Zignum Meiga Entre las dos caras de la luna Parte 2

Capítulo 8 El juego de las escondidas

Una especie de descarga eléctrica recorrió todo mi cuerpo. Comencé a sentir una sensación de adormecimiento. Comenzaba a olvidar quién era yo. Mis recuerdos estaban siendo consumidos por la oscuridad, sentía perder el conocimiento. No sabía dónde estaba. No sabía quién era.
Un flashazo. 
Solté la mano de aquel paciente en estado de coma. Y asustado salí rápidamente de ahí. Miyuki esperaba con Tanuki en la entrada del hospital. 
- ¡Oni Chan! ¿Estás bien? Te veo un poco...
- Debes irte ya, no debí traerte a este lugar. 
- ¡Pero fue mi decisión acompañarte!
- Lo siento mucho Miyuki, no debiste venir a buscarme, fue una locura hacerlo. Agarra tus cosas y regrésate con tus padres de inmediato. Vine a aquí para hacer algo muy importante y no puedo hacerlo si tú estás aquí. Eres una gran distracción y en serio necesito enfocarme en lo que he venido a buscar -.
Su expresión de asombro había cambiado a una de desilusión. Sus ojos rasgados se vieron cristalinos a causa del llanto que luchaba por contener pero aquella emoción de tristeza fue más fuerte y una lágrima se derramó para dar paso a otras más. 
-¿Onii-chan quieres que me vaya? ¡Pero quiero ayudarte! ¡Seguramente entre Tanuki y yo podemos ayudarte a buscar más rápido!-. Replicó con insistencia, intentando convencerme con poder quedarse, pero no podía permitirlo. Ella corría peligro.
-Y con respecto a Tanu... es mejor que se vaya contigo -. Repuse mientras veía a Tanu observándome como si entendiera todo lo que yo decía, ya que de pronto, me dio la espalda y se fue a ocultar detrás de las piernas de Miyuki.
-¿Tanuki? ¡No! ¿Él que culpa tiene? ¡¿Por qué?! ¡Si él es tuyo!-. Replicó Miyuki mientras se agachaba para acariciar y abrazar a Tanu, quien me miraba confusamente con sus ojos azules tristes de perro mapache. 
-Tanu ya no es feliz conmigo. Hace tiempo que he sentido el descomunal peso de muchas cosas que han afectado en gran medida mi vida y siento que de alguna forma le he transmitido todo eso a él-. Él como ella merecían ser felices. –Por favor Miyuki, regresa a Praga, lejos de mí-. Algo no andaba bien y me sentiría más culpable de lo que ya me sentía si algo terrible llegaba a pasarles. Miyuki asintió sin decir nada. Después de haber hablado con ella, me pidió quedarse a cuidar de Zazil por unas horas en lo que yo regresaba, y si algo ocurría, llamaría a la policía. Me entregó a Tanu para que cuidara de mí una última vez y se despidió de mí con un beso en la mejilla justo antes de subirme al taxi y recorrer una vez más las misteriosas calles de Santiago.
- ¿A qué va a ese lugar caballero?
- Estoy en busca de algo.
- Supongo que es a lo que van todos. Tenga mucho cuidado, porque muchos han ido por lo mismo y no se ha sabido de ellos nunca más. Ningún tesoro vale más que la propia vida,
 entiéndalo -.
El amable taxista se detuvo a unas cuadras antes de llegar a la dirección indicada. El camino estaba cerrado, la razón: "una superstición local sobre la leyenda de un tesoro perdido". Empecé a caminar con Tanu, era un alivio sentir su compañía en un sitio tan solitario. La oscuridad, el aire frío y el silencio de la noche inundaban las calles. 
De pronto, una pequeña que deambulaba a lo lejos por las calles cercanas a la zona residencial llamó mi atención. Era una niña como de siete años que atravesó la calle llevando una pelota azul tipo de playa entre sus manos. Ni siquiera volteó a ver si no venía algún auto; había cruzado sin la más mínima precaución. 
Lo extraño era que pasaba cerca de la media noche y no había nadie más ahí; todas las casas estaban cerradas, con las luces apagadas, y de pronto, la pequeña desapareció, ya no estaba por ningún lado. 
