Zignum Meiga Entre las dos caras de la luna Parte 2

Capítulo 30 Cinofobia

Al despertar, el hedor putrefacto de la comida que me ofreció aquella amable anciana con aspecto andrajoso y de túnicas extravagantes, cuando me encontraron a punto de morir a causa de la herida causada por aquella explosión que sorprendió a la tropa a la que pertenecía, fue lo primero que percibí. No había recuperado del todo la conciencia cuando una cucharada de esa repugnante mezcla fue introducida en mi boca sin fuerzas para masticar. Yo sólo tragaba como por instinto mientras observaba que aquella extraña anciana me miraba con ojos de desprecio. Quizás había descubierto que yo era un soldado enemigo y tenía la intención de deshacerse de mí de una manera cruel o entregarme a los enemigos, hacerme prisionero o quizás... De pronto, todas esas ideas agobiaron mi mente, y cuando estaba a punto de gritar por la desgracia que creía que me deparaba, un fuerte dolor de cabeza me dejó inconsciente de nuevo. Desperté después de lo que para mí había sido una eternidad, pero mi reloj de pulsera marcaba como treinta minutos. Ya no estaba con esa horrible vieja y su indeglutible comida, la cual me hacía recordar a la madre superiora y su desagradable menjurje en el orfanato de Hamelín. Por un breve instante me sentí tranquilo hasta que, en un intento por mover mis brazos, me di cuenta de la realidad en la que me encontraba, pues estaba completamente inmovilizado con cuerdas sujetas a lo que parecía ser un artefacto de tortura medieval. En las paredes había una estructura de metal con manchas de sangre. No sabía dónde estaba o quién era esa anciana. Fue cuando recordé que había oído platicar a un general una antigua leyenda. Dicha leyenda hacía referencia a una aldea ubicada en las cercanías de nuestro campamento militar que era habitada por mujeres que habían quedado viudas a causa de la guerra y habían dedicado sus vidas a la práctica de las artes oscuras. El sonido de una puerta abriéndose interrumpió súbitamente mis pensamientos. Comencé a sudar frío y mis latidos sobrepasaban las 80 pulsaciones por minuto, parecía que estaba a punto de un ataque cardíaco. De nuevo, vi a la anciana que entraba por la puerta y se dirigía con sigilo hacia la palanca que estaba a un costado mío para acabar con mi vida. La palanca parecía activar el complejo mecanismo de poleas que hacía funcionar la máquina a la que me hallaba atado. Después de eso todo fue mucho menos pensado y mucho más doloroso. La máquina comenzaba a separar cada uno de mis miembros con una rudeza demoníaca, el dolor aumentaba más y más hasta que se hizo insoportable; y entre gritos y sollozos mi pierna izquierda fue desprendida a la altura de la rodilla con extrema brutalidad de su lugar. Al final quedé desmayado para luego despertar en el campamento. El médico me contó que había perdido la pierna a causa de la explosión y que ninguno de mis compañeros de tropa excepto yo había sobrevivido. Luego recordé lo que había pasado realmente: Una niña había venido en busca de ayuda hacia mis compañeros. Yo me había apartado un momento antes para tomar una vista más amplia en la ventana del quinto piso de un edificio casi en ruinas; fue cuando me percaté, con la mira telescópica del arma, que la niña tenía oculto explosivos alrededor de su pequeño cuerpo y venía con los ojos llorosos que ocultaban la clara intención de asesinarlos. Le apunté con el arma pero no pude disparar. No podía dispararle a una niña. Así que corrí hacia ellos para alertarlos pero ella ya estaba demasiado cerca cuando el suelo se estremeció y la explosión me dejó inconsciente. No podía creer que todos ellos habían muerto. Su muerte, todo había sido culpa mía. Otra vez mi culpa, mi maldita culpa. 
