Zignum Meiga Entre las dos caras de la luna Parte 2

Capítulo 27 El fruto prohibido y el ángel de la muerte

Pensaba que todo había terminado y que en cualquier momento despertaría de la visión que mi alma había presenciado y que empezaba a olvidar poco a poco. Sin embargo, vi mi cuerpo desde lo alto de un volcán caer en las aguas del lago Atitlán y ser testigo de tan majestuosa pirámide que había debajo en lo profundo del lago. Pensé que me ahogaría. De pronto, un centelleante resplandor, procedente de la punta de la pirámide, me cegó por unos instantes. Al recuperar mi vista, el cuerpo de una niña en el fondo de las aguas se hizo presente junto con una multitud de cadáveres putrefactos que flotaban como cometas al aire en un frío mar oscuro. La niña se encontraba de pie y estaba despierta, a comparación de las docenas de muertos que parecían ya no despertar nunca más, pero su mirada, pese a tener movimiento, parecía no tener vida. Tenía los ojos totalmente en blanco y su tétrica mirada se mantenía fija en mí.
Era la misma niña que había visto en el parque, la cual me había susurrado al oído: "Sanguinis hostia expiabit"; la misma frase que el veterano de guerra había pronunciado antes de suicidarse. Antes de perder lo que más amaba en este mundo. Sabía que había visto a esa niña antes. Aún antes de haberla visto en el parque la conocía, pero no recordaba dónde y quién era. Y lo peor de todo es que sentía que había olvidado a alguien importante. Aquella niña me hizo seña de seguirla. Y, a través de todos los cadáveres, me guío hasta la superficie. Caminando lentamente como si el tiempo transcurriera muy despacio, como si no tuviera prisa de salir a tomar aire, como si no tuviera prisa de vivir. Al llegar a la superficie, aquella niña había desaparecido. En seguida, me encontré en una extraña isla con ambos pies sobre la tierra. Era como si nunca hubiese perdido la pierna izquierda. O tal vez la había encontrado al perderme a mí mismo en un lugar que parecía inhabitable. Caminé como hace mucho tiempo no caminaba, con ambos pies de carne y hueso, por un sendero sinuoso debajo de un pálido sol cubierto por nubes negras. Los troncos de los árboles eran pequeños y gruesos, irradiaban espinas enormes, delgadas y flexibles pero con una tenacidad increíble, cuyos bordes estaban cubiertos de púas o dientes afilados. En lugar de crecer rectas o en ángulo con el tronco, estas espinas tenían sus extremos en el suelo y estaban tan separadas que el tronco parecía un asiento rodeado de tejido verde. No me había fijado en las monstruosas criaturas que acechaban.
De repente vi a una anciana caminando como un no-muerto sin emociones ni alma e inclinándose para sentarse en el acogedor tronco del árbol como si estuviera cansada de vivir sin darse cuenta de que en ese momento iba a dejar al fin su vida. Desde el momento en que sus pies aterrizaron en el círculo de espinas, estas se elevaron como serpientes gigantes y se entrelazaron hasta que la víctima fue empujada al tronco, donde sus púas la perforaron, terminando así la matanza.
Su cuerpo fue aplastado, hasta la última gota de sangre fue extraída y absorbida por la planta, luego de lo cual rechazó el cuerpo seco y la trampa regresó a su lugar. Las plantas absorbían la sangre de los seres vivos a través de las ventosas que cubrían las ramas. Otra planta había atrapado un pájaro que se había posado en una de las hojas. Después de eso, las hojas se cerraron rápidamente y sus púas penetraron en el cuerpo de la pequeña víctima.
Las esbeltos y delicados palpos acariciaron la cabeza de otra mujer por un momento con la furia de serpientes hambrientas, y luego de repente se enroscaron alrededor de su cuello y brazos como si el instinto de una inteligencia demoníaca se apoderara de ellos. Luego, cuando gritó salvajemente, la estranguló y devoró como grandes serpientes verdes entre sus tentáculos, y con energía brutal y velocidad infernal la levantaron y se contrajeron, envolviéndola capa tras capa y aplastándola con cruel velocidad y con la tenacidad salvaje de anacondas devorando a su presa.
