Zignum Meiga Entre las dos caras de la luna Parte 2

Capítulo 9 El Ángel guardián

Aquella visión como un metraje en mi cabeza había terminado. Ya mi mente debió estar hecha añicos por cada escena inundada de horrores superfluos y enervantes que destrozarían las mentes más endebles.
Aún no habiendo digerido ni la más ínfima parte de la visión de aquel hombre llamado Zazil que me vino encima como por inyección de un cóctel lleno de psicodélicas sustancias, la visión de Eleni cuyos tristes e inocentes ojos habían servido de testigos para retratar en mi mente la pesadilla que me vino sin tregua, desorientándome como un puñetazo a la cara luego de haberse esfumado.
Ambos me habían obligado a adentrarme en las entrañas de sus más profundos temores.
Sin embargo, mi mente, como la tóxica sangre de un drogadicto que desarrolla cada vez más tolerancia ante las dosis de los estimulantes, logró resistir a los nuevos horrores a merced de mis anteriores traumas. Mi mente se había habituado a los horrores más destructivos pero tampoco me había inmunizado a ellos del todo. A veces recaía por aquella droga llamada soledad que podía ser la más dañina de todas. 
Aún estaba lúcido o eso creía.
Tanu había desaparecido, no respondía a mi llamado. Parecía que esta vez estaba solo. 
- 1, 2, 3, 4, 5...
Escuché esa pequeña voz espectral como un murmullo en el viento. Era Eleni que, pegada a la puerta de la entrada con el rostro cubierto entre sus manos, comenzaba a contar. Entonces recordé la regla número 3 que decía "Cuando cuente hasta 100 escóndete hasta el amanecer" Había decidido terminar con el juego, debía ocultarme y refugiarme hasta el amanecer. Pero eso es lo que haría cualquier otro que nunca ha luchado por sobrevivir cada día. 
Me apresuré lo más rápido que pude, en un sólo pie, dirigiéndome a la cocina, agarré algunas botellas de detergente para trastes y el pequeño tanque de gas butano, luego fui al garaje por cuerdas, un par de cubetas de cloro para piscinas y un par de botellas de líquido de frenos. También fui en busca de un par de sábanas y dos botellas de vino.
-57, 58, 59, 60, 61...
Tuve que dar tres vueltas bajando y subiendo las escaleras apresuradamente con una sola pierna, pues mi prótesis estaba destruida.
-78, 79, 80, 81, 82...
Aunque tarde un poco más de lo esperado, al final pude transportar todo a la segunda planta a tiempo. Y me senté en el suelo a esperar el final del conteo y la salida del sol.
El tic tac del reloj de péndulo se hacía omnipresente. El conteo se aproximaba a su final y la tensión de peligro inminente era casi similar a la que se percibe en la cuenta regresiva de una mortal bomba. Metí mi mano en mis bolsillos, sentí el encendedor y la cajetilla de cigarrillos en el bolsillo izquierdo de mi chaqueta negra, y saqué el reloj que me había obsequiado Miklós, era un reloj de oro con un símbolo en la cubierta, era el símbolo del nudo de la triqueta, detrás del reloj había un zorro dentro de un triángulo equilátero, y en el interior detrás de la cubierta había una inscripción que decía "Ostatnia symfonia" en ese momento me percaté que el sonido del tic tac no provenía precisamente del reloj de péndulo sino también del reloj de bolsillo que llevaba en mi mano, las manecillas que antes marcaban eternamente las 9 horas con 9 minutos con 9 segundos, ahora giraban al sentido contrario de la misma forma que el reloj de péndulo de la residencia. Guardé el reloj nuevamente y saqué de mi bolsillo derecho el pañuelo que envolvía el rosario de oro blanco de Valentina. Enrollé el rosario en mi muñeca derecha. Había decidido llevar mis valiosos tesoros conmigo como amuletos en mi viaje. Abrí una de las botellas de vino que había encontrado en el bar de la biblioteca con el destapa-corchos, estaba tentado a tomar de la boca de la botella pero en vez de eso, con el pañuelo, el encendedor y la botella, comencé rápidamente a fabricar un arma.
