Zignum Meiga Entre las dos caras de la luna Parte 2

Capítulo 3 El usuario Troyano 999

Ha pasado ya un año desde su muerte y tres años desde que llegué de la guerra y comencé a vivir en Colombia. Faltan pocos días para graduarme. A los veintidós años supongo que tengo una larga vida por delante. 
Dejé el departamento en donde había estado con Tanu desde que llegué a Colombia y me mudé al otro lado de la ciudad en una pequeña casa de renta. El anterior departamento lleno de remembranzas me impedía poder superar mi pérdida. Habíamos vivido muchos momentos felices ahí, algunos de ellos yacían ahora en un VHS en un oscuro cajón bajo llave. Estábamos ahorrando para comprar una casa grande con vista al mar. Tantos sueños y proyectos que se quedaron flotando en el vacío para ser consumidos poco a poco por el olvido. Seguir viviendo en aquel lugar sólo me hacía recordar su amarga ausencia. En aquél sitio existía un vacío que devoraba mi alma y le impedía sanar. Pero al parecer aquel vacío me había seguido hasta aquí. 
Los primeros rayos del sol comenzaban a filtrarse a través de la ventana de mi cuarto. Aquel reloj despertador junto a su retrato sonaría en cualquier momento. Me había despertado dos horas antes tratando de recordar las razones por las cuales seguía vivo. Aparté las decadentes sábanas que cubrían mi cuerpo y ahí estaba,  o mejor dicho, no estaba la pierna izquierda que había perdido en Irak. Podía jurar que aún era capaz de sentirla algunas veces. La gente lo llama miembro fantasma. Un síntoma que padecían los que hemos sufrido la amputación traumática de un miembro. A veces aún percibo el dolor de la pierna que ya no está. 
Me senté en el borde de la lóbrega cama, saqué mi encendedor y encendí un cigarrillo, mientras el olor de la nicotina me regresaba a la realidad. Frente de mí, sentado en una silla se encontraba Aquileo, un muñeco hecho de chamarras viejas, llevaba puesto un sombrero tejano y unas gafas de sol. Un amigo imaginario producto de mi soledad como cuando era niño. Si tan sólo Aquileo pudiera fumar y beber Whisky conmigo como lo haría cualquier amigo de verdad. De repente, ese pensamiento que invade mi mente cuando veo el otro lado de la cama vacío. No te tengo y nunca te veré de nuevo. Llevé mi mano sobre mi frente y un frío sudor recorrió mi rostro. Pienso en ese sueño que tengo todos los días. Si pudiera verte una sola noche, tan sólo una noche es lo que pido. Le rezo a los tiránicos dioses, si es que existe alguno, para que escuchen mi plegaria y ellos me miran con desdén, mientras mi deseo se apaga con el tiempo como el cigarrillo en el cenicero. Y con ayuda de la prótesis de color negro ya puesta en mi muñón, me dirigí hacia la ventana y abrí las cortinas. 
Un maldito día más. Esperaba que entrase el día y escapase la oscuridad, pero una gran parte de ella siempre se quedaba enraizada en lo más profundo dentro de mí como una mala hierba. Me dirigí hasta el cuarto de baño. Abrí el agua fría de la ducha y cerré los ojos al entrar en ella. Estuve perdido, naufragando en mi angustia y el tiempo pasó rápidamente. Me despabilé de mis pensamientos instantáneos y sacudí un poco mi cabeza. Regresé a la realidad por completo y salí de la ducha. Caminé por inercia hasta el espejo y me miré en él. Encontré a un alto y joven hombre de cabello negro, piel clara, ojos verdes con marcadas ojeras y con una notoria expresión vacía que emanaba derrota. No soporte ver mi patético reflejo. Lo rompí con mi puño, tomé un pedazo de cristal y lo puse sobre mi cuello. Sentí el filo sobre mi piel y cerré los ojos. En ocasiones sólo basta cerrarlos y sentir el abrumador silencio, sólo basta callar y dejar que el dolor me ahogue.
El lobo negro atacó, imaginaba sus fauces sobre mi cuello. Rogué al loboque mi libertad conquistara y socorriera mi cobardía. Quería que él me matara. 