Ante esta terrible escena, las hordas de hombres salvajes, quienes no tenían ojos, se precipitaron hacia el árbol, lo abrazaron y bebieron de él con cuencos, hojas, manos y lenguas hasta caer en un estado de locura y frenesí. Luego tuvieron una orgía que fue tan grotesca como repugnante con el cadáver. Estuve vagando por la isla como un náufrago hambriento, sin darme cuenta había transcurrido diez días, durante los cuales, las hojas del gran árbol se mantuvieron en posición vertical hasta que una mañana amanecieron con los zarcillos distendidos y los tentáculos flotando. En la base del árbol había una calavera blanca, única señal del sacrificio que había ocurrido días antes. No parecía nada raro hasta que un animal pasó bajo sus ramas. En este punto, los zarcillos espinosos bajaron para atrapar al animal, que fue elevado a las ramas donde fue cortado y comido. Sus ramas parecían tentáculos. Pero olía fuertemente a carne podrida y producía frutos dulces para atraer a sus presas. Si un pájaro se acercaba, lo atrapaba y lo golpeaba contra el tronco del árbol. Los brotes de los árboles absorbían la sangre e impedían que llegara al suelo. Las grandes hojas se cerraban sobre la víctima, de la que ya no se oía nada. Unos días después volvía a abrir dichas hojas e inmediatamente dejaban caer al suelo los restos de aquel animal. Mientras pasaba el tiempo allí, descubrí que estas plantas también exudaban un perfume que podía dejar inconscientes a los animales grandes e incluso a los humanos.
Después de eso, la planta descendía sus ramas cubiertas de flores, cada una de las cuales tenía ventosas que chupaban la sangre de sus víctimas. La flor negra rodeaba una boca o tubo central que desprendía un fuerte olor que atraía al animal. La presa se arrastraba hacia lo que parecían ser cerdas en forma de antena que la planta había desplegado. La planta se mantenía en ayuno hasta que la criatura moría. Los fluidos digestivos se eliminaban después de que la planta consumiera su pequeño sacrificio. También había otras plantas de aspecto grotesco con hojas de color verde oscuro que aparentemente eran capaces de envenenar a los seres vivos que se acercaban demasiado. Los síntomas iniciales de las víctimas fueron ojos inyectados en sangre, dolor de cabeza severo y, finalmente, delirios, seguidos de la muerte.
Había llegado a la conclusión de que las plantas emitían algún tipo de polen, o un gas venenoso mortal, y se alimentaban de los fluidos en descomposición de sus víctimas que se filtraban a través del suelo. Pensé que había llegado al infierno y que tarde o temprano una de esas plantas demoníacas me devoraría. Sin embargo, eso no sucedió. Me había dado cuenta que el olor de las plantas me había hecho caminar en círculos en el mismo lugar por quién sabe cuánto tiempo. Tal vez lo siguiente que hubieran querido que hiciera era terminar con mi vida acercándome a una de ellas. Mientras pasaban los días, comenzaba a olvidar más y más cosas. Las plantas no eran el único problema en aquel infierno; no lograba hallar salida a esa isla maldita. Veía muertos flotar en las costas, a gente desquiciada que parecía que en cualquier momento me devoraría. A pesar de todo, pensando que en cualquier momento moriría de hambre o de sed, aún seguía vivo. Como si mi cuerpo no necesitara realmente de alimento ni de agua para vivir. Como si la gente en la isla me ignorara, o más extraño aún, como si no lograran verme. Aún así sentía la necesidad de estar siempre alerta. No recordaba cómo había llegado a este lugar. Era una isla fantasma surrealista, un lugar desolado, silencioso y salvaje. Se oían gemidos y gritos que surgían de la oscuridad. Aparecían repentinas e inexplicables ráfagas de aire frío y sentía la sensación de ser tocado o golpeado por manos invisibles.
