Zignum Meiga Entre las dos caras de la luna Parte 2

Capítulo 16 El Ave fantasma

Sentía la necesidad de colgar de inmediato, sin embargo, decidí tomar el riesgo de escuchar. 
-Hablo con el motivo de brindarle información sobre el paradero de Pandora Kedward. Pero es necesario que hablemos en persona. ¿Podría acudir a la iglesia en una hora? 
-Sí claro. Ahí estaré. 
-Gracias, nos vemos pronto. 
Después de colgar, Zulia me observaba como esperando una respuesta de mi parte. 
-Era él, el sacerdote ¿cierto?-. Preguntó con angustia. A lo que yo respondí limitándome a sólo asentir con la cabeza, pues temía una reacción muy negativa de su parte. 
-Ayer en la tarde te vi entrar en la iglesia del sacerdote justo cuando yo iba de salida. 
-¿Y qué hacías tú ahí?
-Había entrado en el confesionario para... Como sea no tuve el valor de hacerlo. Así que sólo hice una confesión. Confesé haber matado a un judío. El judío que atropellé era uno de los que vi en casa de Pandora. Lo extraño fue que en realidad frené antes de siquiera tocar con el auto la moto en la que iba, pero aún así vi cómo murió en medio de la calle, como si una fuerza sobrenatural hubiera acabado con él. Aún así sentí que yo fui la causante de su muerte o al menos eso hubiera querido.
Confesé por miedo al sacerdote que yo había atropellado a ese hombre pero no le dije por qué. 
-¿Y qué fue de los otros niños y de los otros torturadores?.
-Como le dije, yo fui la única que logró salir de la residencia de Pandora a través de una brecha que abrió el terremoto, lo que me permitió salir del pequeño cuarto en el que estaba recluida. Decidí darle la espalda a mis hermanos con el propósito de sobrevivir. Para cuando logré salir al exterior el caos reinaba en todas partes. Y nadie quería escuchar las palabras fantasiosas de una niña que había escapado y sobrevivido en medio de rituales de brujería y maltratos psicológicos y físicos. Todos estaban preocupados por sí mismos o por algún familiar perdido. Desmayé y desperté en un hospital donde una enfermera me pidió que me fuera a casa, y que, si me atrevía a hablar de lo que sucedió todos esos años en la residencia de Pandora, que yo regresaría a aquella casa y que esta vez nunca más saldría de ahí. El miedo me mantuvo callada. Abandoné a mis hermanos. Y seguramente todos ellos se encuentran muertos ahora. Al igual que aquellos que nos torturaban, cada uno de los cofrades se habría marchado a su país natal y sufrido la maldición de los incendios de aquellos niños que asesinaron por sacrificio a sus dioses. 
-¿Y dónde crees que se encuentra Pandora ahora?.
-Ella tuvo una hija. Aquella niña se llamaba Ania, y parecía estar enferma todo el tiempo. 
Pandora apenas soportaba estar junto a ella, no le tenía paciencia. No la maltrataba como a nosotros. Sin embargo, la exilió de su lado a un lugar que nadie sabe. También decía siempre que Alysa, su sobrina, era como la hija perfecta que siempre quiso tener. Es probable que haya ido a buscar a Ania y huido con ella a un país desconocido para no ser víctima de la justicia o de la maldición que ella desató en sus propios cuadros. 
-Gracias por revelarme todo esto Zulia. Ahora tengo que ir a un lugar. 
-¡No! ¡No lo hagas! ¡Si vas morirás!.
-Hazle caso a Zulia-. Advirtió el encapuchado.
-Quisiera saber algo más-. Le dije viéndolo a los ojos. 
-Quisiera saber la identidad de quien se oculta bajo la capucha y el cubre-bocas. 
-Haremos una apuesta. Si me ganas en un duelo a mano limpia, te diré quién soy y podrás irte. Pero si yo ganó, te quedarás sin objeciones. 
-Acepto.
El encapuchado había traído un tablero el cual asentó en medio de nosotros dos. 
-¿Qué es esto?-. Le pregunté arqueando una ceja. Pues creía que empezaríamos una pelea cuerpo a cuerpo.