-¡Despierta!-. Me dijo una dulce voz. Al despertar me di cuenta que todo había sido una pesadilla, consecuencia de la culpa que sentía por haber jalado el gatillo que mató en el acto a esa pobre niña, en efecto había salvado a mis compañeros en la guerra, y prueba de ello era la pierna izquierda que aún seguía en su sitio y que jamás había perdido, y sobre todo, jamás había perdido a la mujer más hermosa sobre la faz de la tierra quien se encontraba a mi lado. -¡Valentina!-. Exclamé al verla. Comenzaba a anochecer.-Otra vez te quedaste dormido y veo que tuviste otra pesadilla.-Perdón, el lugar es tan tranquilo que es imposible no relajarse. -Lo sé, por eso siempre me ha fascinado el bosque. Pero a mí no me engañas, otra vez tuviste ese mismo sueño. Tú no tienes la culpa, si no lo hubieras hecho todos tus compañeros hubieran muerto. Tú los salvaste. Eres un héroe. -¿Y por qué me siento como un asesino?. Quisiera preguntarte algo.-Escucho.-¿Tú crees que todas las vidas merecen ser salvadas?-Verás, una vez llegó un ladrón que había recibido un disparo por intentar robar en una casa. Tuvo lesión de arteria renal y la bala destruyó la apofisis lateral de una vértebra lumbar por lo que estuvo unas semanas en terapia intensiva y luego lo pasaron a piso. Él estaba a cargo de uno de los mejores cirujanos del hospital en el que yo trabajaba quien fue él que lo operó. En sus últimos días acompañé al cirujano en el pase de visita y le preguntó al ladrón por qué había robado. El ladrón contestó algo que me dejó todo en claro: "Quería dinero, de niño no tuve y sufrí mucho y ahora las personas que tienen me lo deben". En su cabeza nosotros teníamos las cosas que a él le faltaban. El cirujano se quedó sorprendido y le volvió a preguntar: "¿Si me encuentras en la calle me asaltarías?". A lo que él ladrón contestó: "Sí, y si se resiste le metería un plomazo directo en la frente". Ahí fue cuando se quedó aún más sorprendido. Y sólo dijo: "Pero si yo te salvé la vida". El ladrón sólo se encogió de hombros y dijo: "Pues ese es su trabajo ¿o no?". Desde ese momento supe que no todas las vidas deben ser salvadas. Así que no tienes por qué seguir sintiéndote culpable. Ahora es mi turno de preguntarte algo. 
-Escucho. 
-¿Cuánto me amas?. 
-¿Por qué preguntas eso?. Luces increíblemente hermosa. Oye, estás muy roja ¿Pasa algo? ¿No te gusta estar aquí?...Valentina, te amo más de lo que te puedas imaginar, eres tan perfecta, dulce, tierna y linda. Jamás me atrevería a lastimarte, nunca-.Se acercó a mí y me besó. Enseguida, ella sacó una botella de vino tinto y un par de copas de cristal para celebrar nuestro noviazgo. 
De repente, una mujer vestida de negro con un velo del mismo color tapándole el rostro apareció a unos metros detrás de ella. Tenía una carta del tarot en su diestra, era "La carta del enamorado". Dio la vuelta a la carta y me mostró en el reverso aquel mismo sello de la triqueta que yo tenía marcado en la pierna izquierda. Los coloridos fuegos artificiales de la celebración del carnaval iluminaron el cielo nocturno acompañados de potentes ruidos, mientras Valentina los observaba distraída. De pronto, aquella mujer de negro rompió con ambas manos la carta con el sello a la mitad y una bestia se desencadenó en mi interior y se liberó de su jaula. Después, gritos, llanto, dolor y oscuridad. Al despertar, estaba atado con correas en manos y pies en la cama de un hospital psiquiátrico. Según los médicos, había asesinado a mi novia a causa de una hipersecreción paratiroidea grave en mi cerebro. Pasaba el tiempo sin poder salir. Y durante mi estadía escuchaba las noticias por la radio, escuché que la policía había detenido a algunos elementos del ejército, al notificar sus nombres llegó a mi memoria aquellas escenas de sicarios de Irak ejecutando a jóvenes de 