Pero no merecía que me arrancaran de esta maldita vida.
Dudé por un instante y solté el trozo de vidrio. Me dejé caer y lloré amargamente, desnudo y mojado sobre el suelo. Era realmente patético. 
Me terminé de vestir y abrí un depósito escondido en un azulejo trucado. Había retirado una de las baldosas del cuarto de baño e hice un agujero en uno de los paneles de yeso que había detrás de él, luego fije la baldosa a una pequeña caja y volví a meterla en la pared para utilizarla como un compartimiento extraíble en el cual había ocultado un relicario de plata, un antiguo reloj de bolsillo, un rosario de oro blanco cubierto con un pañuelo con algunas manchas impregnadas de sangre y el anillo de compromiso que nunca le pude dar. Agarré el rosario que estaba envuelto en un pañuelo con sangre que ella traía en el momento de su muerte y lo miré fijamente para recordar mi promesa y mi propósito que hice junto aquel frío y tieso cadáver el cual besé y anhelaba besar y abrazar una vez más. Recuerdo ese día que me dirigí con sigilo hacia un corredor largo y lleno de muchas puertas, donde no había señalamientos, ni nombres que indicarán el uso de las habitaciones. Aunque me tenía sin cuidado, la tensión de ese lugar era perceptible. Una horrible sensación, como si se cargara el ambiente de una energía negativa que te consumía los ánimos. Tenía que caminar por todo ese largo corredor, porque al final de él, había solo un letrero, "Morgue".
El olor fue lo primero que se impregnó en mis sensaciones. Ya no era sólo esa fuerte sensación de opresión que se albergaba en el pecho. El miasma que inundaba esa sala era casi indescriptible. No era la primera vez que tenía esa sensación, ya la había tenido antes. Me acerqué poco a poco al centro de la sala. 
Un espacio, donde al costado derecho, se encontraban grandes cajones, como si fueran gabinetes; supuse, era donde guardaban los cuerpos para preservación. A los costados y al fondo, se encontraban mesas, pretil, lavamanos, gabinetes, repisas, todo el lugar lleno de artículos y utensilios para el estudio de dichos cuerpos. Pero la presión sobre mi pecho se volvió más intensa, casi me cortó el aliento, cuando observé en medio de la habitación, dos mesas donde yacían dos grandes bultos, cubiertos por un manto azul. Me mantuve calmado, trataba de que mis pensamientos no me hicieran una mala jugada, pero ahí estaban los dos cuerpos inertes. Mi corazón dio un vuelco y los nervios me estrangulaban. No pude más, y con paso apresurado, me dirigí a esas mesas. 
Tome ambas sábanas entre mis manos que no dejaban de temblar y las levanté de un rápido tirón y entonces... Valentina siempre llevaba su rosario consigo, aún en el momento de su muerte. 
Guardé mis preciados tesoros y regresé a mi cuarto. Revisé el ordenador y en la bandeja de entrada había un mensaje sin abrir con el seudónimo "troyano 999" Hace tiempo que había dejado de recibir los mensajes de Izanami. Un día dejó de responder a mis mensajes. Aún hoy, vivo con la preocupación de que algo malo le haya ocurrido a Miyuki. No obstante, aún mantenía comunicación con "Iron Maiden" que en cierta forma se había vuelto mi confidente. Pese a que se ha rehusado a enviarme fotos de su rostro y prefiere quedar en el anonimato, aún mantengo la esperanza de conocerla en persona en algún momento de mi vida. 
Es triste que lamentablemente vayas por la calle viendo pasar tantas personas y no tengas a nadie a tu lado para compartir, estar frente a un monitor en lugar de estar a lado de una persona que te dé su amor, su calidez, sus palabras, su tiempo, en fin, alguien a quién hablarle de la tristeza que te da no poder estar más con ese ser querido que se ha ido para siempre. 
