Zignum Meiga Entre las dos caras de la luna Parte 2

Capítulo 4 El Arlequín

Miro en la distancia la luz del amanecer difuminándose en el horizonte del lago Atitlán, desde la cima de un nublado bosque perteneciente a la laguna de Santa Clara en Sololá Guatemala. Tanu, Miyuki y yo nos encontrábamos en la cima de una montaña enclavada en el extremo noroccidental del lago, apreciando el deslumbrante y cristalino color del agua que, junto con los volcanes, hacían de aquel místico lugar uno de los rincones más bellos del mundo. Tanu estaba algo irritado, había odiado el viaje en transportín. Era la primera vez que había viajado en la bodega de un avión y no en la cabina conmigo como cuando era tan sólo un cachorro. Habíamos dejado el equipaje en un hotel en Panajachel. Tomamos el transporte a Quetzaltenango. Durante el trayecto en barco se había gestado una tormenta y durante un tiempo parecía que habíamos atravesado el umbral de un misterioso limbo. No se lograba apreciar absolutamente nada alrededor y era muy difícil poder imaginar que el vislumbrante sitio donde nos encontrábamos se trataba sólo de un lago interior y no de un inmenso mar abierto. Pero habíamos llegado bien al hotel. Recorrimos el lugar a las 5:30 am, la barca pasó justo del volcán San Pedro, había un cono perfecto de tupida vegetación. Panajachel era el pueblo más turístico y concurrido del lago. En cierto modo me recordaba a la ciudad de Praga con restaurantes estilo occidental, discotecas que abrían hasta la madrugada y hasta una gran comunidad de judíos ortodoxos que al parecer llevaban meses en el pueblo. Más tarde descubriría que a diferencia de Praga, los judíos eran una presencia que ocasionaba muchos desencuentros en Guatemala que corrían el riesgo de acabar mal. 
El cuarto del hotel tenía vista al lago, habíamos despertado con el lago Atitlán en el cercano horizonte. Era como ver el lienzo bosquejado por un famoso y talentoso artista en sus más célebres obras. De Panajachel a San Pedro sólo se necesitaban de veinte minutos. Miyuki había contratado una agencia de excursión, ansiosa por comenzar el senderismo en el volcán en las horas más frescas del día. San Pedro también era un lugar turístico aunque la mayoría de los hoteles era de hospedaje económico. Ahí estaba el mercado del pueblo y una bella iglesia. La cima nos costó dos horas y media de camino empinado. Sin embargo, el panorama había valido la pena. Aquel lugar era un sitio hermoso para vivir y tal vez empezar de cero. No tenía idea de que Miyuki, pese a su delgado y pequeño cuerpo, estuviera tan en buena forma y tuviera la energía y fuerza suficiente para recorrer el lugar.
En la iglesia de San Pedro en el interior no quedaba demasiado tras ser testigo de varios temblores y un gran terremoto que cuentan los pobladores hace siete años había sacudido a Guatemala. El imponente y devastador sismo de 7.5 grados en sólo unos segundos había dejado un tercio de la población reducida a escombros. Miles de edificios habían colapsado. El terremoto sucedió en plena guerra civil durante la madrugada cuando todos dormían, resultando la muerte masiva de 23 mil personas aproximadamente y más de un millón de damnificados. No obstante, al igual que la República Checa, aquel pueblo pudo levantarse de la gran catástrofe. En aquel lugar la gente era muy devota. Santa Clara era un pueblo muy pequeño y quizás el menos habitado de los doce que había pero contaba en su territorio con una reserva natural con varias especies animales y que era utilizada para practicar senderismo y turismo activo con cables para hacer tirolina de 400 metros de longitud entre dos colinas y con una distancia de caída de 200 metros aproximadamente. Había dejado a Tanu al cuidado de un guía. Miyuki había adoptado el "carpe diem" y el "memento mori" como su filosofía de vida. Me decía que quería vivir su vida como si fuera el último y me animaba a hacer lo mismo. Ella había elaborado una lista de cosas que tenía que hacer antes de morir. 
