Zignum Meiga Entre las dos caras de la luna Parte 2

Capítulo 7 El Rito de los hombres pájaro

De repente, un flashazo. No sabía dónde estaba. No sabía quién era.
Una luz. Niebla. Las olas. El mar. Las nubes. La arena. El sol. Ahora lo veía todo claro. Había naufragado ante las costas del pueblo y había sido rescatado por un pescador. Pensaba que moriría al ver que las partes de mi cuerpo donde estaban mis piernas que buscaba mover sólo había dolor y sangre. "¡Mamá, viene por mí, mamá, viene por mí!". Mi último recuerdo era el desesperado remar de mi madre al intentar huir de la isla junto a su pequeño y único hijo, pero aquello no nos dejaba escapar. Aquello no soltaba mis piernas, pero se las tuve que entregar como pago por mí libertad. Sólo estoy seguro de algo, que aquello que estaba en la barca conmigo ya no era mamá. "¡Mamá viene por mí, mamá viene por mí!" recuerdo haber gritado eso varias veces antes de quedarme dormido entre los brazos del pescador. 
Pienso en ese sueño que tengo todos los días.
Los primeros rayos del sol comenzaban a filtrarse a través de la ventana a lado de mi cama. Aparté las sábanas que cubrían mi cuerpo, y ahí, donde habían un par de piernas, estaban los muñones que me recordaban lo que había perdido en aquel horrible lugar. Podía jurar que aún era capaz de sentirlas algunas veces y a veces aún percibo el dolor como si aún estuvieran ahí. Sí, tal vez había perdido mis piernas pero había ganado algo más y estaba vivo. Me senté en el borde de la cama y tomé de la botella un pequeño trago de tequila que estaba cerca de mí, mientras el sabor amargo del alcohol me regresaba a la realidad. Me acomodé en la vieja silla de ruedas. Me coloqué el parche en el ojo izquierdo, me dirigí hacia la ventana y abrí las cortinas y miré con un sentimiento raro en el estómago. Sonreí un poco para ignorar el dolor.
"Creo que es hermoso oír el cantar de los pájaros" pensé.
Un hermoso día más. Estoy vivo y aún respiro. El pájaro de la muerte no me ha llevado aún. Sé que algún día desplegará sus alas y estaré bajo su sombra reclamando lo que una vez le fue quitado, mi alma aguarda por él, pero mientras tanto disfrutaré cada día como si fuera el último. De pronto, alguien tocó a la puerta. Quizás hablé demasiado pronto. Resignado me dirigí para abrir y pude notar que debajo de la puerta había una sombra esperando detrás. Tragué saliva. Me dispuse a abrir quitando el seguro y afuera... no había nadie. Me preguntaba si podía haber imaginado aquello, pero... justo cuando estuve a punto de cerrar la puerta me percaté, como si su simplicidad e inocencia gritaran por llamar mi atención, de que había una pequeña canasta en el suelo. Era una canasta con un moño rojo, con una tarjeta que decía felices pascuas y un huevo de chocolate dentro. Lo llevé adentro y lo asenté sobre la mesa. -¿Alguien me estaría jugando una broma?- Me pregunté. "Aquello se veía tan delicioso y sería una lástima tirarlo a la basura" pensé. Decidí darle una pequeña mordida, y sin darme cuenta terminé por comerlo todo. Enseguida, algo que al parecer estaba dentro del huevo cayó sobre la mesa. Era un pequeño papel con una inscripción en un lenguaje raro, tal vez judío. Debía significar buena suerte o algo parecido. Agradecido por el obsequio, guardé el pequeño papel en el bolsillo de mi camisa y me dispuse a hacer mis tareas del día, e ir a la procesión del Rilaj Mam antes del atardecer, ya que tendría que ir al centro ceremonial del pueblo donde se efectuaría el rito de los hombres-pájaro.
El día transcurrió muy rápidamente. Después de la procesión, me dirigí con Zulia al centro ceremonial ubicado a tres kilómetros de la plaza central cercana a la iglesia del pueblo. El reloj del palacio municipal daba las seis menos quince de la tarde.
Habíamos llegado puntual a la ceremonia. Las aves retornaban a sus hogares desde el horizonte en parvadas majestuosas detrás de los volcanes del lago. Entonces vi volar a un magnificente halcón. Deseaba ser esa majestuosa ave y ver el rito desde su perspectiva. Una mirada que nadie más que sólo las aves del cielo y yo teníamos el privilegio de poseer. Era cierto que cubría el ojo que tenía mayor agudeza visual pero no era para ayuda y estimulación del ojo vago como les había hecho creer a todos y que nadie sabía que estaba perfectamente sano. El parche tenía otra utilidad. Aquello ocultaba algo especial.