Abrí el compartimiento dentro del teclado del ordenador y extraje uno de los cuatro diskettes negros que había en él con información y fotografías ordenadas en carpetas y guardadas bajo contraseñas. Había logrado robar el expediente del paciente Ángel Santos y varios documentos con referencia a lo sucedido junto con el rosario de Valentina al ingresar sin autorización dentro de la morgue. El corte de su cuello no coincidía en apariencia con el de su agresor. Y según el informe de la autopsia, Valentina había muerto unos minutos después de que el paciente se suicidara. Aquello significaba que el asesino de Valentina nunca fue aquel veterano de guerra. Había a retomado la investigación cuando al día siguiente después del suceso, salió en el periódico que el hombre el cual había sido ingresado a una institución de salud mental después de dar a conocer su testimonio de los hechos ocurridos en la muerte de Valentina, había muerto por degollamiento. Al parecer se había suicidado con un bisturí. Nunca se supo de dónde había sacado aquel instrumento quirúrgico. Comencé a cuestionarme ¿Y si alguien más lo había asesinado? ¿Y si ese alguien había asesinado también a Valentina con aquel escalpelo? Mi propósito ahora era seguir laborando en aquella institución para descubrir la verdad y aquel rosario me lo recordaba cada vez que flaqueaba. 
Después de revisar los datos y la información que tenía hasta el momento intentando averiguar sobre quién era aquella persona que estaba a cargo de la institución y la cual había hecho los movimientos para mi traslado en Colombia, sin lograr encontrar nada crucial, me dispuse a abrir la bandeja de entrada y leer el mensaje del misterioso usuario "troyano 999". No tenía sentido seguir dándole vueltas al asunto por el momento. 
El mensaje decía lo siguiente: "¿Quieres conocer la identidad del asesino de Miklós Lykaios y del asesino de Valentina Arriaga? ". Mi vientre se contrajo y un frío sobrecogedor recorrió cada parte de mi piel. Mi corazón no dejaba de acelerar su ritmo cardiaco. Tomé aliento como pude e intenté tranquilizarme. No cabía duda de que aquella persona misteriosa conocía quien era yo. Esto estaba lejos de ser una broma de mal gusto. Siempre tuve la extrema precaución de borrar cualquier registro que me relacionara con Lykaios, lo cual me llevó a tener problemas con las leyes sobre la herencia. Sin embargo, sabía que, si alguien más descubría la relación de padre e hijo que tenía con él, mi vida correría peligro. Aunque eso ahora tal vez no era tan mala idea. Después de todo me encontraba en un punto en el cual la muerte podía ser mi mejor amiga. Pensándolo bien, tal vez morir tan joven había sido siempre mi cruel destino, y sin embargo, siempre lograba escapar de ello, sumergiéndome en un mar de maldiciones, nadando a contracorriente, intentando salir a flote y poder ver las estrellas. Pero siempre que terminaba una tormenta, al poco tiempo, comenzaba otra aún mucho peor sin permitirme la libertad de tomarme siquiera un pequeño respiro. Tal vez hubiera sido mejor hundirme en el abismo y dejar de buscar estrellas ó tierra firme. Aquellas estrellas que habían dejado de brillar en la oscuridad de mi alma. Aquella tierra de ensueño que tal vez sólo muerto lograría pisar.
El usuario desconocido hacía uso de mail cifrado igual que yo, es decir, había un circuito de doble seguridad entre ambos. Había blindado mi ordenador con las medidas necesarias de anonimato para que no haya fugas de información o peligro por parte de hackers que quieran vigilar la investigación que estaba realizando, tal y como me había enseñado Miklós, "siempre efectuar las cosas importantes y privadas bajo un estricto protocolo de seguridad". Configuré las opciones de privacidad de mi ordenador y le añadí un dispositivo que pudiese rastrear al remitente anónimo en caso de ser necesario y este caso lo ameritaba, sin embargo, el usuario desconocido era irrastreable. 
-Sí-.
Respondí a la pregunta de troyano 999. Había decidido seguirle el juego. Esperaba que aparecieran elementos que pudieran indicar más datos del misterioso remitente así como sus verdaderas intenciones. 
-Tengo las fotografías, los historiales así como las direcciones actuales de tus dos asesinos-. Respondió ipso facto.
-Dime, ¿Cómo obtuviste esa información? ¿Qué quieres a cambio? ¿A caso es dinero? Para ser honesto no dispongo de mucho-. Le cuestioné con recelo. Dudoso de que pudiera ser una estafa y, de ser cierta esa información, no sería gratis. Tendría que haber algún tipo de costo. 