-Onii-chan, yo sé que eres demasiado hábil en los deportes. Siempre lo has sido desde que estudiamos el último año juntos en la preparatoria, ¿recuerdas?. Eras como un famoso y atlético deportista del básquetbol. No por nada eras muy popular entre las chicas del instituto aunque, lo que tenías de atlético, lo tenías también de reservado. Para mí fue una suerte que me dirigieras la palabra, recuerdo que ahí estaba sentado en la cafetería el chico guapo, la imagen perfecta del cuerpo masculino para todas las chicas del colegio a punto de sufrir uno de los mayores ridículos en la historia cuando yo, tu salvadora, te alerté que unos chicos habían puesto algo de wasabi a tu comida aunque, me hubiera gustado ver tu expresión agónica al probar su peculiar sabor-. Comentó Miyuki sonriente mientras sostenía su mentón con el dedo índice en un gesto dubitativo.
-¿En serio? Eso fue algo en verdad muy extraño. Aún pienso que tú fuiste la que lo dejó ahí en primer lugar y luego te arrepentiste de hacerme la broma, o quizás, sólo lo hiciste porque no sabías como iniciar una conversación normal conmigo. Tal vez hay algo de perversidad debajo de esas gafas rosas-. Le dije de soslayo intentando ocultar una pequeña risa. 
-¡Baka! ¡baka! ¡Cállate y prepárate a saltar¡. Por nada en el mundo podemos perdernos una aventura como esta, recuerda, sólo se vive una vez-. Exclamó Miyuki con entusiasmo infantil motivándome en lo que estábamos a punto de hacer. 
El salto en tirolina de 400 metros de un extremo a otro fue muy divertido. Con gran velocidad parecía que volaba a través de la niebla y a mitad del trayecto parecía haber entrado de nuevo en el umbral del limbo como la vez que creí estar en el océano, ya que durante algunos segundos no se podía ver el final. De pronto, creí escuchar un grito lastimero a lo lejos, después el aleteo de una sombra que parecía volar cerca de mí. Enseguida escuche el grito de Miyuki. El miedo se había apoderado de ella y no paraba de gritar. Probablemente debí sedarla con un beso como me anestesió ella a mí en mi dolor. Suponía que jamás había sentido tanta adrenalina y vértigo en su vida y parecía que iba a vomitar pero al final todo terminó bien. Aunque aquello que creí ver y escuchar me había dejado muy intrigado. 
Ya libre de arneses y cascos, nos encontramos con improvisados rezos mayas en antiguos altares de piedra. El centro del mundo de los doce pueblos muy diferentes entre sí, estaban unidos con una historia maya en el área del lago. Llegamos a San Juan en coche a través de una carretera llena de curvas que nos acercó aún más al lago que se mecía entre nubes bajas. En San Juan La laguna había asociaciones de mujeres afro-caribeñas que se dedicaban al trabajo del textil quienes explicaban como teñían los tejidos que usaban y vendían con hojas, semillas o raíces sacando colores de diferentes tonalidades y en especial de una planta que daba un azul completamente diferente en función de si se hervía o no con luna llena. Aquello me recordaba las leyendas de Colombia y República Checa que había oído del influjo de la luna sobre las plantas y de seres que usaban esto a su favor. Aunque el color azul resultado de esta planta era algo muy real y no sólo producto de la imaginación colectiva de una leyenda. De pronto, mi mente trajo la remembranza de aquel grito siniestro en la niebla. Le pregunté a Miyuki si había escuchado lo mismo que yo en Santa Clara pero sólo me dijo que estaba demasiado ocupada gritando como para notarlo.
-Es el Urutaú joven, el llamado ave de los muertos-. Afirmó una de las mujeres que había escuchado nuestra plática. 
-Pasa todo el día erguido sobre un tocón de árbol seco y posado ahí no se mueve y parece volverse parte del tronco. En la noche asusta a todo el que lo ve, con sus enormes ojos amarillos o por su grito melancólico que parece el de un lamento humano que va disminuyendo cada vez que se acerca a su presa, de ahí que muchos la confunden con un alma en pena o alguna bruja y por eso los cazan, pero no se preocupe joven, sólo es un ave muy rara e inofensiva-. Terminó de informar aquella amable mujer y siguió tiñendo los tejidos. 