-El Puluc es un juego de mesa maya que era jugado normalmente en ceremonias místicas de los Q'eqchi's. Destaca por haberse desarrollado sin influencias de culturas europeas, como una actividad de estrategia y azar. Una de las tácticas que se utilizan es el entendimiento de las probabilidades para ser usadas a favor del jugador. El tablero de juego representa un campo de batalla en la guerra, y cada movimiento de los jugadores significa algún acontecimiento en la pelea. Por esta razón, las bases de cada jugador eran ciudades mayas. Además, al jugar al azar se mostraban los imprevistos que surgían cuando se avanzaba de ciudad en ciudad. Capturar fichas era como capturar enemigos en el camino. Cada jugador comienza con 5 fichas y la meta es capturar las piezas del oponente, alternando los movimientos. Al final gana quien elimine primero las fichas del oponente-.
Enseguida el encapuchado me explicó las reglas y comenzamos con el juego.
Unos minutos más tarde fui derrotado por el encapuchado quien se complacía riéndose en una muestra de victoria. Me puse de pie y caminé hacia la salida. 
-¿A dónde crees que vas?
-Lo siento pero me temo que no puedo quedarme. 
-Y yo me temo que tendré que obligarte a cumplir tu trato. 
-Entonces oblígueme.
-Tal vez lo que tú querías era un duelo cuerpo a cuerpo ¿no es así?. De acuerdo, te daré lo que quieres. 
Apenas sentí su mano derecha sobre mi hombro, giré rápidamente para asestarle un golpe con el codo izquierdo en su rostro. Sin embargo, el encapuchado detuvo el ataque con su mano izquierda y la cerró sobre mi codo enterrando sus dedos poco a poco y causando un intenso dolor en la articulación. Rápidamente intenté lanzarle una patada con la prótesis izquierda, pero el encapuchado, quien no había soltado mi hombro con su mano derecha, imprimió una fuerza impresionante con la misma y me obligó a caer de rodillas. La prótesis de metal se escuchó golpear el suelo de bambú. El encapuchado alzó la pierna y piso con el pie derecho la prótesis, mientras seguía con la mano en mi hombro y con la izquierda sometiéndome en una llave. Tanu, al verme caer, corrió a morder al tipo en el pie con el que me pisaba la prótesis, no obstante, aún así, el sujeto no me soltaba. 
-Creo que he ganado otra vez-. Volvió a reírse con sorna el encapuchado como si no sintiera dolor por la mordida de Tanu, el cual hacía sangrar su pie poco a poco. 
-Lo lamento muchacho, pero no dejaré que mueras, si para eso tengo que romperte antes tus huesos, lo haré sin vacilaciones.
-Haz lo que tengas que hacer, pero... antes te dejaré sin un brazo-. Dije al tiempo que lo miré de soslayo y disparé con el arma oculta bajo la chamarra con la mano derecha. La bala traspaso desde el interior de la chamarra y perforó su hombro izquierdo, liberando mi brazo de su agarre. 
-La bala no dañó ningún órgano interno. Vivirás-. Le dije al encapuchado quien se cubría el hombro sangrante con su mano derecha.
-Miyuki tú quédate y cuida de Tanu. Miré a Miyuki con una expresión de susto, y a Gema con expresión de desaprobación abrazaba a Zulia quien mantenía los ojos cerrados. No podía perder más tiempo, debía matar al sacerdote, debía encontrar a esa maldita mujer llamada Pandora, y detener a todos esos monstruos que han torturado nuestras mentes por mucho tiempo y que aún lo siguen haciendo, y sobre todo, resolver el misterio de quiénes eran los asesinos de Miklós y Valentina. Y cualquiera que intentara detenerme, sería declarado mi enemigo. Así es que seguí mi camino y me dispuse a salir de ahí. 
Había pasado ya veinte minutos desde que dejé la casa del encapuchado a pie y me encontraba caminando por la carretera esperando que pasara un buen samaritano que aceptara llevarme a la iglesia donde se encontraba el sacerdote. Hasta que no tardó mucho tiempo en pasar y detenerse un auto cerca de mí. Se trataba otra vez del encapuchado. 