Cuando pase por ahí, vi que justo por donde había cruzado la niña había una residencia, con algunos rastros de como si se hubiera chamuscado o quemado. No cabía duda que este lugar, era la residencia de Héctor Kedward. La gran y lujosa reja estaba un poco abierta, y me dispuse a entrar para ver si no se había metido ahí la niña, y si necesitaba ayuda. La residencia estaba ubicada frente al lago más bello del mundo. Era un lugar para descansar con un precioso jardín a la orilla del lago y rodeado por 3 volcanes, montañas y mucha vegetación así como por un viñedo a espaldas de la residencia. Era un hermoso lugar, con mucha tranquilidad y paz por su excelente ubicación frente al Lago de Atitlán ubicada en Cerro de Oro. Santiago estaba a 10 minutos de Cerro de Oro en un pequeño complejo de condominio seguro. La silueta del cerro tenía la forma de un elefante. Aquello era un hogar de ensueño. Esta era una residencia en el lago con jardines frutales, piscina, muelle privado y una lancha, con una gran vista de la bahía de Paxanax.
Atravesé con Tanu el umbral de la puerta que también estaba abierta y sentí un escalofrío en la nuca, y una corriente de aire frío azotó la puerta al cerrarla muy bruscamente detrás de mí.
De pronto, la madera del umbral soltó un sonido estrepitoso; algo estaba intentando entrar. Me precipité contra la madera de cedro, que fungía como mi único escudo entre Tanu y yo y lo que sea que se encontrase detrás allá afuera.
Los embates eran poderosos pero duraron poco tiempo. Al parecer aquello había preferido irse.
Nuevamente respiré hondo y me tranquilicé un poco. Después de hacerlo, finalmente me percaté de la majestuosidad del recibidor en el que me encontraba. Me extrañaba la ausencia de ratas, cucarachas y moho en un lugar en el que se suponía que debía estar abandonado por varios años. 
Extrañamente las luces estaban encendidas y dejaban claro que esa no era una casa cualquiera, sino un palacio de algún ricachón de buen gusto en diseño. 
Dirigí mi mirada hacia el piso superior. Avancé con Tanu unos pasos hacia el frente pisando la elegante alfombra que recorría desde la entrada hasta el siguiente piso, dándole un toque sofisticadamente fino al recibidor. Había una enorme y elegante lámpara de plata envejecida con piedras de cristal
de tipo araña colgante en el techo del recibidor, con un diámetro de dos metros y medio y una altura de 3 metros aproximadamente.
Registré mis flancos al haber cruzado la puerta azul que me había conducido a un despampanante comedor, en el cual se encontraba una mesa enorme con capacidad de unos veinte comensales aproximadamente.
También había un candil de techo con lluvia de cristal que parecía muy caro y viejo que alumbraba lánguidamente el comedor. 
Avancé despacio por el lado derecho de la enorme mesa y noté que, en ella, había algunos candelabros con velas y algunas piezas de fina porcelana blanca.
Pasé el dedo por encima de un plato y me topé con una imperceptible capa de polvo cubriéndolo; alguien había puesto la mesa para comer hacia un par de días, tal vez.
"Tic-tac, tic-tac".
El viejo reloj de péndulo me había recibido con su eterno sonido.
Registraba con la mirada el comedor; pero no veía más que una ostentosa chimenea hasta el fondo, un jarrón de color lavanda al otro lado de la mesa, unos cuantos cuadros de paisajes al óleo y definitivamente había visto el ruidoso reloj de péndulo; que se había hecho notar desde que crucé el umbral. Sus manecillas daban vueltas en el sentido contrario como las aspas de un rehilete a gran velocidad. Estaba descompuesto al igual que el reloj de mi muñeca que se había detenido. Ni siquiera podía consultar la hora en mi celular ya que se encontraba descargado.
Avancé pasando al lado del jarrón de color lavanda, y al terminarse la mesa, pude ver la mota rojinegra en el suelo de losa bicolor. 