Cambié el parche que cubría mi ojo izquierdo a mi ojo derecho, y mi ojo izquierdo miró directamente el cuerpo del halcón que volaba sobre los cielos. Sí, tal vez había perdido mis piernas pero había ganado algo más, "El don de ver a través de los ojos de las aves". Al enfocar la vista de mi ojo izquierdo en cualquier ave, podía ver lo que esta veía. Poseí su vista, y entonces comencé a volar con alas de halcón sobre ellos. Me sentía el rey de los cielos. Había alcanzado a ser un verdadero hombre-pájaro que aún con compromiso, disciplina, experiencia y don jamás llegaría a ser por el hecho de haber perdido ambas piernas. Sin embargo, no había perdido mi sueño. Volar, el dulce sueño de todos los mortales, era una realidad para mí y los hombres-pájaro.
Cuenta la leyenda que el caporal del pueblo tenía la importante tarea de internarse en el bosque en busca de un árbol especial para el ritual que representaría al Rilaj Mam como vínculo entre los humanos y los dioses. Un árbol que alcanzaba hasta los cuarenta metros de altura y tenía la particularidad de crecer muy recto y con una madera muy dura, cualidades que eran necesarias para poder sostener el peso de los cinco danzantes. Cuando el árbol era elegido se danzaba en torno a él, con oraciones y bocanadas de aguardiente.
En la base donde se colocaba el palo se cavaba un hoyo y se ofrecía, en sacrificio, una gallina negra, siete pollitos vivos los cuales eran rociados con aguardiente y un puñado de tabaco, a cambio de la fertilidad de la tierra. En esta ocasión uno de los hombres ricos del pueblo quiso ser partícipe de la ceremonia y donó un ejemplar de gallo proveniente de indonesia completamente negro desde la cresta hasta las puntas de las garras. Sus ojos eran de un color negro azabache muy intenso así como lo era también su lengua. Estaba cubierto totalmente por plumas de un negro metálico brillante, sus órganos internos también eran negros. Incluso su sangre poseía esta misma tonalidad. Jamás habíamos tenido un elemento ritual tan valioso como lo era éste. Se decía que estaba destinado solamente para millonarios. Se creía que su carne tenía poderes místicos. Se sacrificaban en Asia porque se consideraba que podían traer suerte, por ejemplo, durante un parto o ante una operación importante. 
Esta ofrenda se efectuaba también para el perdón del Señor de los montes por haberle arrancado la vida a su hijo el árbol y evitar su furia que en justicia, podría reclamar la vida de alguno de los hombres-pájaro. 
Los hombres-pájaro se dirigieron al rústico aparato de madera. En solemne procesión los cinco danzantes ascendieron por el palo, apoyando pies y manos en los angostos pliegues de la cuerda con que se le había vestido. En el ambiente se respiraba un aire de respeto y de temor, quizás ante el peligro, quizás ante el rito. En la cabeza de cada uno, un pequeño penacho multicolor en forma de abanico que simulaba el copete de un ave, además de simbolizar los rayos solares que partían de un pequeño espejo redondo que representaba al sol. Las prendas en color rojo y el espejo circular en la cabeza. Era un intrincado y hermoso juego de símbolos.
Uno por uno, los cuatro voladores fueron subiendo por el mástil hasta llegar al bastidor, allí se colocaron en cada extremo para equilibrar el peso.
El último en subir fue el caporal, quien al llegar a la cima se ubicó de pie en medio de ellos. La melodía de la flauta y el tamborcillo interpretados por el caporal comenzaron a sonar al tiempo que, parado sobre la punta, zapateaba y realizaba difíciles y arriesgados giros hacia las cuatro direcciones, siguiendo la rotación de la Tierra. Realizaba una serie de saltos acompañados de un impresionante zapateado con el que pareciera querer clavar un poco más el poste.
Los brincos y saltos de aquel se hacían cada vez más violentos y arriesgados.