-96, 97, 98, 99, 100.
Un potente silbido rompió el silencio de la noche repentinamente. Un silbido que entonaba una melodía que había escuchado antes. Era la misma melodía de la canción de cuna de la muñeca de porcelana. Empezaba a escuchar el silbido cada vez más lejos. 
Luego fue el abrir y cerrar de puertas y unos pasos pesados. El Silbador estaba buscándome, cual predador cazando a su presa. 
La puerta del cuarto de baño se abrió, y aquello entró apagando su silbido. Y como si supiera donde me encontraba, atraído tal vez por mi olor, la puerta movediza que ocultaba el cuarto sauna también se abrió. Y lo que pensé que sería una presencia gigantesca, resultó ser tan sólo unos pequeños pasos infantiles y vacilantes que se aproximaban y que habían visto la silueta con gorra y chaqueta negra que yacía sentado frente al calentador en medio de la oscuridad y en completo silencio. Y la pequeña silueta, que sugería ser el de una niña, se ensanchó amenazando con rebasar el límite del techo. Su cuerpo se había expandido por completo y ahora permanecía en posición de agazapado detrás de su presa con cuatro pequeñas luces rojas vigilantes que evocaban maldad. El abominable olor también se expandió rápido hasta mis fosas nasales.
De pronto, su descomunal brazo atacó arrebatando el cuerpo que yacía frente a él, activando en el acto una trampa. Una cubeta grande de madera llena de polvo de cloro para piscinas, que se encontraba amarrada con una cuerda al techo de madera, justo por arriba del Silbador, dejó caer su contenido sobre él al jalar la cuerda que se mantenía atada al muñeco que había hecho con sábanas y ropas, cubriéndolo con mi chaqueta y mi gorra negra para aparentar ser yo. Enseguida encendí la mecha con el encendedor y salí de mi escondite debajo de los asientos de madera, y arrojé la botella de vino con el gas butano y el líquido para frenos, mezclado con el alcohol del vino en el interior, directo a su pecho. Al romperse el vidrio, el contenido se esparció entrando en contacto con el fuego y el cloro, produciendo una reacción que generó una potente explosión. El Silbador salió despedido impactándose contra el calentador que a su vez estalló en una gran bola de fuego al entrar en contacto con las llamas que cubrían al monstruo. Enseguida, me cubrí rápidamente con una sábana bañada en detergente para trastes que me hizo inmune al incendio que se desató en el sauna. Me apresuré a salir cruzando el fuego, asegurándome en cerrar la puerta movediza tras de mí al igual que la puerta del cuarto de baño. Me dirigía en saltos apresurados bajando las escaleras hacia el recibidor. En ese preciso instante, un estridente ruido se escuchó por el pasillo alertándome de aquella presencia. El silbido regresó. No lo podía creer. El Silbador aún seguía vivo. 
Avancé hasta llegar en medio del recibidor y mi sorpresa fue grande al descubrir que la pelota azul de Eleni, con el cual terminaría el juego, no se hallaba por ningún lado. Tenía que ocultarme.
Entonces recordé, gracias a Calipso, que los libros en la casa Kedward también eran usados para guardar secretos.
Me dirigí rápidamente al estante de libros que había a un lado de la escalera y me dispuse a entrar en el escondite que había detrás del estante.
El armario oculto que había detrás se iluminó, albergaba en él un destapa-corchos, un par de copas y algunas botellas de vino
en posición horizontal situadas en los agujeros de un mueble pegado a la pared, así como esos huesos que parecían ser de la región torácica y cervical, eran los huesos de las costillas y parte de la columna vertebral.
Había encontrado los huesos de las extremidades inferiores y superiores; izquierda y derecha respectivamente, así como los huesos de la región lumbar, pelvis y cadera, al parecer de la misma osamenta repartida en cada uno de los lugares ocultos que yacían con un número marcado en sangre.
Esta vez noté el número 7 de sangre escrito en la pared del armario. También noté los vinos que eran de menor costo, sin comparación alguna con los que había en la vinoteca subterránea. 