Continúe con mi trayectoria atento a cualquier ruido que pudiese llegar hasta mis tímpanos, pasé a lado del viejo y hermoso reloj. Tanu había captado algo cerca de la chimenea. Arriba de la chimenea se hallaban en la pared unos grandes colmillos de marfil como trofeo de caza, y debajo de estos, un gran cuadro con la fotografía de Héctor posando con una escopeta, sentado sobre un elefante muerto, también había una pequeña estatuilla de bronce de elefante, pero había algo más en el piso.
Debido a la lánguida luz no podía saber de qué se trataba. Era una mancha negra que se extendía por el suelo. Me acerqué y me agaché para revisar aquello, había teñido de rojo mi dedo índice y medio al pasar mis dedos por encima de esa sustancia viscosa.
"¡Sangre!" Pensé, mientras mis ojos buscaban el origen de aquella mancha sin encontrar nada.
Me levanté y giré para regresar al recibidor, pero en ese instante, un estrepitoso golpe seco se escuchó por arriba de las largas y elegantes escaleras junto a la pared del recibidor.
Al subir y llegar a la cima, lo primero que recibí fue un horrible golpe en mi olfato que hizo que mis paredes estomacales se contrajeran causándome un arqueo que casi hace que vomitara, y me llenó de lágrimas los ojos.
Me tapé la nariz para evitar que aquel fétido olor logrará hacerme arquear nuevamente, y me adentré a un pasillo bastante penumbroso tapizado de un papel verde olivo. 
A mi derecha, veía dos puertas: una se hallaba hasta el fondo y la otra al lado izquierdo de la puerta ya mencionada.
"Tal vez debería inspeccionar las puertas" Pensé. Y di un paso en dirección a la puerta que se encontraba cerca de mí, pero entonces, noté un sonido leve que provenía detrás de mí. 
Llamado por la curiosidad, di la media vuelta. Era un sonido muy raro, pero todo en ese lugar era realmente raro. Entonces vi a una niña en cuclillas y de espaldas a mí. 
"Esa niña era el origen de aquel sonido y aquella pestilencia" Pensé.
-¡Hola!- dije, mientras me acercaba a la niña que seguía de espaldas a mí 
-¿Vives a...?- Y antes de terminar mi pregunta, me quedé atónito al ver más de cerca a aquella niña 
-¡Pero qué carajo!- Espeté con tal brusquedad que la niña volteó a verme.
Tanu se colocó delante de mí y comenzó a gruñirle. Ella dejó caer la pelota azul de playa que traía en sus manos.
Tenía el semblante de estar enferma y al parecer no tenía labios, lo cual la hacía verse como si tuviera una hórrida sonrisa.. La soledad era su mansión nocturna.
Me quedé estupefacto y con evidente consternación, cual si hubiese visto un fantasma, ante el inminente torbellino de ideas y razonamientos lógicos, que buscaba para darle sentido a lo que ocurría en ese extraño lugar. Llegué a pensar que dormía en el asiento del taxi aunque, como siempre, no recordaba haberme quedado dormido. 
Aún perplejo por lo ocurrido con el único residente que me había encontrado, la niña sólo asintió con la cabeza, sin dejar de sentir aquella fetidez que olía de una forma espantosa. Sólo la observé unos cuantos segundos. Avancé con Tanu rápidamente hasta el fondo del pasillo, parándome enfrente de la puerta al final de éste. 
Traté de girar la palanca de la puerta, pero se hallaba cerrada. Luego, giré hacia mi lado izquierdo y comprobé el pomo de esa segunda puerta; también se hallaba cerrada.
Miré a ver a la niña que se encontraba enfrente.
Me despabilé de mis pensamientos instantáneos y sacudí un poco mi cabeza.
-¿Quién es él?-. Le oí susurrar.
-Es Tanuki, mi perro. ¿Dime ya, qué quieres?- le cuestioné en forma dubitativa a la niña.
Ella me dirigió su inocente y grisácea mirada mientras me cubría la nariz con el dorso de mi mano, cubierta por la manga negra de mi chaqueta; al menos, de esa manera olía menos a esa fetidez. 