15 años, sus cortas edades no eran impedimento para sus verdugos quienes les habían cercenado sus cabezas con machetes oxidados para después agarrarlos de las espinas que se veían sobresalir de la carne de sus cabezas mientras los grababan con una cámara que enviarían en un video-mensaje de amenaza a mis compañeros, aquellos mismos compañeros que había rescatado y que ahora se encontraban detenidos por adiestrar a sicarios del cártel de la doble S en Guatemala según los informes de la policía. Ya no reconocía este mundo, ya no existía nada por lo cual salvar, todo estaba corrompido. Estuve recluido por mucho tiempo hasta que un día, ya no aguanté más y entonces cerré la puerta del cuarto y cubrí la ventana con la sábana. Rompí la lámpara y comencé a cortarme en todo el cuerpo por encima de la ropa rasgándola completamente hasta mostrar mi desnuda piel mientras decía en voz alta: "Sanguinis hostia expiabit" una y otra vez. Escuchaba los gritos y el llanto de Valentina en mi mente diciéndome que no lo hiciera. De repente, se escuchó aquel fuerte y temible estruendo a través de los parlantes. Me encontraba desnudo y cubierto de sangre de las cortadas que me había infligido y que bañaban mi lastimada y pálida piel. De pronto, comencé a arrojar los objetos de la estancia con una impetuosa, bestial e impresionante fuerza como si se tratasen de livianas almohadas, era la fuerza de la bestia que intentaba salir una vez más. Levanté la cama del suelo y la arrojé hacia la puerta. Así mismo arrojé la silla, la mesa, la televisión y el librero arrumbándolo todo contra la puerta mientras mi mente proyectaba visiones de una mujer en una isla a la cual unos hombres intentaban arrebatarle a su pequeña hija por orden de una bruja llamada Cerci. Había sangre en todos lados. Había sangre hasta en la cámara que me había estado vigilando durante días y era el único testigo de mi locura. Y en un área en la pared cerca de la ventana había pintado con mi sangre una gran barca en la cual escaparía. Me puse de pie sobre la cama y enseguida me dejé caer hacia el frente dirigiéndome contra el suelo. Parecía que me rompería el cráneo con el golpe pero en vez de eso quedé suspendido en el aire, alguien me tenía sujeto por detrás abrazando mi cuerpo en levitación impidiendo que cayera, era esa misteriosa mujer de negro. Quedé así durante diez largos segundos. Y después de eso me tele-transporté en la barca mental que la mujer del velo negro me había enseñado a crear para poder escapar. Mientras viajaba entre planos mentales hacia un destino incierto, pude escuchar una voz que parecía provenir de otro mundo, la voz de un parásito maligno que se retorcía en mi interior. Y esa voz decía: 
-¿Por qué me marginas y me apartas de ti?. Piensas que soy un loco, un asesino o un demonio desligado de todo aquello que es bueno y humano. Y sin embargo, sientes curiosidad por mí. Porque no sabes quién soy. ¿Por qué no te acercas y te atreves a descubrirlo? Entonces podrás decidir si me odias de verdad. Podrás razonar la causa de tu rechazo, de tu discrepancia, de tu ira. Si en verdad soy tu enemigo, tu deber es conocerme. Sin embargo, no lo haces. ¿Tienes miedo de descubrir que soy peor de lo que crees? No. Tienes miedo de descubrir que tenemos más cosas en común de las que piensas. Pues no temas. Elige tu propio camino. Si lo único que te impide estar a mi lado es que temes caminar conmigo y quedarte solo, no debes dudar. Los que me acompañan no son muchos, pero son libres. Me presento, mi nombre es Hati, mucho gusto Skoll-.Después de eso, llevé en mi rostro la máscara de la felicidad para ocultar mi dolor y me convertí en un monstruo aún mucho peor. Ayudé a la mujer del velo negro quien decía llamarse la Reina de Espadas en su plan para infiltrarnos en la residencia de Pandora Kedward. Con