Había aprendido este ritual en la escuela de niños voladores donde les enseñaban a respetar y venerar a la madre tierra y a la naturaleza. Ovacionada por muchos pero comprendida por pocos y en ocasiones considerada como un juego o una simple muestra de valor debido al desconocimiento de su origen y significado. Para la mayoría sólo era un juego espectacular y peligroso, pero había mucho más detrás, había siglos de tradición, había magia, había Dioses. 
Los voladores amarrados con una soga en la cintura y con una coordinación casi perfecta, al escuchar una nota especial en la música, iniciaron el descenso arrojándose de espaldas al vacío con la cabeza hacia abajo, extendiendo sus brazos como las alas de un ave en pleno vuelo. El espejo en la cabeza de uno de ellos destelló por un momento cegando mi visión de halcón por un instante, y al recuperar la vista, era uno más de los cuatro hombres que se habían aventado al vacío de cabeza, amarrados de los pies, teniendo como fondo las notas del Son del vuelo, nuestros brazos extendidos eran ahora alas que nos transportaban por los aires. Ahora era uno más de ellos.
Durante el vuelo nos habíamos convertido en aves que, en honor del dios Sol y de Tláloc, dios de la lluvia, girábamos y girábamos, descendiendo hacia la tierra. Nuestros cuerpos formaban las aspas multicolores de un rehilete humano, impulsados por nuestro propio peso.
Conforme descendíamos, los giros se hacían más amplios.
No sé en qué momento ocurrió o cómo ocurrió, sólo importaba el aquí y ahora, ser parte de esta ceremonia y agradecer el haber vivido lo suficiente para disfrutar de este mágico momento. De pronto, desde las alturas y de cabeza vi mi cuerpo entre el público en silla de ruedas con los ojos cerrados, y una mujer vestida de negro, con un velo cubriéndole el rostro, salió de entre la gente y caminó acercándose al palo volador, enseguida posó una de sus manos sobre él y lo acarició lascivamente como si éste fuese un instrumento sexual. Luego siguió su camino y se adentró entre la multitud. De repente, escuché un grito. Uno de los hombres-pájaro se había soltado e iba cayendo al suelo. La cuerda se había roto. El hombre cayó a más de veinte metros de altura como un muñeco de trapo alejándose por los aires para luego impactarse terriblemente quedando con el pecho destrozado cerca de la multitud. No podía creer lo que había pasado. ¿Por qué los dioses habían desatado su furia ahora, en este día? Luego pensé en la mujer que ya se había perdido entre la multitud la cual había tocado el palo del ritual hace algunos instantes y recordé que quedaba estrictamente prohibido el que una mujer tocase el árbol ya que podía ser augurio de mala suerte para los hombres-pájaro.
¿Tendría algo que ver su presencia o sólo era una horrible casualidad? Sea lo que sea que haya ocurrido, el rito se había ya teñido de rojo y sólo quedaba terminar las trece vueltas para descender y llorar por la terrible pérdida de uno de nuestros hermanos. 
A continuación, una larga, negra y delgada extremidad con garras en vez de dedos emergió del espejo circular de la cabeza de uno de los hombres-pájaro y se dirigió velozmente ascendiendo por su cintura para cortar con gran destreza la cuerda que lo sujetaba. Y como el primer hombre, el segundo también cayó lejos del palo, precipitándose en medio de la multitud y rompiéndose el cuello en el acto. La sangre no dejaba de fluir. De alguna forma yo aún mantenía una vista de halcón pero bajo la perspectiva del hombre-pájaro, y podía notar con gran detalle desde las alturas y en posición de cabeza que las personas alrededor se mantenían calladas y con expresión sosiega. Ellos no estaban aterrados, no gritaban, mantenían una horrible y perturbadora tranquilidad y sólo se limitaban a observar el cadáver para luego levantar la mirada y seguir contemplando el ritual. Enseguida me percaté que entre ellos habían sujetos extraños vestidos con túnicas negras y con máscaras funerarias mayas de mosaico de piedra de jade, máscaras ceremoniales brillantes de color verde que representaban a los temibles dioses del Inframundo cubrían sus misteriosos rostros. Pronto me dí cuenta que para salvar mi vida, debía deshacerme del pequeño espejo circular que yacía en mi cabeza. Sin dudarlo ni un segundo más, me quité el penacho con el espejo y lo arrojé lejos de mí y cuando esté caía pude ver un horrible y demoníaco