Una noche, encontré un extraño fruto nunca antes visto, de un color oscuro, yacía en el suelo cerca de una de las infames plantas. Tenía hambre y sed, y sin más, me abandoné a mis instintos básicos.
Sentí el exquisito y sublime sabor del vino tinto al comer de él. Un extraordinario sabor que se fue convirtiendo en el ferroso y desagradable sabor de la sangre. Sentía que mis emociones eran arrebatadas al igual que mis sueños. Y minutos después la vi, debajo de la gran luna llena como una flor marchita, de pie cerca de mí. Pensaba que era un hermoso sueño o una bella una ilusión. Que más daba. Su compañía, aunque falsa, me era grata en aquel infierno como los campos Elíseos en medio del Hades. Aún así, me mantenía distante.
Se apagaba el tiempo, como en un desierto, como en un páramo rodeado de un virulento caos. Su ira se había marchitado o tal vez aún seguía latente.
Anhelaba aquel abrazo suyo que por temor rechazaba al pensar que los tentáculos de las plantas de la isla me arrebatarían en un abrazo mortal por culpa de una cruel y engañosa ilusión de amor.
La ví cubierta de flores negras, en contraste con su blanco uniforme de enfermera con algunas manchas rojinegras de sangre, tiñendo su uniforme en oscuridad. Su cubre-bocas color negro, que ocultaba sus bellos labios carmesí, y el resto de su uniforme que había adoptado el mismo color se asemejaban ahora a los que usaban los traficantes de órganos que operaban en Egipto, Pakistán y en el mismo Bohemian Collyseum de Praga. Estaba dispuesto a que me sacara el corazón si así ella deseaba. De repente, con abrazo de escalofrío se aproximó hacía mí y, listo para el desenlace fatal, se quitó el cubre-bocas y me brindó de su beso de hielo.
Se había perdido el lóbrego camino hacia el deseo de escapar que abrazaba antes, y ahora abrazaba un momento eterno en el infierno con ella. Y en un segundo eterno me dio un beso el ángel de la muerte.
Aquellos que se veían obligados a caminar en el jardín del infierno. Ahora era uno más de ellos que vagaba en esta isla sin retorno. El sol yacía bajo un gris y lúgubre manto. La muerte misma era testigo de que a lo único que le temía era a vivir sin tí.
No quería seguir viviendo así, en el infierno de la soledad. Quería vivir como todos. Había inventado una máscara que me permitía tener una cara como cualquier otro, una máscara de felicidad. ¡Y tú! Tú serías la más feliz de las mujeres. Y yo tocaría música de piano para tí y tú bailarías para mí eternamente.
¿Lloras?¿Tienes miedo de mí?. Sin embargo, en el fondo, no soy malo. Ayúdame y verás. ¡Sólo me ha faltado ser amado para ser bueno! Si tú me amaras sería manso como un cordero y harías de mí lo que quisieras. Pero si huyes de mí una vez más, sería el lobo que te obligaría a quedarte, aunque sea bajo las cadenas de la muerte, pues si pruebo tu carne y bebo tu sangre permanecerás en mí y yo en tí, y serás hueso de mis huesos y carne de mi carne. Para que tú seas una conmigo por toda la eternidad.
Todos los esfuerzos de mi voluntad de detener el derrumbe del mundo externo y la disolución de mi yo parecían infructuosos. En mí había penetrado un demonio y se había apoderado de mi cuerpo, mis sentidos y el alma. Me levanté y grité para liberarme de él, pero luego volví a hundirme impotente. Supongo que este era el precio a pagar por enamorarme de una mortal, pese a todas las advertencias que pesaban sobre mí.
La fruta con la que había querido saciar mi sed y hambre ahora me estaba consumiendo a mí la razón. Eso era el demonio que triunfaba haciendo escarnio de mi voluntad. Me agarró un miedo terrible de haber enloquecido. Me había metido en otro mundo, en otro lugar, en otro tiempo. Mi cuerpo me parecía insensible, sin vida, y extraño.