-Ya te dije que iré a ver al sacerdote y tú ni nadie ni nada me va a detener. 
-Lo sé. No pensaba hacerlo. Ven entra al auto, ¿no pensarás ir caminando hasta allá cierto? la gente que pasé no llevará a ningún extraño, no sin algo a cambio. Aquí algunas personas son como los huevos de pascua, agradables por fuera pero con una sorpresa de mierda por dentro. Entra, yo te llevo-.
Sin muchas opciones acepté entrar al auto aún sin plena confianza, pues sabía que el hombre poseía una fuerza impresionante. 
-¿Y cómo está tu hombro?
-Sólo fue un rozón. Como tú dices, sobreviviré. 
-¿Cómo es que cambiaste de opinión?
-Cuando volteaste a verme, para afinar tu puntería, pude ver en tus ojos algo; que aunque te rompa los huesos, seguirás en tu intento por cumplir tu propósito. Vi que no titubeaste al disparar el arma y vi que no te dejarás vencer por nada en el mundo. Ah... Y que eres un muy mal perdedor. 
-Eres muy hábil.
-He jugado el Puluc muchas veces.
-Hablo de tus habilidades físicas. ¿Dónde aprendiste a pelear así?.
-Los mismos mayas, que por décadas pasaron por pacíficos astrónomos y matemáticos, también tenían su propio arte marcial del cual conocimos los últimos vestigios bajo el nombre de K'amalb'e "pelea de pies y manos". Lo que los convertía en guerreros temibles en una época en que casi todas las guerras eran cuerpo a cuerpo. Yo vengo de una línea de sangre de guerreros mayas, y sus enseñanzas han pasado a mí de generación en generación.
-Ya veo. Y tú pierna ¿Cómo está?
-Por lo visto ya te entró la culpa. No te preocupes muchacho, tu perro muerde como un cachorro, no necesitaré de una prótesis por ahora. 
-Mejor no digo nada. 
-Mira muchacho, hay algo que no sabes del sacerdote Abelard. Y es mejor que lo sepas antes de enfrentarte a él. ¿Has oído hablar del cadejo?. 
-Por lo que sé, se trata de un mítico animal descrito como un extraño perro de color negro y ojos rojos. Algunas versiones de la leyenda refieren que este ser son en realidad dos diferentes cadejos, el negro y el blanco. Sin embargo éstos son rivales y no pierden oportunidad de agredirse, aunque también se narra que pueden unirse para salvaguardar a sus protegidos. 
-Así es. En Guatemala existe la leyenda de un curandero quien tenía la habilidad de convertirse en un gigantesco perro negro. Un día, cuando los españoles se enteraron de esto, así como tú, no lo creyeron, así que, encabezados por su coronel, decidieron vigilarlo. Y no fue hasta la tercera noche de vigilancia que lograron dar con un enorme perro. Sacaron sus armas y dispararon. El animal los vio con sus ojos rojos, dio un espeluznante aullido y se lanzó sobre ellos. El coronel fue el único que logró salir con vida. Los pobladores decían que era el Cadejo. Existen innumerables historias de pobladores que cuentan haber sido perseguidos por un enorme perro negro con ojos penetrantes y aspecto escalofriante. Se cuenta que el curandero no fue el único que se convertía en ese animal y que existen otros con las mismas habilidades del curandero pero éstos no son nada amigables. En centro-américa, todos los pueblos y ciudades tienen al menos uno. Seres que logran convertirse en un espíritu nahual. Salen por las noches convertidos en animales. En los pueblos indígenas son comunes y hasta conviven con ellos. Son personas y animales a la vez. Estos seres existen y uno de ellos se encuentra ahora mismo en la antigua iglesia de Santiago como el sacerdote del pueblo-.
El hecho de saber que me enfrentaría a un demonio como el padre Abelard no menguaba mis ganas de matarlo, al contrario, un ser así no podía existir en este mundo. Y sentía el deber de regresarlo al infierno de donde había salido. 
