"Así que… ¿mi hijo?", dije en voz baja, la palabra sonando extraña y poderosa en mi lengua. Estiré mi mano temblorosa hacia su vientre. Ella la tomó suavemente. Sus dedos se entrelazaron con los míos por un instante antes de guiarla hasta la túnica, colocándola sobre la protuberancia firme. Sentí un calor irradiar de ahí,. Un calor vivo. Algo… real. Mi hijo.
"Nuestro hijo", corrigió, su voz dulce, con un matiz de posesión que me hizo sonreír por dentro. "O hija. No sabemos".
Una oleada de emociones me golpeó. Otra vez. Paternidad. En medio del puto apocalipsis. Con… con Evelyn. Era aterrador. La idea de ser responsable de una vida nueva en este mundo desquiciado… era paralizante. Pero también… extrañamente correcto. Como si fuera el único camino lógico a seguir. Una pequeña, diminuta, pero brillante chispa de esperanza, de futuro, en un mundo que parecía no tener ninguno.
"Don José… ¿cómo está?", pregunté, volviendo a mi alivio por el viejo. Necesitaba anclarme en algo más. En la certeza de que él estaba bien.
"Está bien", respondió con una sonrisa genuina. "Viejo y testarudo como siempre". Claro. No esperaba menos. "Es el líder aquí. Él y un grupo de los primeros que llegaron organizaron todo esto". Un viejo líder. Eso sí que era algo.
"Quiero verlo", dije con determinación. Necesitaba agradecerle. Necesitaba ver al hombre que había criado a Evelyn, al que me había salvado, al que había creado esto. "Quiero agradecerle por… por todo. Por salvarte. Por… por esto". Volví a poner mi mano en su vientre, sintiendo el calor a través de la tela, ese calor vivo que me daba esperanza.
"Lo verás", asintió ella. "Pero primero tienes que recuperarte. Estás hecho polvo. Y… ponerte al día". Hizo una pausa, mordiéndose el labio inferior. Había algo en su mirada. Algo que no me estaba diciendo. "Han pasado muchas cosas. Y creo que tienes mucha memoria por recuperar". Demasiada, pensé con pánico.
"Mientras estés aquí, Evelyn", dije, mirándola a los ojos, intentando transmitir todo lo que sentía con solo esa mirada. El alivio, la alegría, el deseo, la confusión, el amor. "Y estemos juntos… creo que puedo con todo lo demás". Incluso con la amnesia parcial. "Incluso con un cerebro de coladera". Le apreté la mano suavemente. "Y con… con esto". Miré su vientre, luego, inevitablemente, sus pechos. Mierda. Ahí estaba. De nuevo. La túnica cayendo de esa forma particular, como si Evelyn lo estuviera haciendo a propósito… "Aunque admito que tus… me está poniendo las cosas difíciles". Solté una risa floja, una risa nerviosa y honesta. Mi cuerpo no mentía. La adrenalina, su proximidad, su… existencia, siempre tenían ese efecto en mí. Apocalipsis, golpe en la cabeza, amnesia, futuro bebé… nada de eso apagaba mi interruptor.
"Ricardo, por favor", suspiró ella, pero sus ojos verdes brillaban con diversión. E incluso… sí. Con una chispa de excitación. Lo vi.
"¿Qué? Es la verdad", me defendí. ¿Por qué mentir? "¿La naturaleza humana? O bueno, la mía. Apocalipsis o no, sigues siendo la mujer más… impactante y sexy que conozco". Mi mirada, mi mirada de imbécil, recorrió su cuerpo de nuevo. Desde su cabello corto hasta la curva de su vientre, pasando inevitablemente por esa obra de arte bajo la túnica. Mierda, si antes ya tenía dificultades para concentrarme cuando estaba cerca, ahora… con todo esto… era imposible.
"Eres un caso perdido", negó con la cabeza, pero su sonrisa no desapareció. "Pero… creo que me alegra que no hayas cambiado del todo".
"Yo también", dije, sintiendo que el dolor en mi cuerpo empezaba a doler menos solo por tenerla cerca. Como si estuviera curando más rápido. "Aunque… me gustaría recordar cómo llegué aquí. Ya me lo dijiste pero quisiera yo mismo recordarlo. Y… todo eso de la cabaña. Dijiste que estuvimos… ocupados. ¿Recuerdas los detalles?" La curiosidad me mataba. Y la imaginación me estaba matando aún más rápido. Meses en una cabaña. Solos. Ocupados.
Ella se rió de nuevo, una risa clara y melodiosa que contrastaba hermosamente con el silencio relativo del lugar. Era el sonido más bonito del mundo. "Eres insaciable, Ricardo", dijo con picardía. Usó una palabra que también me sonaba familiar. ¿Me lo había dicho antes? ¿Seguido? "Incluso recién salido de no sé cuánto tiempo en coma, lo primero que piensas en sexo". Sí. Me había dicho insaciable antes. Varias veces, de hecho.
"Es que tengo que saber", insistí, mi mente ya pintando escenarios. Escenarios muy específicos. Y más con eso de... "vivir al máximo" que dijo antes.
"Ya hablaremos de los detalles… después", dijo. Su expresión se volvió un poco más seria. "Ahora, te dejaré descansar un poco más. Iré a buscar algo para ti. Y avisaré a mi abuelo que despertaste". La mención de Don José de nuevo me dio un escalofrío de alivio. "Estará feliz. Además, deben revisarte que estés bien".
"Espera", la detuve, extendiendo mi mano temblorosa hacia ella. No quería que se fuera. No aún. "No te vayas… quédate aquí. A mi lado". El dolor en mi costado y mi cabeza… se sentía manejable si ella estaba cerca. Además, siendo honesto al 100% conmigo mismo… quería seguir mirando sus pechos. Sí. Lo admito. Soy un idiota. Un idiota sexoso. ¿Pero qué esperaban? Es Evelyn. Y es… eran increíbles.
Ella me miró. Sus ojos estaban llenos de algo… tierno e indescifrable. Por un momento fugaz, juré que iba a ceder. Que volvería a mi lado. Que me abrazaría. Que me dejaría apoyarme en ella.
Pero luego, se enderezó tanto como su embarazo la dejo. Volvió a esa postura un poco más dura. "Tengo que ir, Ricardo. Mi abuelo… él necesita saberlo". Se inclinó un poco más, mi cara al alcance de esos pechos. Y con cuidado, con una dulzura infinita, dejó un suave beso en mis labios. Un beso que me supo a promesa, a supervivencia, a todo. "Estaré de vuelta pronto, no tardo. Y tal vez te de un tour por Pueblo Z. Te encantará".
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Editado: 18.05.2025