Después de entrar, al cerrar la puerta del armario la luz se apagó por sí sola y sólo quedó encendida una pequeña lámpara situada en la parte superior del mueble que iluminaba solamente los vinos. 
Las pisadas hacían crujir la madera y al mismo tiempo hacían latir mi corazón como el golpe de un martillo.
El ruido era tal, como si un elefante estuviese dentro de la casa. Una de las copas comenzaba a tambalearse. Me incorporé para quitar la copa de su lugar pues aunque parecía estable en realidad no lo era. Fue en ese momento en el que me percaté de algo. Las botellas de vino eran de menor costo, eso era un hecho, sin embargo, estaban ahí por alguna otra razón que no fuera la del simple resguardo contra los ladrones. Entonces pude verla, aquella botella de vino con la marca "Arsenal" con la leyenda en la parte inferior que decía: "Las personas falsas son como el vino barato, con el tiempo se ponen agrios y al final nadie los traga" Jalé la botella pero ésta estaba adherida al mueble, entonces la moví de un lado hacia al otro con suma cautela, y para mi sorpresa, un mecanismo se activó sin hacer el menor ruido y un panel secreto se reveló. La botella hacía función como palanca para abrir un compartimento de armas que había detrás del mueble. Había una pistola 9mm, una pistola Magnum calibre 45, un revólver, un rifle y una escopeta con sus respectivas fundas que seguramente usaba Héctor para la cacería o quizás para algo más turbio. Lamentablemente sólo había balas para la 9 mm y para la Magnum, así que las cargué y las guardé en una funda sobaquera de portación oculta con agarre táctico que me acomodé previamente debajo de la chaqueta que también había hallado en el compartimento. 
El silbido aún permanecía perturbando mi oído aunque lejanamente, e inesperadamente, algo más comenzó a golpear otro más de mis sentidos. Era otra vez ese nauseabundo hedor a carne putrefacta. La fetidez invadió mi olfato haciendo mella otra vez en mi estómago. La mezcla de olores nauseabundos era simplemente la síntesis perfecta para hacer que el estómago se saliera por la boca.
Comencé a sentir un ligero mareo, a causa del inexpugnable olor que invadía toda la atmósfera. 
El silbido ya se oía muy distante y el crujir de las pisadas se oía esta vez en las escaleras justo arriba de mí hasta que pareció acallarse y dejar de emitir cualquier sonido, sólo se oía un breve, incómodo y asfixiante silencio acompañado por el tic tac del reloj de péndulo y ese terrible y cadavérico hedor a amoniaco que inundó una vez más el lugar. 
Sin aviso alguno, la otra copa cayó al suelo, y de inmediato estiré la mano logrando atraparla antes de que tocase el piso, pero al hacerlo, por accidente golpeé la mochila contra la pared y la muñeca comenzó a cantar esa maldita melodía. Abrí el cierre de la mochila deprisa para sacar algo.
Hubo un súbito y violento estruendo que creó, como por el acto de una explosión en el techo del armario, un inmenso agujero dónde apareció una larga y monstruosa extremidad que intentaba atraparme. Con el encendedor encendí el pañuelo a modo de mecha metida en la boca de la segunda botella que había guardado en mi mochila, salí de inmediato del armario abriendo la puerta-estante apresuradamente, pero la criatura, que se encontraba arriba de la escalera, dio un gran salto y aterrorizó en frente de mí bloqueándome el paso. Dirigió con gran violencia de nuevo su brazo contra mí y le lancé la botella generando otra explosión más pequeña que la anterior que se propagó a lo largo de su brazo, cerca de su rostro y sombrero. Y me arrojé de espalda al suelo esquivándole velozmente, tomé impulso con la pierna derecha y me deslicé sobre el suelo mientras cruzaba los brazos y sacaba las pistolas de sus respectivas fundas, y comenzaba a disparar entre sus piernas, pecho y rostro; en el mismo instante que pasaba a través por debajo de él. La melodía de la canción de cuna, cantada por la muñeca, se mezclaba con el tic tac del reloj de péndulo y con el sonido de los disparos que recalaba en todo el recibidor. El lugar había adquirido el olor dulzón de la pólvora. Realmente no ayudaba demasiado a componer la fetidez. Su puño en llamas se había impactado contra el armario, destrozando en el acto lo que quedaba del escondite número 7. Veía el vino derramarse como un río en el suelo de madera, sabiendo que, por un instante, pudo haber sido mi propia sangre. El fuego y el alcohol hizo una letal mezcla que acabó por incendiar el escondite y a la criatura. 