-La verdad es que si no logras acabar con él, terminará por convertirte en un espíritu nahual y tomará posesión de tu voluntad. Eso hace en especial a los que poseen habilidades sobrehumanas. Aquellos que ha convertido termina por consumirlos para luego encontrar a su siguiente presa. Ya desde hace siglos existía una especie de ave conocida como anunciadora de óbito en las aldeas. El adagio existe en las tierras de Guatemala. Cuando está ave criaba, las muertes se avecinaban por aquellos contornos en los que volaba, y se creía que, más que anunciadora de la tragedia inmediata, era la portadora de la muerte. Y es que pocas especies de aves han tenido tan mala fama como los córvidos en lo concerniente a los influjos mágicos que ejercían sobre personas y acontecimientos. Por eso en algunos pueblos el Pájaro de la Muerte es el mochuelo, el cárabo, la coruja, el autillo y hasta el búho. En el lago Atitlán existe una rapaz nocturna que también se la conoce con el nombre de "Pájaro de la muerte o ave fantasma". Y son muchos los que cuentan que el lúgubre canto de esta ave es auténtica premonición de muerte. Y es que, aunque el mensajero cambie de plumas, los efectos de su "canto" no cambian nunca.
-Lo cierto es que el nictibio, los solífugos, lémures, monos aulladores, lechuzas y demás especies animales aún siguen siendo confundidos por monstruos legendarios y cazados sólo por la fobia de la gente producto de sus leyendas imaginarias.
-Tienes mucha razón. La superstición de la gente ha llevado a muchas especies a morir injustamente. Sin embargo, siempre hay algo de cierto en todas las leyendas.
-¿Y por qué me cuenta esto?
-Si vas a enfrentarte al sacerdote, es muy probable que también llegues a enfrentarte a ella. 
La lluvia cayó de repente. El encapuchado había encendido la radio para escuchar alguna música tranquila que acompañara nuestro viaje. De repente, la música se vió interrumpida por un corto informativo:
"Sololá Guatemala vive un ambiente de xenofobia, habitantes obligan a los judíos a largarse de la ciudad y queman lo poco que tienen, se registran disturbios en varias partes de Sololá. Varios judíos han sido agredidos por las turbas violentas de gente indignada tras la quema de una casa de la región a manos de un judío que según algunos testigos dicen haber visto salir del lugar en llamas".
Todos querían mi cabeza. Quedarme un minuto más significaba una sentencia de muerte segura. No obstante, estaba totalmente convencido de que no me iría hasta haber logrado mi propósito, aún si debía de perecer para ello.
Mientras el encapuchado conducía, yo también conducía por un mar de turbulentas mentiras. Me inundaba en mis propios pensamientos. Introducía mis sentidos a la comprensión de un tormento constante. Me ahogaba en mi propia soga. Indagaba entre palabras inconexas, retales y pequeños cachos de mis temores más profundos. Abominable y repugnante era naturalizar uno de los tantos crímenes que la parte oscura del ser humano es capaz de llevar adelante contra su prójimo. Tenía el deber de desterrar la oscuridad, pero al final sólo era una persona que entraba en el umbral de la normalidad sin ningún gran poder, sin ser nada especial, sólo un simple humano. 
Es intrascendente creer que se necesitan supersticiones sobre dioses que sólo arrastran a la humanidad a los márgenes de la extinción. 
Me estremecía pensar en aquel fatídico final de la familia Kedward, cuyo único miembro vivo había desaparecido varios años atrás y al que se daba por muerto. Una familia marcada por la desgracia, del cual dejaron constancia la prensa y los chismes de la alta sociedad, antes de pasar a olvidarlos casi inmediatamente, como si nunca hubieran existido. El dinero nunca llora demasiado tiempo por nadie. Todo lo que quedaba del antiguo esplendor de los Kedward era como la llama de una vela la cual se esperaba que no se hubiese apagado después de estar en la intemperie de varias tormentas. El último de sus miembros, bautizado como Gabriel, era probable que también hubiera caído víctima de aquella maldición y ahora estuviera muerto. Igual que Valentina que cayó víctima de la maldición que me perseguía. 