el pasar del tiempo, fui olvidando mi rostro, fui olvidando quién era, sólo recordaba llamarme "Hati". Hasta que un día, mientras usaba el disfraz de un anciano pianista, ví a un joven muchacho entrar al teatro donde la Reina de Espadas le daba clases de danza a una joven mujer a quien ella utilizaba como señuelo porque presentía que algún día el elegido vendría por ella, y a quien yo sentía rechazo sin saber por qué. Me guardé en el camerino rápidamente pues, sin la máscara, y aunque tenía un rostro diferente por las arrugas, algo en mí decía que ese muchacho me reconocería. Comencé a seguir a aquel sujeto hasta que supe la verdad. Ese hombre era yo mismo. Mi álter ego. Entonces supe que no estaba en mi mundo, sino en el mundo de mi álter ego. Un mundo alterno donde mi otro yo había perdido la pierna. Al principio tenía intención de asesinarlo para que no se convirtiera en el monstruo en el que me había convertido, luego decidí que era mejor salvarlo, ya que él era el único que podía liberarme de mi existencia demoníaca. Para ello induje una pesadilla en la mente de aquel sobreviviente de la isla quien se había convertido en el hijo del caporal, que la Reina de Espadas me había señalado anteriormente para enviarle un mensaje subliminal a mi álter ego por órdenes suyas, un mensaje lleno de simbolismos ocultos para revelarle a sus enemigos, así como el artilugio con forma de huevo que había que destruir, mientras ella, con la carta del ahorcado, maldecía al caporal del pueblo. Sin embargo, mi pesadilla se convirtió también en una maldición que terminó por asesinar a aquel joven hombre llamado Zazil. El sacrificio de aquel gallo negro que el clérigo llamado Abelard donó, así como el huevo indonesio que utilizó para sellar el pacto con el espíritu de un Daimon nombrado Kakasbal, fueron los instrumentos rituales para invocar a la Reina de Espadas y a mi personalidad demoníaca para asesinar a Zamná y a su hijo. Después de eso, pude recordar algunas cosas, como que yo había asesinado al veterano de guerra Ángel Santos de la misma forma que a Zazil. La droga Ojos de Muñeca y la maldición de Abelard crearon las condiciones perfectas y el vínculo para que yo pudiera hacerlo. 
Seguí en mi plan de proteger a mi álter ego mientras mis impulsos de asesinarlo no me lo impidieran. Sin embargo, la Reina de Espadas tenía intención de que lo asesinara, y el monstruo llamado Hati, que se retorcía como una larva dentro de mí, me obligaba a obedecerla. No era necesario tener la ocarina negra que en realidad era el huevo de Fabergé con el alma atrapada del Hellequín para controlarme, le bastaba con tener mi alma encerrada en aquel libro de hojas en blanco disfrazado de biblia que siempre traía consigo para hacerlo. Aquel libro guardaba una carta especial, aquella carta encerraba mi alma. Aquella carta era una carta del tarot, era la del Loco. Supe de inmediato que si lograba destruir esa carta mi alma se liberaría. 
Los recuerdos que no poseía en mi memoria me fueron devueltos, los había recuperado casi todos y el dolor encendió mi corazón como una llamarada ardiente. Mis recuerdos florecían como una flor en primavera. Como una orquídea negra en una isla remota. 
Los fantasmas no siempre tenían forma humana, algunos eran sólo aromas, ruidos, o hasta incluso voces y silbidos y los monstruos... los monstruos no estaban bajo la cama, ellos vivían en nuestra cabeza. Y a veces nos convertíamos en ese monstruo. A veces se desvanecía esa fina frontera que separaba lo que nos hacía humanos de lo que nos convertía en monstruos. La persona más normal podía convertirse en un monstruo muy fácilmente. Si no, no se explicaría el comportamiento de los humanos durante las guerras y los genocidios, donde a la larga mueren más soldados por suicidio que por combate armado. 