El sombrero quemado de piel humana había caído al suelo por el impacto de una bala. Un cuerpo alargado y deforme, vestido con pieles humanas que estaban ahora agujereadas, quemadas y humeantes por las balas y el fuego, sin derramar ni una sola gota de sangre, se encontraba frente a mí, inmutable e invencible, aquel ser tan hostil que acabaría por fin con mi vida. En su cabeza de proporciones enormes, descubierta, casi sin ningún cabello, habían un par de protuberancias amorfas con puntas del mismo color que su piel que llegaban hasta sus orejas las cuales parecía no tener. Y detrás de su espalda había un costal de piel semitransparente, semejante a un saco amniótico de un color amarillo verdoso, adherido a su cuerpo, parecía resguardar osamentas en su interior por los huesos que se veían a través del saco y por los que sobresalían de una abertura en su parte superior. Yo seguía rafagueandole mientras el fuego ardía en su piel, escuchaba el caer de los casquillos indicándome que pronto se terminarían las balas, pero aquel monstruo no se inmutaba al recibir los impactos. La criatura giró su inmensa cabeza para buscarme con su mirada cazadora, revelando su temible monstruosidad. Un rostro áspero y arrugado, cuya boca tenía una prolongación a modo de morro que deformaba su quijada, y con dos agujeros circulares en su extremo que se abrían y se cerraban constantemente. No tenía nariz o tal vez esa era su nariz. Sus ojos eran cuatro, dos se encontraban muy separados uno del otro a la altura de donde debería estar su nariz, y en una cavidad a la altura de la frente se albergaban dos globos oculares pegados uno del otro. Los cuatro ojos eran redondos, sin párpados y de un llamativo color rojo intenso, los que se encontraban separados a nivel de la nariz estaban rodeados por un fino anillo periocular también rojo, a la vez rodeados por unas profundas y oscuras ojeras, y se asemejaban un poco a los de un elefante; y los cuatro ojos destilaban un odio descomunal. La muñeca había terminado su inquietante melodía, y yo dejé de jalar los gatillos, pues ya no tenía caso seguir disparándole, sólo me quedaban pocas balas. Sin embargo, la danza de las manecillas del lunático reloj de péndulo seguía con su interminable tic tac. 
De repente, el fuego que había comenzado a destruir la escalera y que envolvía el cuerpo de la criatura se extinguió y se convirtió en una cortina de humo negro que me cegó por un instante y fui lanzado con súbita violencia al ser golpeado por el brazo de la criatura, y una nítida visión, tan repentina como el potente golpe que recibí, sacudió mi mente susceptible a las pesadillas. Y sucumbí ante la visión de una criatura hostil que arrancaba, como si arrancara la maleza desde la raíz, las cabezas con sus espinas dorsales intactas de intrusos y saqueadores que irrumpían en la residencia con la intención de llevarse los tesoros de Héctor Kedward quien, convertido en un monstruo, los obligaba a jugar el mismo juego para al final hacerse de sus cuerpos y de sus almas, desollando su pieles para ataviarse con ellas, y guardando sus columnas vertebrales en el saco de su espalda; y el resto de sus huesos y órganos eran sepultados en el viñedo detrás de la residencia por una plaga de grillos topo, y las vides crecían y adquirían formas humanas en posiciones de crucificado. Se sembraba el alma de los incautos y su alma caía presa de una maldición que los encadenaba a la inerte y silenciosa vida en forma de una vid donde nadie oía sus lamentos, de la misma manera que Zazil, estando conscientes en un estado vegetativo o de coma. Y de sus brazos, en forma de inmóviles ramas, les crecían frutos de un color escarlata que era la sangre de los condenados, para que en el día de la cosecha la residencia devore sus frutos para mantener su maldición viva, y jamás nadie pueda incendiar la casa ni a sus residentes, otorgándoles una estructura invulnerable al fuego y al calor. Descubrí que la criatura poseía resistencia térmica y la manipulación de la temperatura corporal gracias a la maldición. Desperté de la fugaz y terrible visión, pero aún no había despertado de la pesadilla en la que me encontraba. Había caído boca abajo en el piso del recibidor lejos del monstruo y la magnum lejos de mí. La criatura tomó su sombrero quemado del suelo y se lo colocó en su hórrida cabeza nuevamente. La muñeca dentro de mi mochila volvió a emitir esa maldita melodía una vez más. En cuestión de segundos me sentí tomado de la espalda, como si yo fuera un muñeco de trapo, me levantó del suelo, me tenía agarrado de la mochila. Como pude, logré liberar mi cuerpo de la mochila y la criatura me la terminó de arrebatar de un brusco jalón, mientras yo caía en un sólo pie para volver a moverme apresuradamente salto tras salto lejos del monstruo. La criatura observaba la mochila en su mano, le atraía la melodía incesante de la muñeca que, más pronto que tarde, fue silenciada al ser destruida en mil pedazos por el monstruo al estrujar la mochila en su mano.