ojo negro acechar a través de él antes de que el espejo se partiera en mil pedazos. Sólo quedábamos dos danzantes y el caporal que aún seguía tocando sus instrumentos como si nada más importará que finalizar con el ritual. Miré al otro danzante y quise advertirle para que hiciera lo mismo que yo, pero en un instante, el ojo volvió a aparecer en el penacho de aquel danzante y una vez más aquella horrible y pesadillesca extremidad emergió del pequeño espejo sólo para cortar de nuevo la cuerda de otro hombre-pájaro. Inútilmente estiraba los brazos para poder salvarlo. Si tan sólo pudiera volar realmente, libremente, liberarme de esta cuerda que me mantiene atado a una falsa ilusión de volar y así poder rescatar a mis hermanos. Su rostro impactó contra el suelo desfigurándolo totalmente. La sangre fluyó de nuevo y un cuerpo sin vida yacía al sur del palo volador, otro cuerpo al este y otro al oeste. Pude divisar a cada uno de mis hermanos caídos. Todo había pasado tan rápido. La vida en ellos se había extinguido igual de rápido. Sólo quería pisar tierra firme y poder despertar de esta horrible pesadilla, pero aún estaba a más de diez metros y varios giros más de poder liberarme de esta cuerda y de la cruda realidad. Mis lágrimas caían desde lo alto, escuchando la música de flauta y tamborcillo del caporal. Cerré mis ojos, ya no quería ver más nada. Ya era un hombre sin sueños, colgado boca abajo como un muñeco sin vida, dando vueltas sin el anhelo de querer volar que antes creía inextinguible. No entendía lo que pasaba. De repente, aquella música cambió a una melodía proveniente de otro instrumento, ya no sonaba como antes, todo era diferente, ahora era una melodía triste y a la vez tenebrosa. Extrañado, abrí mis ojos y dirigí mi vista de halcón al caporal. Y después de abrir los ojos aún permanecía la oscuridad. De la nada, una luna había ocultado los rayos del sol. Un eclipse había aparecido de repente y la tierra estaba sumergida en penumbra, y aquello... aquello ya no era él caporal, aquello era otra cosa, aquello tenía un traje de bufón o payaso de color rojo, y tenía un rostro negro de mono demoníaco y tenía entre sus manos, con garras semejantes a las que habían emergido de los espejos en los penachos de los hombres-pájaro, un instrumento musical semejante a un huevo de color negro. Este al igual que el flautín lo tocaba con la boca mientras saltaba y danzaba como un simio en la punta del palo y me observaba con esos horribles ojos color azabache. De pronto, una voz profunda y grave, como si fuera el murmullo del viento en mi oído, dijo "Busca a Ulysses Navarro. Busca a Skoll". Enseguida, esa cosa alzó la mano derecha y me hizo un gesto de saludo o más bien de despedida. Las garras en su mano derecha con el que me había hecho el gesto se hicieron más largas y amenazantes, se inclinó sin dejar de tocar aquel instrumento y con sus temibles garras cortó la cuerda que me mantenía con vida y caí en el abismo de la muerte. El halcón aún volaba en las alturas y mientras caía me le quedé mirando, sintiendo envidia por su aleteo, por su vivir. Y deseé ser un ave en mi próxima vida. Un ave que vuele libre sin cuerdas. El halcón me miró y yo lo miraba a él y desde el cielo me vi. Había muerto, había caído al norte, al caer de cabeza me había abierto el cráneo derramando mis entrañas en el suelo. Las extremidades de mi cuerpo se habían destrozado y la sangre no dejaba de fluir como un pequeño río. Vi como mí sangre y la de los otros tres hombres-pájaro seguían un curso hacia una dirección contraria a cada hombre, para luego doblar y fluir hacía el palo del ritual hasta llegar a él justo en la base dónde se encontraba el sacrificio del señor de los montes. Pensé por un momento que era mi alma la que había ascendido y que veía la abrumadora escena desde lo alto del cielo, pero pronto, me di cuenta que estaba viendo todo otra vez bajo la perspectiva del halcón.
Y desde lo alto con los ojos del halcón pude ver una extraña figura semejante a una cruz cuyos brazos estaban doblados de forma recta, dibujada con la sangre de los hombres-pájaro con el palo volador como centro. La melodía del bufón había terminado y la campana del palacio y de la iglesia del pueblo junto con el canto de un gallo comenzaron a sonar. Las campanas en un canto de falsa gloria acallaban el llanto de los dioses tristes siempre vigilantes del terrible suceso. 
