la sala junto con un enorme cartel que decía: Volví, gente.
Dirigí mi atención al sujeto en el piso.
- Hace siete meses que no tenemos noticias tuyas. ¿Tienes idea de lo preocupada que está mamá?
- He estado enviando el dinero - respondió él como si eso lo excusara de absolutamente todo.
- ¿Dinero? ¿Hablas en serio, Jonathan? - alcé la voz - ¿Crees que eso es lo único que nos importa? No respondías a nuestros mensajes ni llamadas. Pensamos que te había ocurrido algo malo... - sin poder evitarlo, mis ojos se encharcaron.
- Ya sé. Y lo lamento. Les explicaré todo. Pero primero... - dió dos pasos hacia mí con cautela - Baja el arma - entrecerré los ojos, apretando el zapato en mi mano - Sé que estás enojada, hermanita. Pero escúchame, ¿Sí? Ésta vez tengo una buena explicación.
- Enojada es poco - gruñí - Estoy furiosa. Y sospecho que mamá estará mucho peor cuando vea que estás en una sola pieza.
- Yo creo que se alegrará de verme - bromeó él. Yo no sonreí.
- Siete meses - pronuncié con la voz ronca - Ya estamos acostumbradas a que desaparezcas durante días, incluso semanas. Pero esta vez te pasaste de la raya.
Él bajó la cabeza.
- Lo lamento - murmuró.
Una vibración en uno de los bolsillos delanteros de mi pantalón se hizo presente.
- ¿Hola?
- BEeeeee
- ¿MJ?
Una risotada se oyó del otro lado del aparato seguido de más risas y comentarios sin sentido.
- Que si vamos por ti ahora. ¿Ya estás lista? - preguntó la morena riéndose al final de cada palabra.
Miré la hora.
6:14 p.m
Ni siquiera son las siete de la noche y éstas ya están borrachas.
- Vengan en cuarenta minutos - dije simplemente y colgué.
- ¿Esperas amigos? ¿Partimos el pastel? - animó el rizado.
- No tengo tiempo para comer pastel - respondí con sequedad mientras abría la puerta y tomaba las bolsas que se habían quedado afuera. Saqué las medias y los guantes y troté camino a mí habitación.
°°°°
- Vaya - solté un silbido - No estoy nada mal.
Teniendo en cuenta que logré semejantes resultados en treinta minutos diría que estoy bastante bien.
Solo hace falta una cosa. Saqué a toda prisa el polvo de hadas y me apliqué en los pómulos y en la piel descubierta del pecho.
- Dios. ¿Estoy muy puta?
- Te ves bien.
Volví mi cabeza, encontrándome con un castaño de pelo rizado recostado del marco de la puerta.
- Puedes tocar la puerta, ¿Sabes?
- Estaba abierta. ¿Todavía sales a pedir dulces? - inquirió con burla.
- Sí - tomé la máscara sobre la cama, fuí hasta la pequeña camita de Coffee, le dí un beso y me dispuse a salir de la habitación - Permiso.
- ¿Puedo ir contigo?
- ¿¿Qué?? Claro que no - negué con horror.
- ¿Por favor?
- No. - dije tajante - Dame permiso, Jonathan. Voy tarde.
Él no se movió así que le dí un codazo en las costillas, acto seguido, caminé con rapidez hacia las escaleras.
- ¡Espera! ¡Déjame ir contigo!
- Pero qué-
- ¡Llévame contigo!
- ¿Qué haces, animal? ¡Suéltame! - sacudí la pierna a la que se había aferrado.
- ¡Te lo suplico! ¡Llévame! ¡Llévame!
- Ya te dije que no - grité - ¡Suéltame!
- ¡Quiero ir! ¡Quiero ir!
- ¿Qué pasa contigo? ¡Tienes como treinta! ¡Debería darte vergüenza hacer estos berrinches enfrente de tu hermana menor! ¿No tienes dignidad o qué? ¡Suel- ta-me! - ordené sacudiendo el pie.
- ¡Tengo veintitrés! ¡Y tengo más ganas de vivir que de mantener mi dignidad!
¿Más ganas de vivir? ¿A qué se refie-?
- Ah. Ya veo lo que haces - sonreí diabólicamente - ¿Crees que te vas a salvar? - amplié la sonrisa y, acto seguido, ataqué su punto más débil.
Las cosquillas.
Apenas me solté, corrí como alma que lleva el diablo escaleras abajo. Unos segundos después oí sus pasos tras de mí.
- ¿Me vas a dejar solo aquí? - exclamó desde lo alto de los escalones como alma en pena.
Me volví, dedicándole mi sonrisa más malévola.
- Si no estuviese tan enojada, tal vez me quedaba contigo y evitaba que mamá te arranque una extremidad. Pero no es el caso, desgraciadamente para ti. Adiós, hermanito.
°°°°
- Muy bien, ¿Adónde vamos? - inquirió uno de los muchachos.
- Ustedes decidan - sonrió el otro.
Silencio.
- Vayamos al parque que está más allá de Strip - sugirió la pelirroja con una risita. La morena río, siguiéndole con un: “Síííí" de palabras arrastradas. Agradecí un poco que no estuvieran en sus cinco sentidos. Ellas dos hacían que el ambiente no fuese del todo incómodo con ese entusiasmo alcoholizado. MJ y yo, a pesar de las muchas cosas que nos hacían completamente opuestas, teníamos la misma cantidad de ellas en común. Por ejemplo, la timidez e incomodidad inicial con gente desconocida. En un círculo de personas nuevas, ella se convertía en la persona más inaccesible del mundo y yo me ponía rígida como un tronco. Entonces, “¿Cómo se hicieron amigas ustedes dos?" Se preguntarán.
Es una historia de lo más trivial. Fue en séptimo grado de bachillerato. Yo me encontraba en una situación de desesperación cuando, en medio del dictado de la profesora, me equivoqué en toda una frase mientras escribía con bolígrafo. No tuve más opción que preguntar a mis compañeros cercanos si tenían un corrector y da la casualidad que ella estaba justo a un lado de mí, en la fila continua y en el mismo número de pupitre. Esa fue mi primera conversación con la morena. La segunda fue vergonzosa. La recuerdo con vividez ya que, en su momento, fue una de las situaciones más incómodas de mi existencia.