La agitación, la adrenalina y el temor de ser asesinado, hacían latir mi corazón a mil por hora; pero al menos eso significaba que aún seguía vivo. Me detuve y di la media vuelta, pues ya no tenía caso seguir corriendo, no obstante, seguir luchando era imprescindible. La criatura se encontraba justo a tres pasos en frente de mí. Levanté mi brazo derecho con el rosario de Valentina enrollado en la muñeca, y la 9 mm en la mano apuntando a la criatura.
Apunté nuevamente, respiré hondo y dejé todo sonido aislado de mi concentración. Exhalé y jalé del gatillo. Las balas se impactaban más arriba de la cabeza de la criatura, pues el blanco al que le daba se encontraba justo arriba del monstruo.
El Silbador no se hizo esperar y atacó dirigiendo su brazo derecho nuevamente contra mí. En ese preciso instante, se oyó un grito desgarrador. La criatura detuvo su ataque y llevó las manos a su hórrido rostro mientras soltaba un espeluznante alarido. Algo que había atacado su rostro volvió atacar esta vez sus tendones y una oscura sustancia fluía de ellos igual que sangre. La criatura cayó de rodillas mientras acallaba su grito de dolor y comenzaba a silbar de nuevo esa melodía, y una misteriosa mujer, con uniforme blanco de enfermera, apareció de la nada detrás de él. El enervante silbido aún permanecía y la mujer saltó con una impresionante agilidad con un destellante y filoso bisturí en sus manos para atacar una vez más a la criatura quien, en un movimiento veloz, dio medio giro golpeando con su brazo en el acto y sin tener tiempo de protegerse el cuerpo de la mujer, mandándola a volar para impactarse brutalmente contra una pared cercana a la puerta de la entrada. De repente, la gran lámpara de araña se desprendió del techo por los múltiples impactos de bala que había logrado atinarle, y cayó sobre las piernas del monstruo obligándolo a caer boca abajo. Su sombrero se había caído, dejando ver de nuevo ese monstruoso rostro que esta vez carecía de cuatro ojos que fueron extirpados por un escalpelo. Sus piernas ahora parecían estar destrozadas. De pronto y sin previo aviso, el monstruo se reincorporó y atacó de nuevo. Sin embargo, una fuerza misteriosa se apresuró en lanzarme lejos de él. La criatura había desencajado sus piernas del resto de su cuerpo y las había abandonado debajo de la lámpara de plata para intentar atraparme, pero en el instante, fui empujado por aquella mujer protegiéndome así del mortal agarré. Ahora ella se encontraba sujetada de los cabellos por la mano de la criatura y alzada a un metro del suelo. Su cofia se había caído de su cabeza y esta vez podía verse el rostro con más claridad. 