El canto del gallo parecía provenir del hueco dónde se había puesto el palo volador. El gallo negro del sacrificio estaba cantando. Cantaba con una perturbadora constancia. Y aún cuando el tañido de las campanas había cesado, el gallo seguía cantando repiqueteando en la oscuridad, hasta que los rayos del sol apuñalaron las sombras volviendo a iluminar la tierra de nuevo. Entonces un grito me despertó de aquella pesadilla sólo para encontrarme en otra aún mucho peor. Los hombres-pájaro se enderezaron y posaron sus pies de nuevo sobre la tierra. Ellos estaban vivos, estaban bien. Y no había ningún halcón, no había ninguna mujer extraña, no había ninguno de los hombres con máscaras de jade y no había ningún ser demoniaco vestido de bufón.
Ya en el suelo los cuatro danzantes equilibraron el bastidor al sujetar tensamente las cuerdas para permitir que el caporal se deslizara por uno de los extremos hasta tierra firme pero algo ocurrió. El caporal enrolló una cuerda alrededor de su cuello. "¡Sanguinis hostia expiabit!" gritó con demencia y se dejó caer quedando por unos desesperantes y agónicos momentos con el rostro morado suspendido en el aire mientras era estrangulado por la cuerda que por alguna razón no logró sostenerlo y se rompió dejándolo caer desde el ápice del palo volador a casi treinta metros de altura, y al caer se destrozó las piernas así como se había roto en mil pedazos el espejo del penacho. No podía creerlo. El pescador que me rescató, aquel que me trató como su hijo. Aquel que había llegado a ser el caporal respetado del pueblo, se había suicidado y su cadáver estaba delante de mí. Esta vez algunas personas pegaron un grito de pánico y otras lloraron por el desconcertante y espantoso suceso. Comencé a sentir náuseas, caí de mi silla de ruedas y sentí en el estómago un dolor estremecedor. No podía más. Sentía que iba a vomitar. Abrí mi boca y regurgité sangre y el feto negro de un polluelo muerto que de pronto comenzó a retorcerse en mi delirio "¡Mamá, viene por mí, mamá viene por mí!" recordé gritar eso de niño varias veces mientras miraba por última vez el cuerpo del pescador, sentí el sabor metálico de la sangre en mi boca, vomité un poco más encima del feto que no paraba de retorcerse y que ahora parecía más bien un tumor maligno negro lleno de sangre, un tumor que palpitaba como un corazón negrecido "adiós papá". Todo se oscureció. 
No sé cuánto tiempo ha pasado. Mis pesados párpados se niegan a abrirse, aprisionándome en la oscuridad sin tiempo ni forma, que se posa como un fantasma sobre mi cuerpo en una cama fría. Mis labios yacen sellados, encarcelando mi voz que lucha por querer salir en un grito desesperado de ayuda. Por más que intento, no puedo ni siquiera mover un dedo, cada músculo de mi cuerpo yace inmóvil bajo pesadas sábanas, cual cadenas y grilletes que no permiten el más mínimo movimiento. Sin embargo, de alguna forma, sólo mi nariz, piel y oídos, son libres y capaces de atestiguar lo que sucede tras las rejas más allá de la prisión de carne que es mi propio cuerpo. Dicen que entré en estado de coma. 
-Te prometo que te vengaré Zazil. Encontraré a quien te hizo esto-. Esa era la voz de Zulia, quien no paraba de llorar. ¡Zulia no llores más por favor!. ¡Zulia no, no te vayas me siento solo!. Zulia ¿dónde estás? ¡Regresa! ¡Tengo miedo!
-Veamos cómo va el paciente de la cama 12-.
¿Quién está ahí? ¿Doctor? ¿Dónde está Zulia?
-Ningún progreso aparentemente-.
¡No doctor! ¡Estoy consciente! ¡Ayúdeme por favor se lo suplico!
-Así que vomitó sangre, ya decía yo que esta clase de escoria son unos chupasangre-.
¿Por qué dice eso de mí? ¡Oiga no sé vaya! ¡Ya no aguanto más! Me siento preso dentro de mi propio cuerpo y en completa oscuridad.
Los segundos pasan como si fueran horas y las horas como si fuesen días. ¿He? ¿Quién está ahí?
-Las sanguijuelas son seres bellos y nobles comparados con esta repugnante escoria. Yo no estudié medicina para esto-.
¡La voz de una mujer! ¿Quién es usted? ¿Por qué me dice esas cosas?. 