Mientras me dirigía a mi propia muerte, recordé ese día, recuerdo que era un día lluvioso cuando la miré... Creí que era alguien más, que nunca la hablaría o conocería, que no significaría nada en mi vida. Cada día, cada hora, cada minuto, venía a mi mente la imagen de Valentina. No necesitaba mayor motivo, pues su recuerdo era la trágica melodía que una y otra vez se repetía en mi cabeza, quisiera o no, de forma vaga y persistente. 
Había momentos en los que sólo quería desaparecer en mandar todo al diablo, pero tenía una razón para seguir y era ella.
El Mar, siempre es inclemente, indomable y sagaz... Se lleva, lo que más amamos con el fragor de sus olas.
Recuerdo que me abrí paso hasta ella y retiré esa indigna bolsa para cadáveres lo suficiente para ver su cara llena de sangre, sus ojos desvaídos, su boca entreabierta por la que había escapado su último aliento.
Sólo me culpé a mí mismo, lo que hizo que el tormento fuera mucho mayor. No es que no hubiera podido salvarla, sino mucho peor: ella había muerto por mi culpa. De ahí mi más profunda amargura. Yo la había condenado, le había transmitido mi maldición. Había destruido aquello que más había amado y querido proteger, y precisamente por eso, por haberla amado tanto. Si yo no me hubiera cruzado en su vida, ahora ella estaría viva, estaría sonriente y feliz, como siempre solía estar. Había sido una broma cruel del destino, y el hecho de que no hubiera podido prever lo que ocurriría no me hacía sentir mejor. La vida me quitaba siempre a los que yo más quería. Mi amigo Aquileo, mi amiga Elena, la hermana Evangeline, luego a Miklós mi padre, a mis compañeros de guerra y por último a Valentina; la maldición me perseguía a donde quiera que fuese, y esperaba a que yo empezara a sentirme feliz, a sentirme en casa, para arruinar esa ilusión, para despertarme de ese dulce sueño. En realidad, mi destino me castigaba por ser quien era, o mejor dicho, por ser lo que era. No me concedía el derecho a ser feliz; al alrededor mío todos morían o desaparecían. Estaba condenado a la soledad más absoluta, aquella que me hace saber que siempre estaría solo, que no había compañía reservada para mí. Que siempre sería desgraciado, haga lo que haga y esté donde esté. Nunca conocería a nadie como ella, lo sabía, y ése era en sí mismo el mayor castigo. La tierra que pisamos no es otra cosa que el Hades, éste y no otro es el mundo de las tinieblas. Miklós decía que, por eso mismo, no había que compadecer a los muertos, pues ellos habían conseguido escapar de este infierno; pero eso a mí no me consolaba. Si la vida es el infierno, entonces sólo tiene sentido estar en él. Por eso precisamente no me había suicidado, lo cual hubiera sido la salida más fácil, el camino directo al olvido: porque alguien tenía que recordarla, entonces y siempre. No podía permitir que su recuerdo, lo único que quedaba de ella, se esfumara como humo en una tempestad. Su recuerdo... Era tan dulce, tan sonriente. Siempre parecía feliz, por todo. O por lo menos sabía aparentarlo muy bien. Hay personas que tienen ese extraño don de alegrar a los demás, gente cuya sola presencia produce bienestar, esperanza. Ella era una de esas increíbles personas, y estaba conmigo. Ella no preguntaba ni juzgaba, simplemente vivía la vida con intensidad. Era como un regalo para mí, que no había conocido una felicidad así antes. Pero, naturalmente, yo no merecía ese regalo... Y quienquiera que me lo hubiera dado, los cielos o el destino, quien fuera, sólo me había permitido saborear ese don brevemente para luego arrancármelo; para que el dolor fuera mucho mayor que si nunca lo hubiera probado. La eterna soledad, ésa era mi única compañía. La soledad y la bebida, en la cual naufragaban los restos de mi vida, lenta pero inexorablemente. El alcohol irónicamente me parecía un hilo invisible que me ataba a la cordura, pues el mundo al que yo pertenecía era un mundo de locura y horrores.