-¡Valentina!- soltaron en un ensordecedor grito de asombro mis labios el nombre de la mujer que más amé en el mundo y que ahora se encontraba en mundo oscuro y totalmente desconocido, en manos de un monstruo. Mi corazón martilleaba una vez más a punto de desbocarse. Comenzaba a correr ira ardiente por mis venas. Recuerdos que ahora se clavaban como agujas envenenadas en mi corazón se hacían presentes al volver a ver su bello rostro. Era como si nunca hubiera muerto. Conmocionado, tragué saliva, aspiré profundamente, importándome poco el asqueroso hedor que emanaba la criatura contaminando el aire, y volví a tomar dominio de mis emociones; enseguida, jalé el gatillo para al menos llamar la atención de aquel horrible ser y liberar a Valentina del agarre de la criatura, pero el arma ya no tenía balas. Sin embargo, logré ver mi mochila y la Magnum cerca de mí y me apresuré en tomarlas de inmediato.
Comencé a disparar con la Magnum hacia su rostro en un intento por detenerlo.
La criatura se crispó. Valentina aprovechó el momento y cortó su cabello con el bisturí y se apartó velozmente del monstruo que comenzaba a soltar una sustancia oscura y viscosa que derramaba como lágrimas negras de sus cuatro cuencas recién vacías y a soltar nuevamente estridentes gritos de dolor, seguido de su escalofriante silbido, el cual auguraba otro ataque. Valentina se movió como un fantasma a gran velocidad detrás del monstruo silbador y atacó con el bisturí el saco que traía detrás, creando una abertura al cortar la parte inferior donde comenzaron a caer cuatro hileras de huesos. Eran espinas dorsales que estaban unidas como cadenas una tras otra creando en su conjunto cuatro largas extremidades que acababan en filosas puntas. Para mi sorpresa, del saco también cayó rodando en el suelo la pelota azul de Eleni. Me moví lo más rápido posible para atrapar la pelota que seguía rodando y rodando hasta llegar al pie de las escaleras. Me lancé una vez más y toqué por segunda vez la pelota azul. En ese preciso instante, la pelota se volvió pesada y abandonó su forma esférica, y el plástico azul convertido en sangre se derramó por mis dedos desvelando un cráneo chamuscado en su interior. El suelo tembló por un breve momento y las columnas, las paredes, el techo, las lámparas, las puertas, las habitaciones, el mobiliario y el suelo de la residencia se fisuraban y se despellejaban en miles de fragmentos de cenizas negras dejando una apariencia chamuscada y oscura en cada rincón del lugar. La majestuosa residencia había abandonado su opulencia y su pulcritud y había adquirido la sucia y mohosa apariencia de un sitio devastado por la oscuridad y el fuego. De pronto, el silbido distante se detuvo y el silencio reinó por un breve momento para dar lugar a desconcertantes crujidos de algo que se retorcía en la oscuridad. Algo que también se había despellejado y había abandonado su apariencia humanoide para transformarse en algo aún mucho peor. La criatura había mudado de piel y se había metamorfoseado a una criatura semejante a un insecto gigante de color ocre marrón oscuro, cubierto de un bello aterciopelado y muy fino, con un cuerpo robusto de un tamaño de casi tres metros de largo, su abdomen acababa en dos grandes y puntiagudos cercos, dos patas delanteras engrosadas y con un extremo bifurcado en varias puntas como garras al igual que sus patas anteriores que eran más cortas pero igual de fuertes que recordaban a las espinas dorsales acabadas en puntiagudas y mortales lanzas, tenía cuatro alas membranosas, las anteriores eran cortas mientras que las alas posteriores estaban bien desarrolladas y quedaban protegidas por élitros, le habían salido dos delgados y largos cuernos de marfil amarillentos que, como antenas, habían brotado de los orificios de su cabeza con la semejanza de un cráneo de elefante vuelto al revés, era como una especie de grillo topo a una escala monstruosamente mucho mayor. Observé el cráneo que tenía entre las manos, era el cráneo faltante que completaba la osamenta de la madre de Eleni. El número ocho escrito con sangre en la frente del cráneo reveló el octavo escondite. Entonces lo comprendí. Tanu había localizado también el olor de los huesos de Melanie por haber olfateado su cráneo que hace sólo un momento, ante mis ojos, parecía ser tan sólo una inocente pelota azul celeste. Metí la mano derecha en la cavidad ocular del cráneo y saqué un llavero con un par de llaves de bronce. Entonces recordé la habitación que se hallaba cerrada todo este tiempo al final del pasillo frente a la habitación de Eleni y pensé en la inmensa posibilidad de que ahí encerrado se encontrara Tanuki. La gran puerta de la residencia por la que había entrado crujió y comenzó a abrirse por sí sola poco a poco dándome paso a la libertad. Sin embargo, decidí subir las escaleras salto tras salto para rescatar a mi fiel amigo, pero, a mitad del camino, la escalera colapsó a causa de las anteriores llamas que la habían dejado frágil, y quedé colgado de las manos en uno de los peldaños. 