- jugar - me contestó con esa aguda y espectral voz. 
-¿A qué quieres jugar?- le pregunté.
-A las escondidas-. No sabía su identidad, pero estaba casi seguro que no me dejaría salir tan fácilmente.
-Si acepto, ¿me dirás quién eres, dónde se encuentra Héctor Kedward, y nos dejarás ir?-. Pregunté y ella asintió.
-Bien, entonces dime ¿Quién...
-Soy Eleni Kedward y papá está detrás de esa puerta-. Me interrumpió mientras señalaba con su dedo índice la puerta izquierda que se encontraba cerrada. 
-De acuerdo, entonces juguemos-. Le dije. Eleni saltó con una perturbadora alegría, tomó su pelota del suelo y luego corrió cerca de mí. Abrió la puerta señalada sin mucho esfuerzo, y desapareció al entrar a la habitación.
Me acerqué hacia aquella puerta. Sentía mucha curiosidad.
La luz estaba encendida, me dispuse a entrar con la intención de seguir su sombrío juego. Y dentro de la habitación, la causa de tan despreciable hedor por fin se reveló. Era la habitación de una niña, paredes, cortinas, muebles, juguetes, todo estaba adornado de inocencia, teñido de un inocente juego de rosas pastel con rojinegras manchas de algo que sólo podía ser sangre, y en el suelo de madera, yacía una sanguinolenta y nauseabunda masa triturada de carne y huesos con centenares de extraños insectos de un color ocre marrón oscuro que parecían ser grillos topo y que, como moscas en la carne putrefacta, se movían por encima y alrededor de la pútrida consistencia, alimentándose de ella, igual que larvas de moscas, y con un canto sonoro que sólo se escuchaba al abrir la puerta. El grillo topo o alacrán cebollero, como también era conocido, era un insecto que sólo se alimentaba de raíces de plantas y de larvas de otros insectos, sin embargo, éstos tenían un comportamiento inusual, eran mucho más agresivos, tanto que comenzaban a subirse por mis pies y devorar la tela de mis pantalones al notar mi presencia. Eleni no se encontraba por ningún lado, pero encima de la cama, había una hoja de papel de color amarillo con palabras escritas con sangre. Pasé con cuidado rodeando la asquerosa masa después de haberme quitado con algunas sacudidas a los molestos insectos, tomé el papel de la cama rápidamente y salí cuanto antes de la habitación, cerrando la puerta y silenciando el desconcertante canto de los grillos topo. 
El papel decía lo siguiente:
Reglas: 
1 Busca mi cuerpo en uno de los ocho escondites secretos.
2 Toca la pelota azul celeste antes de que papá te encuentre.
3 Cuando cuente hasta 100 escóndete hasta el amanecer.
4 Si papá te encuentra, toca la pelota antes de que te atrape. 
La pelota está en el recibidor.
Posdata: Tanuki también puede jugar. 
Regresé de nuevo con Tanu bajando las escaleras y hallé la pelota en medio del gran recibidor. Hice que Tanu la olfateara, puso la cola recta y puntiaguda y las orejas hacia adelante, y enseguida comenzamos la búsqueda. 
Hasta donde pude ver, la casa contaba con dos habitaciones, un dormitorio principal, tres baños, una amplia cocina, totalmente equipada; un comedor, un salón con chimenea y una oficina-Biblioteca, y en cada habitación reinaban la pulcritud y el orden. Sin embargo, había algo más que lo que se podía ver a simple vista.
Un sauna detrás de una panel corredizo que simulaba ser una pared en el baño, una sala de juegos para niños detrás de una pequeña puerta oculta en el interior de un armario, un lujoso bar detrás de una biblioteca corrediza, un encantador salón detrás de una pared movediza, y un armario con abrigos de pieles oculto detrás de otra pared fueron los lugares que el olfato de Tanu había logrado encontrar, pero en ninguno se hallaba el cuerpo de Eleni. Sin embargo, en cada habitación oculta, que se iluminaba sin necesidad de oprimir un interruptor, ya que lo hacía automáticamente al ingresar a ella, se hallaba la parte ósea y chamuscada de una osamenta que no era la de una pequeña niña, con un misterioso número en el suelo junto a los huesos escrito con sangre, probablemente la misma sangre con la que se había escrito las reglas del juego. Excepto en el garaje, donde sólo se hallaba herramientas para auto, botellas de líquido para frenos y cubetas con cloro para piscinas. 