Había saboreado sus besos que sabían a muerte y nunca probé algo tan dulce que el sabor de ese pecado. El sabor de esa fruta prohibida. El sabor de una mortal. ¿Cruel? Creo que nunca hubo una trampa más infame y agotadora que ésta.
Quería amar sin tapujos y miedos impuestos. Quería amar y sobrar amor. Sintiendo el miedo a perder de nuevo, a perderlo todo.
Dicen que el amor es lo más hermoso del mundo, pero nadie sabe si es una hermosa mentira o una hermosa verdad.
Tímidas risas se clavaban dolorosamente en mi ser al recordarla. Pero en una de esas veces choqué contra una de ellas que trataba en vano de esconder lágrimas de sus ojos tristes.
Recuerdo que una vez, mientras bebía vino en una copa y miraba la oscilante luz de la velas, me perdí en su furor, bebí del licor de mis recuerdos y me embriagué de nostalgia. Mis manos se deslizaron por su escultural cuerpo, toqué su tersa piel hasta llegar a su cara y me miró con sus profundos ojos color miel. Con la ayuda de mi mano moví un mechón de cabello que cubría su rostro y lo acomodé detrás de su oreja, sus ojos impregnados de misterio y dolor me miraban fijamente y las lágrimas cayeron por su rostro. Me acerqué a ella y besé tiernamente las lágrimas en sus mejillas. Quería probar el sabor de sus lágrimas, beberme su tristeza en cada una de ellas, embriagarme de ella. Quería arrebatarla de este horrible mundo de dolor, como Hades raptando a Perséfone, arrastrarla hasta hacerla descender a mis infiernos. No pude evitar inhalar el enervante perfume que desprendía, cerré mis ojos por un momento y me perdí en su fragancia. Hasta que despabilé y llegué a la costa de la isla, sentí mis pies hundirse en la arena y me senté para contemplar el agitado mar. Siempre me sentí tan atraído por el mar tan indómito, tan profundo, tan libre hasta que conocí el mar de esta isla. Era un mar llenó de muertos y llenó de nostalgia. Mi vida se perdía entre las olas de su recuerdo; era como hundirse en el mar para ser un cadáver más y tocar con la punta de mis pies el vacío infinito. Amando lo irreal, lo ficticio, lo inexistente. Tu voz como psicofonías; voces espectrales, sonidos seductores qué tocaban cada fibra de mi alma. La nostalgia y el insomnio eran una combinación letal.
Tus palabras entraron en mí con tanta violencia; como balas de platino perforando en lo más profundo de mi ser. Estabas enojada, furiosa conmigo por haber hecho algo que jamás supe bien lo que era, o no lograba recordar bien lo que fue. Y ahora de nuevo tenías esa misma expresión de enojo. Tal vez sabías lo que había hecho con mi vida y lo que volvería a hacer por ti, sólo para estar contigo.
"He venido a ti esta noche, quiero compartir tu cama, haré que renuncies a la abstinencia. He venido con este manto de muerte reclamando tu nombre. No miro tus ojos por temor a encontrar a la bestia, pero estas presenté, me infundes rencor". Dijiste aquella primera vez que hicimos el amor mientras jugabas al despiste entre mis sábanas.
Atrévete a decir que en las mañanas frías no respirabas a mi lado con ternura. Di que las paredes de nuestra habitación nunca escucharon nuestros alaridos.
Recuerda mi boca ardiendo mientras descarnaba tus pechos...Di que no me disfrutabas...Dime que no te deleitabas cuando tus uñas descarnaban mi espalda....
Di que no te di todo, di que no existí, que jamás profané tu intimidad...Atrévete a decir que no te entregué mi alma, di que este demonio no te hizo sufrir, atrévete, mira mis ojos, están vacíos... Miénteme una vez más.... Mi cuello sangrara... Por fin derrumbaré está barrera que me aleja de tí y me uniré a tí eternamente, aunque ahora estés enojada porque romperé mi promesa de seguir vivo.