Se ha ido... Me quedé dormido, ¿Cuánto tiempo ha pasado?
-Malditos aborígenes. Ellos sólo viven de nuestros impuestos. No deja de darme asco, tengo unos jodidos deseos de desconectarlo o quizás mejor atravesar su lengua con una aguja hipodérmica usada por alguien con sida-.
Más voces. ¡Ya basta por favor! ¡Yo no les he hecho nada! ¿Por qué me odian tanto?.
-Tengo deseos de causarle un inmenso dolor y sufrimiento, me conformo con meterle puñetazos en la cara, obviamente después de eso me desinfectaría los nudillos-.
¡No! ¡No hagan eso duele! ¡Duele! ¡Duele! ¡Auxilio! ¡Entiendan que puedo sentirlo todo! Siento el agudo dolor de las jeringas que me entierran en los muñones de mis piernas. Siento como desprenden con crueldad mechones de mi cabello. Siento como me escupen en la cara y abofetean. Si tan sólo alguien pudiera darse cuenta, pero nunca dejan rastro de violencia. Siento la horrible angustia de que en cualquier momento alguien entrará por la puerta y me lastimará, y como siempre, nadie escuchará mis gritos mentales de dolor, angustia y desesperación.
-Hagamos patria y exterminémoslos. Le enseñaría horrores que haría que los campos de concentración alemanes lucieran como aseadas, hermosas y amistosas clínicas de eutanasia-.
-¡Desconéctenme por favor! ¡Ya no quiero sufrir más este infierno en vida! ¡Deténgase se lo suplico! ¡Duele! ¡Duele! ¡Duele!
Hace tanto tiempo que no he podido dormir pese a tener los ojos cerrados, soy como un ciego inmóvil, paralizado y lleno de terror. ¡Oh no! ¡Viene alguien!.
-Me temo que si no hay ningún progreso en un par de semanas, tendremos que desconectarlo. Llama al padre Abelard. Habrá que convencer a su hermana para que firme la petición de la eutanasia-.
Por fin he logrado conciliar el sueño, logrando escapar por un instante de esta pesadilla en la realidad. 
Sueño otro lugar, otro hogar, con otro rostro y otro cuerpo, viviendo otra vida. De pronto, estoy en un laberinto, me encuentro en un largo pasillo lleno de cadáveres de niños y seres amorfos que cambian de lugar, de forma y tamaño, y que al acercarse parecen ser cúmulos de insectos que devoran los cadáveres en el suelo. De repente, me vi caminando por una ciudad de madrugada, cuando los espíritus errantes acechan para absorber el alma, y amanecí entre personas que actúan con cinismo y desaprobación en sus caras al mirarme. 
Caminé como un zombi por los lugares más recónditos de esa lúgubre ciudad, sin saber qué es lo que estoy haciendo o buscando. Una extraña niña aparece de imprevisto, señalando a una persona. Señala a una hermosa mujer que oculta su desnudez entre la maleza. Ya no estoy en la ciudad sino en una isla. En ese preciso instante, aquella mujer que se esconde entre la selva, se transforma en una horrible criatura con extremidades de insecto y cuerpo larvario. En aquel momento, una mano me jala del brazo. Era mi madre hablándome de cosas extrañas y carentes de contexto, a veces en jergas que yo no comprendía. Luego se aleja velozmente, como si se tratara de un fantasma. Los murmullos en mi cabeza, incrementan el tono y la intensidad, intentando hacerme entender subconscientemente de qué se trataba ese sueño.
"El ser humano no controla su avaricia y su poder adquisitivo, tanto es el desenfreno, que podría hacer un trueque hasta con sus propios padres e hijos, por un gramo más de poder" 
Despierto y grito por ayuda y recuerdo en el instante, que nadie puede escucharme, despierto como si alguien estuviese cubriendo con mucha fuerza mi boca, evitando que gritara.
Ni siquiera en sueños estoy libre de la oscuridad que me embarga. Sin embargo, pude ver a mi madre en ella, quien me despertó dentro de ese terrible sueño.
Ya casi nadie viene a verme, me han olvidado, eso es bueno. Sin embargo, cada día me siento más cansado.
Escucho alguien acercarse. ¿Quién está ahí? ¿Quién ha venido a verme?