-Lo sé de la misma forma que sé que tu verdadera identidad no es Ulysses Navarro, sino, Skoll Lykaios. Lo sé de la misma forma que sé que fuiste criado en el orfanato de Hamelín Moldavia y de la misma forma que sé dónde te encuentras en Colombia ahora mismo-. 
Un repelús recorrió mi cuerpo. No podía dar crédito a lo que estaba leyendo. Con mis dedos índice y pulgar apretujando el puente de mi nariz en señal de preocupación, intenté pensar y no entrar en pánico. Aquel ignoto de alguna forma sabía dónde me encontraba, sabía dónde vivía, sabía todo de mí. Aún a pesar de actuar sigilosamente todos estos años, había alguien que seguía mis pasos. Pero ese alguien por la manera en que se había expresado me había dado a entender que se hallaba lejos al referirse en Colombia como un lugar distante. Ahora sólo faltaba esperar su siguiente respuesta que revelaría sus sombrías intenciones. Y pronto, su respuesta apareció en la pantalla de la computadora como un mal augurio de que algo terrible estaría por suceder. 
-Necesito que viajes a Guatemala de inmediato e investigues el paradero de cuatro personas-.
¿Viajar? ¿A Guatemala? ¿Ahora mismo? Aquello estaba totalmente fuera de mis planes. Estaba a unos días de graduarme. ¿Qué pasaría con mi actual trabajo? ¿Qué pasaría con mi investigación?¿Y si accedía? lo cual tal vez no era opcional, ¿Cuánto tiempo me tomaría en investigar la localización de aquellas cuatro personas? Había fracasado en la investigación del asesino de Miklós y estaba fracasando en la investigación del asesino de Valentina. ¿Y si fracasaba de nuevo? Fracasaría por partida cuádruple al ser cuatro personas por las que debía buscar. ¿Por qué yo? ¿Por qué ahora? ¿Qué pasaría si me rehusaba? ¿Podría ser alguien peligroso? pero de ser así, hubiera usado amenazas en vez de pedírmelo como un favor a cambio.
Tras mi mente un abismo de preguntas sin respuesta.
-Si pudiste investigarme a mí y a los dos asesinos ¿Por qué no investigas tú esto?-. 
Era más factible que él y no yo hiciera dicha investigación. No me veía interrogando en las calles de Guatemala el paradero de personas que jamás había visto en mi vida. 
El sonido de mi celular se hizo omnipresente en la habitación que me hizo sentir un miedo vacilante. Igualmente era un número desconocido. Indeciso y con recelo contesté la llamada.
-Es necesario que tú lo hagas. Pero no te preocupes. Te ayudaré en el curso de la investigación. Te daré 24 horas para que lo pienses. Si aceptas, te enviaré las direcciones a investigar, los nombres y las fotos de las cuatro personas y los viáticos suficientes para que recorras el lugar durante varios días, además de tu boleto de avión claro está. Si rechazas no te preocupes, no iré a matarte. Pero... ¿En verdad te negarás la oportunidad de saber quién mató a tu esposa y a tu padre?. Si aceptas pero sólo logras localizar a una de las cuatro personas, podré ofrecerte sólo el nombre e información de uno de los dos asesinos y tendrás que escoger sólo a uno de los dos. Ten en cuenta que sería un intercambio de información proporcional al número de personas pero con la ventaja de que tendrías cuatro oportunidades en vez de dos de conocer la identidad de uno de tus asesinos al hallar cualquiera de los cuatro extraviados. Aún si no logras localizar a ninguna de las dos, pienso dirigirte al camino correcto de la investigación ofreciéndote elementos clave para que tú mismo descubras la verdad. La oferta expira al finalizar las 24 horas a partir de ahora. Hasta pronto y que tengas un buen día-.