Jamás creí presenciar esto con mis propios ojos. ¿Qué seguiría después? ¿Fui bueno o malo? Ya no había tiempo para eso. Viré la cara al cielo cuando mis párpados caían mientras una cálida brisa me abrazaba. Mi álter ego me decía que ella intentaba persuadirme, manipularme, engañarme, controlar mi mente. Abrí los ojos lentamente y miré a la Reina de Espadas que se encontraba de pie frente a mí. Hasta que recordé la identidad de aquel nombre y su historia relacionada: 
-Belle Gunness, es el nombre de una asesina que según se dio por muerta en el año de 1908 en Chicago. Tras el incendio que arrasó con su residencia, se descubrió entre los escombros los cuerpos de varios de sus hijos junto al de una mujer decapitada así como cuarenta cadáveres más en las tierras circundantes, no obstante, declaraciones posteriores afirmaron que el cuerpo de la mujer decapitada no correspondía con su morfología. La autopsia había demostrado que la mujer en cuestión había fallecido por envenenamiento con estricnina.  
Nunca se encontró el cuerpo de Belle. 
Belle acabó con la vida de cuarenta y nueve personas entre 1896 y 1908, entre ellas a algunos de sus seis hijos, a sus dos maridos, a unos treinta obreros y a una decena de pretendientes. Y según lo que concluyeron los servicios de policía, la responsable de toda esa matanza bien pudo finalmente volatilizarse en los parajes circundantes en el momento del incendio, sin ser inquietada ni molestada por todos esos crímenes. Se sabe que en 1877, Belle (entonces llamada Brynhild) participaba de una fiesta local, cuando fue atacada por un hombre que la pateó en el estómago, cuando estaba embarazada, por ese incidente ella acabó perdiendo el embarazo. Ese hombre que la atacó, por ser de una familia adinerada de los alrededores, nunca fue responsabilizado. Personas del entorno familiar de ese entonces afirmaron que después de esos hechos, la personalidad de Brynhild cambió completamente. El citado atacante murió poco tiempo después y, por lo que entonces se dijo, ese fallecimiento fue provocado por un cáncer de estómago. 
-Sí, yo maldije a ese hombre por el que perdí a mi bebé. ¡Todos los hombres son iguales!. Las Meigas nacen del alma de una madre en pena. Yo morí en el mismo momento en el que murió mi bebé y volví a la vida solo para vengarme de todos.-¿Y qué te he hecho yo por el que tenga que pagarlo con esta maldición que me has impuesto?.-Para renacer, primero debías morir y para morir, primero debías perder aquello que más amabas en el mundo. Por eso te quité a la hermana Evangeline y a tus amigos de la infancia, pero la pérdida de memoria que tuviste después del trauma lo complicó todo. Siempre lo has hecho, has bloqueado cada recuerdo traumático tuyo y sólo logras evocar pequeños retazos de lo acontecido para no destruir tu mente, cualquiera en tu lugar ya hubiese perdido la razón y se hubiese suicidado hace ya mucho tiempo, sin embargo, el hecho de que hayas bloqueado aquellos traumas ha impedido también que logres despertar todo tu poder Omega y que el sello permanezca intacto. El sello que Lykaios te impuso tenía cinco cerraduras. Las cinco llaves sólo él las poseía. Sólo un trauma muy fuerte en tu mente sería capaz de destruir una cerradura. Tuve que causar un trauma por cada cerradura que había que destruir. La muerte de Evangeline y de tus amigos, tu fobia a los perros, el trauma de la guerra, el trauma de cuando te arranqué la pierna, es sabido que no mataste a nadie en el tiempo que estuviste en Irak, es decir, sólo les disparabas en las piernas y en partes no vitales a tus enemigos pero aún así eso te afectó. Y el trauma de haber asesinado a tu amada y a tu hijo fueron la destrucción de cada una de las cerraduras. Por esa razón debías recordar todos tus traumas. Pero al final te suicidaste y volviste hacerlo por segunda ocasión, pero esta segunda vez fue diferente, no moriste del todo. Sólo alguien aún con la mitad de su vida puede cumplir el propósito del héroe. 