Había entrenado a Tanu para buscar cosas en lugares ocultos dentro de mi departamento. La mayoría de la gente optaba por lugares típicos como debajo del colchón o el bolsillo de una chaqueta en el armario, pero estos eran lugares donde primero miraban los ladrones. En vez de comprar la caja fuerte más costosa del mercado, opté por comprar una de menor costo y dejarla vacía para usarla sólo como cebo para los ladrones, y esconder mis pertenencias estratégicamente dentro de la casa, en lugares que podían pasar desapercibidos como en un agujero en la puerta, una repisa con almacenaje secreto, en un porta-retrato, en un libro hueco, dentro del sofá, en falsos enchufes, en un frasco de mayonesa falsa dentro del refrigerador situado detrás de unos frascos con cabezas humanas sumergidas en formaldehído que había comprado en la tienda de disfraces, bromas y trucos de magia; en gavetas ocultas, compartimentos secretos, espacios que yacen ocultos bajo las narices de los demás y que nadie se imaginaria que estuviesen ahí. 
En el antiguo Egipto, se fabricaban cámaras ocultas en las tumbas, para evitar que los saqueadores se llevaran los tesoros guardados ellas. En la guerra fría, surgieron arquitectos dispuestos a crear estos cuartos de una forma más cómoda y amigable, "las habitaciones de pánico", para que el ostentoso residente pudiera simplemente disfrutar escapando de la cotidianeidad o dar seguridad a la familia. Héctor Kedward además de tener instalado costosos sistemas de seguridad, había amueblado y aprovechado cada rincón de la casa para dichas habitaciones ocultas, ocupadas por secretos y valiosos tesoros que no tenían cabida en bóvedas bancarias porque su valor se hallaba no en el dinero sino en el alma de su dueño.
Tanu esta vez encontró unas escaleras de caracol ocultas detrás de la chimenea al girar esta sobre su propio eje, y que se desvelaban al bajar la trompa de la estatuilla del elefante de bronce. Las escaleras nos llevaron hacia arriba a una recóndita y oscura cámara que parecía ser nada más que otra inocente habitación para niños. Esta vez tuve que sacar mi linterna por las luces que no se encendieron al entrar. El techo y las paredes estaban pintadas de forma que parecíamos estar dentro de una carpa de circo. Jirafas, caballos, leones y elefantes infantiles decoraban profusamente las paredes, así como estantes con peluches y juguetes con la misma temática circense. En el suelo, en medio del lugar, yacían las costillas, vértebras y huesos de la pelvis que parecían ser de la misma osamenta, como si el acto principal del circo fuera la muerte misma. Parecía que habíamos encontrado todas las partes excepto el cráneo que debería estar en cualquier lugar de la casa. Y en una pared, el cuadro de un espeluznante payaso llamó la atención de Tanu de una manera extrañamente incómoda. El cuadro era tan grande que casi cubría toda la pared hasta llegar al piso. El payaso sonreía de una forma tan familiar, y su mano, cubierto por un típico guante blanco, saludaba con la palma abierta. Los huesos chamuscados hallados, así como el número seis escrito en sangre, nunca fueron tocados por Tanu, siempre algo más era captado por su desarrollado sentido olfatorio y eso era esta vez el cuadro del payaso. Me dirigí al cuadro siempre cauteloso y apuntando con la linterna todo lo que me llamara la atención. 
"¿Quién guardaría algo en una habitación para niños? o más bien ¿Quién buscaría en un cuarto para niños algo de valor?¿Qué podría estar oculto en un lugar que se suponía que ya estaba oculto? ¿Y si la habitación infantil no era eso realmente sino sólo una fachada? ¿Qué podría estar guardado en la clandestinidad, bajo el disfraz de una inocente habitación para niños?" me preguntaba. 