Caeré en un sueño profundo y, mientras este dormido, tú vendrás a mí y al despertar te habrás convertido en hueso de mis huesos y carne de mi carne. Yo seré tú Adán y tú mi Eva.
Ahora sé por qué estoy aquí. Éste no es el infierno, sino el paraíso, el jardín del Edén y las plantas de la isla el umbral que me llevará a ti, a tu abrazo eterno.
Y todas las veces cuando sentía que ya no podía más y mi corazón dejaba de latir, llegaste, tomaste mi mano dándome un sentimiento falso, abriste tus alas y besaste mis labios. Entonces caí rendido a tu divina maldición.
Me llevaste tan alto, tan alto que podía volar como un ave.
El viento susurra impaciente, me pide que tenga cuidado, que has venido a matarme. Debo temer de ti, huir de ti; pero no puedo. Te conozco en mis sueños, sé de ti a través de mis ilusiones. Tu interior es un misterio lleno de fuego y fortaleza.
Tus ojos me mostraron un gran abismo donde quiero perderme, ojos tan profundos como el infierno donde vivo. ¿Eres tú la perdición en persona o eres un ángel que quiere mi salvación?. Dime ¿qué eres o qué quieres?. Tu mirada le susurra a mi perdido corazón. En tus ojos color miel puedo ver que eres mi hermosa perdición. Tus ojos son un hermoso abismo donde me alimento noche tras noche y caigo en profunda agonía. ¿Por qué me dejaste solo, a merced de mis pesadillas, sudando con los ojos cerrados un sin fin de locuras? Dime a qué has venido, antes de que nos aleje la mañana y retornes a tu lecho oscuro. Luna llena sin velo, la luna blanca se vistió de negro. Alguien llega y me respira, eres tú vestida de oscuridad. Ahora por fin puedo oír tu voz:
(-¡Oh mi dulce amado!. Escucha bien. Pues los secretos se rompen hoy mismo. No morirás hoy; sino que sabe Dios que el día que comas del fruto prohibido, serán abiertos vuestros ojos.
Recuerdo muy bien cuando nos conocimos, fue una nublosa tarde de mayo. Me saludaste sin pena, simplemente por el gusto de hacerlo.
-¿Hola cómo estás? ¡un placer saludarte!"-. me dijiste.
-¡¿Qué tal?! ¡¿cómo te va?!-. Te contesté gustosa. Desde ahí empezó una amistad hermosa.
Con el pasar de los días y sin saber por qué y cómo, la amistad se fue fortaleciendo día a día y cada uno empezó a sentir algo muy grande y hermoso por el otro. Cuando me di cuenta, ya no podía concebir la vida sin tí, te necesitaba a cada instante. Me abriste los ojos, me despertaste el alma, te volviste todo para mí.
En nuestra relación todo era hermoso, hacíamos planes de vivir juntos, pero un día, sucedió lo inevitable.
Recuerdo que era un día lluvioso cuando te miré...
Creí que eras alguien más, que nunca te hablaría o conocería, que no significarías nada en mi vida.
-Me gusta el vino tinto-.
Decías eso demasiado seguido, te encantaba.
Definitivamente, esos fueron los mejores momentos de mi vida, cuando estaba a tu lado, cuando podía abrazarte, he incluso besarte y no te incomodabas en lo absoluto.
Después de un tiempo de conocernos dimos inicio una relación. Todo marchaba perfecto o al menos es lo que creía yo. Nunca imaginé tomarle tanto afecto a una persona como a ti, podría afirmar que lo que sentía por tí rebasaba los límites de absolutamente cualquier cosa incluso sobre la muerte.
Un día fuimos al bosque, capricho mío, tú no dudaste pues te parecía un ambiente agradable. No ocurrió nada terrorífico o eso fue lo que pensaste hasta esos instantes, las rosas y flores que decoraban el lugar lo hacían lucir bien y su profundo silencio era interesante. Comenzaba el atardecer. El sol se posaba en una flor con sus pétalos abiertos dándole la apariencia de que un sol había florecido en ella. Todo transcurría normal, te empecé el tema de conversación, he de admitir me incomodaba estar un poco en ese lugar, si lo sé, era absurdo pues yo había elegido ese lugar pero no me incomodaba estar a solas contigo si no que lentamente se hacía cada vez más de noche.
