“Pero en mis buenos días, soy un puto encanto”
Tove Lo - Moments
Nuestras miradas se habían conectado de una manera que parecía irreal. Lo observaba como si fuese una visión, mientras él me miraba como si yo fuera un producto de su imaginación. Aparté la mirada rápidamente cuando escuché a mi primo hablarme.
—¿Todo bien? —preguntó Lehy, notando mi distracción.
—Todo bien —respondí con una leve sonrisa, intentando parecer despreocupada.
En mi mente se repetían las imágenes de mi sueño, la verdadera pregunta que tenía desde que había llegado a la escuela era, ¿cómo carajos alguien que nunca conocí se había entrometido en mis sueños?
- No podía ser peor - me maldije internamente sintiéndome abrumada por su mirada, el ruido, el exceso de gente y el sol que comenzaba a salir del otro lado.
Una maestra rubia llamó la atención de todos los estudiantes.
—Muy bien, el grupo A del lado derecho —anunció con autoridad.
—¿Grupo? —Lehy me preguntó, con la esperanza reflejada en sus ojos.
—B —respondí, observando cómo suspiraba con resignación.
—Nunca nos toca juntos. Ojalá tuviese un hermano para estar juntos —comentó con una sonrisa melancólica.
—Adiós, Lehy —dije, caminando hacia donde estaba el grupo B.
Suspiré profundamente, todavía impactada por lo vívido que se había sentido el sueño. Al llegar, me encontré con Arlett y Alexandra. Era irónico y, al mismo tiempo, desconcertante.
—Merlí White —llamaron mi nombre.
—Ethan Romian —su apellido era lo único que lo diferenciaba y eso era una mierda.
Después del pase de lista, nos condujeron a nuestro salón. La primera clase, álgebra, era la que menos me agradaba. Apenas entró el profesor, comenzó la presentación y si, no fue como en mi sueño; fue más sencilla y sin problemas, porque mi subconsciente había sacado mi personalidad más podrida y la había puesto en un sueño, no, no era problemática y tenía el pico de adorno, era incapaz de hablar y tenía tendencia a ignorar mi alrededor incluso si me atormentaba. Mi vida era como un cubo de Rubik: mientras arreglaba un lado, otro se desarmaba.
—Pésima comparación, Merlí —me recriminé a mí misma mientras descendía las escaleras del salón. Aunque solo teníamos un salón, algunos maestros preferían que fuéramos a su encuentro en lugar de venir a nosotros.
La clase había terminado y había sido un tanto desastrosa. El examen diagnóstico me dejó una mala impresión, y una participación vergonzosa no ayudó en absoluto. Tomé un mechón de cabello y lo pasé detrás de mi oreja, deteniéndome al ver unos zapatos cerca de mí. Siempre tenía la presión de ser perfecta en esta materia por mi padre, pero al final fallaba porque la expectativa de saberlo todo me abrumaba, no era tan fácil como se pensaba, ser hija de un maestro no te abría puertas, en realidad te las cerraba, las personas esperaban lo mejor de ti siempre, te criticaban y buscaban en ti cualquier error, no había manera de no sufrir si fracasabas.
—Hola —escuché su voz, levanté la vista y lo vi.
Me observaba fijamente mientras sonreía. Era idéntico; alto, piel clara, cabello un poco alborotado que combinaba tan bien con el color azabache brillante, cejas ligeramente pobladas, una linda sonrisa que siempre se posaba en sus labios carmesí y claro esos ojos pequeños y color avellana.
—Hola —dije sin entusiasmo y pasé de largo.
Acomodé mi mochila y caminé hacia donde estaba el resto del grupo. La prefecta nos guió al siguiente salón, y suspiré profundamente una vez entré.
—Otro más —murmuré—. Buenos días, profesor —le sonreí.
Fingir que estaba bien era mi especialidad, aunque estuviera en un profundo agujero. La vida me parecía tediosa; era agotador tener que ser perfecta siempre. Nacemos, crecemos, obtenemos responsabilidades, las cumplimos, logramos metas y repetimos el ciclo, desde obtener responsabilidades, hasta que morimos.
- Suena estúpido - susurre para mí misma y me gire al sentir que me tocaron la espalda.
Su sonrisa era reconfortante. No quería decepcionar a otra persona más. Ya tenía suficientes personas a las que decepcionaba. Si él era la persona "indicada", no le haría la vida un desastre.
—De hecho...
—Buenos días, chicos —interrumpió la profesora.
Dejé de mirarlo y me dediqué a la clase. La siguiente clase era química y había algo que dejar en claro, yo amaba química, pero con una madre persistente que no me daba ni un respiro para pensar en que debería estudiar tampoco era que me gustara admitirlo.
- Espero que disfruten de su primer día de clases - ahí estaba, la clase había sido tan calmada y relajante que no había sentido volar la hora y el descanso había llegado - nos vemos mañana chicos.
Me alejé del grupo y comencé a caminar al jardín donde habíamos estado juntos, él y yo al menos en mi sueño que por cierto se había sentido tan real. Sentí pasos acercándose y volteé para verlo.
—Es un lugar tranquilo —comentó él, sonriéndome.
—Sí —traté de irme.
—No te vayas, sé que quizá te cause temor estar con los demás, y lo entiendo, después de todo somos desconocidos —él era distinto a como lo había soñado, su personalidad de imbécil era simplemente una fantasía mía ¿no?
—Si lo sabes, ¿por qué acercarse? —acomodé mi mochila en mi hombro y evité su mirada, esa mirada que era capaz de cambiar un universo en mí que nunca nadie había abierto.
—Puedes confiar en mí. Quiero ser tu amigo —su sonrisa me reconfortaba, pero ¿de qué servía esa comodidad si tan pronto se iría?
—No quiero confiar en nadie, al menos ahora no —rio un poco, pero al ver mi rostro serio simplemente la detuvo y sonrió.
—Entonces... ¿Puedo almorzar contigo solo por hoy? —lo dudé, pero finalmente accedí.
El almuerzo fue tranquilo, me hizo sentir bien. Él habló todo el tiempo, contando experiencias vergonzosas y cosas graciosas. Me distrajo por unos veinte minutos, los más cómodos de mi vida. Cuando necesitaba estar mejor, no necesitaba una solución a mis problemas. No necesitaba que me dijeran "pronto pasará", sino que me dijeran "estoy aquí" de una forma peculiar, distrayéndome y haciéndome olvidar todo.