-La extremaunción y los demás sacramentos son privilegios otorgados solamente para los hijos de Dios. No he venido a darte la absolución ni a orar por tu alma hijo del diablo, tú no mereces redención ¡Schwein! Por fin el sacerdote del sol ha muerto. Durante el Carnaval son los días en los que se recrea una vuelta al caos anterior a la creación del mundo, luchan las fuerzas celestes, luminosas y diurnas, contra las terrestres, oscuras y nocturnas. Los demonios de la vegetación se cubren de heno para señalar su naturaleza salvaje, como diablos vestidos de negro y rojo, igual que payasos. El prisionero del Señor Serpiente fue sacrificado. ¡Justicia por San Sebastián! mártir cristiano que fue atado a un árbol y flechado, en Santiago de Guatemala. Muerto por sacrificio por flechamiento. Según la superstición de los indios, el sol mismo era quien, con sus rayos en forma de flechas, mataban a sus víctimas para que con su sangre se fertilizara la tierra.
Adoran a un árbol y pactan con el diablo. Y cada año lo siguen haciendo, practicando supersticiones, idolatrías y demás aberraciones con el uso del maldito Palo Volador. ¡Verdammt!. Rezo para que las Inquisiciones secretas exterminen a estos malignos hechiceros y pactistas de los demonios, y el exterminio de estos instrumentos del diablo y fincas del infierno, por las almas que a sus senos se precipitan para dar culto a los demonios. 
Continúan con esa diabólica costumbre y ahí tienen las consecuencias.
Además, en el hoyo donde entierran el árbol, sacrifican gallinas negras y otros instrumentos utilizados en sus rituales. Condeno su uso irrefutablemente.
He visto como efectúan tan terrible idolatría. He visto como el bailarín, al que llaman caporal, ejecuta desde lo alto cuatro reverencias a los cerros como cosas divinas. He visto como en una ocasión en el momento que los danzantes estaban volando, el tronco se aflojó, y al inclinarse, iban a caer, pero un indio se había quitado su ceñidor, abrazó con aquel débil paño el gran tronco, y lo enderezó hasta dejarlo tan fijo, como si lo hubieran acuñado fuertemente. Luego el indio desapareció entre el bullicio. Sólo por obra del demonio alguien podría ser capaz de tal aberración antinatural. ¡Scheiße! Demonios y animales con larga cola, con ropa negra, máscaras de madera que aluden al diablo girando en torno a un tronco igual que en los días en los que habían brujas, mujeres que adoraban a Satanás, igual que los indios adoran a un árbol que irónicamente se le cuida de la cercanía de una mujer, ya que su presencia contamina, pero la mujer y el diablo causan el mismo mal. Los indios se equiparan con diablos y judíos, y por ende se ligan con fuerzas malignas que emergen durante el carnaval y causan el caos; son quienes persiguen a la virgen María e intentan asesinar a Cristo, ellos no merecen redención. Las comunidades indígenas de Santiago y los Garífunas de San Juan La Laguna merecen más que la pena de excomunión, merecen ser juzgados por sus inequidades, por la mano de Dios, y yo soy el fuego expiatorio de su justicia divina. Hágase su voluntad. Por eso has caído bajo esta maldición que te aflige ahora mismo. Esta es tu penitencia. Una maldición del libro sagrado de la abadía de la Fraternita Saturnis Alemana. Impregnación más fertilización larvaria de un huevo unido al acto de sucesión. 
Mi maestro me entregó un rosario hecho de piedras de un extraño y sorprendente mineral que tiene la facultad de percibir los campos vibratorios de personas con ciertas virtudes sobre humanas, como aquel muchacho que vino a verme a mi iglesia hace poco, según mis informantes creo que se llamaba Ulysses Navarro, con el que arreglaré cuentas más tarde. Sé que no entiendes nada de lo que te digo, pero sé que puedes escucharme, sin embargo, nunca más nadie te escuchará. Por eso, tengo la libertad de revelarte que el caporal de tu pueblo también tenía estas habilidades. Él era aquel indio inicuo que salvó a los ejecutantes del palo volador y es por eso que fue nombrado caporal tiempo más tarde. Su facultad me imposibilitaba actuar por no saber hasta qué grado resistiría mi maldición. Pero el rosario me llevó a un hombre en silla de ruedas. El hijo del caporal. Tú Zazil, que por el pecado de la gula caíste en maldición al comer de ese huevo Indonesio y llevaste la maldición a tu padre al profanar el suelo ceremonial del rito de sus ancestros, ¡tú Zazil mataste a tu propio padre! ¿Acaso no se te dijo que del árbol del conocimiento del bien y del mal nunca comerás? La maldición de la Fraternita Saturnis es dulce y mortífera. Y la maldición judía del Pulsa Denoura en forma de un inocente huevo de pascua fue el artificio perfecto para disfrazar mi maldición y culpar a los judíos de este crimen que no es más crimen de lo que ellos han cometido a lo largo de la historia. Zazil, ahora polvo eres y en polvo te convertirás-.