-Nictibio, es una especie insectívora de ave nocturna oriunda de países latinoamericanos. Habíamos hablado sobre ella hace tiempo en la clase de biología ¿recuerdas?. Y seguramente pronto estará en peligro de extinción por el miedo que induce a la gente por sus supersticiones y leyendas, además de que pone un sólo huevo a la vez al año. Seguramente es lo que oíste. Existen animales que emiten un sonido espeluznante como el mono aullador y el nictibio, pero no es nada sobrenatural, al contrario, son especies muy naturales. No temas Onii-chan que para eso estoy aquí, para protegerte -. Me comentó Miyuki con una pequeña y burlona sonrisa en sus labios-.
-¿Quién fue la que casi vomita del miedo en Santa Clara?-. Me apresuré en decirle y remedar su sonrisa maléfica.
-Onii-chan a veces puedes ser muy cruel ¿lo sabías?-. Contestó Miyuki con un gesto de puchero cual bebé llorón. Al final ambos nos reímos, realmente estábamos disfrutando el día, incluso Tanuki que movía la cola de un lado a otro en presencia de Miyuki. La felicidad había regresado en él y eso me hacía en parte feliz hasta que recordé, como si me fuese prohibido sonreír, a qué había venido a Guatemala en primer lugar. 
La tranquilidad era absoluta sin demasiado movimiento foráneo ya que eso se encontraba en las calles de San Pedro y Panajachel. En las calles de San Juan en cambio el arte urbano había tomado los muros del pueblo convirtiéndose en galerías de arte viviente. Un museo al aire libre. Murales con motivos mayas con sus distintas formas, colores y estilos habían convertido a este pueblo en una verdadera obra de arte. Los lugareños, afro-caribeños en su mayoría, se sentían orgullosos de mostrar las paredes de sus casas convertidas en arte. Las pinturas estaban en armonía con el paisaje de manera fluida, y mejoraban de alguna manera el entorno con una gracia discreta. Lugares destruidos y abandonados por el terremoto habían quedado coloridos con la participación de toda la comunidad. Muros de casas y calles vestían de religiosidad y era semejante al arte urbano en grafiti de las aldeas de Gambia para el atractivo turístico. Uno de tantos muros me llamó la atención, justamente en uno de esos lugares destruidos que era antiguamente una escuela para niños voladores. Lo reconocí. Había leído sobre aquel rito vinculado a la fertilidad. El motivo de aquel muro era "El rito de los voladores" una ceremonia donde ejecutaban una danza basada en una leyenda maya, en la cual se relataba la historia de unos hermanos que fueron castigados por tratar de asesinar a sus gemelos y su castigo fue ser convertidos en animales. Era una danza-invocación que tuvo un uso extenso en Mesoamérica. Sus ornamentos representaban aves de diversos tipos.
El atuendo confeccionado consistía en auténticas plumas de aves. El empleo del color rojo en sus atuendos era considerado como representativo de la sangre de los danzantes muertos y la calidez del sol. No obstante, el disfraz del caporal en aquel mural no era lo que había leído o visto en imágenes prehispánicas. El atuendo era rojo pero no llevaba ningún motivo o figura de aves, ni penacho, ni ningún adorno en particular con dichos motivos representativo de los voladores. El caporal rojo pintado ahí se parecía más bien a un pequeño arlequín rojo semejante a los que aparecían en el teatro negro o en el carnaval de la ciudad de Praga. O al menos eso creí ver, ya que de pronto, en cuestión de un parpadeo, había cambiado como por arte de magia, a la figura de un caporal prehispánico. La falta de sueño comenzaba a hacer estragos mi vista, o era eso o comenzaba a volverme loco.