Por esa razón el Arlequín debía tener a su musa, a su Colombina, para que el dolor renaciera de nuevo al perderla. Por esa razón le permití al alma de Valentina viajar entre mundos alternos para llegar a tí. Te enamoraste de su fantasma que sólo llegó con la intención de drenar tu vida como venganza, como lo hiciste cuando ella estaba viva antes de que la mataras y le arrebataras a su bebé de la misma forma que ese maldito hombre hizo con el mío. Era necesario que el dolor logrará romper el sello que lograría liberar a la bestia para que el parásito del Hellequín que deposité anteriormente en un muñeco, el mismo muñeco que hallaste en mi celda en el orfanato cuando eras sólo un niño, se lograra desarrollar en tu cuerpo libre del sello que te protegía y así pudiera devorar tu mente y por consiguiente tomar control de tu cuerpo. Tú tienes la culpa. Fuiste débil. Si hubieras sido más fuerte, ni tu novia ni tu hijo hubieran perecido. Sólo borrando partes de tu vida has sabido sobrevivir al holocausto en tu mente, y has sido demasiado egoísta pensando solamente en tu propio dolor. Pero eso me favorecía porque sólo el dolor lograría corromper tu corazón y aceptar la decisión de acabar con este niño llamado Gabriel. 
En esta gran obra literaria llamada la biblia... ¿A caso no fue a través de un niño que Dios inició la salvación de todos los humanos? Fue un niño quien inmediatamente provocó la ira demoníaca y Herodes causó una de las muchas masacres de inocentes. Matar a los niños, hacer bolsos y zapatos con su piel, beber su sangre, intercambiar sus órganos y exponerlos a otros abusos es una consecuencia constante del odio del diablo a quien magistralmente se la jugó en el seno de una virgen. Cuando realmente supo que este era el Hijo del Hombre, Satanás había perdido la partida, la perdió en el momento en que Cristo perdió su vida humana. 
Y todo por culpa de un niño miserable nacido en un pesebre miserable. 
Si fueras Satanás, odiarías a los niños por los siglos de los siglos. 
Y los matarías a quemarropa. No dejarías ni uno solo. Este Hijo del Hombre dijo que regresaría en gloria y majestad, pero el diablo no confía en él. Hace bien. A este Hijo de Dios le gustan las contradicciones, se declara rey y muere esclavo; Se llama la verdad, y cuando preguntan, calla; se proclama a sí mismo la vida y trae la muerte sólo a quienes testifican en su nombre; predica el amor y separa a los niños de los padres, enfrenta a unos familiares con otros y rompe lazos de sangre apelando a hacer la voluntad de Dios. 
No, Satanás no puede confiar en alguien así. Sobre todo porque dijo que cualquiera que sea como un niño entrará en su reino. ¿Y si Gloria y Majestad son otro niño? Dios Padre, a quien Satanás conoce, es semejante uno, esa mirada insoportablemente amorosa, esa condescendencia despreciable y misericordiosa hacia estos simios idiotas que se llaman a sí mismos "homo sapiens" en su locura. 
El ángel de la muerte seguirá cabalgando en su corcel negro por las calles de este mundo podrido, y como siempre los perros serán los únicos que perciban su esencia. 
El príncipe de este mundo es tan perverso como inteligente, y por eso tiende a copiar la forma de actuar del Todopoderoso, y ese niño, quien usa su dulzura como un mecanismo de defensa, es la prueba fehaciente de que es verdad lo que... 
-¡Basta! ¡Por más que lo intentes! ¡No me convertirás en un asesino, en un infanticida! ¡No me convertiré en tu distorsionado concepto de héroe! ¡Digas lo que digas no alzaré mi mano contra ese niño!-. 
-En serio quería hacerlo por las buenas pero no me dejas otra opción. ¡Obedece, mata al niño o tu destino será peor que la muerte!. ¡Tú decides, matar o morir!-. 
Advirtió Belle al tiempo que sus perros me dedicaban severas miradas mientras me gruñían. Me dirigí al cuerpo de la Doncella de Hierro. Descendí blandiendo la espada hacia ella y corté de un tajo las cuerdas que la inmovilizaban. La Doncella de Hierro se puso de pie y me susurró algo al oído. Después de escucharla, me di la media vuelta y fijé mi vista a Belle. Había entendido algo muy importante. No sé trataba de olvidar el dolor o pelear contra él, se trataba de aceptarlo. Sólo en mi dolor pude encontrar mi voluntad, sólo en mi caos aprendí la paz, sólo en mi miedo encontré mi poder, sólo en mi oscuridad vi mi luz.  