¡Yo maté a papá! Aquel hombre malvado se ha ido ya. ¡Ulysses! Era sin duda el mismo nombre que escuché antes en aquella terrible pesadilla, ¡Ulysses! ¡Skoll! Si aquél sacerdote lo había nombrado entonces debía ser el mismo. Tengo que advertirle pronto.
Siento como algo se desliza por mi cuerpo y me va consumiendo poco a poco mi fuerza vital. ¡Por fin vuelvo a oír la voz de Zulia! 
-¡Por fin me he vengado de uno de ellos Zazil! ¡Pero todavía faltan muchos más! Encontré el papel que estaba en tu bolsillo. En el pueblo me dijeron que eran la lengua que usan los judíos en sus sinagogas. Y luego estaba la canasta y la tarjeta que encontré... ¡Te maldijeron Zazil! ¡Fue una maldición judía!-.
¡Zulia! ¡¿Qué has hecho?!.
¿Qué habrá ocurrido? Mi hermana vino hoy pero se fue rápidamente, como si huyera de algo.
¿Quién ha venido a verme hoy? ¡Seguro han venido a desconectarme! ¡Por fin descansaré en paz! ¡Por fin veré a Mamá y a papá!
- ¡Zazil!-.
¡Esa es la voz de mamá! ¡Creo que estoy muriendo! 
-¡Hijo!-.
¡Mamá! ¡Mamá!
-¡Estoy aquí hijo!-.
Mam...
-Hola, mi nombre es Miyuki. Siento mucho lo que te pasó. Tal vez no sepa por lo que estás pasando, pero... creo no soy buena en este tipo de situaciones. Supongo que soy la rana en el fondo del charco que no sabe nada del gran océano. Dicen en Japón que a veces una palabra bondadosa puede calentar tres meses de invierno. Me gustaría que pudieras escucharme.
Sabes un amigo mío también ha sufrido mucho, perdió una de sus piernas en la guerra. Hay una frase japonesa que dice: puedes abandonar tu propio cuerpo, pero no dejes de lado tu honor. Es lo que admiro de él, que a pesar de las circunstancias, siempre actuó con honor para ayudar a los demás. Me gustaría que lo conocieras algún día, se llama Ulysses. 
-¡Ulises!-.
- Sí. Ulysses. Espera un momento. ¡Hablaste! ¡Y dijiste Ulysses! ¡Por favor vuelve a repetirlo de nuevo! ¡Enfermera!-.
¿Por qué grita? ¿Qué ocurrió? 
¡No! ¡No! ¡Quién quiera que seas no les llames a ellos! ¡Quién quiera que seas avísale a Ulysses que corre peligro! 
La jaula que contenía mi voz, fue abierta sólo por un segundo por quien estaba seguro que era mamá, suficiente tiempo como para que volara escapando una palabra de mis rígidos labios a los oídos de alguien que lograra recibir mi llamado. 
-¿Sí señorita? Veamos qué ocurre... El paciente no responde. Es normal que los pacientes en estado de coma algunas veces reaccionen involuntariamente por un acto reflejo. Lo siento.
-Haré una llamada. Onii-chan ¿Puedes venir?... En el hospital.... Cuando llegues te explico. Porfavor Oni Chan ven pronto... Ulysses ya viene. Vuelvo enseguida-.
¡Espera! ¿Conoces a Ulysses? No. Debe ser otro, es imposible que se trate del mismo. ¿Por qué lloras?. ¡Por favor no te vayas!.
Los dioses por fin habían escuchado mis súplicas, y habían enviado a un ángel para dar fin a mi suplicio.
Ya pasó mucho tiempo. ¿Por qué no regresa?. Alguien ha entrado. ¿Quién está ahí? ¿Ulysses eres tú? ¡Ulysses! ¡Skoll! Parece que me ha escuchado. Escucho pasos. Una respiración. Si tan sólo pudiera levantar esta mano. Si pudiera romper estos malditos barrotes y liberarme sólo por un segundo. ¡Skoll!.




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