El grillo topo, al igual que un monstruoso insecto velludo y pringoso, desplegó sus alas membranosas y voló hacia mí, pero Valentina se interpuso rápidamente en su camino y atacó con su escalpelo mientras yo escalaba y seguía subiendo peldaño tras peldaño hasta llegar a la cima. El gigantesco monstruo con forma de insecto trepaba corriendo por las paredes velozmente, esquivaba los ataques de Valentina y contraatacaba desplegando sus alas membranosas en el aire hasta descender planeando con gran velocidad al piso de madera. El monstruo comenzó a cavar a profundidad en el piso con sus puntiagudas patas para desaparecer al final en un oscuro agujero. El reloj seguía su imperturbable himno. El suelo temblaba mientras yo saltaba y me dirigía al final del pasillo.
De repente, sentí una potente vibración bajo mis pies, seguido de un lejano silbido, pero aun así no me detuve, en ese preciso instante, el piso de madera detrás de mí se abrió con una impetuosa violencia que me hizo caer de bruces al suelo y soltar las llaves que se deslizaron a un metro lejos de mí. El demoníaco grillo apareció detrás de mí y, sin tener tiempo de levantarme, comencé a arrastrarme hacia las llaves hasta lograr agarrarlas de nuevo. Valentina se manifestó como una sombra cerca de mí y se interpuso valientemente en el camino del monstruo atacándolo en el abdomen con el bisturí. Me incorporé tan pronto pude con la llave en mi mano y me dirigí saltando a la puerta al final del pasillo. El monstruo tenía a Valentina contra la pared. La cerradura de la puerta había cambiado a dos cerrojos con una manivela. Metí la llave desesperadamente en el primer cerrojo, fallando al primer intento, luego de cerciorarme y pasar la otra llave para abrir el primer cerrojo, rápidamente pasé al segundo.
Cada segundo intentando que la llave entrase en la cerradura era un infierno.
Valentina había sido atravesada por una de las extremidades delanteras a modo de lanza pero no se desangraba ni mostraba ninguna expresión de dolor, al contrario, seguía con determinación en su lucha para detener a la gigantesca criatura. El rosario enrollado en mi muñeca me decía que se trataba del espíritu de Valentina que, como un ángel guardián, había venido a salvarme.
Abrí de inmediato el segundo cerrojo, tragué saliva y giré la manivela de la puerta con incertidumbre y el corazón saliéndose de mi pecho. La puerta no se abría, al menos no empujándola hacia adentro. Abrí jalando la puerta de la habitación, y mi corazón casi se detuvo por la emoción al ver a Tanu ladrando a lo lejos detrás de la reja de la residencia en la oscuridad de la noche. Inexplicablemente la puerta de esa habitación se había convertido en la salida de la casa. 
-¡No te vayas! ¡Quédate a jugar conmigo!-.