En el embarcadero, un bote de madera esperaba por nosotros para atravesar la orilla contraria y poder ir a Santiago Atitlán dejando atrás al bello pueblo de San Juan la laguna. Miyuki había encargado un bote de forma privada para tener más tiempo. Una confrontación de vientos del sur con los del norte originaba remolinos fuertes y olas grandes en el lago, algo que sucedía normalmente durante el medio día y que los mayas explicaban como la forma de vaciar los pecados de los hombres. En Santiago, las mujeres solían usar una ropa blanca rellenada de diferentes diseños, plasmaban animales, paisajes y flores en sus artesanales atuendos. Los hombres estaban siempre ataviados con sombrero y su característico pantalón corto blanco bordado con motivos de animales. Ellos conservaban una indumentaria que era una de sus mayores señas de identidad con una tradición que les llevaba a ser la cabeza de un antiguo reino maya. 
Se cuenta que antiguamente se medía su riqueza en función de la profusión de dibujos en la tela que formaba su pantalón a diferencia de Praga la cual se medía su riqueza por el nombre de la marca que vestían. Del embarcadero a la plaza principal atravesamos una larga y empinada cuesta que servía como mercado de artesanía. A pesar de la potente lluvia que nos acompañó buena parte de la tarde, Miyuki, quien bajo un paraguas rosa se protegía a ella y a Tanu de la lluvia torrencial, parecía estar loca de felicidad, ya que nos detuvimos numerosas veces en los distintos puestos en los que vendían telas, estatuillas de cerámica, máscaras de madera semejantes a las que se usaban en ceremonias mayas; bolsos, cuadros y una gran cantidad de artesanía local, pero lo que más predominaban en cada puesto eran unos coloridos huevos que se asemejaban a los huevos de pascua. Había olvidado lo feliz y obsesionada que Miyuki se volvía al tratarse de compras y había recordado por qué odiaba acompañarla en su hobby, ya que era yo él que terminaba por cargarlo todo. Miyuki nos tenía a Tanu y a mí de un lado para otro. No sabía cómo decirle que parara, que no habíamos venido precisamente a divertirnos. Estaba a punto de hablar con ella cuando se puso una máscara en el rostro y decía a modo de broma "Soy el ave fantasma, te voy a atrapar". Era muy agradable verla divertirse y siempre lograba romper la ley de mi sonrisa prohibida. No obstante, sus ojos a través de la máscara me hicieron recordar a aquella peligrosa mujer en el Bohemian Collyseum y quien tenía por sobre nombre "La mariposa negra" y aquel otro sujeto que le decían "El tigre ruso". Eran dos personas enmascaradas sumamente peligrosas y a los que no me gustaría encontrarme de nuevo. No me gustaban las máscaras exóticas, ni las del carnaval.
Ni siquiera me gustaban las máscaras. No me gustan ni nunca me gustaron.
No me gusta la gente que no da la cara y no ofrece al prójimo su gesto más sincero.
Llegamos al parque central. Un lugar lleno de vida a pesar de la lluvia. Nos sentamos en una banca con techo de madera para resguardarnos de ella. Los niños empapados jugaban bajo la lluvia sin darle importancia. Algunos jugaban al futbol soccer en canchas improvisadas. A lo lejos oía el canto de unas niñas cantar en un juego de palmas. En ese instante, un viento fuerte y gélido nos envolvió a Miyuki y a mí y un escalofrío recorrió por todo mi piel. De pronto, Tanu comenzó a ladrar y a gruñir amenazadoramente. Los niños cantaban y reían en los columpios. El viento silbaba una linda sinfonía similar a la de una ocarina. Los niños parecían muy felices pero con extrañas sonrisas mientras cantaban. De repente, divisé a una niña que a diferencia de todos los niños tenía expresión de miedo y angustia en su infantil rostro. Tanu y Miyuki habían desaparecido. Caminé hacía la niña y me senté a su lado, de pronto, todos los niños me miraron, y el silbido del viento pasó a ser sólo un murmullo. Vi a la niña y tenía la cabeza mirando hacia abajo mientras empezaba a temblar. El murmullo del viento aumentó, el cielo se oscureció, las flores se marchitaban y la gente del pueblo alrededor de la plaza comenzaba a descomponerse en pútridos cuerpos gangrenosos. El pequeño murmullo empezaba a aumentar al punto de parecer que yo estuviera en medio de una gran multitud que hablaba mucho. Vi a la niña y su cabeza comenzó a moverse como si estuviera poseída, por lo que empecé a agitarla de un lado al otro, de adelante hacia atrás con la intención de que reaccionara. Pero sólo mantenía su cabeza baja. El murmullo ya eran casi gritos y una gran oscuridad inundó el mundo para no mostrar más un rayo de sol. Yo no sabía lo que pasaba hasta que cerré los ojos y no escuché nada más. Los abrí de nuevo y la niña en esta ocasión me miraba directamente sin ninguna emoción en su cara. La niña se acercó a mí, me abrazó y me susurró al oído: "Sanguinis hostia expiabit".