En una onírica imagen me vi a mi mismo en uniforme de soldado tocando en un piano abandonado en medio de la devastación que había dejado la guerra, y tocaba aquella música que me había enseñado a salir de la violencia. Las notas musicales calmaban la tempestad que había en mi corazón y sólo así pude alcanzar el poder que había ahí oculto. Pude ver en el reflejo de la espada la mitad de una máscara simiesca de color negra con una sonrisa que apareció cubriendo el lado izquierdo de mi rostro. 
Enseguida, me dirigí hacia Belle en actitud hostil. 
-Si es lo que deseas, ¡Entonces muere! ¡Cerberus ataca!-. Espetó Belle lanzándome una nociva mirada. 
La Doncella de Hierro corrió rápidamente hacia la salida de la sala de cunas, atravesó la puerta con una potente patada y siguió corriendo velozmente abriéndose paso hacia las escaleras del orfanato. Los seres disfrazados de muñecos de animales desaparecieron del lugar, y los dos enormes y feroces perros corrieron hacia mí con intenciones asesinas mientras Belle salía caminando de la sala en persecución de su víctima. Rápidamente la máscara negra del sonriente simio cubrió todo mi rostro y su sonrisa cubrió todo signo de temor. Mi ropa se volvió oscura, llevaba una ocarina negra atada a mi cintura, y la espada que llevaba conmigo cambio de forma convirtiéndose en una vara de metal negra, de casi dos metros de largo con cinco centímetros de grosor, y con las mismas inscripciones arcanas que tenía antes cuando era una espada. El primer perro saltó hacia mí con las fauces abiertas, enseguida le metí uno de los extremos de la vara de metal dentro de su hocico y lo alcé con tremenda fuerza lanzándolo contra el techo, el segundo perro atacó en el siguiente segundo, sin embargo con el otro extremo de la vara, que había quedado hacia abajo, lo golpeé en la mandíbula inferior cerrándole el hocico tras el impacto que lo mandó a volar lejos de mí impactándose contra las cunas que en su interior, donde antes yacía un bebé anómalo, explotaron en cientos de larvas de termitas. Otros dos perros aparecieron de repente frente a mí, no, no eran otros perros, eran los mismos que se habían tele-transportado de alguna manera. Uno de los perros saltó en un ataque frente a mí, enseguida le estampé el extremo de la vara en la parte superior de su cabeza y le hice chocar su cráneo contra el suelo mientras me impulsaba con ayuda de la vara erecta sobre su cabeza para patear con el pie derecho el hocico del segundo perro que venía en un salto audaz contra. Me impulsé velozmente con el impacto de la patada sin soltar la vara y pateé seguidamente con el pie izquierdo al perro que había logrado zafar su cabeza de la vara al tele-transportarse y que también venía hacia mí en un amenazante salto. El perro que había pateado se fragmentó y estalló en cientos de termitas voladoras que se esparcieron en la oscuridad. De inmediato, los dos perros aparecieron de entre las sombras gruñendo y ladrando. Rápidamente uno de los perros atacó con una voraz mordida logrando tomar la vara con sus fauces y, como si esta fuese un gran hueso, me la arrebató de inmediato. Me había desarmado o eso le hice pensar. La vara se desvaneció de entre sus fauces. El otro perro atacó en un salto al tiempo que me dejé caer deslizándome sobre las rodillas en el suelo para eludirlo mientras saltaba por arriba de mí. En un instante, se lanzaron los dos perros uno a cada lado de mí mientras yo permanecía de rodillas en el suelo aparentemente indefenso. Sabía lo que tenía que hacer. Debía intentarlo o la batalla nunca terminaría. -¡Alas negras!