Fría y seca dejó mi alma por este incontable dolor que enfrenté cuando me dejó. Estuve lleno de odio, con el alma partida y sintiendo un regusto de muerte en la boca, temeroso de arrojarme al astro diurno. Me dejó al final y la soledad me consumió. Pero existían muchas cosas más en el mundo, algo tan oscuro como la misma soledad imperecedera.
A los dieciséis empezaron los sueños y las visiones. Soñaba, y en ocasiones veía incluso despierto, como en breves fogonazos, cosas que no podía comprender. Imágenes, siempre en primera persona, de la vida de otros, de gente de diferentes épocas y lugares, de diferentes edades y condiciones. Durante unos instantes, recibía unas ráfagas sensoriales y emocionales muy fuertes. Vivía con total intensidad lo que hacían esas personas, esos desconocidos. Luego me despertaba, o salía del trance en que me había sumido, y recordaba esas imágenes con total claridad durante un corto lapso de tiempo, en el que me hallaba confuso y desorientado. Poco después lo olvidaba todo, como los sueños que la gente corriente no es capaz de traer a la memoria a la mañana siguiente, aunque saben que han soñado algo y lo tienen en la punta de la lengua. Estaba harto de eso; eran ya demasiados años de lo mismo, de esa soledad enfermiza, de ese silencio atronador, de recuerdos confusos y extraños. Llevaba mucho tiempo sintiéndome como un animal enjaulado, como un ser indigno de llamarse hombre. ¿Cuántos años habían pasado ya desde que todo empezó, desde que desperté a esa vida de sombras?. Demasiados. Empezaba a perderme en ellos, porque aunque pudiera contarlos, no era lo mismo que tener recuerdos de cada uno, de lo que me pasó en cada momento, en cada etapa. Y todo ello se mezclaba en los sueños, que me asediaban todas las noches. Por eso llevé varios años bebiendo, para hacer más llevadero el dolor; ya no sabía ni cuál era mi verdadera vida. Empezaba a volverme loco. "Nunca debí estar con ella", era la letanía que repetía una y otra vez. "Nunca debí amar a Valentina". "Lo único que hice fue llevar mi maldición sobre ella". Así que comencé mi lento naufragio en el alcohol. La borrachera incrementaba mi sensación de irrealidad. A veces llegaba a dudar de quién era, de dónde me encontraba, de qué estaba haciendo. 
La lluvia era en ese momento lo único real. Real, porque se repetía siempre igual, todas las veces, en todas las épocas, en cada vida. "Sólo es real lo que no cambia nunca", pensé mirando a través del cristal de la ventanilla. Afuera, la lluvia se hacía cada vez más intensa, con más furia, con más realidad. Parecía como si la naturaleza quisiera susurrarme algo al oído. Cuando la naturaleza quiere insinuarse, desencadena los elementos. Es incapaz de mayor sutileza. Es lo bueno de ella: que como la muerte -su reverso-, no engaña, es clara y sincera. "Es lo único real en toda esta farsa", continué pensando. "Los demás, en cambio, son absolutamente irreales, mudables, vaporosos. Sólo máscaras". Al fin encontré mi reflejo perfecto, como en un espejo, sobre la luna mojada. Observé con cierto desagrado en el espejo del cuarto de baño y ahora mi reflejo en el cristal de la ventanilla del auto de un desconocido que, efectivamente, no era tan distinto de cualquier maniquí. Otra máscara más para una realidad siempre cambiante, evanescente. La mirada que peor juzga y la única que importa, es la que te regresa el espejo. Y ahí estaba ella otra vez, en mi mente, la razón por la que abandoné el alcohol y por la que me enfrentaría a un monstruo. 
Por fin habíamos llegado para dar muerte a la bestia. Bajé del auto y caminé con ímpetu dirigiéndome a las puertas de la iglesia dispuesto a matar al sacerdote. Abrí la puerta y me adentré al lugar sacro. Detrás de mí venía el encapuchado. Estuve a punto de sacar el arma cuando ahí, en el altar encontré al sacerdote efectuando un bautismo de media noche. Un grupo de mujeres cubiertas con velos negros estaba reunida detrás de las bancas presenciando el bautismo de una bebé que yacía envuelto en mantas blancas. 