Después de colgar, un silencio sofocante inundó el cuarto. La sangre de mis nudillos escurría por el dorso de mi sádica mano. El ignoto me había llamado de una manera afable propio de un psicópata usando un distorsionador de voz como si el timbre de alguna clase de demonio tecnológico se tratara. Ya no me sentía seguro en mi hogar. Obviamente era vigilado todo el tiempo por ojos invisibles desde algún lugar del planeta. Absorto y evaluando la situación, sospechaba que otra tormenta comenzaba avecinarse, los malos pensamientos comenzarían a nadar y esta vez las olas de la maldición que había sobre mí me ahogarían al fin.
Me quedé meditabundo en mi proceder. Ya era momento de huir de la muerte y aceptar mi fatídico destino. A continuación, me abalancé sobre el ordenador y volví a escribirle a troyano 999.
-No necesito pensarlo todo el maldito día. Desde luego que acepto-. Al fin me dejaba llevar por la marea.
-Muy bien. Tendrás noticias de mí más tarde. Lo más probable es que mañana mismo estés pisando tierras Guatemaltecas. Estamos en contacto. 
Aquel último mensaje me dejó sumergido en la más profunda ansiedad, estando a la espera del siguiente mensaje. No me presentaría a trabajar y me reportaría enfermo por varios días. Mi empleo y mis estudios me alejaban de la mira de los demás y me permitía acercarme a la escena del crimen para seguir investigando. Trabajar en el instituto además me ayudaba a no sentirme solo, sabiendo que cada día había más personas a parte de mí que no habían superado los traumas de su tormentosa vida por la guerra y libraban una batalla contra sus recuerdos, logrando sobrevivir a ellos en balsas construidas por la atención y el cariño de sus amigos y familiares. Pero a los que no tenían nada, se les consideraba como "socialmente muertos". Un elevado porcentaje de veteranos de guerra traía secuelas físicas o psicológicas de tal seriedad que les impedía encontrar el camino hacia el umbral de la normalidad o felicidad.
Pese a que llevaba una fabulosa y cariñosa relación con Tanuki y era en cierto modo como un pequeño hijo, no obstante, era un hijo al que le temía por las noches al cruzar el pasillo cuando me dirigía al cuarto de baño. Veía sus ojos brillar en la oscuridad. Lamentablemente su apariencia canina por la cual tenía una marcada fobia no ayudaba mucho en hacerme sentir plenamente acompañado. Era cierto que disfrutaba de su compañía y en cierto modo sentía que me cuidaba, pero su carácter alegre y juguetón se vio nublado cuando Valentina falleció. Deseaba que alguna vez me dirigiera la palabra y me dijera que también extrañaba a Valentina y no sólo un seco e incómodo ladrido. Tanuki era el único que podía mantener cerca de mí sin que el peso de la maldición que me rodeaba pusiera en peligro su vida. El único que no le rozaría mi maldición si no llegaba a quererlo del todo. De pronto, ahí estaba otra vez su ladrido avisándome que su inaguantable enemigo había llegado a las 2:30 pm y había dejado correspondencia en el buzón de la entrada. Y ahí en medio de folletos publicitarios, recibos y cartas de banco; reconocí aquel sobre sin remitente con una "T" mayúscula en color rojo y con la estampilla de un caballo de madera. Abrí de inmediato el contenido del sobre, adentro había una tarjeta bancaria, un boleto de avión con destino a Panajachel Guatemala y dos hojas con direcciones e información detallada de las cuatro personas a investigar así como cuatro fotografías tamaño pasaporte de las personas desaparecidas. Me quedé absorto y descontento una vez más al descubrir los rostros de los desaparecidos. Dos de ellos se trataban de sólo niños. La primera fotografía mostraba el rostro de una pequeña niña de tan sólo seis años de edad según el informe. La siguiente fotografía se trataba de un bebé de tan sólo un año. La información en mis manos aseguraba que la desaparición de Ania Levi y Gabriel Kedward había ocurrido en 1992 en diferentes lapsos de tiempo. Aquellas desapariciones de niños trajo a mi mente el Bohemian collyseum cosa que descarté inmediatamente al percatarme de la distancia entre países. ¿Acaso podría ser tan grande aquella red criminal que se daba el lujo de raptar a sus víctimas desde países tan distantes? pero era absurdo pensar que se trataba de lo mismo. El Bohemian Collyseum y la discoteca Rym ahora yacían hechos cenizas por la explosión. Sin embargo, sólo la cueva de los lobos se había derrumbado y los lobos, al igual que yo, habíamos escapado. ¿Acaso habían encontrado refugio en países latinoamericanos? Tenía que ser otra razón la causa de las desapariciones, algo que esté sujeto a los límites de su territorio. Revisé las últimas dos fotografías. Alysa Kedward, una adolescente de quince años de edad y Pandora Kedward, una mujer de 36 años. La adolescente era hermana mayor de Gabriel y sobrina de Pandora quien era madre de Ania. Todos con la edad con respecto al año de su desaparición en 1992. Ahora Ania tendría 13, Gabriel 8, Alysa 22 y Pandora 43 años de edad y sus rostros también habrían cambiado con obviedad tras siete años desde su desaparición. No importaba lo complicado que sea, estaba decidido encontrar por lo menos un indicio de alguno de ellos. 