-. Invoqué. A continuación, dos alas negras con apariencia humosa cubrieron a los perros entre sus etéreas y sombrías plumas. Poco a poco todo comenzó a verse más nítido. El tiempo se ralentizó. Y lo que parecían ser alas negras eran en realidad las 58 cuentas de un rosario negro que antes era blanco y que volaban como veloces partículas en el aire controladas por una energía producida por mis más oscuras emociones, cortando y destruyendo con el filo de un bisturí a cada una de las termitas que constituían el cuerpo de los dos perros. Pronto el par de canes fue destruido. Sin embargo, un tercer perro apareció de entre las sombras. Entonces lo entendí. El tercer perro era Cerberus, quien se clonaba en varios conformados por termitas y, mientras los otros atacaban, este último se resguardaba entre las sombras como el perro alfa, no, un perro alfa no actuaría así, era algo más, como si dentro de este ser de apariencia canina se encontrase un cerebro que controlaba a los demás perros, o mejor dicho aún, algo que controlaba a las termitas, algo con una inteligencia ajena a la de Belle pero afín a ella. Invoqué nuevamente la vara Longinus y caminé hacia el tercer perro. Una jauría de doce perros apareció intempestivamente. En seguida, hice girar la vara alrededor de mí como si se tratara de una liviana vara de bambú para apartarlos de mí. Los perros comenzaron a atacar uno tras otro mientras me acercaba cada vez más al tercer perro. De inmediato comencé a golpear con el extremo de la vara en la parte superior de sus cabezas. Movía la vara alrededor de mis brazos y cuerpo con gran velocidad y fuerza, con una habilidad tal que los perros en apariencia desaparecían tras el primer golpe, dejando una lluvia de termitas muertas en el suelo. Sin embargo, lo que en realidad ocurría era que, después del primer golpe con la vara, una sombra alargada oculta detrás de la vara, conformada por las cuentas oscuras, se encargaba de cortar, como si fuera una espada, a las termitas que habían conformado a los perros y las cuales intentaban escapar. Pronto había llegado al tercer perro que había visto el poder de las cuentas capaces de cortar en dos a un millar de veloces termitas voladoras en movimiento. Sabía que no se arriesgaría en escapar transfigurándose en un grupo de termitas. De hecho me había percatado que necesitaba mantener su forma canina para poder controlar a los perros que él mismo creaba. Es por esa razón que siempre se mantuvo oculto, para poder observar mejor y así saber por dónde atacar dando órdenes de algún modo a sus perros, o eso es lo que yo pensaba. Estuve a punto de terminar esto con un golpe. Sin embargo, un enjambre de termitas voladoras emergido de las cunas, del suelo y de las paredes envolvió al tercer perro en una masa deforme. Rápidamente lancé las cuentas en un ataque simultáneo, pero las termitas que cubrían al perro, capa tras capa, comenzaron a funcionar como escudos, y eran tantas que las cuentas se volvieron insuficientes. La plaga terminó por transfigurar al tercer perro en un monstruo con la apariencia de una gigantesca termita de tres metros con patas largas amarillentas, cuerpo blanquecino, una cabeza oscura y unas enormes, negras y puntiagudas tenazas. El monstruo estaba compuesto en realidad de una gran plaga de termitas que actuaban como un solo ser. Enseguida, por instinto, saqué una ocarina negra de entre mi ropa y comencé a tocarla. Las tenazas del monstruo se dirigieron con hostilidad velozmente hacia mí pero, justo antes de traspasar mi piel, se detuvieron a pocos centímetros de mi rostro. Las notas musicales de la ocarina habían hecho efecto en el monstruo quien comenzaba a comportarse en un perro obediente. A continuación, me subí de inmediato encima del monstruo, cual si fuese un noble corcel.-¡Cerberus aniquila a Belle Gunnes!-. Ordené al monstruo quien de inmediato corrió a una súper-velocidad, cual corcel indomable, fuera de la sala de cunas y se dirigió en busca de Belle. Al llegar a la celda de la madre superiora, encontré a la Doncella de Hierro crucificada en posición de cabeza con los brazos extendidos y las piernas juntas, clavada a la pared con enormes y oxidados clavos en sus extremidades, y junto a ella estaba Belle. 
 




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