Después de ser culpado de incendiar una casa, también sería culpado de asesinar a un padre de la iglesia. Así que decidí esperar a que finalizara la ceremonia. 
-Yo te Bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo-. Dijo el sacerdote quien sumergía parte de su cabeza en la pila bautismal tres veces en el agua ante la mirada de los presentes. Después de varios segundos el sacerdote aún mantenía la cabeza de la criatura bajo el agua. 
-¡Deténgase!. ¡Lo va a ahogar!-. Exclamé por temor de la vida del infante. 
-De ninguna manera. El ritual del bautismo no debe interrumpirse por nada.- Dijo el sacerdote negándose con frialdad en suspender el rito religioso. Y prosiguió con un rezo.
-Entonces comerás el fruto de tu vientre, la carne de tus hijos y de tus hijas que el Señor tu Dios te ha dado, en el asedio y en la angustia con que tu enemigo te oprimirá-.
Los presentes, tras el velo negro de sus rostros, como si de un velorio se tratara y no de un bautismo, parecían renuentes en rescatar al bebé como si su vida no valiera nada, como si su vida ya no existiera. 
Corrí rápidamente hacia al altar decidido a no permitir que el sacerdote acabara con la vida del niño. 
-¡Muchacho espera!-. Exclamó el encapuchado intentando detenerme.
Empujé al sacerdote con el hombro apartándolo del bebé que yacía tieso flotando en el agua aún envuelto en las mantas blancas. Lo saqué rápidamente de ahí temeroso de haber actuado demasiado tarde. Sin embargo, mis esfuerzos fueron en vano. Aquello no era un bebé. Aquello se trataba de un muñeco de porcelana. 
-¡Es una trampa!-. Gritó el encapuchado.
El sacerdote sujetó con la diestra mi cuello con una sorprendente fuerza. El muñeco del bebé cayó al suelo rompiéndose en varios pedazos. En pocos segundos sentía quedarme sin aire. Su mano estaba estrangulándome con gran facilidad, temía que rompiese mi cuello igual que la porcelana. Actúe rápidamente lanzándole una patada con la pierna izquierda en dirección a su rostro. Sin embargo, con gran habilidad detuvo mi ataque en un bloqueo con su antebrazo izquierdo. Y sujetando mi cuello, como hace años lo hizo el tigre ruso, comenzó a elevarme a unos centímetros del suelo. 
-Durante el ataque enemigo a tus ciudades, será tanta tu hambre que te comerás a tus propios hijos, los hijos y las hijas que 
el Señor tu Dios te dio-. Rezaba el sacerdote mientras mi vida poco a poco se iba apagando. Ésta vez la doncella de Hierro no estaba para salvarme. Debía salir de ésta yo solo.
El encapuchado intentó detenerlo. Sin embargo, una decena de lo que antes parecían ser mujeres cubiertas con velos negros, se descubrieron enseguida revelando a unos hombres disfrazados que cargaban armas de fuego y apuntaban con ellas al encapuchado.
-El enemigo te sitiará y te hará sufrir. 
No tendrás de qué alimentarte y entonces te comerás a tus propios hijos, los cadáveres de los mismos hijos que el Señor tu Dios te ha dado-. Rezaba el sacerdote del diablo terminado lo que el tigre ruso no logró terminar hace ya varios años. 
De repente, un disparo resonó en el lugar santo. 
La quijada del sacerdote se había destrozado por el impacto de una bala. El aire comenzó a entrar nuevamente a mis pulmones. El sacerdote había soltado mi cuello y con una patada en su pecho lo aparte de mí. Había logrado sacar el arma bajo mi chamarra a tiempo. El sacerdote cayó al suelo. 
-Mejor cómete eso maldito monstruo-. Espeté al padre luego de toser. 
Había logrado mi propósito. Había asesinado al sacerdote. 
Los hombres armados, alertados por el disparo, desviaron su atención del encapuchado y apuntaron sus armas hacia mí. Pero algo los contuvo de dispararme. Aquello era el padre Abelard de pie trás de mí. Su brazo me golpeó con una fuerza descomunal y fui arrojado lejos del altar estrellándome al pie del encapuchado. 