De pronto, escuché esa voz. Era la voz de Eleni que provenía del interior del monstruoso insecto. Sin previo aviso, el monstruo desencajó sus puntiagudas extremidades delanteras que mantenían atravesada a Valentina, y con sus otras cuatro extremidades corrió velozmente hacia mí. No obstante, algo fuera de la casa me tomó del brazo y me arrojó fuera de ella para luego pasar el umbral de la casa. El nuevo intruso se encontraba de espaldas a mí, sin embargo, sabía quién era. El monstruo quiso atacarlo y atravesarlo como lo hizo con Valentina, pero se detuvo a medio ataque, como cuando era repelido por los ladridos de Tanu, luego acercó su horrible rostro hacia él. El misterioso personaje posó su mano sobre la cabeza del monstruo para acariciarlo como si fuera una mascota, luego clavó su mano en la cavidad ocular de su frente. El monstruo soltó un horrible chillido, aún así manteniéndose a raya frente a este misterioso ser. Luego el siniestro personaje comenzó a sacar algo de la cavidad del monstruo, algo que parecía ser un enorme cabello, como una larga y fina larva que se retorcía entre sus dedos. Era una especie de gusano como los gordiáceos o nematomorfos que como parásitos se hospedan en el organismo de algunos insectos. El intruso metió el viscoso gusano en su boca y comenzó a engullirlo de una manera tan desagradable, como si se tratara de un delicioso espagueti. Aquel gusano debía medir varios metros de largo pero en cuestión de segundos fue devorado por completo. El cuerpo gigante del insecto se petrificó y comenzó a cuartearse como una piedra hasta romperse en miles de diminutos fragmentos que habían adoptado la apariencia de pequeños grillos topo que caían muertos en el piso, liberando en el interior del monstruo una especie de saco amniótico que envolvía a una pequeña niña en posición fetal. El intruso se inclinó y rompió el saco para luego cargar entre sus sombríos brazos el cuerpo de Eleni Kedward. Eleni le acariciaba el rostro como si éste fuera el de su padre. El personaje dio la media vuelta revelando su rostro hacia mí. Eran de nuevo esos oscuros ojos, esa oscura sonrisa, y ese traje rojo. Arlequín me miró detenidamente, enseguida volvió a darse la vuelta, y desapareció con Eleni en la oscuridad de la residencia tras la puerta que se cerró una vez más por si sola. 
Tanu logró pasar la reja y se hallaba lamiéndome el rostro. 
La residencia comenzaba a derrumbarse, y sentía acariciar mi cabello y rostro por las suaves y frías manos de una mujer con uniforme blanco, mi nuca yacía descansando sobre su regazo.
-La dicha de mi vida se ha complementado.
El día de nuestra boda casi llegó pero la promesa de estar juntos por siempre tuvo que terminar. La vida es breve, tan frágil como la llama de una vela. Pero no es la muerte lo que me atormenta, sino estar pérdida en la eternidad sin tu compañía, sin la guía de tu amor. La esperanza de una vida juntos se ha perdido; la soledad ahora es la que nos gobierna, tú y yo somos esclavos de este cruel destino que nos aleja. Pero mi alma ya no me pertenece, desde la oscuridad seré tu ángel guardián, te cuidaré de los demonios que te acechan para que sepas que no he de amar a nadie más. Nuestra historia de amor se quedará incompleta por ahora porque el injusto destino nos ha separado por distintos caminos, pero la vida y la muerte son un ciclo; algún día volveremos a estar juntos y esta vez será para siempre-. Susurró Valentina a mi oído. 
Por fin estaba afuera, la horrible pesadilla había terminado y se había convertido en un hermoso sueño. 
No, no era un sueño, así lo decía mi corazón, con la sobria certeza del despertar. Era como el ángel que aguarda tras cada pecado.
Sin embargo, sus facciones lentamente se desvanecían.
No podía unirme a ella. Aún no era el momento de compartir la eternidad.
Aunque mi vida entera haya sido quebrantada. Aunque a formas siniestras deba enfrentar.
Aunque deseaba ser liberado de este asfixiante mundo corpóreo donde los sentidos limitados improvisaban la realidad.
Aunque el mundo que amaba se había hundido en una horrible mentira. Aún tenía fuerzas para continuar y esclarecer la verdad. 
Estiraba mis manos hacia ella, pero mis brazos sólo abrazaban el silencio y el vacío.
La residencia colapsaba. Había logrado sobrevivir. Y después de tantos esfuerzos, con un beso de Valentina en la frente y con una sonrisa de triunfo, caí rendido frente a la destrucción y me disolví en la oscuridad de mi inconsciencia.




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