Hice a un lado el cuadro del payaso, revelando así, a docenas de muñecas que se hallaban ocultas detrás. Docenas de muñecas de porcelana antiguas que usaban pequeños vestidos de la época colonial. Parecían ser simples muñecas de porcelana. Esto no tenía sentido. "Tal vez eran las muñecas antiguas de un coleccionista, aquellas que valían mucho dinero en subastas de ocio". Pensé. Tomé una de las muñecas y ésta comenzó a cantar una canción de cuna con una melodía que lejos de ser suave, tranquila y relajante, era en verdad tenebrosa y no era por las letras, ni la voz, ni la música que en otro momento hubieran servido para arrullar a un bebé, sino por el contexto en que se escuchaba, es decir, una canción de cuna en un lugar silencioso, oscuro y donde un aliento frío de muerte recorría cada rincón del lugar. Guardé la muñeca en mi mochila rápidamente para analizarla más adelante una vez lograra salir de la casa. No sabía cuánto tiempo había pasado, sentía que, mientras más pasaba el tiempo, menos eran las oportunidades de salir vivo de ahí. Comenzaba a sentirme realmente ansioso y no culpaba a Tanu, al contrario, ya que sin él, no hubiera podido encontrar los pasajes secretos. No era que Tanu tuviera una mala nariz, era porque el olor de Eleni se hallaba impregnado en cada uno de los lugares que Tanu había localizado. Me incliné para acariciarlo y decirle en su peludo oído "vamos bien campeón, pero si logras encontrar a Eleni pronto, te prometo Tanu, que una sabrosa y jugosa carne de ternera te estará esperando en casa".
No esperaba que me entendiera pero Tanu salió corriendo de la habitación infantil, bajó las escaleras con tanta rapidez que casi tropiezo con la prótesis al intentar seguirle el paso. Había logrado olfatear algo. De repente, lo había perdido de vista, hasta que escuché sus ladridos y lo encontré en la cocina. Comencé a buscar pero sólo lograba hallar vajillas y cubertería fina de porcelana, plata y de cristal en las alacenas, y cajones y absolutamente nada dentro del refrigerador. Sólo quedaba buscar en un sitio. En la gran y lujosa cocina había una isla de madera lacada con encimera de mármol blanco incorporada con estufa y fregadero; tenía también cajones, baldas y dos armarios, uno en cada extremo de la isla. Me dispuse a buscar en el primer armario donde sólo hallé un pequeño tanque doméstico de gas butano que servía como combustible en hogares. Abrí el segundo armario pero, al parecer, sólo había algunas botellas con detergente para trastes. De pronto, Tanu se metió dentro del segundo armario derribando las botellas de plástico y no dejaba de dar vueltas en él y deslizar su hocico en la base de madera. Lo había olvidado por completo, "los pasadizos secretos bajo el suelo"... o en este caso, bajo un mueble de cocina. 
Aparté las botellas con detergente y
pude levantar la base de madera y efectivamente había debajo una cavidad circular. Envidié por un momento a Tanu y su habilidad olfatoria. Pese a que la cocina estaba iluminada, el interior de la cavidad estaba totalmente oscura. Saqué mi linterna nuevamente, y esta vez pude divisar otras escaleras de caracol que llevaban a un subterráneo y lúgubre lugar. Bajé junto con Tanu las escaleras de madera de pino, al parecer la pared que cubría el espacio también era de madera de pino. Había llegado a una gran y espaciosa habitación circular, y en las paredes habían estanterías de acabado reluciente llenas de docenas de botellas de vino, organizadas de manera estructurada, reposando en posición horizontal, vinos costosos y legendarios, de cosechas excepcionales, vinos que jamás tendría la oportunidad de probar si no fuera por mi padre, Miklós Likaios. 