-¿Cuánto me amas?-.
Solté dichas palabras sin pensarlo, me miraste extrañado y luego reíste.
-¿Por qué preguntas eso?-.
No era necesario tener un espejo para saber que mi cara estaba decorada con un tono carmesí fuerte, me encogí de hombros y aparté la mirada hacia unas flores que estaban a mi alrededor. Mientras miraba las flores te estiraste a alcanzar una flor que estaba cerca de mí y la colocaste en mi larga cabellera.
-Luces muy hermosa-.
Me miraste y me asusté porque creí que te diste cuenta que estaba sonrojada.
-Oye, estás muy roja ¿Pasa algo? ¿No te gusta estar aquí?-.
Dijiste en tono preocupado y colocaste tu mano en mi hombro, y yo te miraba como un estúpida enamorada.
Acto seguido me abrazaste y de la manera más seria y con amor, siempre tan lindo, me dijiste:
-Te amo más de lo que te puedas imaginar, eres tan perfecta, dulce, tierna y linda. Jamás me atrevería a lastimarte, nunca-.
Me acerqué a tí rápidamente y te besé. Sentí tus suaves labios en los míos, me aferré desesperada a tí, no podía controlarme, quería darte un último beso, quería que ese momento durará para siempre. Saqué una botella de vino tinto y un par de copas para celebrar nuestro noviazgo y la noticia que tenía preparada para ti. Los fuegos artificiales de fin de año que decoraron el cielo de la noche hicieron más ameno el momento. Mientras te abrazaba tu respiración se empezó a cortar, me miraste con una cara de horror. Yo te miré con una faceta de temor, dejaste de abrazarme y un enorme lobo negro tomó tu rostro, tu cuerpo, tu personalidad. Caí al suelo, sucesivamente te pusiste en cuatro patas y me mostraste esos largos colmillos que como dagas de plata entraron a mi pecho.
Intentaba hablar, decir que no mataras a nuestro bebé, pero entre tanta sangre que escurría de mi boca las palabras no surgían. Se quedaban cortas, lo último que logré apreciar de tí, era esa expresión con la que me mirabas... no lo sé pero... era dulce y escalofriante ver aquella mirada de alguien a quién tanto había amado con una locura inmensa.
Con lágrimas carmín brotando de mi razón, le rogué a los demonios que me quitaran tus garras de mi espinado corazón.
Cegada por mi amor, ignoré a ese inestable demonio, y te dejé morder mi cuello con esos rojos labios.
Poco a poco se me escapó la vida, recuerdo que mi última palabra fue tu nombre, después... Oscuridad.
La flor del bosque se había marchitado y en donde antes se había posado un brillante sol, ahora se posaba una luna blanca. Una luna que se volvería negra con el pasar del tiempo.
Mi muerte no estaba tan mal, te podía ver y cuidar por siempre, podía procurar de ti a cada instante.
Pero... Yo tenía mis pecados pendientes, y eso bastó para condenarme. Eso bastó para que el máximo Ángel Caído me coronara como uno de sus esbirros. Me dio el poder de entrar en los sueños, me hizo sentir el hambre maldita, que sólo se calma al beber energía vital.
Sin embargo, no todo estaba perdido, a mí no me molestaba haber venido a este mundo y verte, hacerte el amor cada noche hasta que estuvieras satisfecho y yo estuviera fortalecida, pero algún día tenía que dejar de hacerlo, de lo contrario hubiera sido fatal para ti.
¡Esa sería la última noche que te visitaría! No podía arriesgarte más...
Mi propósito no era protegerte. Drenarte, consumirte, volverte loco de amor por mí y provocar tu suicidio eran mis planes originales. Estaba enojada contigo, por haber matado a nuestro hijo. Sería la venganza espectral de la que te enamorarías. Pero no pude evitar caer de nuevo en tus ojos, en tus labios, en ese sentimiento que me encadenó a tí una vez más.