Eran las 6 pm. Empaqué mi maleta y me apresuré para tomar el vuelo de las ocho. Tanuki no dejaba de ladrarle a la puerta de la entrada. Me dirigí con la maleta de ruedas ya lista en la mano derecha y a Tanu sujeto de la correa en la mano izquierda. Giré el picaporte con la diestra y jale de ella para abrir la puerta y salir a la calle y me encontré de pie en el umbral a... no lo podía creer, era Miyuki.
-¡Onii-chan!-. Soltó un grito de júbilo al verme y se abalanzó hacia mí con un fuerte y cálido abrazo el cual no me habían dado hace mucho tiempo. 
-¿Miyuki cómo es que...? ¿Qué haces tú aquí?-.
Le pregunté sorprendido mientras veía su gran maleta de ruedas color rosa detrás de ella sin dejar de abrazarme. No pude evitar derramar una lágrima de felicidad al saber que esa niña malcriada se encontraba bien y la tenía en frente de mí como la última vez que nos vimos. Milagrosamente no había cambiado en nada. Era la misma jovencita de ojos grises y rasgados salida de una caricatura oriental. Su figura parecía a la de una muñeca de porcelana, de piel blanca, cabello negro con mechones azules corto a la altura del cuello y facciones aniñadas, con apariencia mitad japonesa y mitad soviética. Era la misma con la diferencia que ahora llevaba un par de gafas de anciana color rosa que, lejos de ocultar su bello rostro, le daba una apariencia aún más tierna. Me preguntaba sobre lo que consumían los japoneses para poder mantenerse así siempre tan jóvenes. 
-Por fin dejé a esos viejos cascarrabias. Descubrieron mis chats contigo y me prohibieron hacerlo. No aceptan que tenga amistades que ellos no conozcan. Así que apenas cumplí la mayoría de edad, te seguí el paso. No sabía que te habías mudado. El dueño de los departamentos donde anteriormente vivías me dio esta dirección, pero no estaba segura si tocar el timbre o no, por los ladrid... ¡Oh por dios! ¡Tanuki!-.
Se lanzó hacía Tanuki quien ahogó un ladrido cuando sintió el abrazo de Miyuki que luego correspondió con lamidas en su mejilla. Me sentía aliviado por saber que no le había ocurrido nada malo. Había temido que mi maldición la hubiese alcanzado sólo por el hecho de hablarnos a través del ordenador. Pero ahora comenzaba a sentirme responsable por su seguridad. No podía contarle sobre mi misión a Guatemala pero tampoco podía dejarla en Colombia a mi espera en un lugar totalmente desconocido para ella y con alguien vigilándome. Lo más sensato era que me acompañara y en el trayecto inventar razones por las cuales me llevaban hacia ese lugar. No quería que corriera peligro al relacionarla con este problema. Me apresuré a contarle que teníamos que viajar ahora mismo a Guatemala, ella accedió de inmediato y me avisó que llevaba suficiente dinero en sus tarjetas y se ofreció en pagar su vuelo junto con el mío para poder ir juntos en primera clase. Y por más que le insistí varias veces que no era necesario, al final su necedad de niña caprichosa y mimada ganó como siempre, y partimos inmediatamente en el vuelo de las 8:00 pm.




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