-El tempranillo de Las Pedroñeras tiene una singularidad hijo mío: sus matices cambian dependiendo de la dirección que tome el giro de la copa antes de beber. En el sentido de las agujas del reloj, en cuyo aroma se perciben pan de higos, brevas y algunas notas especiadas, su sabor, es más melancólico, más maduro, más ancho y menos largo. En el sentido opuesto, sin embargo, tiene más finura y elegancia y un aroma en el que predominan las frutas pequeñas, el cacao y los cassis. Debes entender Skoll que la dirección elegida en cualquier sentido aportará sensaciones únicas a tu paladar tan significativamente diferentes unas de las otras que te será difícil creer que vienen de la misma botella. Pero es una y la misma, y depende de ti elegir de qué lado volcarás la copa. Sin embargo, ten en cuenta que ambos lados son exquisitamente maravillosos-. Recuerdo a mí padre decir eso frente a la chimenea, con una copa entre sus dedos, justo antes de irse y entregarme aquel hermoso reloj de bolsillo en el día de mi cumpleaños. Me lo entregó cerrado en las manos y me dijo que no lo abriera hasta que se haya ido. Y me prometió volver cuando las manecillas del reloj marcaran las 12 de la noche. Claro que en ese instante, yo no sabía que el reloj estaba descompuesto hasta el momento de abrirlo, hasta el momento de extrañarlo. No lo había entendido hasta entonces y me había enojado por ello. Tenía algo que ver con el cuento del lobo negro y el lobo blanco. Algo en mi interior luchaba por salir y dominar mi espíritu, y algo más lo reprimía, sin embargo, sentía que esa parte de mí, la tenacidad, el coraje, la valentía y determinación eran más fuertes cuando el lobo negro estaba presente. La ira era parte de mí, así como lo eran la alegría, el amor, la esperanza, la serenidad, la humildad, la bondad, la empatía, la generosidad y la compasión que eran todo lo contrario al lobo negro. En ese instante entre aromas de remembranzas exhumadas sentí haber pisado algo.
Había descubierto algo terrible y desgarrador.
Además de las cámaras secretas, había otra cosa en particular que hacían los egipcios, culturas andinas, los persas y muchas otras sociedades alrededor del mundo también lo hacían.
Pero, eficazmente y de una manera mucho menos laboriosa, también la naturaleza. Un proceso por el cual los tejidos blandos del cuerpo se conservan aún después de la muerte.
Cuando el corazón deja de latir, se inicia el proceso de descomposición del cuerpo que hace que finalmente sólo queden los huesos.
Sin embargo, y con más frecuencia de lo que nos imaginamos, en algunas ocasiones se produce la "momificación natural".
Se necesita en principio un ambiente extremo: muy cálido, muy seco o muy frío.
Tras la muerte, las células comienzan a romperse y a liberar toda clase de sustancias, incluidas enzimas, que crean un ambiente ideal para las bacterias y los hongos, que se incorporan a esta mezcla y comienzan a descomponer el cuerpo.
Pero si la temperatura es demasiado alta, el cuerpo se deshidrata antes de que puedan entrar en acción las enzimas, y esto da lugar a la momificación. La vinoteca cumplía todas estas condiciones.
Lo que había pisado sin querer, se hallaba en posición fetal sobre el suelo de pino con un pequeño vestido azul celeste de princesa junto a un número siete escrito con sangre. El pino también tenía propiedades que ayudaban a la preservación, así como también los textiles que recubrían el cuerpo y absorbían los líquidos. No cabía duda. Había encontrado por fin el cuerpo momificado de Eleni Kedward. 
Aquella vinoteca se había convertido en su cripta. Una cripta que acababa recién exhumar después de mucho tiempo gracias a un juego que la misma Eleni había diseñado y me había obligado a jugar. De pronto, escuché unos pequeños pasos bajar por la escalera de la bodega. El aroma sutil del vino añejado en mis recuerdos se vio destruido no sólo por el descubrimiento de Eleni, sino por esa nauseabunda pestilencia que golpeó sin piedad el sentido de mi olfato una vez más, una fetidez que era imposible expeler de una momia muy bien conservada. Había renunciado de golpe a la envidia que le tenía a Tanu, y ahora sólo sentía pena por él, por la maldición de tener un olfato tan desafortunadamente desarrollado. Enseguida, en el aire frío, tan gélido que me hizo sentir de nuevo ese escalofrío en la nuca y traspasar mis huesos, escuché un sutil silbido. Un silbido tan distante que apenas lograba escucharlo. Silbaba una melodía familiar, era la misma melodía de la muñeca de porcelana que traía en la mochila. 