¡Claro que te amo! ¡Aún en mi condena eterna no puedo evitar hacerlo!
Entonces, mientras mi alma vagaba, me encontré a mí misma en éste otro mundo donde yo seguía con vida. Supe que ni siquiera era un recuerdo del pasado, de tu pasado, pues te habías enamorado de un fantasma y no de mí yo real de carne y hueso. No era el pasado como yo creí o por lo menos no era mi pasado, sino un pasado diferente. Así como existían dos Valentinas en dos distintos mundos, una que murió y otra que no era un fantasma y que su corazón seguía latiendo, así de igual forma existían dos Ulysses, uno que nunca había perdido la pierna izquierda y el cual había acabado con mi vida y otro quien ni siquiera me había conocido realmente o al menos estando viva.
La Valentina de tu mundo aún no te conocía pero tarde o temprano lo hubiera hecho y eso ten por seguro que la hubiera matado de nuevo y la historia se hubiera repetido una vez más. Hasta que un día vi a aquel demoníaco Ulysses de mi mundo perturbar la mente de aquel veterano de guerra y destruirlo poco a poco, destruías una mente similar a la tuya que estaba a punto de colapsar. Lo transfiguraste. Su traumático recuerdo en el encierro durante la guerra y las drogas que le dieron los dragones de tres ojos fueron el medio por el cual facilitó tu posesión demoníaca y que le provocó aquel sentimiento suicida que siempre tuviste, aquel sentimiento que los llevó a los dos a la locura y a la muerte. Entonces lo entendí todo, entendí tu sufrimiento con la muerte de este hombre. Su sufrimiento era el mismo. Sus traumas eran los mismos. Entendí que para la mente de un soldado de guerra, no poder diferenciar rápidamente entre los sonidos de disparos y cohetes pirotécnicos era el detonante hacia la demencia que terminaría en un acto suicida o en un acto homicida. Tus recuerdos hicieron mella en sus recuerdos y quisiste matarme de nuevo, o al menos el Ulysses de mi mundo quiso hacerlo. El lobo negro quería devorar a la luna una vez más. Esa luna que tanto decías amar. Esa luna que se vistió de negro cuando la hiciste sangrar. Sin embargo te detuviste. Y tú, en el cuerpo de ese hombre, te arrancaste la vida con un trozo de cristal. Verte morir me causó gran tristeza, saber que mi muerte ocasionó tu transformación a demonio me llevó a cometer el mismo acto de suicidio con aquel escalpelo que había traído justamente para matarte. Entonces morí por segunda vez y desperté con un beso tuyo en la morgue. Mi alma se había fragmentado y unido con el alma de la Valentina de tu mundo a la cual nunca conociste estando ella viva y se albergó en el rosario de oro blanco el cual guardaste con recelo después de mi muerte. Me volví más fuerte y desde ese momento mi intención de matarte cambió. Había abandonado la idea de ser tu ángel de la muerte. Y decidí ser tu ángel guardián que te salvaría hasta de tí mismo.
Sé que ambos disfrutamos estar juntos de nuevo, sé que recordamos cada instante de lo nuestro, sé que sueñas con nosotros, lo sé, de todo eso me alimento.
Me has pedido varias veces que te lleve conmigo, pero ¡no puedo! ¡no debo! Sí, sé que soy un demonio como tú, pero aún así, te amo y jamás te condenaría a una eternidad de oscuridad cómo la mía-.)