Ipso facto, una gran luz nos iluminó. La niña había desaparecido por completo de mi vista. Sólo gritos de lamentos se escuchaban al remitente que pasaban todas las personas. Hombres, mujeres y niños se consumían en llamas. La escena era muy familiar. Yo sólo veía lo que pasaba sin que el fuego me afectara. El fuego comenzaba a tomar la forma de cúmulos de pequeños insectos similares a hormigas o termitas. De repente, del fuego emergió un ser extraño con la forma de un arlequín con traje rojo y con una máscara con la nariz chata y respingada, con expresión alegre, sus ojos eran rasgados como los de los gatos y mostraban una oscuridad total. Además de todo esto, tenía varios chichones en la parte alta. El color de la máscara era negra con apariencia simiesca con algunos adornos de un color rojizo oscuro. Y tenía un instrumento ovalado color negro en su diestra. En ocasiones me preguntaba si la depresión y la maldición que me afligían tenían rostro o en cómo se vería si ese demonio estuviera frente a mí. Sería como aquel ser. 
Aquello corrió velozmente hacia mí como un ser salvaje tras su presa mientras yo sólo esperaba mi inminente final. De pronto, un estruendo como de un fuerte choque, me despertó. Otra vez todo era un sueño. Me había quedado dormido y a lo lejos en la calle, había ocurrido un fatal accidente. Todos parecían estar sorprendidos con cierto nivel de preocupación por lo que había sucedido. Miyuki se había adelantado a la escena del accidente pero sólo tardó un minuto cuando regresó corriendo casi cayéndose por lo resbaladizo del suelo a causa de la lluvia. Al parecer un auto se acercaba a gran velocidad y no se percató de que adelante venía una motoneta, la cual trató de esquivar el auto pero derrapó en el asfalto mojado chocando contra una camioneta estacionada. Dejé caer sus cosas en la banca y corrí por instinto en intentar ayudar a la persona de la motoneta. Me di paso entre la multitud de gente que ya se había reunido ahí pero todo era inútil. Aquel hombre yacía en el suelo boca arriba, entre vidrios rotos de los espejos retrovisores de la motoneta, con el cráneo abierto y ensangrentado mostrando parte de su masa encefálica esparcida en el asfalto y su rostro extrañamente aún mantenía una expresión de terror. Tenía vestimenta propia de los judíos ortodoxos y un casco negro a pocos metros de él. Los lugareños alrededor comenzaban a retirarse del sitio como si aquello más que desagradarles era como si no tuviera importancia. Como si sólo hubieran atropellado a un perro de la calle. Miyuki se encargaba en pedir el número de la ambulancia y marcar en su celular. Un testigo, al parecer otro extranjero dijo que un auto gris intentó chocar contra la motoneta y luego se dio a la fuga. Lo más extraño era que había dicho que en ese momento el accidentado aún llevaba el casco negro en la cabeza. La ambulancia llegó más tarde y los paramédicos se llevaron en una bolsa negra para cadáveres el cuerpo del judío. La plaza estaba vacía de niños y sólo habían algunos adolescentes y demás gente adulta, pero no había ningún alma infantil jugando bajo la lluvia. No podía hacer hincapié en esta situación que aunque me había dejado sumido en la perplejidad y en el misterio, no obstante, sentía que ya había perdido demasiado tiempo.




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