El sacerdote quien tenía una horrible herida en el mentón la cual iba cerrándose de forma impresionante, en una regeneración sobrenatural, escupió la bala como si fuese un simple caramelo. En cuestión de segundos su herida había sanado completamente. Entonces recordé lo que dijo el encapuchado antes de llegar a la iglesia, "Escucha esto muy bien muchacho; sólo existen dos formas de matar a Abelard; uno es atravesando su corazón con un arma hecha de platino, y la otra es que alguien de su misma estirpe lo asesine. 
-¿Monstruo?. ¿Acaso no sabes que tú también lo eres?-. Habló el sacerdote como si su boca no hubiese sufrido ningún disparo. 
-¿Sabes por qué todos los que amas terminan muriendo? ¿Sabes por qué desde que naciste fuiste marcado por una maldición de sufrimiento constante? El mensaje está más que claro: no podrás jamás estar con mortales, tú no perteneces a esa estirpe y su compañía y amor te son negados. Tú mano marchitará todas las flores que toquen. Yo también fui un alma atormentada como tú. Fui como un animal enjaulado. Pero he sido liberado, y todo se lo debo a mi tutor Theodor Reuss maestro de la Ordo Templis Orientis que me adoptó en su abadía después de ser excomulgado y exiliado lejos de la comunidad Amish. Aquel lugar destinado a reprimir el potencial de personas como tú y yo. Creían que una vida ortodoxa sería suficiente para enjaular a la bestia que yace dentro de nosotros. Mi maestro me mostró el camino para tomar control de la bestia a través del sacrificio de almas humanas. Y la cofradía de Maximón me otorgó los medios necesarios para hacerme de esas almas. Y mientras más jóvenes sean las almas, más control y poder me da sobre la bestia. 
Ulysses únete a la cofradía del jinete del caballo negro, únete a mí, y te mostraré el camino hacia la divinidad. Serás un dios entre mortales. Elige, tú decides, ser el amo o el esclavo.
-¡Me rehúso a formar parte de ese enfermo culto!. ¡Sé lo que hacen y pagarán por ello! ¡Los cazaré a uno por uno!-. Exclamé mientras el encapuchado me ayudaba a poner de pie.
-Está bien. Si es lo que deseas, te daré la muerte que tanto ansías. El fatídico Corvus corax. El pájaro de la Muerte que cambia de aspecto, pero no de fin. El anunciador de tragedia inmediata. El portador de la muerte. Ay de aquel que llegue a escuchar su canto antes de tiempo-. Dijo el sacerdote mientras sacaba de su sotana un rosario de un brillante color negro. 
-La llamada de un pájaro en la mano de la muerte. Por el poder conferido invoco al pájaro de la muerte.
Et vocationem in avem de manu mortis. A potestate mortis avis invocant-. Dijo el sacerdote con el rosario entre las palmas de las manos juntas en un gesto de oración. 
De pronto, un escalofriante y lastimero grito de ultratumba se oyó por todo el recibidor. Era un grito melancólico que parecía el de un lamento humano que iba disminuyendo cada vez en intensidad hasta escucharse lejano. Era algo que había escuchado antes. Y una sombra negra envuelta en una explosión de humo negro, que emergió del interior bajo el techo de la iglesia, voló hacia mí directo a mi rostro y atacó con unas filosas y grandes garras. Aquello se trataba de una criatura con enormes garras curvas, con alas y cuerpo de pájaro del tamaño de un águila pero con el plumaje del color de la madera de un árbol de ceiba; y su rostro estaba parcialmente ocultó detrás de una máscara de madera que expresaba un rostro de angustia y sufrimiento. La máscara tenía una eterna expresión de un hombre en un grito de desesperación sin la parte del ojo derecho que estaba hueco y donde se asomaba el ojo amarillo de un ave, el ojo de la criatura que estaba oculta tras la máscara. 
-Ulysses, ahora polvo eres y en polvo te convertirás-.




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