Entonces, sentí sus labios una vez más antes de quedarme dormido. Tuve visiones de una batalla sobrenatural que se había librado en la isla. Después de eso, la luna se apagó y el pálido sol salió de nuevo en aquella isla infernal. Me sentía mucho más fuerte y mucho más vivo. Pero había olvidado todo, como un borracho olvida todo al día siguiente al embriagarse hasta el tope. Sentía que me habían drogado. No lograba recordar ni mi nombre. Mi vida anterior era un misterio. En lo que a mí respecta, podría haber estado toda una vida en esta isla sin siquiera saberlo. De pronto, mientras caminaba sin rumbo fijo, me encontré con una mujer ya madura sentada en una roca. Su expresión era de suma tranquilidad. Como si sólo esperara su hora de morir. -¿Ha qué has venido aquí viajero?-.Dijo la mujer con dureza en su tono de voz, observándome con esos fríos y añejos ojos. Ella podía verme. Y lo que era más esperanzador era el hecho de haberme dicho "viajero". -Me he perdido-. Contesté.-Aquí todos se pierden. Algunos se pierden buscando la salida y otros buscan perderse eternamente. -¿Habla de la gente que vive aquí?-Ellos no viven. Ya no más. Desde que las plantas hipnotizaron al resto de los sobrevivientes para devorar sus sueños, perderlos en el bosque y sumirlos en un sueño eterno. He visto a muchos comer de aquel fruto que los ha llevado al suicidio o a matarse entre ellos. Sin embargo, aquel que comiere del fruto y sobreviviere a sus efectos narcóticos, no necesitará de comida ni de agua en un largo tiempo.-¿Dónde estoy?.-Estás en la isla de la Orquídea Negra. Pero esa no es la pregunta que realmente quieres hacer. Tú lo que quieres saber es cómo salir de aquí. ¿No es así?.-¿Y bien?-Sólo encontrándote a ti mismo lograrás hacerlo. -Y si usted conoce la salida entonces ¿por qué sigue aquí?. -Yo no estoy perdida. Éste es mi hogar. -Sólo dígame qué camino tomar.-Ven, yo te guiaré-. Dijo la mujer quien enseguida caminó a través de una senda. Y después de un largo recorrido, en completo y agobiante silencio, por fin llegamos. La mujer me señaló un lugar. Era un viejo edificio en medio de la isla que parecía abandonado. -¿Qué es este lugar?-. Inquirí.-Existen lugares en este mundo que han sido olvidados por la humanidad e incluso por el tiempo mismo. Su legado es un recuerdo olvidado enterrado bajo el peso inevitable de los años. Meras con has de lo que alguna vez fueron. Imbuidas con los ecos de los recuerdos perdidos y habitadas por los fantasmas del pasado. Abandonados ante los caprichos de la naturaleza y el tiempo. Nadie quería estar cerca de donde vivían los "caprichos de dios". Por eso el asilo estaba tan retirado del pueblo. En su momento funcionaba cómo una especie de asilo que cuidaba de los niños que padecían algún retrasó o nacían con deformidades. El motivo que lo obligó a dejar de funcionar fue el siguiente: A finales de los cincuenta, dejaron un bebé abandonado a las afueras del asilo. Se dice que esa pobre criatura era una abominación que en lugar de brazos y piernas poseía patas de cabra y unos ojos grandes y rojos como tomates. La gente motivada por su morbosidad entró al asilo y cuando vieron a esa "cosa", cómo le llamaron, dijeron que era el hijo del diablo. La respuesta más aceptada fue que una mujer se había embarazado del diablo para traer al mundo al anticristo. Y así, motivados por su ignorancia y fanatismo, incendiaron el lugar poniéndole fin a la vida de todos esos inocentes, cuyo pecado sólo fue nacer en una sociedad que los detestaba. Se dice que el pobre niño sufría del síndrome del arlequín. Una enfermedad muy rara que le dio ese aspecto. Esto es todo lo que queda del orfanato después de ser utilizado como refugio para el huracán que dio inicio a la posterior tragedia. Debes entrar a ese lugar. Sólo ahí encontrarás la salida. Apresúrate, porque el cielo comienza a nublarse, no querrás que te agarre la tormenta. -Gracias. ¿Podría saber su nombre?-Demetria-. Dijo la mujer. Fijé mi vista en el edificio sólo por escasos segundos. Al voltear a ver de nuevo a la mujer, ella había desaparecido.




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