"Toca la pelota azul antes de que papá de atrape" recordé esas palabras escritas con sangre. Tanu comenzó a ladrar y a gruñir a algo que se movía detrás de mí. Algo que nos acechaba a una distancia relativamente corta entre las tinieblas de la cripta. Algo con una enorme sed de sangre.
Tanu estaba tan nervioso que me hizo tirar la linterna. Me incliné rápidamente en la sofocante oscuridad de la bodega para sujetar la linterna de nuevo, y al alzarla, el haz de luz apuntó a una gigantesca criatura humanoide con tumores en la parte superior de su cuerpo que deformaban su áspera y arrugada piel de un color entre rojizo oscuro y marrón con manchas cafés, el gigantismo anormal de su piel, huesos y músculos deformaban su cuerpo, su brazo y mano derecha, además de ambas piernas, presentaban un desarrollo anormalmente grande, largo y deforme, mientras que su brazo izquierdo presentaba un aspecto más delgado y un poco más corto.
con la cabeza oculta bajo la sombra de un gran sombrero de piel de ala ancha, vestía retazos de ropas hechas de algo que al principio pensé que eran harapos para después notar con horror que se trataba de piel humana por varios rostros costurados, cual máscaras de sufrimiento, que en él se hallaban; con tres largos dedos en cada extremidad, uñas de color gris verde oscuro, largos brazos y largas piernas huesudas que pese a estar sentado y encorvado llegaba a medir hasta dos metros de alto, y parecía llevar algo sujeto a su espalda. Quise gritar, pero ningún sonido llegó a salir de mis cuerdas vocales, mientras un centenar de pensamientos pugnaban mi mente por entender, sin conseguirlo, qué clase de locura se había apoderado de mí. 
Inmerso en mi perplejidad, moví mi mano con la intención de propinarme una fuerte bofetada para demostrarme a mí mismo que realmente estaba despierto, pero antes de siquiera tocar mi mejilla, una gigantesca mano se abalanzó contra mí asegurándose de demostrarme que no lo estaba. Tanu le ladró en el momento y el monstruo apartó de inmediato su gigantesco brazo delante de mí. Aún atónito pero con una fuerte voluntad de sobreviviente, Tanu y yo subimos apresuradamente las escaleras, mientras aquella criatura venía detrás de nosotros. Por alguna extraña razón, el monstruo no se atrevía a atacar directamente con Tanu a mi lado. De pronto, cuando Tanu y yo casi habíamos logrado salir de la vinoteca, fui jalado súbitamente de regreso al interior del oscuro sitio. La criatura había logrado sujetar una de mis piernas que, para mi suerte, se trataba de la pierna izquierda. Mientras Tanu se hallaba tirando de mi chaqueta ayudándome a salir, yo me encontraba con la mano izquierda aferrándome al barandal de las escaleras, y con la derecha me despojaba de la prótesis que el monstruo terminó por arrebatarme por completo. Logré liberarme y salí de ahí moviéndome en una sola pierna, alejándome de la isla de la cocina con Tanu a mi lado, lo más rápido posible. Me dirigí hacia el recibidor. De repente, se produjo un potente y estrepitoso ruido como si algo hubiera hecho explosión. La isla de la cocina se hallaba destruída en varios pedazos. La pelota azul estaba en el recibidor a unos metros de mí, y detrás venía con un andar desacompasado con sus largas y aterradoras piernas
como si tuviese un pie torcido, sin embargo, aquella peligrosa criatura se movía tan velozmente que sólo le bastaba unos segundos para poder alcanzarme. Aquel monstruo ya de pie parecía medir más de cuatro metros de alto. Tanu se detuvo, dio la vuelta, mostró los dientes, puso las orejas hacia atrás, gruñó y comenzó a ladrarle a la criatura quien al verlo optó por detenerse. En seguida, sin pensarlo, a unos pasos de llegar, me arrojé al suelo y por fin toqué la esfera celeste.




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